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Microplásticos de la cama a los oceános: una amenaza invisible que preocupa por posibles daños a la salud

Están en todas partes, incluso en nuestras casas. Expertos alertan sobre sus efectos en la salud y el ambiente.

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Microplásticos

No hay que salir de casa para estar expuestos a los microplásticos. Basta con levantarse de la cama. “La pasta de dientes es una de las principales fuentes”, presenta Ricardo Faccio, profesor de Física en el Departamento de Experimentación y Teoría de la Estructura de la Materia y sus Aplicaciones de Facultad de Química de la Universidad de la República (Udelar). También lo son las cremas, el gel de ducha y el maquillaje. Esto se debe a que pueden llevar “microperlas” —los puntitos brillantes— que contienen abrasivos. No son las únicas fuentes hogareñas. También lo son las tablas de picar hechas de plástico, los tuppers, los saquitos de té, las bolsitas de las papas chip, los protectores solares, los blíster de medicamentos, los pañales, los calzados con suela y mucho más. Es que el plástico es una entidad omnipresente.

Los microplásticos son una gran preocupación a nivel mundial y es un tema que tiene ocupados a varios investigadores locales. Estos se definen como trozos de plástico de entre una micra y cinco milímetros (si son más pequeños reciben el nombre de nanoplásticos) que bebemos, comemos y respiramos sin saber aún su verdadero impacto en la salud. Se estima que cada persona ingiere cinco gramos de plástico por semana, el equivalente al peso de una tarjeta de crédito.

Residuos plásticos
Residuos plásticos en la basura.
Foto: Freepik.

En casa.

Esta contaminación minúscula se clasifica entre microplásticos primarios y secundarios. Los primeros están asociados a una fabricación intencionada en el tamaño como los pellets y fibras de origen sintético. Los otros se originan en la fragmentación de materiales plásticos más grandes en parte por acción de la luz solar. Todo aquello que puede encontrar en una playa, por ejemplo.

El lavado de la ropa, por su parte, es una de las tareas cotidianas que genera más desprendimiento de microfilamentos de poliéster, poliamida (nylon) o acrílico. Salen de su media, se meten en la lavadora y terminan en el mar. Y usted podrá decir: ¿pero cuánto va a incidir un lavadito? Mucho.

El biólogo Pablo Limongi lo explicó en el informe Diagnóstico de estado de situación a nivel nacional sobre la contaminación marina por plásticos: si un lavado doméstico tiene un promedio de cinco kilos, podemos estimar que tres kilos corresponden a fibras sintéticas; si por cada kilo de ropa que se lava se liberan entre 300 y 1.500 miligramos de fibras, por cada tres kilos se liberan entre 900 y 4.500 miligramos. Multiplique por sus lavados semanales y por el millón de lavarropas que hay en el país. Parte de esta carga podría ser retenida por los sistemas de tratamiento de aguas residuales y otra parte podría continuar su viaje sin paradas al Río de la Plata y al frente marítimo y límites insospechados.

Recuerde que todavía no salimos de casa. Así que hay que hablar de otra fuente hogareña de microplásticos: las botellas. Todas las botellas de plástico, en particular las que son más flexibles, liberaran microplásticos. Su material, el tereftalato de polietileno o PET, “se infla, se contrae y tiene una evolución mecánica”, enseña Faccio, y en ese proceso desprende partículas, más si está expuesto al sol —por lo que es mejor no dejar bidones ni botellas a la intemperie—, “que se acumulan en el líquido que vamos a tomar”.

Aquellos que beben solo agua embotellada ingieren más partículas que aquellos que consumen solo de la canilla. La relación es de 1.600 nanogramos de plástico por litro contra 18, según determinó la organización española Enviroplanet. En un reciente estudio, en varias marcas de agua se identificaron fragmentos de poliésteres de tonalidades transparentes y blancas, además de fibras de celulosa de diversos colores; mientras que en el agua de la canilla también se encontraron polímeros de procedencia variada: desde textiles sintéticos a envases de alimentos, pinturas o electrodomésticos. En otras palabras, bebemos plástico.

En este sentido, Faccio sostiene que la crisis hídrica del año pasado significó un retroceso por el uso y descarte masivo de PET al igual que lo fue la pandemia por covid-19 por los tapabocas —los N95 están confeccionados con polipropileno (PP) y PET y los de un solo uso con materiales no tejidos como el Spunbond, además de PP, PET y polietileno (PE)— y guantes descartables. “La realidad nos pasó por arriba”, afirma.

¿QUÉ SUCEDE CON LAS BOLSITAS DEL SÚPER?

Las bolsas que hoy se entregan en los supermercados están hechas de poliláctico, un polímero compostable que se fabrica a partir de ácido láctico procedente del almidón de maíz o la caña de azúcar. Antes se daban bolsas de polietileno. Si bien constituyen un avance, “también pueden ser una fuente de microplásticos”, señala el investigador Ricardo Faccio. Esto se debe a que el material se fragmenta pero no se biodegrada; eso sí, lo hace más rápido que los polímeros comunes, pero lo hace “más lento” que los polímeros biodegradables, aquellos que experimentan reacciones de degradación por la acción de microorganismos tales como bacterias,

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Persona juntando botellas plásticas del suelo.
Foto: Freepik.

Vale hacer aquí una precisión. Es muy poco probable que el plástico ingerido por esta vía cause efectos adversos en los humanos debido a que la cantidad ingerida en peso total es ínfima. “No es comparable a la ingesta de un metal pesado”, aclara el físico. Sin embargo, no existen estudios hasta la fecha que demuestren lo contrario.

Sí se saben dos cosas. Una es que los microplásticos pueden acumularse en la placenta, en la leche materna, en el tejido pulmonar y hepático, en la orina, en las heces y en la sangre. La última frontera interna que han cruzado son los testículos. Ahora también se sabe que su acumulación en placas ateroscleróticas aumenta el riesgo de morir por un infarto o ictus (4,5 veces más), siendo este el primer estudio que vincula directamente este tipo de contaminación con enfermedades humanas.

Faccio comenta: “Hay que tomar conciencia porque es un consumo generalizado y del que cada vez hay más información del punto de vista de la salud. La posibilidad de formación de placas de biofilms (colonias de microorganismos) con plásticos puede traer aparejada toda una serie de enfermedades. Hay que poner el foco aquí”.

Si salimos de casa seguimos estando expuestos a los microplásticos. ¿Por qué razón? No puntualizaremos aquí sobre el sinfín de envases, bolsas, bandejas y materiales de construcción que, obviamente, aportan lo suyo, sino que lo haremos sobre algo invisible: la abrasión de neumáticos. Estos están fabricados con caucho natural, polímeros sintéticos y aditivos, los cuales son liberados al ambiente mediante el desgaste. Según el informe de Limongi, se estima que hasta 150 toneladas de microplásticos podrían estar llegando a los cuerpos del agua de nuestro país por esta vía.

En definitiva, “no tenemos escapatoria”, apunta Faccio en diálogo con Domingo.

Omnipresentes.

En el caso del agua embotellada es obvio pero, en otros casos, los microplásticos se transportan por el aire, los alimentos (por ejemplo, por el consumo de pescado que ingirió los contaminantes) o siguen el mismo ciclo natural del agua. De esta forma han conquistado todo el planeta. Hasta la Antártida (ver recuadro). Y, lamentablemente, son parte del paisaje de playas, arroyos, ríos y océanos.

Por ejemplo, Faccio y su equipo, en conjunto con el Centro Universitario Regional del Este (CURE) y Facultad de Veterinaria, trabajan ahora en la identificación de nanoplásticos en músculos de peces, lo que es un paso más allá de la acumulación en el aparato digestivo. “Cuanto más pequeños sean esos plásticos, la posibilidad de que trasciendan a otros órganos, es cada vez mayor”, explica. Eso aplica para los peces y para cualquier otro ser vivo.

Por su parte, Juan Pablo Lozoya, del Departamento Interdisciplinario de Sistemas Costeros y Marinos, y Franco Teixeira de Mello, del Departamento de Ecología y Gestión Ambiental, ambos del CURE, y colegas, han seguido la pista de los microplásticos por varias playas y cursos de agua del país desde hace casi una década. Los han encontrado en playas de Punta del Diablo y de Punta del Este y en la cuenca del arroyo Maldonado. Aparecen los sospechosos de siempre: pellets, fibras y espumas con diferentes composiciones de polímeros y sustancias químicas tóxicas. Es más, Teixeira de Mello participó en un estudio que determinó que las mojarras consumen más los fragmentos de color amarillo y azul.

Montevideo también es parte del problema (¿acaso no dijimos que los plásticos son omnipresentes?) Desde 2016, los investigadores Andrés Pérez y Mauricio Rodríguez, también del CURE, han estado identificando microplásticos en aguas residuales en el colector de Montevideo previo al vertido al Río de la Plata.

Uruguay actualmente integra la Red de Investigación de Estresores Marinos-Costeros con otros 17 países de América Latina y el Caribe. Este trabajo apunta a que, en materia de microplásticos, se definan metodologías estandarizadas para el monitoreo. Por otra parte, los investigadores colaboran con el Ministerio de Ambiente y la Dirección de Recursos Acuáticos del Ministerio de Ganadería, Agricultura y Pesca para establecer programas de monitoreo en todo el país.

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Investigaciones uruguayas en la Antártida
Evelyn Krojmal
LA FRONTERA MÁS LEJANA

La llegada de los microplásticos a lugares remotos del planeta nunca es una buena noticia. Y, en este sentido, los investigadores uruguayos Franco Teixeira de Mello y Juan Pablo Lozoya, ambos del Centro Universitario Regional del Este (CURE), han sido más de una vez los portadores de tristes novedades para la Antártida.

En 2021, por ejemplo, publicaron la presencia de microplásticos en el lago Uruguay —fuente de agua potable de la dotación uruguaya— y alrededor del lago Ionosférico; ambos constituyen la zona de ablación del glaciar Collins ubicado en la Isla Rey Jorge. Por zona de ablación se entiende el área donde se pierde el hielo y la nieve. Allí encontraron tres tipos de plástico: polietileno, poliéster y poliuretano, en distintos tamaños.

En 2022, lanzaron otra bomba: el primer registro de pellets plásticos en playas de la Antártida. Los pellets son pequeñas bolitas de plástico y aditivos de uso industrial. Su presencia allí deja en evidencia que la corriente circumpolar antártica (CCA) es permeable (y no una barrera); es decir, aquellos materiales que son volcados en el mar por fuera de la CCA logran ingresar al área antártica. “Este fue un hallazgo bastante relevante sobre la llegada de plásticos” al continente blanco, dice Teixeira de Mello. Se dio en una playa ubicada en el Pasaje de Drake de la Isla Rey Jorge.

Otros hallazgos que les han llamado la atención tienen que ver con la presencia de plásticos —ya de mayor tamaño— en los alrededores de ECARE, la segunda base uruguaya en la Antártida, la que visitaron por primera vez en 2023. Esta se encuentra en Bahía Esperanza, en el extremo oriental de la península Trinidad en el continente blanco, cerca de una de las bases científicas argentinas y en un punto más remoto que la ubicación de la base Artigas. “Allí encontramos plásticos de la década de 1980 en densidades que no esperábamos”, cuenta Lozoya a Domingo. Actualmente se está procesando la información. ¿Qué apareció entre la nieve? Teixeira de Mello enumera: “Bolsas de comida para perros nuevitas —décadas atrás había perros apostados en algunas bases—, armazones de lentes muy viejos y cepillos de dientes”. Estos objetos son anteriores al plan de manejo de residuos contemplado en el Tratado Antártico, el que exige la eliminación de todo el plástico con la excepción de aquel que pueda producir emisiones nocivas durante su incineración. “Muestran la temporalidad del problema. Son de hace 40 años y pueden estar cientos de años más”, apunta.

Empero, Lozoya y Teixeira de Mello creen que tienen una buena noticia entre manos. Desde 2017 hasta 2024 han realizado campañas de monitoreo de macroplásticos (mayores de 5 milímetros) en la Antártida, cuyos datos —como tamaño, peso y ubicación— recién ahora están siendo procesados. Lo analizado hasta ahora y “el haber caminado por esas playas tantos años”, según Lozoya, le permite decir que “ahora hay menos” que antes y, por lo tanto, sostiene que ellos mismos están teniendo un efecto positivo en el ambiente.

Estos investigadores y sus colegas reunidos en el proyecto AntarPlast esperan renovar fondos para continuar con sus trabajos de campo el próximo año.

Iniciativas.

Nina Sinacore (29) entendió que la basura marinaera un problema cuando levantó de la arena una lata de Pepsi, cerrada y abollada, con inscripciones en árabe. Fue el puntapié para crear Bitácora de Playa (@bitacora.de.playa en Instagram) donde muestra lo que recolecta en sus caminatas por Montevideo y Maldonado, cómo lo transforma en objetos artísticos y, al mismo tiempo, invita a otros a limpiar la costa.

Promete —y se le puede creer perfectamente— que cada vez que va a alguna playa vuelve con varios palitos de plástico de helado —aquellos que se vendían entre los años 80 y los 90— y cotonetes. Pero encuentra muchas más cosas: desde sachets de leche que se usaron hace 50 años a tarjetas de CTI Móvil a garrafitas chinas o ampollas de uso sanitario también asiáticas. Todo ese se convertirá en microplásticos con el tiempo.

De todas las playas que ha recorrido, hay dos que le parecen las peores. Una es la que está en la parte más austral de la península de Punta del Este. “Es un juntadero”, ilustra. Y dice: “De ahí siempre sacás una botella china”. La otra es la que está cerca del Faro de Punta Carretas en Montevideo. Aquí encuentra muchos vidrios y pedazos de baldosas. “¿La habrán usado como volqueta?”, increpa.

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Nina Sinacore es la creadora de @bitacora.de.playa

Alberto Fernández también recolecta micro y macroplástico de las playas para darles otra vida como piezas de arte o incluso como réplicas de objetos patrimoniales de la ciudad. Eso hizo con el “trompo” del barrio Peñarol (instalado en las calles Aparicio Saravia y Newton) o con un cañón como los que están hundidos en la Isla Libertad. “En su interior contienen plásticos que demorarían años en desaparecer. Son piezas a escala natural y llevan unos tres meses de trabajo”, cuenta a Domingo el creador de la cuenta @anastilosis_uy donde comparte el proceso.

Y añade: “Los curiosos me preguntan cómo se puede transformar una simple bolsa en una escultura sólida”. Alberto ahora está con un nuevo proyecto entre manos: recrear el Escudo Nacional que estaba en el lazareto de Isla de Flores con plástico reciclado y luego donarlo para que se exhiba allí.

No es necesario hacer arte para contribuir a la eliminación de los residuos plásticos. Basta con tomar conciencia de que, muchas veces, su uso es “absurdo”, como dijo Franco Teixeira de Mello.

BIOBARDAS PARA ATRAPAR RESIDUOS

Cuatrocientos kilos de plástico, en su mayoría pedazos de espuma plast, bolsas y botellas, fueron recolectados en solo 15 días de uso de una biobarda en el arroyo Chacarita. “Fue mucho más de lo que esperábamos”, comenta Carolina Ramírez, docente del Instituto de Mecánica de los Fluidos e Ingeniería Ambiental de la Facultad de Ingeniería de la Udelar. Esta formaba parte de una experiencia piloto diseñada por este centro de estudios e implementada por la IMM en varios puntos de la ciudad.

Una biobarda es una barrera flotante que detiene los residuos de mayor tamaño que son arrastrados por los cursos de agua. Esta, en concreto, había sido construida con packs de ocho botellas de plástico que se recogieron en puntos de acopio en la facultad. “Fue algo artesanal”, explica Ramírez. No obstante, el objetivo era recuperar residuos desde el inicio del proyecto.

Docentes y estudiantes se encuentran ahora diseñando otros dispositivos para atajar los residuos en los cursos de agua para analizar cuál es el más efectivo. Además, se pesa y clasifica todo el material recolectado por las biobardas para determinar modelos de gestión más precisos.

“Nuestra idea es facilitar la limpieza, mejorar los sistemas de recolección de residuos y evitar la generación de microplásticos y las islas de plástico”, resume Ramírez en diálogo con Domingo.

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