HISTORIA
El cuerpo momificado de Esoeris, de unos 2.500 años de antigüedad, es la principal pieza museológica del país
Hay cosas que solo pasan en las películas de Hollywood, como en aquella de 2006 protagonizada por el comediante Ben Stiller, Una noche en el museo. El eterno soñador, corazón de oro y buen padre, a pesar de no contar a menudo con la suerte de su lado, está convencido de estar predestinado a hacer algo grande. Pero nunca imaginó algo tan monumental al aceptar lo que parecía ser un sencillo trabajo como guardia de seguridad nocturno del Museo de Ciencias Naturales de Nueva York. Durante la noche empiezan a suceder cosas extraordinarias: aborígenes, gladiadores romanos y vaqueros cobran vida y salen de sus vitrinas para participar en batallas épicas. En su búsqueda del fuego, un neanderthal enciende su propia exposición, Atila el Huno se dedica a saquear las muestras vecinas y el T-Rex, con su enorme mandíbula y patitas delanteras, se dedica a recordarle a todo el mundo por qué fue el depredador más peligroso de la historia.
La sinopsis pertenece a una trama tan fantasiosa como popular, pero no escapa al inconsciente colectivo, por más inocente que sea. ¿Por qué muchos le tienen miedo a los museos que contienen restos humanos? La idea de que las momias egipcias pueden regresar a la vida y vengarse de todos aquellos que osaron profanar sus tumbas viene desde que en 1922 Howard Carter halló la cripta de Tutankamon en el Valle de los Reyes, con una escritura que advertía de una maldición que caería sobre quienes molestaran al difunto.
Lo peor es que la amenaza se hizo realidad en muchos de los que estuvieron presentes el día de la apertura de la tumba. Lord Carnarvon, el patrocinador de la expedición, desarrolló una enfermedad a raíz de la picadura de un mosquito y murió al poco tiempo.
Para reforzar el carácter sobrenatural de la leyenda, su perro -al que le faltaba una pata- emitió un largo aullido en el instante en que su amo pasó a mejor vida, para luego caer abatido a un lado.
El hecho que se ha encargado de explicar la ciencia es que cuando los exploradores descubrieron la momia del joven faraón, esta tenía aceites de embalsamamiento y otros alcaloides que, unidos a los exudados del propio cuerpo, sirvieron de germen para una bacteria que atacó a los responsables del hallazgo. La casualidad, o la maldición egipcia, quién sabe, quisieron que varios arqueólogos murieran en situaciones extrañas, todo lo cual fue luego explotado por conocidos novelistas como Arthur Conan Doyle y varios cultores del séptimo arte. Desde el personaje invencible de Titanes en el Ring (pese a la dureza de sus movimientos) hasta la secuela cinematográfica La Momia, la idea se repite.
También la sacerdotisa egipcia Esoeris, que desde hace 21 años se encuentra en el Museo de Historia del Arte de la Intendencia de Montevideo, lleva esa pesada carga sobre sus espaldas. “Entre algunos de los funcionarios del museo hay una especie de temor, no lo voy a negar. Hay quienes evitan pasar por delante, aunque la mayoría estamos acostumbrados. No sé si muchos se quedarían, como lo hago yo, hasta altas horas de la madrugada dentro de las salas. Todos quieren ver la cripta, pero en algunos niños, sobre todo, despierta algo de temor”, relata el conservador del museo municipal, Gustavo Ferrari, en referencia a la única momia que existe en el país.
También le han dejado una rosa blanca como ofrenda sobre su urna de vidrio (Ferrari se enteró muchos años después quién fue el depositario pero prefiere reservarse el nombre). Y han ocurrido episodios que generaron la hilaridad de los funcionarios. “A veces, según las condiciones del tiempo, se manejan de determinada manera las puertas de la cripta para contribuir a la conservación del microclima y mantener la humedad estable. La luz se enciende al ingresar con una célula fotoeléctrica y se apaga al rato, cuando la persona ya se retiró. Una vez, dos adolescentes se habían quedado abstraídas haciendo chistes y se les cortó la luz. Una de ellas, del susto, se llevó el vidrio de la puerta por delante. Desde entonces tuvimos que poner unas franjas rojas que indican que una de las hojas de la puerta se encuentra cerrada”, recuerda Ferrari.
El cuerpo momificado de Esoeris, de unos 2.500 años de antigüedad, es la principal pieza museológica que se exhibe en Uruguay, además de ser Patrimonio Histórico Nacional.
Joven sacerdotisa
Esoeris (nombre que significa “Gran Isis”) descansa desde agosto del año 2000 en el Museo de Historia del Arte de la Intendencia de Montevideo, provisoria morada para esta joven de unos 25 años que se supone vivió 500 años antes de Cristo en la ciudad de Akhmim, en el Egipto Central. Osiris, el soberano del reino de los muertos, la había llamado a una edad temprana para tenerla a su lado. Sin embargo, para su época era considerada una mujer madura.
Se trata de la única momia egipcia que existe en Uruguay. Fue traída en 1890 por el ingeniero Luis Viglione, presidente de la Sociedad Científica Argentina entre 1885 y 1886, quien la donó originalmente al Museo Nacional de Historia Natural. Viglione adquirió la pieza un año antes en una subasta realizada en el Museo de Bulak, en El Cairo, junto a otra momia similar, aunque en peor estado de conservación, que cedió al Museo de La Plata. Fue el doctor Eduardo Rocha, uno de los fundadores de esta ciudad argentina, quien le recomendó a Viglione que visitara Egipto.
Rocha ya había trasladado tres momias al vecino país y Viglione prestó oídos a su recomendación, realizando una última expedición por aquellas tierras recónditas, pues murió en 1891 en Buenos Aires.
Tras permanecer casi 90 años en el Museo de Historia Natural de Uruguay, la momia de Esoeris (otras traducciones de los jeroglíficos del ataúd la identifican como Eso Ere, Aset Ueret y Ast Wrt), fue trasladada en 1976 al Museo de Arqueología del Palacio Taranco, que se encuentra sobre la Plaza Zabala, regresando cuatro años después al lugar que ocupó desde su arribo al país, en el ala Este del Teatro Solís.
El conjunto donado por el ingeniero Viglione se completa con el sarcófago original y la mascarilla funeraria, elementos considerados de especial interés por la peculiaridad de sus inscripciones con fragmentos de los “Textos de las Pirámides”. Estos símbolos fueron utilizados en las primeras dinastías y luego sustituidos en importancia por el “Libro de los Muertos”, una guía para enfrentar el mundo de los difuntos. Volvieron a ser utilizados en la Baja Época, particularmente a partir de la vigesimosexta dinastía y no más allá de la trigésima, como un retorno a las fuentes artísticas del glorioso pasado egipcio.
Hace 2.500 años
Mediante la interpretación de los jeroglíficos de la tapa del sarcófago de Esoeris se pudo determinar que en vida fue una sacerdotisa que tocaba un instrumento llamado sistro en el templo del dios Min (de la fertilidad), ubicado en la ciudad Akhmim, en el Egipto Central.
Al igual que el menat, era un instrumento utilizado únicamente con fines rituales o ceremoniales. El artefacto consistía en un mango que soportaba en su parte superior una forma ovalada o de capilla con cuernos, hecho con los más diversos materiales. Atravesando esta forma con primitivos taladros, se hacían pasar unas varillas con una suerte de arandelas metálicas que, al agitarse, producían un sonido característico. Era, para graficarlo de algún modo, una suerte de sonajero para adultos que se zarandeaba y golpeaba con la otra mano durante las ceremonias rituales.
Al parecer, las tañedoras de sistro y menat eran el grupo más numeroso de sacerdotisas. No sin razón, ya que estaban bajo el patrocinio directo de la diosa Hathor, deidad de la belleza y del amor. Incluso las empuñaduras de los sistros representaban la efigie de la diosa con cabeza humana y orejas de vaca.
Por la preparación a la que Esoeris fue sometida en su momento por quien fuera uno de los directores del Museo de Historia Natural, el zoólogo ruso-alemán Carlos Berg, los expertos han precisado que se trata de una momia única en el mundo.
Berg, autor de cerca de 200 trabajos científicos, en muchos de los cuales estudió material del territorio uruguayo, liberó a Esoeris de los vendajes de la mitad izquierda de su cuerpo y de la totalidad de la cabeza y el cuello, mientras que a la mayoría de los restos momificados se los conserva tapados o, en su defecto, totalmente descubiertos. El corte de las vendas fue realizado con bastante precisión, sin provocarle daños al cuerpo, con el consiguiente beneficio pedagógico para exponer la pieza en un museo.
Estudios y reconstrucción
Durante los años 2001 y 2002, un equipo multidisciplinario de científicos realizó una serie de estudios a todo el conjunto funerario. Participaron representantes de la Intendencia de Montevideo, del Ministerio de Educación y Cultura, de las facultades de Ciencias y Química, de la Sociedad de Estudios de Historia Antigua y de otras instituciones y laboratorios especializados. También se recabó la opinión de los expertos extranjeros Francisco Martín y Teresa Bedman, del Instituto de Estudios del Antiguo Egipto de Madrid, y de Hannelore Kischkewitz, subdirectora del Museum und Papyrussammlung de Berlín y del propio Zahi Hawass, director de Antigüedades de Egipto y figura icónica de la arqueología mundial.
La momia llegó al museo municipal “en buen estado de conservación relativo”, recuerda Ferrari, pese a que antiguamente se exhibía sin vitrina y la gente incluso podía tocarla. “Cuando llegó se le hicieron estudios bacteriológicos y no se hallaron afectaciones importantes. Además, fue sometida a exámenes radiológicos y de radiocarbono a algunas partes de las vendas y trozos del sarcófago que estaban desprendidos. “Eso nos permitió determinar que el ataúd es contemporáneo a la momia (sobre lo que había dudas), al igual que la mascarilla”, sostiene el funcionario.
Del estudio de los jeroglíficos surgen indicios que permiten pensar que el sarcófago habría sido una donación de un sacerdote llamado Nesy-Pa-Mai, cuyo ataúd se encuentra en el museo de Berlín.
¿Tuvieron Esoeris y Nesy-Pa-Mai un vínculo biológico? Probablemente esta pregunta nunca obtenga respuesta, pues el féretro de Berlín tenía otro cuerpo en su interior, por lo que se descartó toda posible prueba de ADN.
También se hizo en 2003 una reconstrucción del rostro de Esoeris, que se encuentra exhibida a la entrada de la “cripta” en la que está la momia.
“La cripta la preparé como siete años antes del traslado. Cuando se inauguró la reforma del museo en 1993, de alguna manera ya la había previsto. Incluso había quienes decían de poner una reproducción mientras no estuviera, pero yo les decía que no, que ahí iba a ir la momia. Tuvimos que esperar a que se vaciara el museo del Teatro Solís. Y la recibimos con mucho gusto. Lo que se hizo en su momento fue dotarla de deshumidificación con la propia vitrina. Y de ponerle aire acondicionado a los pocos meses”, recuerda Ferrari.
El trabajo de reconstrucción del rostro fue realizado por un equipo en base a una iniciativa presentada por un particular, Dardo Quintana. En lo que se dio a llamar “proyecto Sothis”, se realizaron registros gráficos del cráneo para moldear en cerámica el posible busto, bajo la supervisión de expertos en Fisiología Muscular Humana y Antropología.
“El escultor que trabajó con Quintana fue Daniel Capretti, un funcionario municipal del área de Guardavidas. Fue necesario traer un protocolo forense de Londres, similar al que utiliza la Policía. En aquel momento no había acá programas digitales para hacerlo, se hizo manualmente, tomando los puntos del cráneo, agregándole lo que faltaba tomando en cuenta que era una mujer de determinada edad”, explica el conservador del museo.
Traslado en parihuela desde el Solís, con "llorona" incluida
El sábado 3 de abril, Egipto sorprendió al mundo con una producción y transmisión internacional. Fue una procesión histórica por las calles de El Cairo, en la que se trasladaron los antiguos gobernantes desde el viejo Museo Egipcio de la plaza Tahrir a su nueva morada: el imponente Museo Nacional de la Civilización Egipcia, ubicado cerca de las pirámides de Guiza, cuya inauguración se ha visto postergada entre otros motivos por la pandemia.
A bordo de furgones con control de temperatura y en cápsulas de nitrógeno, decorados con alas de Isis y motivos faraónicos, 18 reyes y 4 reinas fueron protagonistas de un periplo de una hora de duración por las principales avenidas que jalonan el Nilo. El espectáculo contó con la participación de varios artistas que le pusieron el telón musical y el color a esta histórica transmisión.
Esoeris no tuvo en vida la relevancia de esas personas, las más importantes del mundo en su época (como el caso de Ramsés II), pero también fue parte de una procesión hace 21 años por el Centro de Montevideo. La sacerdotisa fue trasladada a pie y en parihuela (una especie de camilla) desde el museo que fue desmantelado en el Teatro Solís, el 19 de agosto del año 2000.
“Se hizo un sábado, aprovechando que la Intendencia solía peatonalizar 18 de Julio ese día de la semana. Muy por el contrario, cuando se trasladó desde el Palacio Taranco al Museo de Historia Natural, se llevó en un camión con varios colchones de polifom protegiéndola. La parihuela fue escoltada por las motos de la Intendencia y sujetada por ocho personas, algunas de las cuales eran parte del público e iban alternando durante el recorrido”, recuerda el conservador del museo municipal, Gustavo Ferrari.
Entre esas personas, además de Ferrari, estuvieron los arquitectos Carlos Pascual y Álvaro Farina, responsables de la primera parte del proyecto de remodelación del Teatro Solís. También el arquitecto Enrique Faget, quien supervisó la reforma del museo de la Intendencia y un funcionario de esa dependencia municipal, Julio Madruga. Como nota bastante curiosa, detrás del féretro iba una “llorona”, papel interpretado por una mujer que entonces trabajaba junto a Orlando Petinatti en un programa de televisión.
La delgadez de todas las momias
En el Antiguo Egipto eran especialmente hábiles para embalsamar cadáveres. Primero les extraían los órganos internos para evitar su descomposición. Les sacaban el hígado, los pulmones y los intestinos por una incisión en el costado izquierdo. Y el cerebro con un gancho que se introducía por la nariz. Secaban el cuerpo vacío cubriéndolo con una sal natural llamada natrón y después lo untaban con bálsamo, un aceite de olor dulce y algunos ungüentos y resinas.
Algunos estudios demostraron que los cuerpos enjutos, como los vemos actualmente -es el caso de Esoeris- tienen la misma apariencia desde el momento de la momificación, luego de haber sido tapados con natrón durante 70 días. No se debe, como muchos podrían pensar, a un proceso de deshidratación ocurrido durante el transcurso de los siglos.
Aunque se puede estudiar, en Uruguay hay un solo egiptólogo
Existe una Sociedad Uruguaya de Egiptología que cuenta con un museo propio, en el que se exhiben reproducciones y algunas piezas originales del antiguo Egipto. El presidente y director de ambas instituciones es Juan José Castillos, quien asegura a Revista Domingo que es el único egiptólogo que existe en el país.
Según el docente e investigador, la carrera que imparte la Sociedad de Egiptología tiene una duración de 4 años y está integrada por veinte cursos. La duración y exigencia ha llevado, asegura Castillos, a que no exista ningún egresado, aunque muchos la han cursado e incluso algunas personas llegaron hasta tercer año. La Sociedad Uruguaya de Egiptología se fundó en 1984 y su museo, en el que no se cobra entrada pese a ser privado, se encuentra en la calle 4 de Julio 3063. En estos momentos está cerrado por la pandemia.
“Yo quiero formar egiptólogos a un nivel alto, internacional, que puedan alternar con alemanes o ingleses por ejemplo”, señala Castillos, quien ha participado como experto en varios encuentros sobre el tema realizados en diferentes países.
Publicación sobre Esoeris y polémica científica de dos orillas
El año pasado se publicó en una revista científica argentina un artículo sobre los textos que contiene el ataúd de Esoeris, firmado por Víctor Capuchio, miembro del Museo de Historia del Arte de la Intendencia, y Diego M. Santos, integrante del Departamento de Humanidades y Arte de la Universidad Pedagógica Nacional de Argentina.
En este trabajo, los autores presentan una nueva lectura de los jeroglíficos del sarcófago. “La intención principal del artículo es ofrecer una transcripción del nombre de la madre de Esoeris, corrigiendo los datos prosopográficos que brinda el ataúd”, señalan Capuchio y Santos.
Juan José Castillos, profesor titular del Instituto Uruguayo de Egiptología y miembro de la Asociación Internacional de Egiptólogos, realizó varios cuestionamientos sobre este trabajo.
“En mi larga trayectoria como egiptólogo jamás me enteré de una situación similar, pues en ciertas partes del mundo ningún autor que intenta publicar un artículo en una revista supuestamente arbitrada logra hacerlo a menos que tenga un sólido y bien documentado perfil académico”, destacó Castillos.