De mochileros por los caminos del continente

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Daniel Noya y Lucía Ruétalo

VIAJES

La experiencia de dos mochileros uruguayos, Daniel Noya y Lucía Ruétalo, llega a su fin luego de atravesar buena parte del continente sudamericano, desde la selva hasta Tierra del Fuego.

La experiencia de Daniel Noya y Lucía Ruétalo es la que muchos han soñado. Viajar de mochileros por todo el continente, sin embargo, solo unos pocos se han lanzado a la aventura. Daniel y Lucía lo hicieron en 2018 en una travesía que comenzó por Cartagena de Indias en Colombia y llegó al final en Ushuaia. Los apuntes de los viajeros constituyen una verdadera bitácora, pero dada su extensión pudimos resumirlo para estas páginas y presentar una primera parte en nuestra edición anterior.

Se retoma el relato del viaje desde el punto donde quedó en la edición pasada. Del exuberante ambiente tropical en la selva colombiana a los paisajes gélidos del sur del continente.

El relato de Daniel y Lucía:

Cruzamos otra frontera y llegamos a Chile. San Pedro de Atacama se localiza en el norte de Chile, muy cerca de la frontera con Bolivia y Argentina. Se encuentra a 1.700 kilómetros de Santiago. San Pedro de Atacama es la puerta de entrada o la base para conocer uno de los desiertos más grandes y más áridos del mundo: el desierto de Atacama. Culturas ancestrales y viajeros de todo el mundo se mezclan y se cruzan en este antiguo pueblo con calles de tierra y casas de adobe. El espectáculo diario es recorrer el pueblo y sus rincones, junto con los diferentes lugares naturales que se encuentran en la cercanía del pueblo. Pero una vez caída la noche, es hermoso poder disfrutar las estrellas que tintinean sobre el desierto, cuenta en primera persona Daniel Noya.

Seguimos bajando por nuestra América, recorremos ciudades norteñas, pueblos, lugares abandonados en el desierto, minas. Todo esto enmarcado entre el Océano Pacífico y el Desierto de Atacama. Llegamos así a Santiago de Chile. Llegar a una ciudad capital es algo que nos predispone a soportar el caos, urbano, el ruido excesivo, los edificios y la contaminación.

La recorrida por la capital chilena permitió a la pareja de viajeros hacer una breve inmersión en la historia reciente del país trasandino. Pero incluso en medio de esta experiencia netamente urbana Daniel y Lucía no renunciaron a su vida mochilera y aprovecharon una excursión al llamado “Cajón del Maipo”, una zona cordillerana a pocos minutos de Santiago.

Bajo nieve

Cruzamos otra frontera y la cordillera. Mendoza nos recibió de forma muy agradable. Un punto que teníamos marcado para visitar desde el comienzo del viaje era el Aconcagua, la montaña más alta en América. Uno, en los relatos viajeros siempre cuenta sus triunfos y las apariciones mágicas que hacen que uno conozca lugares increíbles. Pero también pasan de las otras. Llegamos al Parque Aconcagua y la lluvia y la nieve hicieron que no nos dejaran pasar. Después del Parque Aconcagua fallido, nos quedaba el día, la ruta por delante y la vuelta, a tres horas de Mendoza y sin ómnibus hasta la tarde. Hacía mucho frío y empezaba a nevar.

Nos pusimos a caminar por la ruta, porque a unos tres kilómetros está el Puente del Inca, a 15 kilómetros de la frontera con Chile. Es un puente natural formado hace millones de años, por un proceso súper interesante que no podríamos transmitir con claridad sin recurrir a Wikipedia, y sumado a las aguas termales que fluyen apenas unos metros abajo, se vuelve un lugar con historia. Antes de la llegada de los españoles a la región, parece que el Inca venía desde Cusco hasta ahí por el efecto medicinal del agua y la leyenda cuenta que el puente se formó por sus acompañantes que unieron los lados del río con sus brazos para que el Inca pasara con su hijo enfermo. Al cruzar y darse vuelta para agradecerles, ellos estaban petrificados por efecto de las sales y el hierro. Para acompañar la leyenda, los recuerdos que se venden allí son objetos cubiertos de metales y sales; zapatos, tazas, estatuillas y llaves bajo capas gruesas amarillas y ocres como las del mismo puente, efecto de pasar 40 días sumergidos en esa parte del río.

Seguimos caminando, haciendo dedo, pero sin resultado. Por eso llegamos hasta un cementerio de andinistas, con tumbas de apellidos alemanes, franceses, y botas de montaña apoyadas a los lados.

Otra pareja de viajeros, Patricio y Fátima, que venían en coche desde México facilitaron buena parte del siguiente trayecto a Daniel y Lucía. Viajaron hasta Mendoza y sus colegas les recomendaron varios puntos para su siguiente itinerario.

Nuestra columna vertebral en Argentina es la famosa Ruta 40. Seguimos viajando al sur y pasamos por Bariloche, El Bolsón, Esquel y El Chaltén, apunta Daniel.

Chaltén significa “Montaña que humea” y resulta que ese humo cuando llegamos estaba tapando todo. Lo que tiene la montaña es que hay que ir a buscarla. Ella, firme, te espera. “Vení cuando quieras” parece decir, como si no pesaran kilos mis piernas en su lomo, como si la nieve blanca no me helara las manos y la caminata no pareciera interminable hacia su techo de horas y horas. En el pueblo el Chaltén, si las nubes dejan, asoma la cabeza del Fitz Roy como saludando y vas a comprar el pan con los ojos que no quieren dejar de verlo. Sin embargo, para visitarlo fueron días de espera hasta que con paciencia logran visitar.

Fitz Roys
Fitz Roys

Gran hito del viaje fue el esperado Glaciar Perito Moreno. ¿Cómo explicar la sensación? Realmente es algo diferente a lo conocido. La cabeza se expande al captar nuevas formas, es hielo que crece, se expande, muere; es hielo con vida propia. Pudimos caminar por arriba del glaciar, verlo desde diferentes ángulos, imaginar la inmensidad que lo contiene. El glaciar se vuelca al río y tiene movimiento constante, aunque está congelado. Y nos hace percibir que hay más misterios en lo que conocemos; los mundos son infinitos, cuentan los viajeros.

Estamos llegando al final del viaje. Y también al fin de nuestro continente. Ya no quedan lugares para seguir viajando. Nuestra América termina en forma de embudo y nos va dejando aquí sin poder ir a otro lado. Y esto nos gusta. El viaje fue muy libre en todo sentido y aquí nuestro continente nos va llevando amablemente hasta su fin. Así llegamos a Punta Arenas. La última ciudad chilena en el continente. Llegamos al fin del Chile continental y nos detuvo el famoso Estrecho de Magallanes. Emociona estar en este lugar por donde el navegante Hernando de Magallanes pasó buscando el estrecho, el camino por donde llegar al Océano Pacífico. Es un lugar que tanto vimos en la escuela y en el liceo, y ahora uno puede verlo, tocarlo, olerlo y sentirlo. Esta es la importancia del viajar; uno ve, aprende y aprehende todo lo que se presenta a nuestro alrededor. Viajar es una gran escuela con posgrado y doctorado.

Volvieron a cruzar otra frontera para entrar de lleno en la Tierra del Fuego argentina, luego de atravesar el Estrecho de Magallanes. La travesía estaba llegando a su fin, se quedaron en Ushuaia una semana y media.

Hace ya casi dos años pegábamos la vuelta, como si eso fuera posible, volver, después de cargar cien, mil cielos que antes solo eran fotos o ideas, mapas dibujados una y otra vez a lápiz de color en un cuaderno, en una manta, en un murito, o una foto en la ventana de un cielo del otro lado, cuenta Daniel en sus notas de viaje.

En este año tan peculiar Daniel y Lucía repasaron las fotos de su periplo por el continente y de pronto sintieron las ganas de compartirlo. Las ganas de volver a la ruta, cargar la mochila y los mapas siguen tan intactas como al principio.

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