El Personaje
Ejerció el periodismo por más de cuatro décadas y también fue una sostenida activista por el feminismo; ahora dirige el Instituto de las Mujeres y se siente a gusto en ese rol.
En broma dice que es un poco como Forrest Gump. Y lo que hay de cierto en ello es que estuvo en momentos históricos, junto a figuras históricas, observando desde el ring side del periodismo. Comenzó muy joven en la profesión y ahora que “saltó el mostrador” y pasó de lleno a la vida política siente que sigue viendo el mundo como una periodista.
Mónica Bottero (56) dirige el Instituto Nacional de las Mujeres (Inmujeres) del Ministerio de Desarrollo Social. Para una feminista de raigambre histórica ese parece un lugar lógico. Y lo es.
“Hacer gestión pública me resulta fascinante, todo lo miro fascinada porque era un mundo totalmente desconocido y me doy cuenta de que lo miro con ojos de periodista”, confiesa.
Siempre soñó con dedicarse a las letras y halló en el periodismo un camino para ello. Pero cuando repasa su trayectoria parece increíble el periplo y también los logros profesionales que jalonaron ese largo camino. Lo cierto es que Mónica comenzó muy joven en esta profesión, lo cual terminó por construir una gruesa bitácora de viaje. Una travesía que, como suele ocurrir, empezó mucho antes de que fuera plenamente consciente de ello.
Tenía apenas siete años cuando su madre la inscribió en una escuela de declamación. Fue su primer contacto con las letras. “Estamos hablando de que estaba en segundo de escuela, hice toda la escuela y el liceo yendo a declamación, y a la vez los fines de semana iba a Belvedere o a las canchas que hubiera que ir”, cuenta Mónica. Porque el fútbol era una constante en la casa familiar. Era la pasión de su padre que lo había jugado de joven, antes de recibirse de médico, pero también era la tradición de su madre cuyo padre había sido golero de Nacional.
En la década de 1970 el club Liverpool se lanzó a una gesta insólita que movilizó a miles de personas en la recordada Operación Coraje. El objetivo era la construcción de la histórica sede sobre la avenida Agraciada. Y los Bottero fueron parte activa de esa gigantesca movida que guarda pocos antecedentes en la historia del fútbol local.
Ir a la cancha de Belvedere a ver el cuadro “era una fiesta” en la que participaba toda la familia: Mónica, su hermano menor, sus padres y todos los amigos. Acompañaba a sus padres a todos los partidos. “Por eso tengo un buen conocimiento de Montevideo a través de haber ido a todas las canchas habidas y por haber”, asegura.
La pasión por el fútbol y por las letras parecía un extraño cóctel que pronto le haría nacer la vocación.
“Un día, no me preguntes por qué, dije: yo quiero ser como este tipo, quiero hacer eso, y este tipo era Víctor Hugo Morales”, recuerda. Pero no le interesaba relatar partidos, sino escribir alguno de aquellos comentarios que tanto le gustaba leer. Y así, mientras comenzaba el liceo, comenzó a buscar las columnas de los grandes, de plumas como las de Gabriel García Márquez, para darse cuenta de que eso era exactamente lo que quería.
La amistad del padre con el directivo de Liverpool y periodista Chiche Larrea fue lo que hizo posible el primer paso. “Chiche Larrea me llevaba a la cabina de Sarandí, donde era comentarista”, recuerda. Por entonces Mónica era una adolescente, y aunque la presencia de una chica en las cabinas del estadio no era, ni mucho menos, lo habitual, se hizo una asidua concurrente.
“Tenía 16 años, era un ambiente masculino, pero yo no me sentía para nada incómoda aunque eran todos tipos mucho más grandes que yo”, dice.
De algún modo aquello comenzó a foguearla en el oficio. Cuando unos años después y gracias a una amiga de su madre pudo convencer al doctor Julio María Sanguinetti de que la dejara probar suerte en el diario El Día ya tenía camino hecho.
En 1981 se celebraba el Mundialito en Montevideo. La mítica revista El Gráfico había lanzado un concurso sobre la mascota de la Copa, Clemente. Y el concurso lo ganó una jovencísima estudiante uruguaya: Mónica Bottero.
Con esas credenciales finalmente consiguió un lugar en la sección Deportes de El Día, una redacción casi enteramente masculina. “No me daban ninguna pelota, era notera, no me daban nada, me mandaban al Club de Golf del Cerro”, recuerda con una sonrisa.
Las cosas no cambiaron durante un buen tiempo, hasta que otro periodista le tiró un salvavidas. “Un día Raúl Ronzoni, que estaba en información nacional, me vio medio perdida y me dijo: ‘¿Querés hacer un informe conmigo sobre la condición laboral del jugador de fútbol que estoy preparando?’”, cuenta. Y aceptó. Poco después estaba trabajando con las noticias políticas y cubriendo la apertura democrática plagada de hitos históricos.
La liberación de los presos políticos, el retorno de los exiliados, las manifestaciones de apoyo a la democracia, el retorno de figuras como Alfredo Zitarrosa o el líder comunista Rodney Arismendi, o el del mismo Wilson Ferreira Aldunate fueron algunos de esos momentos imborrables.
Mónica cree que el punto de inflexión ocurrió en uno de sus tantos viajes a la Nicaragua revolucionaria. Los sandinistas estaban en su apogeo y uno de sus líderes históricos invitó a un grupo de jóvenes periodistas, entre las que estaba ella, a su retiro en la montaña. Tomás Borges era por entonces el ministro del Interior del gobierno sandinista y, con desparpajo, luego de almorzar, las invitó a presenciar por televisión una ceremonia en la que dos militares declarados traidores eran degradados en público. En medio del escenario los militares detenidos fueron despojados primero de sus condecoraciones y luego de sus ropas hasta dejarlos en prendas íntimas. Borges reía a carcajadas mientras fumaba un habano y contemplaba la humillante escena. “Creo que ahí fue el día que yo hice el clic, dije ¿y esto qué es?”, recuerda. De todos modos le llevaría algún tiempo aún procesar aquellas imágenes y otras que había visto durante sus sucesivas estancias en La Habana.
No obstante, esas experiencias le servirían luego para componer uno de sus mejores libros, Diosas y brujas, donde realizó el perfil de varias mujeres destacadas de América Latina como Violeta Chamorro, Isabel Allende, Gloria Estefan, Norma Aleandro o Lucía Topolansky.
“Para mí fue como una carrera universitaria, porque me llevó cinco años y porque aprendí de todo, tuve que investigar, estudiar, sistematizar, un montón de cosas”, asegura.
“Nunca juzgué a los entrevistados, muy raramente lo hice. A mí lo que me parece fascinante es la historia de las personas, que la juzguen otros, me parece fascinante que expliquen esa historia y el que quiera comprender que comprenda. Eso creo que es el periodismo. A mí me cuesta mucho, incluso ahora en mi rol de política, el juzgar porque uno lo que trata es de comprender cuál es la situación, el problema y no juzgar”, apunta.
Luego vinieron otros libros y también otras experiencias en periodismo. Durante 17 años dirigió la revista Galería de Búsqueda. En ese período su vida dio un giro definitivo. “Lo otro maravilloso que me ocurrió fue enamorarme. Ya tenía 36 años cuando lo conocí a Alberto (Magnone). Fue un encuentro muy lindo con una persona que había pasado muchas cosas en su vida”, dice.
Desde hace cuatro meses dirige Inmujeres. No extraña el periodismo, pero sigue viendo la vida con esos ojos. Solo que ahora también tiene que buscar soluciones.
De la tele a la política
Luego de abandonar la dirección de la revista Galería, dirigió por un tiempo la edición uruguaya de la revista Noticias. Poco después integró el panel del programa Todas Las Voces en Canal 4. “Fue una experiencia divina, ahí creo que pude volcar muchas cosas que había pasado. Cuando discutía con (Oscar) Andrade le tiraba con todo el código de lo que era el sistema cubano y él sabía que no lo podía retrucar porque yo había estado ahí”, cuenta. Su ciclo en los medios se cerró definitivamente cuando el líder del Partido Independiente, Pablo Mieres, la llamó para que hiciese la campaña para las elecciones. Casi sin trance pasó a postularse para una banca a Diputados y cuando se produjo el quiebre en la alianza con Esteban Valenti y Selva Andreoli pasó a formar parte de la fórmula con Mieres. “No sentí un gran cambio, con los compañeros del Partido Independiente siento que soy amiga desde hace años y con los demás tengo un trato de toda la vida”, asegura. Ahora desde su función pública mira al periodismo y a los medios desde otro ángulo. “Los medios están atravesando por una crisis tremenda y eso requiere una capacidad de reinvención importante”, observa con pesar.
Sus cosas
Cuchilla Alta. “Después de tantas vueltas uno encuentra la felicidad en las cosas simples”, dice Mónica Bottero. Y esa felicidad no es otra cosa que los veranos en la casa de Cuchilla Alta con la familia de su hermano menor y la suya. “El asado en familia es de esas cosas”, dice. Un encuentro que espera repetir este año.
?Lectora voraz. Hace un tiempo descubrió al cubano Leonardo Padura y sus magistrales novelas policiales ambientadas en La Habana y lo lee fascinada. En este momento está leyendo el último libro de Fernando Butazzoni, una novela histórica sobre la ejecución del criminal nazi prófugo Herbert Cukurs.
?Negriazul. Su pasión por el fútbol no ha disminuido ni un grado, en particular por el club de sus amores: Liverpool. Sin embargo, ni su esposo ni sus hijos comparten este fanatismo, por lo que ha dejado de ir a las canchas. No obstante espera con ansiedad la vuelta del campeonato para prenderle una velita a la Cuchilla.