PERSONAJE
Además de empresaria, es presidenta de la Fundación Gonzalo Rodríguez, que fundó cuando murió su hermano. Con Domingo conversó sobre su vida, el trabajo y los autos.
"Estás soñando algo divino. De repente te despertás y decís ‘ay, no, hay que arrancar’. Esto fue así”. María Fernanda Rodríguez —de ahora en más Nani— dormía en un asiento de avión y soñaba “algo divino”. Era su hermano, Gonchi, Gonzalo, el piloto, que se acercaba a ella y le decía que todo era una pesadilla. Que no, que no se murió. Que, “‘tranquila, que está todo bien’, me decía”. Pero la despertó otra mano. Era un asistente de vuelo que la vio llorar o hablar dormida o moverse incesantemente y se preocupó. “¿Está bien?”, le preguntó. Y no, no estaba bien. “Me di cuenta de que la pesadilla era real, que Gonzalo ya no estaba. Ahí, en 1999, fue un cambio radical en mi vida, porque ese viaje que había emprendido, de fascinación, de ensoñación, de asombro, se apagó. Como cuando te despertás de un sueño”.
Pasaron 21 años y Nani Rodríguez todavía lo recuerda claro.
Encontrarse con ella para hablar de su vida es, necesariamente, hacerla volver una y otra vez a las memorias de sus 20 años, al viaje a Madrid que lo trastocó todo y al de regreso a Uruguay cuando se murió Gonchi. Fue en Pluna y hasta el día de hoy no sabe quién lo pagó. Solo sabe que cuando se enteró de la muerte de su hermano no tenía “ni un peso”, pero alguien la puso arriba del avión y volvió a su casa después de dos años lejos.
La historia que viene después es la del poder que tomó del duelo. El dolor a veces frena y a veces da impulso. Y en ella se convirtió en esa cama elástica en la que ha rebotado cuantas veces ha necesitado para lograr cosas en nombre de su hermano, en la Fundación Gonzalo Rodríguez. Solo así, dice cada vez que le preguntan, él seguirá vivo y de sonrisa amplia como lo describen todos. Solo así, ella seguirá viva, o tan viva como ahora, fuerte, decidida, optimista, impulsiva, ansiosa porque las cosas salgan.
“Gonchi me ha dejado todo cosas positivas. Aprendizajes, desafíos, gente espectacular, mucha gente nueva, me dio la oportunidad de desarrollarme. Ahora lo tengo en una idea, entonces lo consulto cuando quiero. Y sí, tengo todos los días diálogos internos con él, pienso cómo lo haría, qué diría, cómo se sentiría si yo hago esto o aquello. Cuando tengo decisiones para tomar, trato de ponerme en sus zapatos. Mi apoyo en la imagen de Gonzalo tiene que ver con no bajar los brazos, el volverlo a intentar, ser perseverante, hacer con respeto. No perder el buen humor. Cuando noto que estoy con la cara larga, me obligo a sonreír”.
Madrid y el después
Irse a Madrid fue casi un impulso o una llamada del destino. Una llamada de Gonchi.
“Venite, vendé el auto, pagá las deudas y venite”, le dijo él. “La decisión de irme la tomé rapidísimo. Si vendía el auto a US$ 8.000 era un sí. Vendió el auto por US$ 8.500, se despidió de su padre, de su madre, tomó un avión a Madrid. Llegó a una pensión con una señora mayor “divina”, pero por fuera de eso empezó a darse de cara con la realidad.
“Allá me di cuenta: dónde estoy, qué hice. Tenía 22 años y había pensado que sería todo mucho más fácil. ‘Me voy a la embajada para que me ayuden a tener permiso para trabajar’, pensé”. En la embajada se rieron de su ilusión. Tenía que ir al Ministerio de Relaciones Exteriores.
La fila era inmensamente larga. Tanto como para ocupar cuatro cuadras de personas, inmigrantes que buscaban lo mismo: un permiso para poder residir y trabajar en Madrid. “Yo solo quería estar con mi hermano. La que estaba adelante mío me pregunta ‘hace cuánto que llegaste a España’, le respondo que dos días y todos se dan vuelta y se empiezan a reír. El trámite llevaba dos o tres años fácil”.
Le quedaba una cuadra de fila y la oficina estaba por cerrar. No se iba a ir sin nada: “Me dije ‘esto así no funciona. Acá tiene que haber un Rodríguez, un Pérez, un García, seguro. Me fui a la puerta y dije ‘vengo de parte de Pérez del cuarto piso’. Me dijo: ‘Ah sí, pase’. Me mandé adentro y no sabía ni a dónde ir, iba preguntando”. A los seis meses logró la residencia.
España fue el sueño y la angustia a la vez. Estaban los trabajos a los que no les encontraba más sentido que tener plata para estar con su hermano. Barwoman, una agencia de marketing donde duró poco. “Me dijeron: mi hermano o el trabajo, la respuesta era clara”; y así. Había días que lo único que tenía para comer era un yogur con cereales. Pero, por el otro lado, con esos trabajos ahorraba algo para irse los fines de semana y reacercarse a Gonchi, compartir con él, ser su sombra en las carreras y entender cuánto y por qué lo querían. “Me hice su fan”, aclara siempre.
“Allá extrañaba mucho Uruguay. Extrañaba, a pesar de que nos dicen que somos una sociedad gris, ese humor característico nuestro, del doble sentido, usar el lunfardo, que damos vuelta las palabras o buscamos sinónimos muy graciosos a muchas cosas. Eso me gusta mucho y me acuerdo que en España hacía chistes que no entendían. Pero ellos también tienen cosas muy buenas. Y a cada lugar que voy siempre trato de apropiarme, sentirme una ciudadana más. Eso sí, me venían momentos de soledad, porque estaba sola; con mi hermano nos veíamos en las carreras”, relata.
Y entonces pasó el accidente de Gonchi en una CART en Estados Unidos. Nani se fue de Madrid. Uruguay de nuevo, el cortejo fúnebre con el que entendió el amor y el legado que dejaba Gonchi y trató que a su memoria no se la carcomiera la angustia.
A su vez, Nani comenzó a construir su propia vida como la mujer detrás de la Fundación Gonchi Rodríguez (ver recuadro), la que en nombre de la ONG participa del Grupo de colaboración de las Naciones Unidas para la Seguridad Vial y otras tantas instituciones a nivel internacional. Organizó por ocho años una cena benéfica en Monza, con la Fórmula 1, en uno de los clubes más prestigiosos. Llevaba música y vinos de Uruguay. La bandera que antes levantaba Gonchi en el podio, la pasó a izar ella en cada lugar que pisó.
Un centro cultural
El concepto de la Fundación Gonzalo Rodríguez surgió a una semana de la muerte de su hermano. Fue una conversación que tuvo Nani Rodríguez con un comentarista de las carreras de CART de Estados Unidos. “Él me dijo que Gonzalo le había hablado mucho de mí, que estaba preocupado porque, si él se iba a vivir a Estados Unidos, qué iba a ser de mí, su hermana, que yo no tenía la Green Card. Y él le dijo a Gonzalo: ‘Vas a firmar con Roger Penske, olvidate. Todos tus problemas y los de tu hermana se terminan’”. Y entonces le hizo entender que en memoria de Gonchi mucha gente la iba a querer ayudar. Él empezó y se ofreció presentarle toda la comunidad del automovilismo de Estados Unidos. “Me ofreció un apartamento que no usaba y prestarme autos, porque tenía siempre para testear para su programa de automovilismo”.
Después de muchos proyectos, el desafío actual es un Centro Cultural que se construirá en el Tajamar de Carrasco. Ya se hizo un concurso de distintos estudios de arquitectos y un jurado especializado eligió un ganador. Ahora resta recaudar los fondos para la construcción de la parte nueva. Mientras, la fundación comenzará a funcionar en el edificio antiguo.
Nani vivió en Estados Unidos, donde su vínculo con las pistas y los autos se mantuvo con fuerza, tiene una empresa de pisos en Argentina. Volvió a Montevideo, se casó, fue madre, se divorció, y por la pandemia es la primera vez en 25 años que pasa nueve meses seguidos en casa más allá de los embarazos.
En el medio, logró cambios en Uruguay y en el resto de América Latina. Desde el deporte en las escuelas para mejorar la calidad de vida de los niños y las niñas hasta el tema de la conducta y prevención en el tránsito. Que en la barbacoa de su casa haya una sillita de autos, tiene todo el sentido. Que en la cocina haya una pintura de Nani y Gonchi juntos firmada por Montesano también tiene sentido.
Que Nani haga hincapié en la relación de hermanos de sus dos hijos, Máximo y Rafaela, encierra un símbolo de lo que ha sido su vida.
—Lo que lograste con la fundación también tiene que ver con vos. Hay mucho de Gonchi, ¿pero qué hay tuyo?
—Hay una similitud entre los dos, que tiene que ver con la sinceridad de nuestros sentimientos y de exponerlos. A veces las personas son mas cerradas, más cuidadosas de su privacidad. Tanto Gonchi como yo compartimos todo lo que nos pasa en el día, cuando estamos enojados, cuando estamos tristes, cuando metimos la pata. Creo que hablar con franqueza y desde el corazón, hace que la gente te escuche desde un lugar distinto, con atención porque es genuino. También reconozco mis limitaciones públicamente, tampoco estoy tratando de dar una imagen. Respeto mucho a los que forman parte de todo el camino que he recorrido. Y creo que una de mis fortalezas es el comunicarme con la gente. Entonces eso hace que yo pueda articular porque me encanta conectar gente. Siempre tengo esa sensación de querer ayudar al otro. Cuando veo que hay un problema y sé que hay alguien que lo puede solucionar, lo conecto. Estoy todo el tiempo conectando y me parece que es una razón de ser.
Sus cosas
Los autos
“Yo de chiquita recuerdo que mi padre nos levantaba para mirar la largada de la Fórmula 1. Nos metíamos todos en la cama de mi madre y mi padre solo para ver la largada. El automovilismo es parte de mi vida. Disfruto mucho los autos y todo lo que tenga ruedas y motor”, comenta Nani Rodríguez.
Su amiga Kate
Nani Rodríguez es de la creencia de que hay amigos para cada etapa de la vida, pero en 1999 conoció a Kate, entonces novia del comentarista que le dio la idea de la fundación y dice: “Hoy es la madrina de mi hijo, yo soy madrina de su hija y en esta etapa de divorcio, con sus desafíos, ella me está ayudando muchísimo”.
Música electrónica
Dice Nani que sin la música se le va la vida. Le gusta mucho la electrónica suave y los hits actuales en sus distintas versiones. “Es más, me tuve que operar de un oído, no salió bien la operación, entonces me tenía que operar de vuelta, pero dije ni loca. Dejame así, me muero si llego a perder la audición. Me quedo así”.