Nano Folle: "El principal error del periodista es creer que lo sabe todo"

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Nano Folle

EL PERSONAJE

El comunicador habla de sus trabajos en prensa escrita, radio y televisión. Y de hechos que lo marcaron para siempre, como una operación que lo puso al borde de la muerte

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Hace unos 15 años, cuando yo trabajaba en El Espectador, era frecuente que Aureliano “Nano” Folle se diera una vuelta por el Servicio Informativo para saludar, hacer algunas bromas e irse dejando a todos con una sonrisa luego de un momento de distensión. Uno de esos días, abrió la puerta de la pequeña oficina, ubicada junto al estudio mayor del segundo piso, y se sorprendió al encontrarse con una jovencísima periodista que comenzaba a dar sus primeros pasos en la profesión. “¡Buen día!”, le dijo con su característica voz de locutor (que no es impostada), mientras estrechaba su mano. E inmediatamente disparó una de sus típicas ocurrencias: “Mi nombre es Nano Folle, soy el sexólogo de la radio”. Todos nos reímos pese a ser un chiste políticamente incorrecto. Y la chica también, aunque no pudo evitar sonrojarse.

El humor integrado al día a día y el positivismo son dos características de Nano Folle. Y un estado que le llevó décadas alcanzar, después de muchas batallas internas y externas. Pero cuando se tiene que poner serio, se pone serio. Otro de esos días en los que visitaba la radio, lo detuve antes de que saludara a nadie: “¿Te enteraste lo que pasó en Young?”, le pregunté. “No, ¿qué pasó?”, me contestó. Ese 17 de marzo de 2006 había ocurrido una tragedia con todas las letras en esa localidad de Río Negro, mientras se grababa un capítulo del programa Desafío al Corazón, que se emitía por Canal 10, donde Nano Folle trabaja hasta la actualidad. Mientras se hacía una prueba solidaria en busca de un premio benéfico para una institución necesitada, ocho personas murieron y varias resultaron mutiladas al ser atropelladas por una vieja locomotora de AFE, a la que debían mover jalándola con varias cuerdas. El rostro de Nano, cuando se enteró de la noticia, cambió radicalmente. Reflejaba preocupación, angustia. No tristeza, porque a esa hora nadie tenía los detalles exactos de lo que había ocurrido. Y se retiró rápidamente sin saludar.

Otro día que recuerdo haberme cruzado con él (con quien llegamos a compartir un breve tiempo juntos cuando yo tenía 18 años y trabajábamos en la redacción de El País) fue en el cumpleaños de un amigo en común, Ricardo Púa. En esa oportunidad charlamos más distendidamente. Eran épocas en las que tenía un programa en Sarandí llamado El quinto elemento, en el que hablaba de las mismas cosas que compartimos, de “situaciones de estar vivo”, simplemente. Y me di cuenta que él tenía otras cosas para decir. Que era mucho más que la cara visible de las noticias policiales o de una casa de créditos que hacía publicidad en televisión.

El periodismo

Fiel a su estilo, Nano comienza la entrevista diciendo que se llama Aureliano Andrés Folle Petit (es pariente del comisionado parlamentario para el sistema carcelario Juan Miguel Petit) y que la traducción de sus dos apellidos del francés significa “pequeña loca”. Durante casi una hora y media que estuvimos reunidos en una mesa sobre la ventana del bar Facal, de 18 de Julio y Yi, no pasaron 10 minutos sin que alguien lo saludara desde afuera. “¿Ves? Esto es lo que te da la televisión. Vos podés ser un conductor de radio que escucha todo el mundo y nadie te conoce en la calle”, comenta. A lo que yo le agrego: “O trabajar 30 años en los diarios, que te va a pasar lo mismo”. El tema deriva en un intercambio jocoso sobre los pros y los contras de ser “famoso” en un pueblo chico. Y sobre lo sobrevalorada que está la exposición mediática y el peligro de los egos insuflados en el periodismo.

“El principal error del periodista es pensar que lo sabe todo y creer que todo lo que le dicen es la pura verdad. La verdad es una quimera y el periodista se acerca un poco a ella. Las fuentes también nos utilizan para el manejo de la información. Esta es una profesión de servicio, hay gente que piensa que es para obtener poder, para comprarse ropa, para que te vaya bien con las chicas porque salís en la tele”, comenta. Y agrega con respecto a los editores de diarios y directores de informativos: “No deben cortar las alas, porque nunca sabés dónde hay un buen periodista, hay que dejarlo volar para ver a dónde llega. Lo que nunca debe hacer un editor es creer que solo él sabe lo que está bien, no escuchar de verdad (porque una cosa es oír y otra es escuchar). Ahí está el juego del poder, que es lo que más mata periodistas. El poder de editar, de decir ‘esta chacra es mía’”.

Víctimas y victimarios

Folle recuerda que cuando le ofrecieron hacer crónica policial en Subrayado dijo que no, pero que al salir del canal se encontró con el escritor Mario Delgado Aparaín, quien le aseguró que en ese género (“casi repugnante”, valora Folle), uno de los más viejos y a la vez más consumidos del periodismo, también hay “una poesía para encontrar”. Y que en él han descollado grandes plumas. Mucho después, intentará profundizar en estas aristas oscuras de la vida en programas como Víctimas y Victimarios o Historias de la Cárcel, siempre intentando ir por el camino del centro, sabiendo que nadie es santo o demonio y que la cárcel, en la que cualquier persona puede terminar, es consecuencia de la vida misma.

La crónica roja le permitió darse cuenta de “lo que hay atrás” en la noche, el mundo de las drogas, la prostitución, en la frontera a veces invisible entre delincuentes y policías. “Hay una circunstancia dolorosa también en esto: cuando sabés muchas cosas de muchos, pero no las podés probar. Y entonces, no las podés decir”, anota. Cuando se le consulta sobre sus maestros en el periodismo, inmediatamente se le vienen a la memoria los nombres de Mario Delgado, Álvaro Navia (El País), Julio Villegas y Barrett Puig.

Folle asegura que nunca ha sentido miedo en sus coberturas (habiendo estado incluso en medio un motín en la cárcel de mujeres) y que no le asustan las amenazas. “El que te quiere hacer daño no te avisa, te lo hace”, señala.

Pero un episodio de hace algunos años realmente le hizo valorar la vida de otra manera: cuando fue operado de un cáncer que lo podría haber llevado a la muerte.

Previamente fue a ver a una psiquiatra -de la cual terminó siendo íntimo amigo-, a un médico holístico y a un psicólogo español con el que abordó el tema de la muerte. “Era para irme, tenía una comadreja que pesaba dos kilos, era lo más grande que tenía adentro del cuerpo. Tuve suerte, tengo un buen organismo que lo encapsuló. Me lo sacaron entero y se llevó un riñón, nada más”, recuerda sobre este tema que, en su momento, prefirió no manejarlo públicamente. Desde entonces, todas las mañanas, envía a algunos de sus grupos de WhatsApp una foto que él saca del amanecer cuando sale de su casa.

Siempre activo

Nano Folle tiene una hija y un hijo de sangre (de 24 y 25 años) y otro de 30 años de una pareja de la que está separado. Actualmente trabaja en Canal 10 y en Radio Universal (970 AM), en el programa Punto de Encuentro. También está escribiendo un nuevo libro, después del éxito de La otra mirada (Planeta, 2014) en el que narra historias íntimas de la cárcel, y de una primera aventura literaria en la que publicó una serie de cuentos cortos.

La tecnología no es lo suyo: no le gustan las redes sociales y su libro anterior tuvo que rehacerlo en una semana después de borrarlo accidentalmente de la computadora. Y aunque se formó en una redacción de diario, viene trabajando para esta nueva publicación con la asistencia del experiente periodista Alejandro Ferreiro. “La hoja en blanco es algo que me atrae como el vértigo”, sostiene, aunque no tiene problemas en confesar que su corazón está en la radio, el medio que más le gusta y “el más honesto”. “La televisión es fascinante, pero te roba un montón de cosas. Y la radio es absolutamente libre, está en el éter, hace jugar la imaginación. Podés soltar el interior tranquilamente. Y a mí me gusta mucho contar historias”, señala.

Tratando de imitar su estilo, le hago una última pregunta en broma (lo he visto apoyarle el cabezal de su micrófono en la cara de un colega que hacía una pregunta al terminar una rueda de prensa): “¿Hasta qué edad se usa el pelo largo?” Nano Folle (64) me responde seriamente: “Fui un rebelde que llegó en 1974 a Uruguay desde Bolivia con el pelo por abajo de los hombros. Era un adolescente irreverente. Hoy soy otra persona, pero voy a ser un anciano de pelo largo, es mi última zona de rebeldía”.

Sus libros y los viajes por el mundo

Hasta ahora no ha incursionado en los medios digitales, pero Nano Folle tiene vasta experiencia en diarios, radio y televisión. Su mayor exposición pública la ha logrado trabajando para Canal 10, con programas como Víctimas y victimarios, Historias de la cárcel, Retrato hablado y Uruguayos en el mundo.

Su debut como escritor fue con el libro 25 Primeros Cuentos, cuya tapa ilustró Rodolfo Arotxarena (Arotxa). Fue también la primera experiencia editorial de la histórica librería Linardi & Risso de la Ciudad Vieja. Luego siguió La otra mirada, con historias de la cárcel, y actualmente se encuentra trabajando en una nueva publicación junto al periodista Alejandro Ferreiro.

Además del programa Uruguayos en el mundo, ha hecho otros viajes que lo marcaron a fuego, como cuando fue a Puerto Príncipe a cubrir el terremoto de Haití. “Todos los días me pregunto qué cara hay que poner frente a cada situación. Aquella vez me tuve que parar sobre las ruinas, arriba de 300.000 muertos, a poner la cara frente a la cámara”, recuerda.

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