El Personaje
Es psicólogo y docente pero se hizo célebre como divulgador de las historias del Montevideo Mágico, pese a ello no cree en lo sobrenatural y sí en la historia
Se dice “irremediablemente montevideano” y dedicó su vida a encontrar historias ocultas de la ciudad. Recorrió todo el país buscando cuentos de “aparecidos”, “luces malas”, brujas y casas encantadas convencido de que allí se guardaban otros secretos. Sin embargo, no cree en lo sobrenatural, ni siquiera profesa fe religiosa alguna. Su trabajo de arqueología de leyendas urbanas y rurales tiene más de científico social que de ocultista. Gracias a un popular programa televisivo su rostro llegó a hacerse conocido, aunque hoy abjura de esos contenidos que apelan a agitar los miedos y olvidan lo humano detrás de cada historia con encantamientos.
Néstor Ganduglia (61) es, sobre todo, un gran narrador de historias. Encontró sus tesoros en los fogones de la peonada, en los cuentos de pescadores, en remotos boliches de grapita y ginebra, en los cuentos que murmuran las abuelas o las vecinas más humildes de la cuadra. Y así fue que descubrió hace ya unos cuantos años el Montevideo Mágico, un tour plagado de historias sobre casas y lugares encantados que reúne a cientos y cientos de seguidores cada vez que lo organiza ya en la Ciudad Vieja, ya en el Prado. Otra forma de conocer la ciudad, una ciudad que vive escondida en la Montevideo de todos los días.
DESDE EL FOGÓN. Se crió en el barrio Jacinto Vera y lo recuerda como lo pintaban los versos del poeta Liber Falco: “Ranchos de lata por fuera y por dentro de madera”.
“Nací en una familia de clase media modesta, que incluso alcanzó a adquirir su propia casita”, recuerda.
Pero cuando tenía 9 años sus padres se separaron. Néstor estaba entrando en la adolescencia cuando su madre falleció; su hermano seis años mayor que él se fue a hacer su vida y él se encontró solo bastante temprano. “Me conseguí laburo. Era un chiquilín extremadamente pobre, lo cual me hundía en un sentimiento de inferioridad terrible, lo cual todavía no superé del todo. Descubrí que no podía ser ladrón porque era demasiado cobarde para eso, lo único que robaba eran libros”, cuenta con una sonrisa.
Y encontró en la lectura su salvación. Leía todo el tiempo, trabajaba como cadete en una farmacia y se las arreglaba para “desaparecer” con un libro entre manos entre mandado y mandado.
“Me entró una especie de fiebre de leer y me di cuenta de que eso me daba un lugar de respetabilidad entre mis amigos y mis compañeros de clase en el liceo. Jamás dejé el liceo. Sentí que eso era lo que me iba a hacer persona y eso así fue; entonces, leía obsesivamente, leía caminando por la calle, me escapaba cuando trabajaba en una farmacia de mandadero o me encerraba en el baño con un libro”.
Su padre había regresado a sus pagos y trabajaba en una chacra en las cercanías de Lascano, Rocha. Néstor iba a verlo al menos una vez al año y se quedaba por una semana o poco más. Y en esas visitas descubrió los fogones que hacían los peones después de la jornada de trabajo.
“Cuando se juntaban armaban un fueguito, el mate iba de mano en mano y se contaban unas historias que a mí me ponían lleno de asombro. Aprendí una cantidad de cosas enorme con aquellos peones que eran, en la inmensa mayoría, personas que nunca pudieron ni siquiera pisar una escuela”, recuerda.
Y junto a esos peones Néstor recuerda haber aprendido cuestiones “trascendentales” de la vida que “torcieron” el rumbo de sus días juveniles. “Aprendí sobre la naturaleza, aprendí sobre la muerte a través de sus historias”, asegura.
Su vida continuó, terminó Secundaria y empezó a estudiar psicología, la disciplina a la que se sentía más afín. “Eso para mí intervino muchísimo; para mí la experiencia de transitar la dictadura en una situación muy comprometida económicamente, socialmente, fue una cosa muy dura que me parece que logré compensar aprendiendo cosas y estudiando”, relata a Revista Domingo.
Pero aquellas historias mágicas habían echado profundas raíces y su fascinación por ellas no haría más que crecer con los años. “Los peones me enseñaron cosas que jamás hubiera aprendido en los libros y hasta el día de hoy reconozco que fueron capitales en el curso de mi vida”, afirma Ganduglia.
Y mientras avanzaba en sus estudios hasta obtener el título, la idea se fue formando en su cabeza. Saldría a buscar en la ciudad aquellas historias de fogón que, estaba convencido, también sobrevivirían en barrios céntricos o apartados.
Los estudios le permitieron desarrollar una suerte de marco teórico. “La punta del iceberg es que los relatos mágicos de la tradición oral de un pueblo son a las comunidades humanas lo que los sueños a las personas; son los sueños de las comunidades humanas, las escenas en las que depositamos miedos, necesidades no resueltas, conflictos, deseos no reconocidos, pero también anhelos. Por eso me parece tan importante comprender el subtexto, digamos, el contenido subyacente a estos relatos y preguntarnos por qué una comunidad lo guardó en su memoria, más allá de la generación que empezó a narrarlos”, explica.
Comenzó a recorrer la ciudad en busca de estos relatos, pero no conseguía más que vagas referencias. Pronto comprendió que tendría que desarrollar un método y que, tal vez, las nociones de ciencias sociales que había aprendido en las aulas no tendrían una aplicación práctica adecuada. Tenía que ganarse la confianza de sus interlocutores, lograr ese clima íntimo del fogón que tanto recordaba.
Así que optó por una metodología en apariencia sencilla y puso en práctica el arte de “conversar con el otro”. “Si yo no era capaz de generar una forma de investigar que preservara la horizontalidad imprescindible en cualquier historia, jamás iba a acceder como se accede en un fogón de campaña o en la rueda de un boliche”, razonó. Y lo primero que hizo fue una lista de boliches de la periferia, ranchos de pescadores, lugares donde sospechaba que podían guardarse aquellas historias. Había conseguido una mínima financiación de los fondos culturales de la Intendencia de Montevideo y así puso en marcha su proyecto. Repartía su tiempo entre la docencia en la Facultad de Ciencias de la Comunicación de Udelar y su investigación. Su objetivo era hallar en seis meses al menos una decena de historias. Pero logró reunir más de un centenar.
“Estamos hablando del año 2000, veinte años atrás. Empecé a ser invitado a medios de comunicación para que contara lo que estaba haciendo y empezó a gustar muchísimo el estilo mío de contar lo que estaba haciendo, contar algunas de las historias”, recuerda.
Y así, unos años después, le llegó la invitación del conductor Guillermo Lockhart para hacer un programa televisivo que recogiera esas historias. Así nació Voces Anónimas, un ciclo de más de seis temporadas que tuvo un éxito rotundo de audiencias. Sin embargo, su discrepancia con el tratamiento de esas historias lo llevó, finalmente, a abandonar el programa. Había aprendido algo más profundo en esos años.
“No es el contacto con lo sobrenatural, porque en mi imaginario no existe, no es tampoco digamos lo estrictamente explícito. Si algo aprendí a lo largo de todos estos años es que la verdadera historia siempre está detrás de lo que me cuentan”, sentencia.
Sus cosas
MIrar el mar. “Mirar el mar y esperar que el mar me reacomode por dentro. El mar tiene un espíritu, si uno deja los prejuicios científicos y escucha con el corazón empieza a entender las cosas de la naturaleza”, asegura. Néstor tiene dos o tres “lugares secretos” donde se sienta a observar el mar en soledad.
?Historia. “Me apasiona leer sobre Historia”, asegura. La Historia de la sensibilidad en el Uruguay, de José Pedro Barrán, es uno de sus libros favoritos. Su afición llega al punto de escuchar clases de historia en los auriculares mientras hace ejercicios en el gimnasio, en vez de escuchar música como casi todo el mundo.
?A todo volumen. La música que más escucha es rock ‘n’roll, bandas de todo el mundo y, por supuesto, nacionales. “También tengo cierta afición por la música étnica, de pueblos que no conozco, porque eso me fascina”, cuenta. Para Ganduglia la música es también una forma de viajar por los lugares más recónditos del planeta.