Entre 1966 y 1981 Uruguay fue en pelota vasca lo que en fútbol entre 1924 y 1950: invencible. Y eso se debe a la dupla de oro que conformaron “el Perro” César Bernal (fallecido en 2015) y Néstor “el Negro” Iroldi. Ambos se coronaron cinco veces campeones del mundo y dejaron algunas de las anécdotas más memorables de este deporte en el que la “picardía” suele colarse entre tanto golpe.
En noviembre del año pasado, en la sede social del Montevideo Wanderers Fútbol Club, autoridades de la Junta Departamental de Montevideo homenajearon al histórico deportista uruguayo Néstor Iroldi (76) haciéndole entrega de la medalla de Deportista Excepcional. Y vaya si lo es este pentacampeón mundial, que obtuvo el máximo lauro en pelota vasca vistiendo la celeste en los años 1966, 1970, 1978, 1980 y 1981.
El presidente del club, Fernando Nopitsch, se refirió al Negro como “el más querido de los wanderistas” y dijo sentirse agradecido por haber tenido la oportunidad de verlo jugar junto a Bernal y reconocer su lado “bandido” a la hora de enfrentar al adversario. Iroldi literalmente aprendió a caminar en Wanderers, y hoy maneja allí una escuelita de enseñanza de este deporte que tantas alegrías ha dado a los uruguayos. Y que pueden practicar tanto niños como adultos y personas mayores. “Nací en el club Wanderers y ahí tenía el trinquete. Mi padre era el cantinero y el canchero. Aprendí a caminar dentro de la cancha de pelota. Mi hermana y mi hermano jugaban muy bien también”, recordó Iroldi en entrevista con Domingo.
Al terminar la primaria, sus padres le preguntaron qué quería hacer, si comenzar el liceo o ir a la Escuela Industrial. Pero él los sorprendió: “Quiero trabajar”, dijo. Su padre lo puso entonces de canchero, por lo que a los 12 años comenzó a familiarizarse con todo lo referente al deporte de la pelota-paleta. Más adelante, siendo todavía menor de edad, un conocido de la familia, José Vázquez Díaz, le ofreció un trabajo en un banco. Pero el Negro volvió a desconcertar a sus padres: “Estoy ganando más plata con el frontón que la que voy a ganar ahí”, les confesó. Sus progenitores abrieron los ojos con natural preocupación, pero cedieron ante lo que era una realidad: aquel niño de 13 años ya destacaba dentro del mundo de las apuestas que siempre ha rodeado a la pelota vasca. Y sus proezas dentro de la cancha lo hacían un jugador rentable. “Todos los partidos los jugábamos por plata. Por eso es que nunca me pesó tener un desafío con un jugador que de repente era mejor que uno, porque cuando jugaba por plata, lo hacía mejor que nunca. No me afectaba ni la cancha ni el contrario ni nada. Cuando jugaba por plata me mentalizaba en lo que tenía que hacer y lo hacía”, recuerda.
“Con 17 o 18 años ya andaba por todos lados. Iba mucho al interior y también a Argentina. Donde veía que había un jugador, lo desafiaba. Siempre me gustó más eso que la competencia. En los campeonatos yo siempre ocultaba algo, algún golpe que de repente hacía cuando había desafíos”, cuenta.
De profesión pelotari. Iroldi trabajó después en el banco, fue municipal durante más de 30 años y empleado de Buquebus, pero siempre definió su profesión como la de pelotari (jugador de pelota en un frontón).
“Yo estudiaba mucho el juego. En Wanderers había unos que estudiaron para abogados, otros para doctores. Mi carrera fue pelotari. Cuando no había nadie en la cancha me metía a probar golpes diferentes, siempre buscaba alguna creación. Por eso a veces sorprendía en desafíos con alguna cosa que los demás no conocían. Yo la conocía porque vivía metido dentro de la cancha estudiando esas cosas”, destaca.
En aquellos años de juventud y de practicar “todos los días” fue que conoció a su entrañable amigo y compañero de hazañas deportivas, quien era 13 años mayor que él. “Bernal siempre era contrario mío. En un campeonato, Feria del Atlántico, de 1964, nos juntaron. Ahí empezó la pareja. Les ganamos a los que eran campeones del mundo en Wanderers por 40 a 30 y después ya nos preparamos para el mundial del 66. Estuvimos desde 1964 a 1974 sin perder”, recuerda. Y agrega: “Vinimos a perder recién en 1974 en mi cancha, en Wanderers, la final del campeonato mundial. Era algo que no podíamos creer, tres meses antes les habíamos ganado a la misma pareja en Los Ángeles, tanto de forma individual como en duplas. César (Bernal) le había ganado a Ricardo Bizzozero por 40 a 30. Y yo a Jorge Utge (fallecido el año pasado) lo dejé en 26”, señala.
Pese a que en EE.UU. se habían impuesto “por destrozo” frente a esta dupla de argentinos, algunos cambios alimentarios y de rutinas a los que fueron sometidos los uruguayos les jugaron una mala pasada: “Yo estaba todo el día adentro de la cancha jugando y me pusieron a concentrar, nos sacaron del entorno. Estaba acostumbrado a que mi padre me hiciera en Wanderers unos refuerzos de salame que comía con un poco de vino cortado y para ese campeonato nos cambiaron la dieta; me sentí como aplastado, no era yo. Y al Perro le pasó lo mismo, aunque también reconocimos que la final la jugamos mal”.
Iroldi dice que hasta 1974, siendo campeones del mundo, los invitaban casi todos los viernes a Buenos Aires para jugar a paleta española, pero esa derrota los bajó un peldaño y terminó con aquellos ofrecimientos prácticamente durante cuatro años.
En 1978, la dupla Bernal-Iroldi trabajó durante tres meses con Daniel y Alberto Martínez (pelotaris y vecinos de Wanderers) para presentarse en un nuevo campeonato mundial. Llevaban cuatro años con la sangre en el ojo. “Jugábamos todos los días, de domingo a domingo, nos matábamos a pelotazos. Hicimos un cuarteto bárbaro: los hermanos Martínez salieron campeones del mundo con nosotros ese año”, recuerda.
Las “picardías” del deporte. Entre los pelotaris uruguayos corren como reguero de pólvora las anécdotas de la carrera de Bernal e Iroldi.
—¿Es cierto que usted apostaba y jugaba con un banco de madera en vez de con una paleta?
Iroldi sonríe y retira de un bolso el famoso banquito con el que ganó incontables desafíos (foto en esta página). “Es lo único que guardo de mi carrera. He regalado y vendido trofeos, medallas, paletas, todo. Esto es lo único que he conservado. Con esto gané platales”, confiesa. Se trata de un pequeño taburete que una vez le compró a un lustrador de zapatos. “Esto para mí fue lo mejor”, dice el hombre que también acostumbraba a desafiar a sus oponentes con una botella o un sueco de madera como sustitutos de la paleta.
Otra anécdota de sus años mozos es la ocasión en la que “desplumó” a un jugador cocorito en una cancha del interior, donde no lo reconocieron pese a que ya había salido en muchas revistas y diarios. Concurrió disfrazado de gaucho, se hizo pasar por un novato y una persona que lo acompañaba apostó a su favor. Obviamente se llevó una buena tajada de eso.
Pareja y amigo entrañable. Cuando se le pide que recuerde a César Bernal se emociona, no puede ocultarlo. Fue su gran compañero de vida, no caben dudas. “Fue lo máximo, un ser único que sabía vivir todas mis locuras, con el que compartimos muchísimas cosas. César no podía jugar con nadie por su carácter, pero a mí me toleraba todo. Fue un tipo único y el mejor pelotari de todos los tiempos”, rememora.
Los embates de toda una vida dedicada a una actividad de alto impacto como la pelota vasca han dejado mella en el cuerpo de Néstor Iroldi: dos veces fue operado de la cadera y se rompió todos los tendones de la mano izquierda. Sin embargo, esto no le impide estar al frente de su escuela de pelotaris y seguir pensando en ideas para una actividad en la que el nombre de este Deportista Excepcional sigue siendo gravitante.