Niños con baterías de más

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GABRIELA VAZ

"¡Por favor, podés quedarte quieto un segundo!", suplica la mamá de Martín mientras intenta ponerle un abrigo para salir. "Siempre es lo mismo, parece movido por un motor, no se detiene ni para comer, hasta le tenemos que pedir que se calle porque no para de hablar", relata resignada la madre del niño de cuatro años, con exhausta expresión.

Alguna abuela podría pensar que lo que necesita el pequeño es una puesta de límites más firme, quizá un buen "estate quieto", pero lo cierto es que su caso no es el de un niño simplemente "malcriado". Martín es portador del "déficit atencional con o sin hiperactividad" (DAH), un trastorno que sufren entre el 5% y 10% de los niños en edad escolar, según estimaciones.

Tal como explica la neuropediatra Aurora Delfino, sucede cuando los neurotransmisores, encargados de la motilidad, están alterados por diferentes motivos y hay un descontrol de la noradrenalina y la dopamina.

Esa disfunción genera un comportamiento hiperactivo, algo muy fácil de confundir con la inquietud normal de un niño, propia de la edad. Eso mismo ha llevado a un sobrediagnóstico del trastorno, que parece haberse instalado como patología infantil "de moda" y ante cualquier problema de conducta se dictamina que el chico "es hiperactivo". Lo cierto es que el diagnóstico certero es vital, tanto a la hora de confirmar la existencia de un DAH como al momento de descartarlo, puesto que el tratamiento adecuado puede cambiar por completo la vida del chico y todo su entorno.

ES O PARECE. Los niños hiperactivos son dispersos, inquietos y atropellados, características adjudicables a la mayoría de los chicos aún cuando no padecen DAH. No obstante, existen síntomas que marcan la diferencia y pueden descubrirse en tests a cargo de neuropediatras o psiquiatras infantiles.

Además de la movilidad constante y sin un objetivo específico (el niño no se mueve para hacer algo, sino casi compulsivamente), los chicos con DAH son impulsivos y tienen problemas de atención.

Si bien son capaces de concentrarse, "el problema se presenta cuando deben mantener la atención en tareas largas, tediosas, poco motivantes o que no les interesan. Necesitan estímulos fuertes", indica la psiquiatra infantil Natalia Trenchi, a la vez que señala que la inquietud pasa a ser patológica cuando está "significativamente por encima de lo esperado para la edad". Además, indica, la hiperactividad pasa a convertirse en una interferencia para el aprendizaje y la vida de relación.

Otra característica para tener en cuenta, y que diferencia a los portadores del DAH de niños simplemente inquietos, es que se comportan de la misma manera en todos los ámbitos, sin excepción: la casa, la escuela, el club y todos los lugares que frecuente.

A su vez, los síntomas no se despiertan de un día para el otro, sino que acompañan al chico desde siempre, incluso antes de nacer. "Suele percibirse cuando comienza a caminar, pero también hay signos anteriores: cuando los movimientos fetales son tan intensos que molestan a la madre, por ejemplo. Luego, cuando nace, es un bebé llorón, irritable, con dificultades para la alimentación y trastornos de sueño", dice Delfino, ex directora de la Cátedra de Neuropediatría.

GENERACIÓN RITALINA. Está claro que, sin el ojo entrenado de un especialista, es muy fácil confundir ese trastorno con actitudes normales en los niños. Eso provoca dos complicaciones: por un lado, el DAH se diagnostica a chicos que no tienen la disfunción, y por otro, muchos que sí lo padecen son sólo tomados como malcriados o faltos de límites.

Y el gran problema es que, de la mano del diagnóstico erróneo, llega la equivocación en el tratamiento.

Además de una orientación a padres y maestros para que aprendan a tratar con el niño, y de una psicoterapia que ayude al chico a cambiar sus hábitos, la gran estrella del tratamiento por DAH es una droga llamada metilfenidato, más conocida como Ritalina (su marca comercial).

El uso de este medicamento ha sido centro de debate en los últimos años por tratarse de un psicofármaco para niños que muchos encuentran recetado en exceso. De hecho, en Uruguay su consumo se duplicó entre 2000 y 2004, según la Comisión Interamericana para el Control del Abuso de Drogas.

Pero más allá de sus detractores, los especialistas coinciden en que la Ritalina es sumamente efectiva en casi el 80% de los casos. Si bien el DAH no se cura, la medicación reporta beneficios enormes para la calidad de vida del niño, asegura la psiquiatra Trenchi.

El metilfenidato aumenta la capacidad de mantener la atención y controlar los impulsos, disminuye la inquietud y la "desobediencia". "Los cambios que se obtienen son significativos. Muchas veces, es lo único que permite al niño rendir de acuerdo a sus posibilidades y relacionarse socialmente de manera adecuada", dice Trenchi.

De todas formas, aclara, la Ritalina puede tener efectos secundarios como cefaleas, insomnio, falta de apetito o irritabilidad.

Pero el mayor riesgo se da cuando el medicamento se receta a niños que no son portadores del DAH. Como explica la neuropediatra Delfino, muchas veces la inquietud de un chico esconde un trastorno de ansiedad o depresión. "Si están esas patologías psiquiátricas solas, sin DAH, la Ritalina puede agravar los síntomas".

Asimismo, si la hiperactividad no se trata, puede evolucionar hacia una persona emocionalmente inestable en su edad adulta. Por ello, es vital el diagnóstico correcto y acompañar la medicación -que no es recomendable antes de los 6 años- con otras medidas.

Cuándo la inquietud se torna patológica

El Trastorno por Déficit de Atención con Hiperactividad (TDAH) es provocado por una disfunción del sistema nervioso central que tiene, en la mayoría de los casos, un origen genético, aunque puede deberse a factores que actúen durante la gestación o el parto. A continuación se detallan algunas de sus características.

Inquietud excesiva que no tiene un fin específico. El niño se mueve o habla todo el tiempo.

Impulsividad. Tiene dificultades para controlar su conducta y no piensa en consecuencias.

Problemas de atención. No puede concentrarse en tareas largas, tediosas.

En el embarazo, los movimientos fetales son muy intensos.

La patología no aparece de un día para el otro. El niño siempre tuvo el mismo comportamiento y su conducta es igual en todos los ámbitos que frecuenta.

Los síntomas interfieren con el aprendizaje y las relaciones.

Confusión. Muchas veces se diagnostica "hiperactivos" a niños deprimidos o con trastornos de ansiedad

Chicos difíciles de controlar en las escuelas

Lucía es maestra de educación inicial y tiene a su cargo 15 chicos de dos años de edad. En su caso, tener un niño hiperactivo no sólo puede generar una distorsión en el grupo, sino que debe duplicar la atención para mantener la seguridad del pequeño.

"Siempre tenés algún chico que sobresale por su carácter, que es más sociable, gracioso o parlanchín. Pero el año pasado tuve un alumno que era notoriamente más inquieto que el común. Parecía que tenía baterías. La única manera de que prestara atención a la clase era si yo me sentaba con él en la mesa y le interesaba mucho la actividad que se había propuesto", relata la maestra.

Por aquel entonces el niño no estaba aún diagnosticado como hiperactivo, pero en el Jardín intuían que esa era la explicación de su conducta. "Una vez se escapó de la sala y como la puerta de calle estaba entreabierta porque alguien acababa de entrar salió corriendo hasta la esquina. ¡Casi nos morimos del susto! Los padres aseguraban que en la casa era igual y que no podían con él", recuerda Lucía.

Según estimaciones, entre el 5% y el 10% de los niños padecen ese trastorno. De eso se desprende que en una clase de 30 niños, un promedio de dos o tres niños son hiperactivos. Por esa razón, así como para los padres, también es fundamental que los maestros estén preparados para tratar con estos chicos.

Tal como indica el psicoanalista Luis Correa, director del colegio Hermanos Maristas, "si un alumno tiene esta patología lo tenés que sentar adelante, prestarle mucha atención y tratarlo afectuosamente. No es que no se queda quieto porque no quiere, o porque su intención es perturbar. Si intentás imponerte sólo por la vía de la autoridad, estás pidiéndole algo que no puede y eso daña el vínculo. El niño piensa que es el malo, porque decepciona a los adultos, y se desmotiva".

Además de traerle problemas en su vida de relación (muchas veces los compañeros se terminan hartando de la conducta del hiperactivo y lo aíslan), el trastorno genera dificultades de aprendizaje. Es por ello que muchos especialistas recomiendan el metilfenidato (Ritalina) recién a partir de los seis años, cuando el niño necesita ayuda en la escuela.

En muchos países esta droga se ha vuelto un elemento común en las clases. En Uruguay ha aumentado, aunque aún no puede catalogarse como frecuente.

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