COMPORTAMIENTO
Para algunos, estar en el lado receptor de las felicitaciones no es vivido como una experiencia grata. La condición tiene un reciente vocablo en inglés, echoism, y el narcisismo asoma como causante.
Cuando estaba recabando información para esta nota y consultando a diferentes fuentes, le comenté a una de ellas que me estaba costando imaginarme qué fotos podrían incluirse en la misma. No hay tantas imágenes asociadas a una actitud de relativización o, directamente rechazo a los elogios que alguien recibe. “¿No querés incluir una foto mía?”, me dijo en broma.
Es que hay gente que empieza a retorcerse cuando otros les dan para adelante y los felicitan por algo bien hecho o dicho. “Tuve suerte, no es para tanto”; “En realidad, todos los méritos le corresponden a los que estuvieron conmigo en esto” (excepto los escritores, casi cualquiera puede decir esto) y frases por el estilo son frecuentes.
Es cierto: puede tratarse de auténtica modestia. De saber qué lugar uno ocupa, cuánto mérito propio hubo en ese trabajo bien hecho y cuánto le corresponde a otros.
Pero también puede ser que esa humildad sea fruto de un conflicto psicológico interno, en donde el narcisismo dio una vuelta de tuerca en la subjetividad de esa persona.
Esa condición ha sido denominada “echoism” (de acá en adelante, “ecoísmo”) en la prensa estadounidense y se le empezó a prestar atención a raíz de la publicación del libro “Repensando el narcisismo”, del psicólogo Craig Malkin, hace ya más de un lustro.
Porque este rasgo, el narcisista, explica buena parte de las reacciones de aquellos que reculan ante demostraciones de la admiración de otros, por pasajeras que estas sean. A menudo, además, quienes reaccionan así también tienen dificultades para expresarse de una manera “asertiva”, como se ha puesto de moda decir. En otras palabras: los ecoístas no solo tienen dificultades para dejarse elogiar. También les cuesta pronunciarse de manera resuelta y firme sobre sus preferencias, deseos o metas.
Luego de publicar el libro y en las rondas de entrevistas que forman parte del trabajo de difusión del objeto a vender, Malkin ampliaba esta condición diciendo que en los ecoístas había un rechazo casi extremo al hecho de que otros les dispensaran atención. El psicólogo contaba que había tenido una paciente que llegaba a enojarse si alguien se ofrecía a ayudarla con algo y agregaba que esa persona solía cortar en seco a quien se prestara a darle una mano: “No necesito que te tomes la molestia”.
Es como si este tipo de personalidad, agregaba Malkin, quería tornarse invisible para no tener que ser el centro de la atención y cuando esas tácticas no daban resultado podían llegar a actitudes hostiles. En el fondo, decía, hay un miedo agudo a ser percibidos como narcisistas.
Así descritos, los ecoístas serían el opuesto al narcisista, una condición que tiene varias capas más o menos severas, pero que popularmente usamos para pensar en alguien cuyo ego está sobredimensionado y que —al contrario del ecoísta— está en su salsa cuando se encuentra en el centro de la atención y la adulación. Pero no. De hecho, los ecoístas no serían tanto los opuestos de los narcisistas, sino su complemento. O hermano menor.
El psicólogo uruguayo Juan H. Elizalde cuenta la anécdota de un evento realizado en honor de uno de los pioneros del trabajo psicoanalítico en Uruguay, Héctor Garbarino (1918-2001). “Hace unos cuantos años se inauguró un posgrado en terapia psicoanalítica e invitamos a uno de los maestros del psicoanálisis en el Río de la Plata, Héctor Garbarino, para que diera una conferencia inaugural. El decano de la Facultad de Psicología lo presentó en un discurso previo y alabó todos los méritos que este hombre tenía, respecto del desarrollo de la psicología y el psicoanálisis en el país, todo lo que había contribuido. Luego de escuchar todas esas alabanzas sobre su persona, Garbarino comenzó la conferencia diciendo lo siguiente: ‘Bueno, en realidad mi modestia me lleva a pensar que el decano ha exagerado en lo que ha dicho sobre mí. Aunque mi modestia, también, me lleva a sentir que podría haber exagerado un poco más’”.
Así, agrega Elizalde, sintetizaba Garbarino el conflicto del ecoísta. Cuando la persona que recibe un elogio reacciona con incomodidad, cuando se estresa porque alguien lo está alabando, hay una batalla interna que está librándose y aunque ocurra adentro del alabado, es visible para quien sepa decodificarla. “A veces, esa incomodidad tiene que ver con que la persona está en una ‘formación reactiva’ al narcisismo que aspira al reconocimiento, pero al que cuesta admitir.
—¿Cómo es eso?
—Hacia afuera, racionalmente, esa persona puede restarle importancia a lo que hizo, y pedir que no se exagere con las alabanzas. Pero internamente, está muy pagado de sí mismo. El deseo narcisista de lucirse entra en conflicto. La formación reactiva es una reacción de defensa a los propios impulsos narcisistas, de querer ostentar. Ahí, su vanidad quedaría de manifiesto.
¿Cómo diferenciar al ecoísta de alguien que es genuinamente modesto? La reacción al elogio puede ser un indicador. Si esa es meridianamente incómoda, puede que el Narciso interno esté tratando de liberarse de todos los mecanismos de represión que han sido puestos en su camino para apoderarse del consciente y gritar, a viva voz, de una vez por todas y para que se enteren: “¡Mirááááá, mirá de quién te burlaste Barney!”
“Dime de quién te alabas, y te diré de qué careces. Ese dicho habla de este fenómeno: si uno enfatiza tanto que es modesto, que no se merece ser tenido tan en cuenta, uno siempre termina pensando que hay una formación reactiva. Quien es normalmente modesto, podrá decir que no hace falta tanta pompa, pero no se siente incómodo, lo toma con naturalidad”.
¿Qué es lo que puede haber llevado a alguien a sentirse así? Muy posiblemente, dice Elizalde, ese Narciso interno que está bajo llaves para que no salga y revele una vanidad camuflada tras una cortina de modestia, haya sido herido o ignorado en la infancia. “A veces, se trata de compensar esas heridas que vienen de haberse sentido desvalorizado, ignorado”.
Esas heridas pueden haber surgido cuando el hijo o hija le muestra algo con orgullo a sus padres y uno de estos ignora o desdeña lo exhibido. Ese tipo de heridas puede llevar, en el futuro, a las incomodidades experimentadas a la hora de estar en el centro de la atención. Es una situación tan poco familiar, que uno intenta correrse lo más rápido posible de ese lugar.
Y aunque Malkin y otros señalen que hay poco de ecoísmo en todas las personas, cuando se entra en el terreno del estrés y la angustia ante algo tan prosaico como un “¡felicitaciones!”, ya hubo varias "red flags" a tener en cuenta.