“¿Y este quién es? ¿Es el de Canal 10?... Es el de Sonríe”. Pablo Fabregat, camuflado en su personaje del Tío Aldo, siente que alguna mirada de compasión se deposita sobre su persona como diciendo: “Pah, vestirse así para hacer el peso”. El comunicador asegura a Domingo que esa es la regla en casi todas las fiestas empresariales en las que tiene que actuar por esta época del año. Pocos conocen a ese hombre de rulos y lentes, de traje grande para su talle, que hace comentarios y chistes que parecen de “otra época”… pero no desespera, es el arranque que le toca, luego todo fluirá como es de esperar.
“Poné play —el programa de Canal 12— le dio como un levante y una sacudida al personaje, porque ya venía en una bajada de mucho tiempo de ostracismo”, cuenta Fabregat y agrega que hasta ha sucedido que en algunas fiestas empresariales contrataran específicamente el formato Poné play.
Hace casi 20 años que el humorista anima todo tipo de eventos particulares, pero entre mediados de noviembre y alrededor del 22 de diciembre —depende de cuándo caiga Navidad— la cosa se decanta fundamentalmente por el lado de las fiestas de fin de año de las empresas. “Son entre cuatro y seis semanas que son paliza de todos los días algo y alguna noche más de una”, señala.
Las contrataciones pueden llegar desde una gran empresa en su conjunto hasta de un sector de la misma o de un grupo de compañeros de trabajo que quiere reunirse por estas fechas. Eso es lo que el artista tendrá en cuenta al cotizar el show de alrededor de 45 minutos que ofrecerá y que, en general, será más sobrio y formal que el que hace para un cumpleaños o una despedida de soltero.
“Es un monólogo puro y duro en el que no me meto con la gente ni con temas escabrosos, tampoco bajo línea política y, si hago chistes de fútbol, pego parejo. Es apto para todo público. Hablo de cuestiones vinculadas al trabajo, las licencias… uruguayeces relativas a lo laboral que termino mechando con datos de la empresa en cuestión que me pasan o busco en la página web”, detalla.
Esto último puede resultar peligroso, como le pasó una vez en una fiesta de una empresa de ingeniería. “Entré a rastrillar en Internet y encontré el nombre del fundador o de un gerente y lo mencioné en el show. Se hizo un silencio y uno gritó: ‘Se murió este año’. Mi reacción rápida fue: ‘Bueno, actualicen el sitio web’”, recuerda entre risas al tiempo que reconoce que fue un momento terrible.
También le ha pasado que años después se ha encontrado con gente que le ha dicho que casi les hace perder un negocio de 3 o 4 millones de dólares por haberse metido con el país de la persona que iba a comprar la empresa y que justamente estaba en la despedida.
Rescata la infinidad de negocios o rubros que ha descubierto gracias a sus presentaciones, que le han permitido, además, armarse perfiles. “Los escribanos son gente muy divertida, a la gente de la salud le encanta la joda, y confirmás que los ingenieros, cuando son más veteranos, son más aburridos o cuadrados”, apunta.
Añade que en grandes empresas en las que predomina la juventud, en un momento se terminaron las fiestas con alcohol porque “se pudría mal; había relajo interno, cruces, trille y levante”.
Fabregat confiesa que le gusta mucho hacer fiestas empresariales porque alimentan su espíritu curioso. “Tengo esa cosa de periodista frustrado que me gusta averiguar cosas y siempre te terminás enterando de información que está buena. Y si te contrata una empresa de la que sos cliente es como una doble alegría porque sentís que te están retribuyendo toda la plata que, a lo largo del tiempo, gastaste en sus productos”, bromea.
Trágame tierra
A Luciana Acuña le sucedió una situación similar a la de Fabregat hace muchos años. La empresa que la contrató le proporcionó una serie de datos, entre ellos se le dijo que Susana cruzaba al bar de enfrente para ir al baño.
En un momento de su monólogo en la piel de la paraguaya Pelusa preguntó: “¿Está Susana?” El ambiente festivo se cambió por un gran silencio. “Lo primero que pensé fue ‘ta, la echaron ayer de noche’”, recuerda Acuña, que igual siguió preguntando por Susana. Entonces comenzó a notar que la gente le hacía que no con las manos, pero como ya estaba metida en el baile y protegida por la “inimputabilidad” que le da un personaje, insistió: “¿Echaron a Susana?”, dijo. En ese momento alguien le hizo la seña de la cruz. “Ahí pregunté: ‘¿Murió Susana?’, porque no podía creer que me hubieran dado datos de una persona fallecida”, acota.
Por suerte el público se lo tomó con humor, pero ella quedó tan sorprendida que luego encaró a quien le había pasado la información, la que se excusó diciendo que era nueva en la empresa. “Igual yo no lo podía entender”, asegura a Domingo.
La comediante comenta que los eventos que hace siempre son enfundada en alguno de sus personajes. “No tengo un stand up, trabajo mucho más con la improvisación y con la gente, que es lo que me divierte y me parece que funciona en mi caso”, destaca sobre sus graciosas rutinas.
Moria y compañía
“Hace añares, añares, añares”, es la respuesta de Pablo Atkinson cuando Domingo le pregunta cuántos años hace que él y su compañía Humorísimas animan todo tipo de eventos y fiestas privadas.
“Generalmente lo que se vende es Humorísimas con distintas opciones: puede ir un artista, dos o más; puede ser algo que la gente ya vio en el teatro o en un boliche y te lo pide, o puede ser algo que se arma con el cliente”, explica el transformista argentino que hace 14 años está radicado en Uruguay.
Relata que el show se compone de dos partes. Una es la isla de personajes que la gente siempre pide e incluye a Moria Casán, Susana Giménez y Mirtha Legrand, entre otros. La segunda es una parte más tipo stand up o de improvisación con el público que se hace más lúdica. “En base a los datos que tenemos o pedimos de la empresa, por ejemplo, llamamos a un par de personas e interactuamos con ellas”, señala quien destaca que el tiempo ha hecho desaparecer los prejuicios y ya casi nadie se “escandaliza” al ver su show. “Por ahí antes pasaba con alguno, sobre todo hombres, que bajaban la cabeza o salían a tomar aire. O en lugares más conservadores, al principio hay un poco de reticencia, pero después se enganchan”, asegura.
Lo que Atkinson hace es enviar previamente un cuestionario, sobre todo si se trata de un evento personalizado en el que se busca bromear con integrantes del público. “Una pregunta que nunca falta es: ‘¿Hay alguien en la fiesta del cual quieren que hablemos, nombremos o molestemos? O gente que sepan que se va a prestar para la joda”, detalla y apunta que, si bien es raro que ocurra, también hay veces que alertan sobre aquellos a los que es mejor no molestar.
Entre las historias que ha vivido, recuerda especialmente una que podría ser parte de una comedia de humor negro. Le ocurrió hace muchos años con su socio Jonatan Sapag, cuando todavía estaba en Argentina y no había celulares inteligentes con mapas y GPS. Entonces los habían contratado para una despedida de compañeros de trabajo en La Plata, sin darles mayores datos.
“Salimos para la fiesta y llovía a cántaros. La Plata es una ciudad que se inunda siempre que llueve. La dirección era medio para afuera, para el lado del cementerio… ¡porque era en el cementerio! Nos habían contratado los empleados”, lanza como primer dato “macabro” de esa noche. “Estacionamos y ni bien pusimos un pie fuera del auto nos empapamos, los tacos agujas se enterraron en el barro y empezamos a escuchar ‘guau, guau, guau’… ¡venían unos perros corriendo! Temiendo que se nos tiraran arriba, como estábamos con los vestidos ya puestos, empezamos a correr”, agrega sobre una escena que se complicaba cada vez más.
Como corolario de la situación, uno de los números que hacían era a la mexicana Julieta Venegas cantando Me voy. “Imaginate, nosotros adentro de la oficina del cementerio cantando: ‘Me voy, qué lástima pero adiós, me despido de ti y me voy’ con todas las tumbas de fondo”, remata entre risas.
Cada vez se despide el año más temprano
Algo en lo que coinciden varios de los artistas consultados para esta nota es que cada vez más, y sobre todo este año, las despedidas comienzan a celebrarse en noviembre.
Diego Delgrossi contó incluso que hay algunas que tienen lugar en octubre, pero en este caso es porque se trata de fiestas de empleados cuya zafra de trabajo se da en noviembre y diciembre, como ser los trabajadores de los hoteles.
También entran en este grupo aquellos que trabajan brindando servicios para que las fiestas puedan desarrollarse, como ser las propias empresas que organizan eventos, los que preparan el catering, los responsables del audio y luces o las remiserías, por nombrar algunos ejemplos.
Antes muerta que sencilla
“Soy una show-woman”, dice Judy del Bosque al definir lo que presenta desde hace alrededor de 20 años. “Mi show tiene mentalismo, apariciones, trucos muy sorprendentes de magia y muchísimo humor”, completa y enseguida aclara que es todo improvisado. “Con lo que va pasando con el público voy armando el espectáculo ya que no tengo un solo chiste aprendido, nunca supe contar chistes. Todo lo hago desde el amor total y la diversión”, dice.
Cuando se le consulta por anécdotas, empieza a contar y no para; tiene miles.
Una de las más recordadas fue la vez que hizo el truco en el que pasan al frente tres personas y ella les va dando pelotitas de papel. “Era en un lugar donde estábamos muy apretados y las pelotitas las tenía Armando. Entonces le digo al que venía detrás: ‘Agarrale las bolas a Armando y pasá’. ¡Todo el mundo estalló de risa! Yo me puse violeta, me empecé a reír y no podía parar; no me pude recuperar en todo el show. Fue la vez que más me tenté en la vida”, confiesa.
Como su show tiene mucho de picaresco es habitual que algunos hombres le hagan bromas que ella pilotea con experiencia. Eso pensó que le estaba ocurriendo cuando en el Club de Golf un grupo de jugadores, que ya habían lanzado algunos disparates, comenzaron a señalarle la cabeza. “Yo pensaba: ‘¡Qué carajos me están diciendo estos tipos!’ y era que se me estaba prendiendo fuego el pelo porque tenía un candelabro detrás. Hasta que no sentí el olor a quemado, no paré porque creí que seguían con sus bromas”, rememora.
En otra oportunidad estaba haciendo la modalidad de magia mesa por mesa en un lugar muy paquete de Punta del Este. Dentro del grupo eligió para participar a un hombre al que se dirigió todo el tiempo diciéndole “Bigotes” porque era lo que lo distinguía del resto. Los demás comenzaron a mirarla con caras atónitas y muecas de horror, como diciendo “¡por el amor de Dios, no tenés idea de con quién te estás metiendo!”
“Resulta que ‘Bigotes’ era ni más ni menos que el Comandante en Jefe de las Fuerzas Armadas y todos los que estaban ahí eran sus subalternos, que me lo vinieron a decir después. Hasta el día de hoy que me lo encuentro en la calle y me dice: ‘Maga, yo soy Bigotes’. Él me ama porque la pasó bomba; se había encontrado con alguien que no le chupaba las medias”, destaca Judy sin filtro.
Para la maga todo lo que sucede en sus actuaciones es “utilizable” si uno le pone buena onda. “Lo sumo. Y si me caigo en la mitad del show, que nunca me pasó todavía, me mato de la risa porque supongo que el éxito del artista es seguir adelante. El show debe continuar y punto”, concluye.
Varias generaciones
Hace unos 33 años que Diego Delgrossi anima todo tipo de eventos con un show que puede ir de 30 minutos a una hora. “Cuanta más gente hay, tiene que ser más corto por una cuestión de atención porque están charlando, comiendo, tomando, fumando…”, explica alguien que tiene la experiencia suficiente para saber que su actuación debe ser en lo posible entre comidas. “Así el que quiere escuchar, escucha, y el que no, se puede ir para afuera”, acota quien ha animado eventos de 4 mil personas hasta cumpleaños para siete.
Cuando le toca hacer la despedida de una empresa, se preocupa por averiguar datos que van desde la jerga lingüística que utiliza hasta el momento económico que atraviesa. “No es un estudio pormenorizado porque no suelo meterme con la gente, pero pregunto si falleció alguien recientemente o si hay algún tema tabú porque el show tiene que gustarle a la gran mayoría. Tenés que hacer reír a los que les caés bien, a los que no te conocen y a los que les caés mal”, remarca. Aclara que lo que ofrece es apto para todo público y puede ir a cualquier hora del evento.
Una de sus anécdotas más celebradas le ocurrió actuando en uno de los clubes de pesca que están en la zona del faro de Punta Carretas. Están tan pegados uno del otro, que le preguntó a la anfitriona si en el club de al lado iba a haber algo que pudiera entorpecer su show. Le contestó que no y que podía pedir que bajaran la música ambiente. “Tomé el micrófono y cuando saludo al público se escucha del salón de al lado ‘parará, parará, pararara’… ¡los Mariachis de Antoine cayeron de sorpresa! Dos trompetas, un guitarrón, una guitarra, un trombón y un mexicano que cantaba y tiraba tiros al aire. Tuve que dejar que hicieran su presentación, me senté a comer y cuando terminaron fui a saludar a Antoine, y recién luego actué. Son esas anécdotas que te ponen nervioso”, cuenta riendo.
Los años han hecho que esté más organizado y que no le pase de llegar a un show en Piriápolis dos meses antes porque tenía mal agendada la fecha. “Por suerte mis padres tienen casa en Solís y me fui para ahí”, dice.
Hoy se enorgullece de haber acompañado eventos de varias generaciones de una misma familia o empresa. “Es un privilegio porque muchas veces la gente que te contrata no es con plata que le sobra, entonces uno tiene que asumirlo con gran responsabilidad. Por eso siempre digo que el humor es cosa seria y que vos le tenés que cambiar la energía para bien al evento. Es una linda misión”, sintetiza en consonancia con el resto de sus colegas.
De imitador a quizás ser un imitado
“Con el tiempo las imitaciones han pasado a un segundo plano, si bien a la gente les encantan”, comenta Diego Delgrossi sobre cómo ha evolucionado su show. Dice que al uruguayo le gustan las imitaciones políticas, de deportistas, de entrenadores, de periodistas.
La biología también ha tenido que ver en que hayan ido desapareciendo ya que el humorista, por respeto, deja de hacer aquellas referidas a personas que ya fallecieron, caso de Líber Seregni, Wilson Ferreira, Eduardo Bonomi, el papa Juan Pablo II o Fidel Castro. “Ahora tenemos otro tipo de personas públicas”, apunta.
Y en este 2024 el propio Delgrossi pudo haberse transformado en un político a imitar ya que con un amigo decidió presentar una lista en las elecciones nacionales por el Partido Colorado, la que obtuvo 16.500 votos. “Marcamos presencia y nos sacamos las ganas”, señala quien aclara que, “en realidad, mi actividad es la artística y la docente”. Por eso, a pesar de la campaña electoral, siguió dando clases de historia vía Zoom, haciendo giras de humor y grabando La culpa es de Colón, todo lo cual habría dejado de lado si hubiera resultado electo para el Parlamento.
“Alguna clasecita iba a dar y alguna actuación iba a hacer, pero la prioridad iba a estar en la actividad legislativa porque tus compatriotas te están pagando el sueldo, y les debés la presencia y trabajar para ellos”, destaca.
Cuando la sorpresa se la lleva el artista
Una característica que tienen estos show es que muchas veces son sorpresa para el público, pero ha ocurrido que la sorpresa termina siendo también para el artista.
Pablo Atkinson recuerda cuando la idea fue sorprender a una señora que cumplía 95 años con el personaje de Moria Casán, ya que ella era muy fan de la diva argentina. “Irrumpo y la señora vino corriendo a abrazarme, empezó a llorar de la emoción y no paraba... ¡estaba convencida de que era la Moria verdadera!” El resto de la gente estaba muerta de risa, pero ella cayó al rato en el juego”, cuenta.
A Luciana Acuña le pasó algo similar. En un cumpleaños de unas amigas, una le pidió que llamara por teléfono a su hija porque, según le dijo, “moría conmigo”. “La llamo y cuando atiende me dice: ‘Vos no sos Manuela Da Silveira, pasame con mi madre’. La mujer se había confundidio y terminé ofreciéndole conseguirle un video con un saludo de Manuela”, señala.
Diego Delgrossi menciona la vez que fue contratado por un integrante de un matrimonio para sorprender a su pareja que cumplía años. Llegó al lugar, actuó, y cuando terminó, los dos se agradecían mutuamente. “Ninguno de los dos había sido el responsable... ¡pero porque yo me había equivocado de apartamento y había ido a otra fiesta! Fue flor de sorpresa y para mí también porque no cobré nada. Al otro lugar no llegaba por un tema de horario y a estos no les podía cobrar. Al final me invitaron a comer y me quedé de charla”, rememora a las risas sobre algo que le pasó cuando recién empezaba.
La sorpresa de Judy del Bosque derivó de no encontrar el material con que iba a hacer un truco porque un mago celoso se lo había escondido. “Era un truco que hacía con el gerente de la empresa en el que tenía que romper unos celulares con un martillo y cuando los voy a buscar en medio del show no estaban. Entonces le pregunté al gerente que es un amor: ‘¿Sabe contar chistes? Cuente algunos que yo ya vengo’. Y me fui con el micrófono de vincha puteando al otro mago medio en broma para que la gente escuchara. Volví, hice el truco y todo salió espectacular. Se mataron de la risa”, evoca.
La pandemia y los Zoom tragicómicos
La pandemia, como se sabe, hizo que los shows desaparecieran o se reinventaran echando mano al Zoom.
“Era algo aberrante. Eran cumpleaños familiares en los que se juntaban en grupitos en una casa y yo entraba en el momento del postre para hacer un evento que era desolador”, cuenta Fabregat. También recuerda una despedida de una empresa en la que en uno de los recuadros de la pantalla se veía a un montón de gente de chaleco y casco en sillas tipo acto protocolar. “Yo los miraba y decía: ‘¿Pero esta gente está viva o es una foto?’ Era horrible”, evoca entre risas.
Delgrossi va por la misma línea: “A veces la gente no solo apagaba el micrófono, sino también la imagen, entonces no sabías si se estaban riendo. Terminabas, escuchabas unos aplausos, otros no, bajabas la pantalla de la computadora transpirando como testigo falso y decías: ‘He robado a una familia. Dios, perdóname’”, relata, aunque reconoce que eso alegró muchos cumpleaños de abuelos y por eso fue un privilegio hacerlo.
Para Judy del Bosque significó poder realizar varios shows para el exterior aunque no le divertía demasiado la modalidad. Cuando comenzó la apertura, una peluquera le hizo una máscara transparente con una corona de strass arriba, fiel a su estilo glamoroso. “Inventé todo lo que tenía que inventar para que el show se adaptara a la pandemia”, remarca la maga.