Con un libro de aliento retrospectivo recién publicado, Fermín Hontou mira hacia atrás, pero solo un poco. Su lápiz, manos y ojos están casi siempre en lo contemporáneo.
Fermín Hontou, bastante más conocido como Ombú, me abre la puerta de su apartamento en Ciudad Vieja por segunda vez en poco tiempo. La primera vez había sido en setiembre, para una nota sobre gente que vive de lo que sus manos son capaces de hacer. Por entonces, estaba revisando todo lo que tenía de su propia obra para un libro que se iba a titular Obra Ombú, y que ya está en el mercado (ver recuadro).
En esa revisión pasaron una vez más por sus ojos los primeros dibujos para publicaciones hoy extintas. Luego, su fermental etapa en México —donde pudo ver cómo trabajaban grandes caricaturistas latinoamericanos como Rogelio Naranjo, por ejemplo— y finalmente su trayectoria más cuantiosa, la uruguaya. Ahí están sus ilustraciones para revistas como El Dedo y Guambia, para el semanario Brecha y también para El País Cultural, por ejemplo.
Su obra en un libro
El libro Obra Ombú fue editado gracias al programa Fondos Concursables del Ministerio de Educación y Cultura, y nació de la iniciativa de dos de sus alumnos, Mariano Arbelo y Graziella Deambrosis. El libro reúne dibujos de todas las etapas profesionales de Ombú y es un resumido y significativo muestrario de su talento y creatividad. Ahí están sus caricaturas políticas, sus trabajos de grandes dimensiones, sus creaciones más personales y difíciles de clasificar y también sus aportes para algunas historietas. Además, cuenta con textos que iluminan aspectos de su manera de dibujar o sobre el contexto en el cual nacieron esas obras. Los textos son de personalidades como Fernando Andacht, Mario Sagradini, Osvaldo Cibils y Antonio Dabezies. El propio Ombú, en el prólogo, dice: “Yo sé que soy alguien de quien Mario Sagradini dijo alguna vez ‘Un verdadero siete oficios gráfico, con ilustraciones, historietas, viñetas, caricaturas, diseños de tapas de libros o afiches’ (…) Pero no sería sincero si no contara que queridos parientes o conocidos o posibles clientes o compradores usan la muletilla ‘¿Seguís haciendo dibujitos?’ (…) El acercamiento y la amistad con Mario Sagradini me hicieron comprender que lo que yo hago no son tan solo ‘dibujitos’”.
El apartamento sigue pareciendo diminuto y completamente tomado por dibujos, cuadros, discos, libros, carpetas, sobres, lápices, pinceles y fotografías. Apenas parece haber lugar para caminar. Pero él se mueve con rapidez y comodidad en esos estrechos pasajes. Como si los objetos, de forma imperceptible, se corrieran y lo dejaran pasar, conscientes de que él es el dueño de todo. Él, a su vez, sabe moverse sin pisar, doblar, romper o de alguna manera afectarlos. Lo que se dice una convivencia armoniosa.
Luego de un matrimonio, una relación de pareja y tres hijos que ya son adultos, Ombú comparte sus días con sus creaciones. Y con los alumnos que van a aprender los trucos y métodos de, probablemente, el mejor dibujante uruguayo en la actualidad: un creador capaz de la más depurada y exquisita técnica, como en una caricatura de Wilson Ferreira Aldunate y Carlos Julio Pereyra, que figura en Obra Ombú. Pero también un dibujante que ya recorrió tanta distancia que puede liberarse de las formas y el realismo para hacer aparecer imágenes que rondan al arte conceptual.
El camino a ser Ombú
No viene de familia de artistas. Él empezó por su cuenta, sin presiones pero tampoco con estímulos de seguir un camino determinado. Su padre no tardó en darse cuenta del talento de Fermín, y como ya contó el propio dibujante, a ese padre le extrañaba que alguien que fuera del dibujo daba la impresión de cierta torpeza, fuera tan preciso y contundente cuando agarraba un lápiz.
Sin embargo, su carrera como uno de los principales dibujantes uruguayos en actividad casi que queda trunca antes de empezar. A principios de los años ochenta no veía mucho futuro para alguien como él en Uruguay y decidió que probaría suerte en México. Dejó un dibujo hecho para una publicación que luego se bautizaría El Dedo, y se las tomó. Ahora dice, claro, que nunca se imaginó que El Dedo (que luego mutaría en Guambia) iba a llegar a ser tan importante.
Llegó a México y, como le pasó a tantos otros uruguayos, encontró trabajo rápidamente. Además, constató que el mexicano era un pueblo generoso. Aprendió mucho de su oficio viendo trabajar a grandes caricaturistas como el ya mencionado Naranjo y también otros como Rius o el chileno José Palomo, otro ineludible de la caricatura latinoamericana. “No tenían ningún problema en compartir sus conocimientos, y en darte oportunidades. Yo era un joven que venía de la publicidad, cuando el trabajo del ilustrador en ese rubro era un proceso muy largo, de constantes revisiones”.
Durante sus años en publicidad aprendió a trabajar bajo presión y a entregar en fecha, lo cual le serviría en el periodismo gráfico, también un trabajo en el cual la presión de la entrega era un factor omnipresente. Los pocos años en México hicieron el resto.
Cuando regresó a Montevideo, tenía una importante experiencia como bagaje profesional, y empezó a sacar un dibujo tras otro, hasta convertirse en una referencia de la ilustración nacional. Uno que se tuteaba con los mejores del medio —en una de sus atestadas paredes hay una foto de él con Arotxa, muestra de la amistad y respeto mutuo que sienten—.
“Los dibujantes somos una cofradía medio rara”, dice ahora, y añade que por más que pueda haber cierta competencia y cuestiones de vanidad profesional, lo que predomina es una sensación de pertenencia e identificación. Esa sensación trasciende no solo aspectos estrictamente personales como el carácter de cada uno, sino también a cosas que hacen al reconocimiento profesional. Por ese tipo de cuestiones es que en su derrotero tuvo relaciones cordiales y afectuosas con nombres como Hermenegildo Sábat, a quien iba a visitar a Buenos Aires: “Le llevaba gente que quería conocerlo”.
“Una vez, ya habíamos llegado al hotel y Sábat me llama y con ese vozarrón me pregunta dónde estaba. Le dije y me dio indicaciones: ‘En tanto y tanto paso por ahí a buscarlos y vamos a una confitería’. Llegó, nos metió a todos en su auto y partió a toda velocidad, conduciendo de una manera bastante arriesgada mientras bramaba ‘¡Estos porteños no saben manejar!’. Cuando llegamos a la confitería, nos invitó a todos y se puso a conversar con varios de nosotros. Si bien siempre tenía un oído y un interés en lo que otro dibujante tenía para decir, esa vez trabó una larga conversación con un maestro de escuela pública. Sábat le preguntaba mucho por el estado de la escuela pública uruguaya, porque contaba que fue gracias a una maestra que tuvo que él supo cómo empezar a usar la pluma”, rememora Ombú.
El dibujante hoy
“Lo que más me gusta ya no es dibujar”, dice de manera inesperada, y el comentario parece hecho medio en broma y medio en serio. “Lo que más me gusta es ordenar, clasificar, poner mis dibujos en sobres y archivarlos”, cuenta mientras hace exactamente eso. Y cuando se acuerda de algún dibujante o pintor o músico, encuentra enseguida ese sobre, libro o disco que le permite ilustrar lo que está diciendo.
Su oficio, además de sustentarlo, le dio también una cultura general que en la charla impresiona. Cuenta anécdotas de Carlos Quijano (a quien conoció en México), de músicos (pintó un gran telar para una gira nacional de Jaime Roos y diseñó tapas de discos para Fernando Cabrera), escritores y otros dibujantes que en algún momento fueron parte de su camino en la profesión. Todo mientras suena un disco de la cantante española Buika en un equipo de música que, dice, afortunadamente pudo hacer reparar. Porque él, melómano dedicado y entusiasta, escucha discos compactos. Nada de archivos mp3 o servicios de streaming.
Hablando de música llega a The Beatles. “¿Viste esa anécdota de Ruben Rada (obvio que en esa parte de la charla saca una espléndida caricatura de Rada) que cuenta que cuando fue Mick Jagger a conocerlo, él le dijo que le encantaban los Stones pero que en realidad era del cuadro beatle? Bueno, yo también”, comenta entre risas y agrega que su favorito en la banda no era ni John, Paul o Ringo, sino George Harrison. “Quería ser como él”, relata y añade que lo que le gustaba del guitarrista era su bajo perfil, la serenidad que transmitía. Enseguida se larga a recordar historias de la banda, a aportar datos, a recordar impresiones y sensaciones sobre sus canciones y cuesta llevarlo de nuevo a hablar sobre su metier.
Ahí, su comentario sobre que dibujar ya no es lo que más le gusta, parece cobrar cuerpo y relevancia. Aunque siga aportando algunos de los mejores trazos respecto a la coyuntura política en Brecha o entregue espléndidas caricaturas para El País Cultural, la mente de Ombú hoy parece deambular entre pintores del Renacimiento, bandas y artistas musicales y comentarios lúcidos sobre el trabajo y el talento de colegas, como su amigo José “Tunda” Prada o Renzo Vayra. Todo mientras sus propios dibujos entran y salen de sobres y carpetas a toda velocidad y sin perderse nunca de un lugar a otro.
Sus cosas
Además de melómano, es muy cinéfilo. Hace poco vio El irlandés de Martin Scorsese y no duda en calificarla como la mejor película de ese realizador. Sin embargo, su director favorito es otro de apellido italiano: Francis Ford Coppola, y no solo por obras como El Padrino, sino por películas menos estruendosas como Rumble Fish.
Beatlemaníaco, elige como su disco de cabecera Revolver, séptimo título de la banda, que arranca con una canción de George Harrison (Taxman), el integrante con quien Ombú más se identificaba y a quien, en cierta forma, compadecía: “Imaginate tener tanto talento como él y que justo te toque estar en un grupo con John y Paul”.
Durante la charla expresó muy profunda admiración por incontables dibujantes, pero puesto a elegir solo uno no duda: Hermenegildo Sábat. El uruguayo exportado a Argentina es, para Ombú, el favorito. Por su técnica, claro, pero sobre todo -dice Ombú- por la frondosa creatividad que Sábat plasmó en sus caricaturas.