Opinión | Encuentro entre Rififí y Mendieta

“Ya no daba más el perro de tanta dulzura”

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Washington Abdala
Cabeza de Turco.

Todo aconteció en tierras parecidas a las de Albert Camus. La gurú Rififí los miró con gesto mesiánico. Rififí era el alma y ellos, su propia carne. Una mezcla perfecta. Cuando hablaba Rififí todos sabían que ella era la nueva ama. Y Rififí también se lo creía. Un juego de espejos.

Aquella mañana, un niño se detuvo frente a Rififí en el templo sagrado (donde ella hablaba para sus fieles) y le preguntó de manera irreverente: ¿Nosotros tenemos futuro?

El niño tendría unos 6 años. No parecía enviado por nadie. Soltó la interrogante porque se le había escapado a su padre. El padre no reclamó al niño y el niño fue retirado de allí de manera sutil.

Rififí se mantuvo en silencio, apenas unos segundos para luego sentenciar: “El mundo nos ha engañado, creemos que somos dueños de la vida, pero no es así, nunca hay futuro, solo hay presente y tampoco lo poseemos… porque siempre estamos muriendo”.

La gente, a decir verdad, mucho no cazó la onda cursi. Rififí pareció contestar con un gesto parco semejante proceder, y en su rostro inmaculado irrumpió la incomodidad del incordio. (O la impostura, que sé yo… narro lo que me contaron).

En ese momento -en el que ella estaba observando a la gente con mirada punzante- pasó el Mendieta, sí, el perro de Inodoro Pereyra. La escena se tornó absurda, porque la pretendida solemnidad de las sentencias de la Rififí (que convengamos tenía apodo medio berreta para ser semejante gurú) podía ser botijeada por la presencia de ese perro trompeta. Rififí lo miró al Mendieta y Mendieta algo musitó, alguna mala palabra. ¡Ese perro sí que sabía comunicar! ¡Comunicador perruno! Y siguió tan campante el Mendieta dándole cero bola a la Rififí. Trompeta y engreído resultó.

Inmediatamente, Mendieta se ubicó como bobeando en una esquinita del “ato solene”. La Rififí sorbió agua, habló de una uña encarnada, de sus anhelos mientras miraba de reojo al can insolente. Se sentía portadora de la divinidad y del mensaje del más allá. Era Mahoma ella o presumía de serlo. Y Alá allá, no se sabe dónde. Rara toda esta escena, Fellinesca.

Lo jorobado se puso, justito, cuando la gente empezó a bostezar. La gente es buena pero no tanto. Y largaron con la somnolencia. ¡Inédito, che! Y el Mendieta se las tomó nomás. Se pudrió también. Aburrido de tanto alcahuete por la vuelta, se rajó pal rancho del primo del Inodoro. (Ese otro flaco que no se bañó en una década). Ya no daba más el perro de tanta dulzura. Y fue y le contó todo lo que había visto. El primo -que era torvo y vivía ensimismado en alcohol- lo miró y le gritó al perro: ¿Y vos que andás oliendo por allí? ¡Bien de perro chusmeta que se cree personaje! ¡Jate de embromar, Mendieta! ¡Marchá a tu pago y no te metas en asuntos que no te incumplen! (Sí, el primate quiso decir “incumben” pero el perro que era más inteligente que él, se dio media vuelta y se las tomó).

Con todo lo amigable que era el Mendieta quedó alunado esa noche. ¿Cómo no le habían contestado algo en serio al gurí? Eso de tenerlo de caramelo Cande y ningunearlo era cosa fea. Y el Mendieta pensaba embroncado en irla a ver a la Rififí y cantarle las cuarenta. Voy, me le paro con cara de perro malo y le digo lo que pienso, pensó. Pensando que estaba pensando, pensó en decirle: “Usted no puede pensar lo que nadie piensa, porque si usted piensa así nadie va a entender su pe nsamiento”. Y le daba vueltas al asunto. Y se durmió quietito debajo del cedro conjeturando nomás. Cuando se levantó de su siesta, larga por cierto, se había olvidado de la Rififí y de toda su milonga. Se fue atrás del Inodoro. Lo único que tenía sentido en esta vida.

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