No sé si les pasa, pero a mí me aburren los debates sobre inteligencia artificial en clave de “que bárbaro que llegó” o en formato “nos va a liquidar la vida”. Los primeros son frívolos -siendo elegantes-, los segundos son dogmáticos siguiendo con la misma nobleza de las palabras. El otro día, Marcos Galperín mandó dos o tres goles en una entrevista que recomiendo ver en La Nación Más. Es de esos tipos que uno oye, y de tanta sencillez en su decir, uno cree que es normal el individuo, pero no, no lo es, es un titán que anda por el barrio haciendo proezas sin garronearle nada a los estados. Nada. ¿Lo pueden decir todos los que están en esa cima?
Hace meses que vengo leyendo idioteces sobre la IA y nadie agrega nada filosóficamente valioso. Nadie. Los que quieren regular demasiado (los europeos son genios en esto de impulsar con el dinero del contribuyente lo que a cuatro se les ocurre mejor) no tienen claro como acotar lo que no es fácil de acotar. ¡Chicos, no existe la soberanía en el conocimiento! Las empresas, además, se sospechan a sí mismas. Algún presidente de alguna gran nación solo habla del tema, pero no logra regular los tantos. ¡Uf! Elon Musk alimenta la desconfianza sobre algunas plataformas. ¡Qué se yo! En tren de creerle a alguno, Elon tiene ganado algunos créditos. Las plataformas están cada día más avivadas y, si uno las torea, advierte, que han mejorado de un año a esta parte de forma exponencial. El monstruo crece y crece y se come a sus hijos como Cronos sin demasiado problema. Y los que están por llegar ya están arribando a nivel PhD solo que, con millones de datos, capacidad de inferencia sutil y análisis que supera buena parte del hacer humano en varias disciplinas. Listo el pollo. ¿Qué hacemos? ¿Lloriqueamos o volanteamos y vemos si nos subimos a la ola con todo? Pregunto, nomás. La respuesta es obvia y necesaria.
Leo a pensadores preocupados y todos tienen miedo. Todos. Temen lo de 2001 Odisea del Espacio donde el bicho informático nos quiera devorar. No lo sé. No pocos lo vaticinan. Pero esto es como la apuesta de Pascal sobre Dios: el que no apuesta a su existencia, se pierde la capacidad de ganar, el necio se cae y se pierde el chocolate. Yo apuesto por el misterio (sin creer absolutamente, de puro interesado nomás). Lo propio hago con la IA porque llegamos a una zona parecida, ya nada se puede hacer sin fe en que las cosas tendrán cierto sesgo positivo. Las consignas a impulsar dentro de esos cerebros o redes neuronales deberían reducir el razonamiento de nuestra propia extinción como especie. ¡Esa es la clave! ¡La única clave a preocuparse! Quizás ese sería el mejor aporte que podrían hacer todos los que andan por la vuelta: introducir en todos los sistemas el vector de la no destrucción del ser humano como consigna absoluta, eso como verdad ineluctable, y punto. Con eso ya sería muchísimo. Y el que no lo haga será sancionado de veras, tendrá castigos económicos y de todo tipo. No veo motivo para no hacer esto, que obvio causa vergüenza escribirlo, pero como el humano es un energúmeno por momentos, convendría poner blanco sobre negro este asunto.
Repito, en el núcleo duro de la IA hay que tener un consenso mundial en que nadie podrá atentar contra la vida de los humanos bajo ningún resguardo informático y quien así lo hiciere será sancionado con toda la fuerza del castigo hacia la humanidad. ¿Suena disparatado o es absolutamente obvio que es lo que hay que hacer? ¿Lo puede pensar alguno con poder de influencian, por favor?