El docente ingresa al aula y se sienta en su escritorio. Mira a los estudiantes con una sonrisa curiosa.
-¿Alguna vez han sentido que no son exactamente quienes parecen ser? Quiero decir, cuando los demás los miran, ¿creen que ven todo lo que ustedes son?
Los estudiantes se miran entre ellos, unos encogiéndose de hombros.
-Hoy quiero hablarles de algo que Marguerite Yourcenar, una escritora fascinante, pensó más o menos así: “El personaje es al final su máscara”. Claro, ella hablaba reflexivamente pero creo que podemos aprender algo importante para nuestras vidas. Porque, al final, ¿no somos todos personajes en el gran teatro del mundo?
Saca una máscara de cartón de su escritorio y se la coloca.
-Esta es una máscara, ¿verdad? Cuando me la pongo, ustedes no ven mi cara, pero ven algo. Y aunque no soy exactamente lo que muestra “esta” máscara, lo que ustedes perciben de mí ahora está determinado por ella.
Los estudiantes asienten, intrigados.
-En literatura, los personajes son exactamente eso: máscaras. El autor los inventa, los moldea y les da un propósito. Pero, aunque son construcciones, no dejan de ser reales en el mundo que habitan. Adriano, el emperador romano de Memorias de Adriano, no existía como Yourcenar lo describió, pero a través de él, Yourcenar reflexionó sobre el poder, la muerte y el amor. ¿No es notable esto? Ella se escondió tras Adriano para mostrarse a sí misma. Ya nunca sabremos si era Adriano o ella.
Se quita la máscara y la coloca sobre la mesa.
-Ahora, pensemos en nosotros. ¿Cuántas máscaras usamos cada día? Aquí, en clase, yo soy “el profesor”. Es mi personaje. ¿Y ustedes? Quizás sean “el buen estudiante”, “el que siempre sabe la respuesta” o “el que se sienta al fondo y se embola”.
Los estudiantes ríen, identificándose con los roles que describe.
-Pero lo interesante es que estas máscaras no solo ocultan; también “revelan”. Piensen en las redes sociales, por ejemplo. ¿Qué mostramos allí? Una versión de nosotros mismos: la máscara de la felicidad, el éxito o la aventura. Pero detrás de eso hay inseguridades, miedos, sueños que no nos atrevemos a compartir. ¿O sí?
Un estudiante levanta la mano.
-¿Entonces las máscaras son malas? —pregunta.
El profesor niega con la cabeza.
-No necesariamente. Las máscaras son necesarias. Nos ayudan a interactuar, a adaptarnos. Pero hay un peligro: creer que somos solo nuestra máscara. Si Adriano, el personaje de Yourcenar, hubiera creído que era solo un emperador y no un ser humano —lleno de contradicciones— su historia no nos tocaría. Lo que lo hace memorable es que, bajo su máscara de poder, había dudas, amor y una profunda comprensión de la vida. En la vida real, es igual. Todos mostramos algo al mundo, pero no debemos olvidar lo que hay detrás. Porque la máscara es un reflejo, no una cárcel.
Se inclina hacia los estudiantes, como si compartiera un secreto.
-¿Y saben algo curioso? A veces, usamos máscaras no solo para que los demás nos vean de cierta forma, sino para convencernos a nosotros mismos de que somos fuertes, valientes o dignos. Y está bien. Pero que nunca nos devore la máscara…
Un murmullo recorre el aula. Los estudiantes parecen pensativos.
-Así que, aquí está mi idea: construyan sus personajes con cuidado. Sean conscientes de las máscaras que eligen usar. Porque, como dijo Yourcenar, al final, somos nuestras máscaras. Pero también recuerden esto: las mejores máscaras son las que nos acercan a quienes realmente queremos ser, no las que nos alejan de nosotros mismos.