Navego entre los muertos. Los vivos no lo saben, pero puedo conversar con ellos como si fuera la cosa más natural del mundo. No es un don, es así y no tiene misterio. Los muertos suelen tener la condición de dictar sentencias y aplicar sabiduría a las necesidades burdas de los mortales. Lo hacen con generosidad y sabiendo que su voz es una orden.
No veo los rostros de los muertos, no se me aparecen, no crea el lector que esto es una epifanía o algo religioso, ni tampoco imagine que estoy en una fase depresiva o de exaltación y que los muertos irrumpen a tomar café conmigo en las mañanas. Es solo que su voz, cuando tengo dudas -y siempre tengo tantas- se me avecina y me habla. Lo raro de los muertos es que no producen una voz que reconozca al toque, es casi como un pensamiento sobre lo que entiendo que me quieren decir sobre tal o cual asunto. Raro el asunto.
No me animo mucho a comentar estas cosas públicamente porque la gente en la vida urbana que anda viva por allí no estoy seguro de que entienda de que hablo. Lo comento -ahora que estoy grande- y que capaz a algún otro u otra le sucede algo así. No debo ser el único.
Sueño poco con los muertos, pero he soñado alguna vez, esa sí que es una experiencia turbulenta: levantarse de la cama, semi consciente y no saber si uno está en el inframundo. En mi caso solo el agua de la ducha me reubica en la existencia real.
Y voy a confesar algo que también me daba vergüenza, pero ya no tanto. Resulta que me hablan muertos que no conozco, eso es lo peculiar de la situación. ¿Qué sería lógico? Que se metieran en mi vida mis muertos, mis abuelos, tíos, padre, progenitor, yo qué sé, la gente de la familia que tanto -se supone- incide en mí. Pues no, se me meten en el cerebro gentes atrevidas que no conozco y que me opinan sobre asuntos diversos, desde cómo decir algo a cómo contestar una pregunta de algún hijo.
No voy a volver a terapia por esto porque no salgo más. Todos los que hicimos terapia fue para ganar comprensión (y paz) con uno y con el mundo (dentro de nuestros parámetros subjetivos, obvio) pero esto de hacer interpretación de los sueños y no salir más de allí, no sé, me resulta hiper freudiano y yo creo ser más lacaniano sin saberlo.
¡Ah! Y acá le envío un pique al lector: los que hicimos terapia nos reconocemos entre nosotros por expresiones, modismos, señales y forma de verbalizar algo de la existencia. Somos como miembros de alguna secta que, sin saberlo, por ciertos tips, entendemos el viaje mental del otro. Y, es verdad, hay algo de satisfacción (y hasta de sutil tranquilidad interior) que nos cobija a los que viajamos por nuestra mente y limpiamos los corredores allí adentro. Es muy común encontrar a alguien que dice algo, que refiere algún menester sobre la vida y reconocer: este hizo terapia para ser consciente de sí mismo y tenerse calado así.
Sí, es por allí la cosa, los que navegamos en distintas épocas de la vida con terapia no es para que nos aplaudan en las sesiones, es para desenmascarar asuntos que uno tiene enterrados y que no capta la razón exacta por la que fue o es así. Y luego se asume el bardo y listo. Después vemos.
Igual, reconozcamos, está lleno de gente que ha ido a terapia y siguen siendo unos cretinos abominables. No les sirvió de nada. Cuando encuentro esos especímenes nunca pregunto quién fue el profesional que los atendió. ¿Para qué? En los casos en que noto lo bueno de alguien, chusmeo quien es. Y, no en pocas oportunidades, emboco a ciertos y ciertas profesionales que son cracks. Cosas de la vida.