Opinión | Ni un sanguchito de regalo

Francis Fukuyama sonaba mal pero resultaba estimulante

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Washington Abdala

La ideología no está muerta, esa dama nunca fue dañada, no le ingresó una esquirla y eso que le tiraron a matar. Pensar que hace algunas décadas pensamos que había fallecido detrás de la implosión del muro de Berlín. Ingenuamente, muchos absurdos -entre ellos este servidor- creímos que la democracia (novia declarada del capitalismo) reinaría entonces por sus atributos naturales. No entendíamos que los modelos no eran absolutos, nos faltaba visión de matices, no se podía imaginar al capitalismo inoculando al mundo oriental y era imposible advertir un extremismo islámico de la naturaleza del que se presentó el 11 de setiembre del 2001. Claro, con el diario del lunes todos somos fenómenos.

Similar estupidez asumimos hasta con el “fin de la historia”. Creer que todo se uniformizaría fue otro acto de ingenuidad y al leer a Francis Fukuyama sonaba mal pero resultaba estimulante. Es que la soberbia siempre está travestida de manipulación y solemos creer que el momento que vivimos es el más importante en la historia de la humanidad. Otra frivolidad pluscuamperfecta que, ahora, ya pudimos comprobar con sobrada información su error.

Lo que sí es cierto es que para los países la globalización es feroz, que las tendencias nacionalistas-proteccionistas son cada día más intensas, que las barras geopolíticas se arremolinan y que nadie puede confiar demasiado en nadie porque todo es líquido, efímero, por intereses. Los amigos no siempre son amigos. O no tan amigos y están en sus endogamias perennes. Y si algo había para acelerar toda esta aceleración que vivimos es la irrupción de niveles de inteligencia artificial que ya empiezan a ser cotidianos. O los estudios genéticos que están lindantes con la ciencia ficción.

Mientras tanto, la humanidad continúa en la tendencia a mirarse al espejo todos los días. Así, varios líderes del presente son cada día más memificables, más dogmáticos, más fanáticos, más desenganchados de lo multilateral como panacea del entendimiento de un mundo mejor. Llegó el Antón Pirulero de la vida en videogame y con Ibai Llanos convocándonos (ironía).

Este es el mundo que tenemos donde las guerras volvieron a estar presentes, ya no son un asunto de violencias entre países del tercer mundo; ahora, con las economías centrales proveyendo recursos, las guerras son un dato a tener en cuenta y están afectando al planeta día a día. Y las guerras denuncian que hay autoritarismos, terrorismos, imperialismos posmodernos con la veta histórica de un pasado que ya fue y que a cualquiera lo pueden embocar. Todos sabemos que hay atentados aberrantes que resulta increíble advertir como irrumpieron. Pero irrumpieron y mataron gente de un día para el otro. Pesadilla que volvió.

Así estamos en el planeta, donde a su vez demasiadas tiranías siguen tan campantes con la vejación a la mujer. Es el mundo donde -cuando hay miedo- hasta se negocia con autoritarismos por recursos energéticos sin complejo de culpa -por las dudas de desabastecimiento- pero luego se declama lo pernicioso que es para la humanidad semejante ideología. Es el mundo que tenemos donde -supuestamente- los buenos no siempre son tan buenos con aquellos que de veras son buenos y a los malos les sacamos la ficha hace demasiado tiempo.

Bienvenidos al maravilloso espacio de la asimetría global, al territorio de lo difícil de sortear por caminos lógicos y donde tiran por todos lados. No está fácil para nadie, así que cada uno a su trinchera porque no nos van a regalar ni un sanguchito. Nadie. Ni de queso.

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