Caminamos, Democracia, desde los días de barro y grito, cuando el hombre levantó la palabra como un fuego tembloroso en la oscuridad. Te vi, al principio, como un sueño que apenas rozaba las manos: un susurro en las plazas, una promesa dibujada en papeles ajados por las tormentas de la historia. Te recuerdo idealizada por los que dicen que leyeron a los griegos pero solo repiten los títulos de los libros sin saber de qué hablan. ¡Y hay que oírlos -sin enojarnos- cuando en realidad no tienen idea si Platón existió o si lo inventó Sócrates con su pensamiento!
Creciste, como crecen los ríos cuando el pueblo los alimenta. Eras entonces un camino polvoriento y un muro de esperanza. A veces tropezábamos contigo, nos heríamos los pies en las piedras de tu senda, pero seguías, como siguen los que saben que no hay retorno en el viaje. Es que nunca hay retorno en este viaje de la vida, tú lo sabes bien ahora que nos arropas hace algún tiempo.
Te quisimos pura, Democracia, limpia como el pan recién horneado, pero descubrimos que en tus manos convivían la luz y la sombra. Aprendimos a no adorarte, sino a cuidarte, como se cuida la frágil raíz de un roble, como se protege un hogar del viento y del odio. Los que nunca odiamos de verdad porque nunca matamos ni a una mosca, somos tus fieles soldados amiga de todas la horas. Soldados de la paz y la palabra.
Viniste a los hogares, a las fábricas, a las escuelas, te vi sentarte en las mesas donde nadie era amo y todos eran voz. No te importaron las ropas ni las banderas; te ofreciste, imperfecta y terca, a quienes se atrevieron a construir con tus manos de arcilla un mundo más ancho. Y en esas estamos siempre, socia, bajo tu sombra, haciendo lo mejor para los que lo necesitan; nos elaboras más buenos estimada, somos más buenos contigo siempre.
Y cuando llegaron los días en que el odio buscó escondites bajo las mesas, tú lo enfrentaste, Democracia, con la frente desnuda y el puño lleno de palabras. No dejaste que el silencio se volviera cuchillo. No permitiste que el miedo creciera como una cizaña en el jardín del respeto. Te vi, entonces, en cada plaza y cada voz, diciendo: “No somos iguales, pero caminamos juntos. No pensamos igual, pero somos humanos”. Y ganaste la partida vieja peluda, la ganaste por paliza, sin levantarle la mano a nadie, y hoy hasta los más cínicos dicen amarte. Hermosa batalla que ganaste calladita y sabia.
Hoy, Democracia, te celebro, no como un mármol perfecto, sino como una herramienta de manos gastadas, una canción desafinada que aún canta la verdad. Eres arco y refugio, puente que no se quiebra, un pacto de miles que buscan el sol. Gracias, Democracia, por enseñarnos que la fuerza no está en aplastar al otro, sino en aprender a escucharlo, que no hay libertad sin el valor de mirarnos a los ojos y no odiarnos.
Gracias por dictar sentencia de igualdad y someternos al mandato de cumplir como sea esa orden. Gracias por no claudicar y persistir contra viento y marea. Gracias por estar allí siempre en la línea de atrás para cerrar el arco y ganar por goleada en valores morales y dignidad.
Hoy más que nunca te celebro. Qué hermosa eres, cuando ríes entre las grietas y tus raíces crecen en la tierra común de todos los hombres. Gracias fiera tozuda, madre de la tolerancia, amiga del pueblo: gracias por tu barro y tus alas.