Opinión | Ser padre modelo 2021

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Washington Abdala. Foto: Archivo El País
Nota a Washington Abdala, abogado, politico, profesor y escritor uruguayo perteneciente al Partido Colorado, en su domicilio de Montevideo, ND 20171110, foto Marcelo Bonjour - Archivo El Pais
Marcelo Bonjour/Archivo El Pais

COLUMNA CABEZA DE TURCO

"En el hogar se desnudan los valores morales". Por Washington Abdala

Los padres no tenemos nada más preciado en la vida que nuestros hijos. Lo sabemos todos. Es un sentir que viene del fondo de la historia y del propio sentido que le otorgamos a la existencia. Los que se transforman en padres -en el formato que sea- saben que compraron un tren que no tiene paradas y que les develará por siempre sus existencias.

Y lo más increíble del asunto es que eso es lo que amamos de semejante asunto: el saber que hay que estar siempre listos como un buen bombero para apagar un incendio o listo como un scout para ir a la aventura que nos depare el hijo o hija que reclame la atención del momento. Ser padre es un contrato “ad perpetuam”. Es verso eso de que lo que importa es la “calidad” del tiempo que se le dispensa a un hijo. Hay mínimos de tiempos básicos que hay que aplicar. El que no los aplica, sencillo, se lo pierde y por más que considere que su trabajo es vital tiene que buscar hacerse momentos para estar y amar a sus hijos porque luego la vida pasa factura a esas falencias. Es de manual lo mío, lo sé, pero lo repito porque como no soy nadie en estos menesteres -solo me considero un buen padre- intuyo que por acá vienen los tiros. Un padre presente timonea, sugiere, orienta, habla y algo se le oye del otro lado, algo decanta. A veces los hijos hacen que no nos oyen, pero siempre algo les queda.

Claro, los que nos consideramos buenos padres estamos a un centímetro del plomazo, del padre que produce tanta presencialidad que termina siendo un clavo. Cada hijo, además, es un mundo, algunos requieren más activismo, otros más distancia, otros son eclécticos. En fin, los hijos son tan complejos de interpretar como nosotros, sus propios padres.

De chico miraba a los padres de mis amigos y pensaba que había otros padres que tenían cosas, pareceres y formas de ser que me resultaban atractivas. Luego, el tiempo y la perspectiva me enriquecieron el accionar de mis padres y quedé a mano con ellos. Cero reproche, más bien empecé a entender las proezas que tuvieron que hacer para salir adelante y empujar un barco que era tormentoso por razones que no viene al caso referir en esta nota.

La cuestión es que ser padre o madre es de las alegrías más imponentes que tienen los humanos. No somos reproductores de la especie; somos creadores de vida que viene a mejorar la vida y que viene a desarrollar lo mejor de nosotros. Hayamos creado o no al ser que asumimos como hijo o hija.

He vivido un rato, he tenido algunos orgullos existenciales, pero ninguno como el título de “papá”. Nada me conmueve más y me gusta más que eso. Y si tengo que detener el mundo porque un hijo está en un apuro, puedo dejar plantado a quien sea porque mi prioridad son mis hijos. Y no vayas a creer, estimado lector, que ser padre es un asunto sencillo; es un lío, y para un liberal no dogmático y con la cabeza abierta, uf, es un lío doble, porque soy débil en mi arsenal argumentativo por más que crea que hay fortalezas en mi narrativa racional. Me pasan con los tanques los que tienen fe, los que apuestan a una ideología con sus hijos, o los que les enseñan “un” relato y no todos los relatos. Y, banco, no me queda otra. Y respeto, pero el posicionamiento de un padre modelo 2021, con cabeza muy transversal, no es sencillo.

Al final siempre la libertad es un asunto difícil de procesar en cuanto padre, pero es en lo que creo y si me pusiera fundamentalistas de alguna supuesta verdad (que me pareciera absoluta) sería extremista semejante talante en mi cosmovisión. Por eso educar saca lo que verdaderamente somos. En el hogar se desnudan los valores morales, la forma de interpretar el mundo, el sentido magnánimo que poseemos o los niveles de pequeñez que todos - en algún punto- tenemos aunque nos guste negar semejante cosa.

Los hijos nos leen el pensamiento, nos conocen mejor que nadie y se parecerán a nosotros o serán el espejo contrario de lo que fuimos por reacción ante un modelo que no sintieron afable. No hay punto intermedio. Educar es difícil, muy difícil, pero nos enseña que enseñando aprendemos igual que ellos.

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