No os engañéis: el sendero es arduo porque vale la pena. Las dificultades que se alzan ante vosotros no son señales de derrota, sino de la altura que debéis alcanzar. Quien tropieza y se levanta, más firme pisa; quien se esfuerza y resiste, más digno se vuelve.
Os hablo no como quien está en la colina sino como quien vive y comprende el llano. La unidad entre vosotros no es un capricho ni un adorno, sino la base de todo triunfo. Un brazo aislado es débil, pero cuando la voluntad de muchos se entrelaza, el acero de los obstáculos se torna cera bajo la llama de la determinación. Por ello, creed en la fuerza del grupo, en la comunión del propósito. Que ninguno tema cargar al caído ni apoyarse en el más firme. La victoria, cuando llega, no es del individuo, sino del espíritu que une. Y el espíritu es todo. Los adversarios saben de eso cuando advierten nuestra mirada alucinada y la determinación hasta en las fosas nasales que se agigantan buscando oxígeno para vigorizar nuestra acción. Y no es arrogancia o soberbia nuestro devenir, es solo arrojo ante la infamia y combate vigoroso ante lo insoportable. A los insoportables: ¡Duro con ellos!
Ved a quienes os desafían. Su fortaleza no es motivo de desaliento, sino de aprendizaje. No se les teme, se les estudia. Si ellos son firmes, vosotros debéis ser inquebrantables. Si ellos son astutos, vosotros, nosotros, esclarecidos. No hay en el adversario un muro infranqueable, sino el reflejo de la conquista que aún debéis forjar en vosotros. Y nosotros siempre hemos sido buenos pero hemos caído, hemos caído más de lo que debimos haberlo hecho, pero aquí estamos de vuelta en medio del lodo, sin asco ni arrepentimiento, lo pasado no se mejora, el futuro es lo único que se anticipa.
Que no se confunda nadie: el propósito nunca es la batalla por sí misma, ni la efímera gloria del triunfo. No luchamos por colores ni por emblemas, sino por los rumbos que damos a aquellos que amamos. ¿Qué sentido tendría la contienda sin la transformación que ha de seguirla? ¿Qué valor tendría la conquista sin el bien que siembra? Quien combate solo por vencer, se desvanece con su victoria. Quien combate para elevar lo amado, deja en el mundo su huella. Y quien combate a la injusticia sabe que así construirá la regla justa y no la norma legítima que es menos. Nadie, entonces, se arrepienta de abatir a este adversario, no hay dudas en el campo de batalla, no hay excesos, solo hay sobrevivencia. O vencemos y seguiremos conversando, o seremos el recuerdo de ellos. Lo segundo es infame, lo primero necesario.
Por ello os llamo, sin ambigüedades, al esfuerzo sin reservas, a la entrega sin excusas, al sacrificio sin medida. Lo fácil es siempre estéril; lo arduo, fecundo. No os contentéis con la tibieza ni con la fatiga del mediocre. Todo lo valioso exige un precio, y ese precio es vuestra voluntad inquebrantable. Una voluntad que no ofenda a los más infelices de los nuestros, a los más frágiles y a los más desvalidos que son a quienes debemos proteger.
Que no os amedrente el dolor ni os distraiga la duda. La fatiga del que se entrega es pasajera, pero la obra del que persiste es inmortal.
¡Somos inmortales jóvenes porque se alcanza esa plenitud en la entrega de la vida misma por lo que somos, por lo que queremos ser y por lo que aún no soñamos con ser pero que algún día seremos! Ni un centímetro advertirá el enemigo de nosotros, compactos, juntos, sólidos, mordiendo y entregándolo todo.
Seguid, entonces, con fuego en el alma y temple en la mirada. Somos indestructibles.