Hubo un tiempo que fue hermoso y fui libre de verdad, guardaba todos mis sueños en castillos de cristal”, así arrancaba “Canción para mi muerte” de Sui Generis que mi generación recitaba de memoria. Épocas sórdidas en el sur del continente. La música y la poesía se infiltraban produciendo libertad en cuotas. La narrativa libertaria era implícita, nada se podía decir abierto, la remábamos como podíamos. Tiempos de palabras en clave. Fuimos genios en reunirnos para “conspirar” en despedidas de casamiento truchas y cumpleaños inexistentes. Tiempos de lucha perenne y tiempos en los que la libertad era un objetivo anhelado. Un día, allá por 1980, cruzamos el Rubicón. En esas jornadas el doctor Enrique Tarigo hizo su magia y el doctor Pons Echeverry la suya. ¡De pie!
Esa recordación viene a cuento porque hoy se realizan elecciones en Venezuela. Elecciones en las que varios países democráticos claman por la necesidad de respetar la voluntad democrática del pueblo venezolano. Nadie pide inventos. Se exige la realidad: respetar a la gente, al soberano. Por algo se reclama de tantos lados del mundo que la autocracia se repliegue ante el mandato popular. Algo pasa. Algo pasa. Algo pasa. Algo pasa. Algo pasa (¿Cinco veces alcanza?)
Son -expresado con elegancia- elecciones en las que hay un clamor planetario por que se respete una alternancia en el ejercicio del poder en esa nación. Ahora sí llegaría (condicional) un poder legítimo y legal si no se alteran los resultados electorales. No hay una encuesta en que no se apabulle al régimen. ¿Mienten todas las encuestas? ¿Todas son un invento del enemigo? ¡Por Dios! Se bajaron hasta los amigos más íntimos.
Ya todos sabemos que eso es lo que quiere la gente. “La gente” es la mayoría de la gente, no es toda, pero es muchísima, que está allí adentro encerrada bajo la desmesura intolerante de una élite que se auto erigió en el poder fáctico. ¿Qué más tienen que padecer los venezolanos para que en algún momento se de vuelta la pisada y recuperen su dignidad? ¿Qué más? ¿Cómo se los puede ayudar?
Por lo pronto, siendo solidarios con ellos, sabiendo que María Corina ha sido una heroína en la forja por esa libertad, que lo ha hecho con desprendimientos personales altísimos. ¡Cuánto hay que admirar el coraje de esa mujer! Cuando se lucha contra las dictaduras, las armas del pacifista son su vida, mientras las armas del autócrata son la violencia y la violación de los derechos humanos. Tenida endemoniada por la que todo se juega en todo momento.
¿Cómo se puede vencer entonces? Es casi mágico: hay un momento, un momento angelado diríamos, en que el dictador sabe que no puede con la masa, que la masa siempre es más que los que la escarmientan, y se advierte que la batalla se torna insoportable, y por razones entre misteriosas y algunas de sentido común, se repliega y se sale del juego. ¿Suena loco, verdad? Sí, pero es así como las dictaduras algún día se hunden y es cuando la miseria le gana a sus acólitos y ellos mismos se miran sin entender como seguir su patético juego ominoso. Es la hora de la verdad. Siempre llega, al final la historia es fiel en estos menesteres. Créanme, más temprano que tarde “se abrirán las grandes alamedas por donde pasa el hombre para construir una sociedad mejor”. Y llega esa hora en el momento en que se está exhausto. El último aliento es el de la victoria. Sigamos, sigamos, sigamos.