Opinión | Un país llamado Uruguay

"Este país, que muchos describen como pequeño por su geografía, es gigante en el alma de su gente"

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Washington Abdala
Cabeza de Turco.

Nuestro país se enfrenta, una vez más, a una elección electoral. A simple vista, parece un acto más de la vida democrática, un día entre tantos en la historia del pequeño rincón del sur de América. Pero para quienes habitamos sus campos y ciudades, para quienes sentimos el palpitar de la historia y de nuestra cultura, las elecciones no son meros momentos institucionales sino un encuentro sereno con la responsabilidad de construir nuestro futuro.

Este país, que muchos describen como pequeño por su geografía, es gigante en el alma de su gente. Uruguay es un lugar donde la historia se hace presente y donde la esperanza alza su voz ante cada elección. En las calles se respira algo más que el bullicio sutil. Se perciben el eco de luchas pasadas y la promesa de un mañana que nos permita siempre ir por más. Cada ciudadano lleva consigo un legado histórico y un anhelo de mejoras. Para el uruguayo, el día de la elección no es un ritual vacío, sino un compromiso ineludible.

La democracia, más que un sistema de gobierno, es una forma de vida que ha calado profundo en el tejido oriental. Es la voluntad de un pueblo de decidir su destino, de ser dueño de su historia y no simple espectador. En ese acto de colocar una hoja de votación en la urna, se resume la lucha de generaciones que soñaron por un país siempre mejor.

Y, por eso, justamente, las elecciones no solo son el reflejo del pasado heroico o de una tradición democrática consolidada; son, principalmente una apuesta al futuro que siempre está por construirse. Como señala Hannah Arendt, lo político es, ante todo, el espacio donde se construyen nuevas realidades a través de la acción colectiva. Para Arendt, la política no es un simple ejercicio de poder, sino el ámbito donde los seres humanos se encuentran como iguales para deliberar, debatir y actuar en conjunto.

En este sentido, votar es mucho más que elegir representantes. Es un acto profundamente político en el sentido más amplio de la palabra. Al votar, cada ciudadano uruguayo se involucra en el gran proyecto de construir comunidad, de crear un espacio común donde puedan convivir diversas voces y opiniones. En el acto de votar, no solo se escoge un candidato o una propuesta; se reafirma la pertenencia a un colectivo, a un “nosotros” que es, en última instancia, la esencia de la democracia.

Arendt también nos enseña que el espacio político es, por naturaleza, plural. No se trata de imponer una única verdad, sino de reconocer la diversidad de perspectivas y de darles espacio para que florezcan. Esta pluralidad es la esencia de la democracia uruguaya, donde el debate y la confrontación de ideas no son vistos como una amenaza, sino como una oportunidad para enriquecer el proyecto común. En cada elección, el pueblo uruguayo demuestra que es posible vivir juntos, a pesar de las diferencias, porque en el fondo, comparten un sueño común: el de un Uruguay más justo, más libre y más democrático. No son palabras al viento.

Decía Daniel Hadad que veía en el clima político uruguayo cierta moderación y tranquilidad ante lo efervescente que son otros escenarios de vida política en otras regiones. Hadad, hijo de una uruguaya, no regala piropos.

Tengo claro que todo lo escrito suena a nacionalismo intenso, sin embargo, no lo es. Es la forma de ser del país que en situaciones límites tiene una memoria colectiva que nos evita de caer en el barranco, porque el barranco siempre está a la vuelta de la esquina, y con un poco de irresponsabilidad siempre está abierto para embocar al distraído.

Se trata de no caer en él.

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