A las 21:03 del domingo 31 de octubre de 2004, Óscar Bottinelli miró a la cámara y declaró con seguridad: “Tenemos presidente”. Su colega Luis Eduardo González, en Canal 12, informó a sus televidentes 17 minutos más tarde que habría que esperar para saber si Tabaré Vázquez sería el nuevo mandatario de los uruguayos -el primero por el Frente Amplio- o si habría balotaje. “Estábamos convencidos de que los números nos daban”, cuenta el presidente de Factum en diálogo con Domingo sobre uno de los momentos en los que, a pesar de la confianza, sintió más riesgo. “En ese momento, la proyección nos daba 50,7% y terminó en 50,45% con los votos observados. Entonces, dije: ‘Tenemos presidente’”, recuerda.
Bottinelli, quien siempre dice haber conocido la política “desde la mamadera” -ya que su padre fue diputado y senador por el Partido Nacional, y él lo ayudaba a ensobrar listas, además de dibujar y recortar aquellas que sobraban-, era consciente de que estaba ante un hecho histórico para el país. Sin embargo, lo que sucedió al día siguiente lo sorprendió aún más: su frase “tenemos presidente” había sido traducida a más de 40 idiomas para ser incluida en las noticias. “La vi en húngaro, checo, eslovaco, japonés... Uruguay, cada tanto, aparece en el mundo, y esa vez lo hizo”, relata mientras comparte una anécdota. En realidad, Bottinelli había pensado decir “Habemus presidente” (o, en su defecto, “habemus ballottage”, mezclando latín y francés), pero cambió de opinión en el último segundo porque creyó que nadie entendería el latinismo y que sonaría “demasiado sofisticado”. Meses después, el mundo entero escuchó un “habemus papam” tras la elección de Benedicto XVI, luego de la muerte de Juan Pablo II, y se arrepintió de no haber iniciado una moda.
Nacido en Dolores en 1944, este exajedrecista, experiodista y reconocido politólogo ha compartido sus análisis políticos, encuestas y proyecciones de escrutinio en Canal 4 y El Espectador, entre otros medios, desde 1989, cuando tuvo lugar el plebiscito por la Ley de Caducidad, ganándose la fama de ser “el primero en anunciar al ganador”. “Salvo una sola vez, en 1994 cuando ganó (Julio María) Sanguinetti y lo dio Luis Eduardo González, siempre anunciamos primero”, apunta.
No obstante, aclara que “no es un tema de reloj” y que se ha creado “una leyenda” en torno a esto. Explica que él -y ahora su hijo Eduardo, y los otros colegas- avisan a la producción del informativo cuando tienen una conclusión, y es el canal el que decide cuándo salir al aire. Además, señala que el televidente simplemente sigue al analista o programa que más le gusta. “Hay una historia de que hubo una elección en la que se adelantó el reloj o salimos antes de la hora. Vos decís que tenés los datos, y la salida la maneja el canal. Una vez me enteré después que salí dos minutos antes, porque Néber Araújo salió al aire en Telemundo protestando”, comenta con una sonrisa. Y asegura: “No se trata de salir primero, sino de tener la convicción del dato antes”.
Comunicar un resultado erróneo es lo que siempre ha temido. Eso fue lo que ocurrió en Subrayado en 1994, cuando, en un acuerdo con un equipo de la Facultad de Ciencias Económicas de la Universidad de la República, anunciaron como ganador a Tabaré Vázquez, cuando en realidad el vencedor fue Julio María Sanguinetti. “Fue un problema serio”, comenta. Nunca quiso estar en esa situación. “Ahí todos vimos el peligro de la encuesta de boca de urna, debido al alto número de personas que no respondía. Lo que sí da certeza, y es lo que usamos hasta hoy, es la proyección de escrutinio. Es decir, los votos contantes y sonantes”, explica.
Para Bottinelli, una encuesta de boca de urna -término importado de Brasil y que pronuncia con acento- no sirve para obtener un resultado definitivo, sino solo para brindar una orientación. En cambio, la proyección de escrutinio se basa en una muestra estadística obtenida a partir de los primeros votos contabilizados. “Bien hecha, los resultados no varían más del 1%, lo que la hace muy precisa”, explica. Eso sí, requiere mucho trabajo. Durante un día de elecciones presidenciales, Factum moviliza a unas 200 personas en los circuitos, a las que se suman otras 50 para el procesamiento de datos y la logística.
Si a eso se le suma que la campaña electoral es extensa y que empresas como Factum, Equipos o Cifrarealizan decenas de encuestas, un año electoral es, para Bottinelli, uno de los “más estresantes” de su vida. “Cuando empezamos con esto, había una generación que no entendía para qué servían las encuestas. Te decían: ‘Pero si yo vi que el acto era muy grande’. Después pasamos a una etapa en la que lo único que importa es la encuesta, lo que aumenta las probabilidades de enojo más que de satisfacción. Eso genera cansancio y tensión. Entonces, no es como si fuera Navidad, que se supone que es festiva. El mejor día del año electoral es el lunes siguiente a la votación; es el día soñado”, dice entre risas.
No obstante, Bottinelli ha reducido su carga laboral en los últimos años, desde que su hijo asumió la dirección de la empresa, lo que le ha permitido estar en una situación de “semi-retiro” y disfrutar de la compañía de sus siete nietos -comenta que, afortunadamente, ninguno nació durante los meses de campaña electoral-.
Algunos de ellos demuestran interés en el ajedrez, al igual que su abuelo, quien les ha prestado libros sobre el tema. El politólogo llegó a competir en el desaparecido Círculo Universitario de Ajedrez y dedicaba muchas horas al entrenamiento, pero prefirió retirarse porque, en ese entonces, militaba en el movimiento estudiantil. Luego comenzó a trabajar como cronista parlamentario en el diario El País, se desempeñó como secretario político de Líber Seregni entre 1971 y 1987, y también fue coordinador parlamentario del Frente Amplio, todo al mismo tiempo. “Era un poco esquizofrénico”, rememora también entre risas. “Por un lado, militaba; por otro lado, cubría la información con absoluta objetividad. El diario entendió eso perfectamente. Yo seguía las sesiones (incluso dice que llegó a dormir en el Parlamento), tomaba apuntes o memorizaba para escribir las crónicas y a la vez conversaba con los diputados del Frente Amplio para coordinar todo el funcionamiento. Tenía puestos dos trajes, pero funcionaron bien mis dos hemisferios (cerebrales) por separado”, cuenta.
Su perfil militante y su trayectoria periodística lo llevaron delante de las cámaras de televisión mucho antes de la jornada del plebiscito por la Ley de Caducidad, ya vestido con el traje de analista político. “Para ese entonces, yo ya tenía rodaje”, precisa. Su primera aparición televisiva fue a los 15 años en Canal 10, y repitió varias veces como panelista en La Juventud Opina, que se emitía por Canal 4, donde había una mesa de debate.
Pero una vez que fundó Factum junto a Juan Rial y Francisco Panizza en 1989, Bottinelli solo pasó a vestir el traje de analista, desvinculándose de su actividad política y del periodismo. Ante la consulta de si su próximo retiro podría llevarlo a retomar viejos caminos, rápidamente lo descarta: “Hace 35 años que estoy del otro lado del mostrador. Eso me hizo generar otra cabeza. Lo más importante en el análisis político es entender al otro. Algunos quieren una gran protección del Estado; otros, una sociedad más individualista. Uno tiene que aprender a entender la lógica de cada uno. Y cuando se aprende eso, es muy difícil dar otra vez el salto, porque se desarrolla un sentido crítico que permite ver todo el tiempo qué errores comete cada uno. Son dos actividades incompatibles. Hay quienes sienten que su misión es defender un proyecto determinado; para mí, es la del análisis político crítico, porque creo que es muy necesario que existan personas que no estén comprometidas en el juego y que puedan ver las cosas con equilibrio”.