NOVELA NOMINADA AL MAN BOOKER
De madre croata y padre iraní, Ottesa Moshfeg explora aquellos espacios donde no pasa nada, al punto que queda en cuestión la propia narrativa.
En 1994 la estadounidense Elizabeth Wurtzel (n. 1967) había querido publicar un libro de corte autobiográfico titulado “Me odio y me quiero morir”. Con buen tino, su editor le aconsejó cambiarlo por el más sensato, amplio y comercial de Nación Prozac. Trataba sobre depresión y el empastillamiento para combatirla y contenía un tono muy “ay de mí” que llevó a que fuera mayormente criticado —con excepciones parciales como la de Michiko Kakutani, la irónica voz del The New York Times— pero se vendió como un best seller.
A más de veinte años de aquel suceso otra joven, Ottessa Moshfeg (n. 1981, Boston) publica esta novela titulada Mi año de descanso y relajación, en la que también hay una narradora que cuenta sus incursiones farmacéuticas para procurarse cualquier psicofármaco que la distraiga de la realidad y la convierta en una bella durmiente del siglo XXI, aunque solo sea por un año. En este caso la protagonista es una veinteañera sin problemas económicos —una holgura heredada de sus padres muertos—, con un romance roto y no superado, y una amiga que aunque la asedia y la envidia constituye uno de sus dos vínculos humanos. El otro lo representa una psiquiatra desquiciada y olvidadiza para todo excepto para cobrar. La protagonista va contando su crisis existencial mientras sale de un sueño de horas para entrar en otro de días, hasta que el estallido del 11 de setiembre de 2001 metafóricamente la despierta. Por supuesto que se podría leer, aunque es dudoso, como el despertar de una nación. En principio es dudoso porque la escritura de Moshfeg es correcta —al nivel de lo profesional, sin sello propio— pero también oportunista y aburrida, casi que inductora del sueño. Antes de las cien páginas ya sabemos que no va a pasar nada más que lo que ya pasó, que también es nada: la chica se queja, miente, mira películas, recuerda sexo y agravios, consume pastillas, duerme, y el ciclo se repite; se sabe que el drama existencial por sí solo no constituye una escritura.
De madre croata y padre iraní, Moshfeg ha escrito relatos y alguna otra novela antes de esta, siendo incluso nominada al premio Man Booker en 2016 por Mi nombre era Eileen. Una de las tantas confusiones frente a tanta narrativa que tiene poco que decir, pero cumplimenta la voluntad editorial de llenar páginas y encaja por temática y condimentos en los estándares del marketing.
MI AÑO DE DESCANSO Y RELAJACIÓN, de Ottessa Moshfeg. Alfaguara, 2018. Trad. de Inmaculada C. Pérez Parra. Madrid, 253 págs.