EL PERSONAJE

Pablo Aguirrezábal: sufrió bullying, vivió como un mendigo, quiso ser presidente y hoy es un ser espiritual

Dio un paso al costado de los medios y de la murga en 2020 para abocarse a su escuela de artes libres. Vuelve a los escenarios con la obra antiinflamatoria "¡Me rindo!"

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Pablo Aguirrezábal en País, la escuela de artes libres que dirige.
Pablo Aguirrezábal en País, la escuela de artes libres que dirige.
Foto: Estefanía Leal.

Hace algunos años que Pablo Aguirrezábal logró vivir en paz y alegría, pero, como buen idealista, siente que la felicidad no es completa si el mundo entero no vibra en la misma sintonía. Por eso, disfruta al inventar mundos mágicos donde esa utopía se hace un poco más real. Encuentra en el absurdo una chance de volver a lo naif de la niñez. Un viaje a Granada, donde se vinculó con las comunidades españolas, impulsó su transformación y hace ocho años que es un hombre nuevo.

Dejó el cigarro y el alcohol, pagó sus deudas, se hizo crudivegano primero y vegano después, se alejó de los medios porque ya no se sentía cómodo ni libre, y armó dos empresas -la escuela de arte Paí y el centro de medicina integrativa Arys- que le permiten ayudar y acompañar a otras personas en sus procesos de sanación.

Dejó de sentirse por fuera del sistema para empezar a aceptarlo con la meta de aportar su granito de arena al mundo: “Soy muy de Siddharta, el libro de Hermann Hesse que dice ‘lo único que percibo es poder amar al mundo’. Me hace sentir bien eso”, asegura Pablo Aguirrezábal a Domingo.

Pasó de ser un desastre con las finanzas a administrar sus dos empresas: “Aprendí a usar el dinero para el enorme propósito que tenemos en Arys y en Paí, que es mi vida, es lo que soñé de adolescente: tener una escuela de artes libres”, comenta.

Una adolescencia que estuvo lejos de ser mágica. Es que este defensor acérrimo del poder mental y las filosofías de consciencia fue víctima de bullying en los primeros años de liceo: “En ese momento no sabía que había otra vida posible en libertad y paz y tenía miedo de hacerme valer. Cuando lo descubrí fue una luz”, declara quien vuelve a los escenarios el próximo fin de semana con la obra antiinflamatoria "Me rindo".

Sombras

Es el hermano del medio y nació hace 47 años en el departamento de San José, aunque se crio en el barrio Pocitos, ya que sus padres -él chofer de la extinta Onda y ella profesora de física- decidieron mudarse a Montevideo cuando Pablo tenía 6.

Se siente muy lejos del niño que fue, al punto de percibirlo como un ser distinto al que se convirtió a los 15 años. “Tenía miedo, estaba confundido, pero de cualquier manera tengo una fotito suya, lo abrazo y lo escucho, porque hay mucha cosa de ese niño que yo también tengo”, asegura.

Esos miedos -a sus padres, a expresarse- fueron quedando atrás cuando, con 15 años, encontró en la música un canal inmenso de comunicación y desahogo. Al principio componía canciones de amor, luego pasó a “embroncarse” con la educación sistematizada, sus padres y la sociedad.

Usó la música para gritar y decir basta y le dio resultado: “Los que me hacían bullying, cuando conocieron mis canciones me empezaron a invitar a todos lados. Era su juglar”, dice.

La historia de Pablo dio un vuelco en 1998. Agarró dos valijas de mano, la guitarra y se fue de su casa sin decir una palabra a sus padres, que supieron de él un mes después: los llamó desde el norte argentino y les dijo: ‘Estoy bien, quiero seguir’.

Se fue a recorrer América del Sur porque oyó una voz interna que le decía ‘conocete más’ y lo hizo sin un peso en el bolsillo: “Comía donde podía, dormía en plazas, pasaba días haciendo dedo, me costaba encontrar lugares para bañarme”, describe.

Pegó la vuelta en La Paz, Bolivia, después de un duro periplo de tres meses: “Me costó volver a tocar las canciones que toqué ahí porque representaban un momento donde me sentía mendigo, discriminado. Sufrí pila, pero fue fundamental en mi vida”, confiesa

Luces

Ese viaje fue apenas el inicio de su camino hacia el autoconocimiento. En 2013, durante una gira con la murga Asaltantes Con Patente, se le ocurrió la loca idea de tirarse a presidente. “Yo te voto”, le decía mucha gente cuando volvió a Montevideo. Activó el freno de mano y decidió dedicarse a estudiar en profundidad con miras a armar un programa que no era otra cosa que la alternativa de mundo que soñaba habitar y de persona que anhelaba ser. “Esa voz que me dijo ‘tirate a presidente’, en realidad, me estaba diciendo ‘tratá de ser la persona que votarías como presidente’. Y eso fue lo que me impuse: me hice una facultad y todos los días estudiaba cuatro o cinco horas sobre economía, política, salud, energías, alimentación”, enumera.

Armó un programa que aún conserva y fundó el partido Viva la vida, pero a fin de cuentas todo decantó en una búsqueda espiritual interna y en su propia salvación.

“Hice un nuevo viaje, conocí las comunidades de España, encontré el mundo ideal, el que yo soñaba. Con un montón de herramientas, recursos y filosofías de consciencia dejé el alcohol y empecé a ser crudivegano -ahora soy vegano hace siete años-. No fumo, no tomo, quedé limpito; arreglé todas mis deudas, creé dos empresas y estoy de maravilla”, resume.

Dejó el alcohol de forma radical: “Un día de abril de 2016 dije ‘última botella de vino que tomo’ y fue la última. No me costó, a pesar de que tomaba todos los días”, confiesa.

-¿Por qué tomabas?
-Me sacaba el miedo básicamente. En la adolescencia me ayudaba a reconocerme como parte de un grupo. Después, cuando empecé a laburar en los medios era el borrachito arriba del escenario: tomaba para soltar ese miedo a la exposición y al qué dirán. Y después lo encontré en la meditación y el yoga, mucho más consciente. Tuve miedo de dejar de tomar por cómo iba a rendir arriba del escenario y rendí mucho mejor. Dejar el alcohol me abrió una luz, me alivió. También me quería despegar de mi padre, que la pasó brava con el alcohol.

Sanar

La música lo ayudó a sanar abriéndole la puerta a la expresión; luego apareció el humor, que le permitió ver las cosas desde otra óptica, y más tarde las filosofías de consciencia integraron todo: constelaciones familiares, trabajo de sueños, el método Dragon Dreaming, Teoría U, sociocracia, permacultura y más herramientas que aprendió con las comunidades españolas.

Primero fundó el centro cultural Caí - “era reconocer y honrar esa situación de la vida cuando uno cae; caer también es darse cuenta”, explica-, y al tiempo decidió rebautizar esta escuela donde se dictan talleres de coro, canto, teatro, murga, escritura creativa e instrumentos: “Ahora es una educación intencional y se llama Paí”, indica sobre el cambio de nombre.

En el mismo edificio, ubicado en la calle Tacuarembó y Guayabos, funciona el centro de medicina integrativa Arys, que lo lleva adelante con su compañera de vida Paula Díaz Stojich. Ella es doctora de familia y comunitaria y juntos presentarán la obra ¡Me rindo! en el festival Paiarys. “Creamos canciones, vamos a hablar sobre la medicina convencional e integrativa y a dar guías gratuitas para diseñar el día a día de un camino que ayude a tu bienestar”, señala.

La cita es el domingo 6 de agosto a las 16:00 en la Sala Idea Vilariño (Torre de las Telecomunicaciones). Los cupos son limitados. Por reservas de entradas, comunicarse al:
092 234 563.

Esta es su vuelta a los escenarios después de haber dado un paso al costado de los medios -estaba en Del Sol, Urbana y El Espectador- y la murga La Gran Muñeca en febrero del 2020. “Resigné mucha plata y mucha exposición. Estoy muy agradecido al proceso, pero no es mi lugar. Quiero ser una persona libre y me sentía medio monito ahí. No era el Pablo que buscaba, ahora quiero aportar de otra manera al mundo”, dice el que hoy trabaja 14 horas por día en sus emprendimientos. Y cierra: “Cada día me siento en paz y alegría. Si hay algo parecido a la felicidad es muy parecido a esto que tengo”.

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