EL PERSONAJE
Es ingeniero, empresario, referente y experto en tecnologías de la información. Estudió en Israel, donde vivió 15 años. Allí formó parte del equipo que inventó el wifi.
No se anima a predecir cómo estará el mundo en 50 años. Dice que es mucho tiempo, que todo avanza y avanza cada vez más rápido. Sí se anima a asegurar que para 2030 o 2035, los autos autónomos serán una realidad cotidiana, que ya no hará falta comprar autos, tener garajes ni estacionamientos. Suena casi a un futuro de ciencia ficción, pero cuando Pablo Brenner (56) lo explica, parece posible. “Un chico que nace hoy no va a tener que aprender a manejar. Generalmente parece que la innovación viene de repente, y en realidad es un proceso. Yo vi autos autónomos en 1994, las industrias pesadas ya los usan hace mucho, lo que pasa es que es muy caro hacerlos funcionar; pero sabemos que cada dos años baja su precio. La tecnología está, es cuestión de tiempo, es un proceso que tenemos que aceptar, porque nos va a cambiar mucho en todos los niveles. Así como el wifi tuvo mucho impacto en su momento, yo creo que los autos autónomos nos van a revolucionar”.
También piensa que la inteligencia artificial y el avance tecnológico en general van a generar un cambio social y cultural importante, al que compara con lo sucedido en la Revolución Industrial. “La gente del ambiente de la tecnología está muy preocupada por el tema, porque somos causantes de un problema y a la vez nos sentimos responsables de traer soluciones. Una de las cosas que más me preocupa es el futuro del trabajo. Cada vez, uno ve más y más que cosas que hacemos en nuestro trabajo van desapareciendo. Sin embargo, no me parece que sea el fin del mundo, van a surgir nuevos trabajos”, cuenta. “Algo que se dice es que a la larga, vamos a automatizar tanto que la gente va a tener más tiempo libre, y eso es una oportunidad para que crezca, por ejemplo, la industria del entretenimiento. El avance tecnológico va a traer cambios culturales y sociales importantes”.
Él, que es un ingeniero y empresario, apasionado de la tecnología, no ve la situación como una catástrofe ni mucho menos. “Es un cambio y a la larga creo que es un cambio para bien. Obviamente hay gente que lo va a sufrir más que otra porque no todo el mundo se puede adaptar tan fácil. Va a haber un impacto, y va a haber una generación de transición”. Mientras, dice Pablo, tenemos que empezar a trabajar “ya para que el impacto sea el menor y afecte a la menor cantidad de personas posible”.
Con esfuerzo
Pablo no era uno de esos niños que siempre supo lo que quiso hacer con su vida. “Siempre me gustó matemáticas, física y toda la parte de ciencias, pero nunca le di demasiada relevancia. Estudiar orienatción científica y luego ingeniería fue lo que me salió naturalmente. Pero nunca pensé en trabajar en tecnología. Cuando yo era chico no había ni computadoras ni videojuegos ni nada”, cuenta sentado en una sala de Overactive, empresa de la que es director y Chief Innovation Officer (CIO). También, Pablo es Chief Executive Officer (CEO) y co-fundador de Collokia, un emprendimiento que “pretende usar inteligencia artificial para mejorar el manejo del conocimiento y la colaboración de las grandes organizaciones”.
Pero para llegar a donde está, el camino que recorrió es largo y lo llevó por distintos trabajos, empresas y sobre todo, por distintas partes del mundo. A los 18 años, cuando terminó el liceo, se fue un año a Israel. “Me fui por un programa que hacen muchos chicos de la colectividad para trabajar, estudiar cosas de liderazgo y cuestiones por el estilo, fue una experiencia riquísima. En ese tiempo en Israel, conocí las universidades. Fui al Technion, que es la universidad tecnológica de Israel y cuando me volví a Uruguay y empecé la carrera acá, supe que yo quería estudiar allá, me había deslumbrado”. Israel era otro mundo y sus universidades también. Le dijeron que para poder entrar de forma más sencilla al Technion alcanzaba con que cursara y aprobara un año de la carrera en Uruguay. Y fue lo que hizo. Cuando llegó el momento de irse a Israel, con todo pronto y las valijas armadas, le avisaron que el plan había cambiado: tenía que sí o sí dar una prueba de ingreso. Sin decirle nada a su familia, Pablo decidió irse igual. “Cuando llegué me planté y dije que no me habían avisado nada, que no tenía ni dónde dormir. La señora se compadeció y pude entrar”.
Fue pensando en quedarse cuatro años, mientras estudiaba ingeniería en computadoras (una carrera intermedia entre electrónica y ciencias de la computación) y se quedó por 15. Una cosa fue llevando a la otra y cuando se dio cuenta, tenía su vida en Israel. Le resultó muy difícil encontrar trabajo en sus comienzos, porque, dice, por entonces había mucha gente y poco mercado. “Empecé trabajando en una empresa chiquita, éramos cuatro o cinco personas, pero yo en realidad quería trabajar en el área de red de datos, los comienzos de Internet, digamos, era en lo que me había especializado. Había una empresa, Fibronics, que se especializaba en eso y yo quería trabajar ahí. Era la número uno en eso, muy avanzada”.
Logró entrar aunque no tuviese experiencia. Era joven, muy joven, pero tenía el conocimiento que la empresa necesitaba. Estuvo en Fibronics entre 1987 y 1992. “Después me sumé a otra empresa, Breezcom, que después pasó a llamarse Alvarion”. Fue allí donde empezó a trabajar en un proyecto que cambiaría el mundo. Y no es una exageración o una forma de decir. Con Alvarion, Pablo Brenner, ingeniero uruguayo, creó el wifi.
-¿Cómo fue el proceso desde que una idea se hizo realidad y se convirtió en algo casi indispensable en todo el mundo?
-Es impresionante. Aparte, hay que ponerse en contexto. Nosotros lo creamos en el año 93. En ese momento, las notebooks eran algo muy caro, las usaban solo ejecutivos. No había nada de lo que se conoce hoy. En ese momento era algo muy loco de pensar, nosotros nos imaginábamos que era algo para que usaran determinadas oficinas, empresas muy grandes. De hecho, los primeros proyectos grandes de wifi fueron industriales: en los talleres de aviones de Boeing, por ejemplo, o en el puerto de Róterdam. De a poco fue más y más aceptado. Nos imaginábamos el impacto que podía tener, lo pensábamos. Pero nos parecía irreal, y mucho menos pensamos que se iba a transformar en algo casi imprescindible.
Para Pablo, la inteligencia artificial es la tecnología que está revolucionando. “Todo va a tener inteligencia artificial”. Sin embargo, dice, existe hace mucho y es aplicada en distintas áreas. “La gente me preguntaba cómo hacía el wifi para transmitir los datos y yo decía ‘¿No te preguntaste cómo se hace para escuchar la radio?’ Es parecido. O incluso el teléfono. Si te ponés a pensar, yo hablo, muevo la boca, eso genera que algo se transforma en algo más, va por un cable, llega hasta la otra punta del mundo y se reproduce. Esto es lo mismo, pasa que lo viste como algo natural que hiciste toda la vida”, dice. “El wifi en ese sentido me parece menos revolucionario. Y con la inteligencia artificial pasa lo mismo: hay cosas que nosotros llamábamos inteligencia artificial, pero una vez que ya la tuvimos dejamos de llamarla así, tuvo otro nombre. Por ejemplo, el piloto automático de los aviones: existe hace mil años y es un auto autónomo. Todo eso está evolucionando y es un proceso”.
Cree que actualmente “falta gente trabajando en tecnología en todo el mundo”. Que el “avance y la necesidad creció muy rápido”, que hay más demanda tecnológica pero no alcanza la cantidad de personas que se dedican al área para cubrirla. También dice que el problema de la falta de profesionales no es un problema de las universidades ni mucho menos. El problema es más profundo. Y es que hay un sistema que genera miedo hacia las matemáticas y las ciencias, que impone que solos los hombres son capaces de ser ingenieros. “En Uruguay, solo 10 o 15% de las niñas estudia tecnología, cuando en realidad no hay ninguna razón para que no haya más chicas en estas carreras”.
El costo de emprender
Pablo es CEO y co-fundador de Collokia, un emprendimiento que nació en 2008 y se concretó en 2014.
“Collokia es una empresa que pretende usar inteligencia artificial para mejorar el manejo del conocimiento y la colaboración en las grandes organizaciones”, dice. “La idea es que, con unos programas que ponemos en las computadoras de la gente, puedan ver quién sabe qué, quién entiende de qué, conectar a la gente con otras personas de la organización o con documentos que haya sobre lo que está buscando o investigando”.
La parte buena, cuenta Pablo, es que “el producto es fantástico y funciona súper bien”; la parte mala es que “es muy difícil de vender a las empresas y el proceso de venta es muy largo y muy difícil. A todo el mundo le gusta la idea, pero no está dentro de las prioridades de las organizaciones. Entonces tenemos que hacer primero un piloto y pruebas y bueno, es un proceso muy largo que requiere de mucha plata”. Ahora están pensando en asociarse con empresas más grandes y más capacidad de marketing, por ejemplo en Estados Unidos, para que puedan hacer los pilotos y esa parte del proceso. “Solos es muy difícil”.