El Personaje
Es uno de los mejores tenistas uruguayos de la historia. Llegó a estar en el pusto 19 del ranking ATP y ahora se recupera de una lesión para poder jugar la Copa Davis.
Fue el tenis porque no fue el canotaje ni la natación. Fue el tenis un poco por inocencia y un poco también por pensar en el futuro. Fue el tenis porque tenía que ser un deporte, sí o sí, porque siempre lo supo y cuando lo dudó, la certeza de que nada le iba a hacer mejor que dedicarse toda su vida a la cancha, la raqueta y la pelota amarilla, hizo que las dudas desaparecieran tan pronto como llegaron. Porque si hay algo que no tiene lugar en el tenis, es la duda. Había empezado a jugar a los seis años y a competir a los 10. Había dejado la casa de sus padres para poder entrenar, había viajado, había competido, había ganado, había trabajado duro. Habían pasado tantas cosas antes de que a los 17 años dejara de jugar al tenis por seis meses y replantearse qué hacer de su vida, que la duda era casi un chiste, casi un sin sentido, casi un error.
Pablo Cuevas tiene 32 años y es uno de los mejores tenistas uruguayos de la historia y el que estuvo en la mejor posición en el ranking ATP (puesto 19). Ahora se recupera de una lesión en el pie derecho (una fractura en el hueso escafoides que se hizo en el Torneo de Hamburgo) y trabaja para poder llegar a jugar la Copa Davis con Uruguay, el 15 y 16 de setiembre. Desde que sufrió la lesión anda de muletas, pero no es la primera vez que le sucede eso de no poder caminar con las dos piernas y los dos pies. Dice que quiere llegar, aunque se le nota tranquilo. Es que, así como la duda no tiene lugar en el tenis, mantener la tranquilidad es casi tan necesario como ganar un set.
Con sacrificio
Pablo camina por el Carrasco Lawn Tennis sosteniéndose en las muletas y con una mochila que sujeta por delante de su pecho para que no se caiga. Algunos lo miran, saben que Pablo es Cuevas, el mismo que ha enfrentado a los mejores tenistas del mundo (y les ha ganado), el que sale en la televisión o en el diario; otros lo saludan, le preguntan qué le pasó, le desean fuerzas; en la cafetería, una señora se le acerca y le pide una foto. Es poco el tiempo que Pablo está en Uruguay. Pero cuando lo hace, siempre se mueve en el ámbito del tenis, y el club de Carrasco es su lugar.
No le gusta Montevideo, dice, prefiere la tranquilidad. Quizás porque nació en Salto y vivió allí toda su infancia. "Yo era de esos niños que salen de la escuela y están todo el día en el club, hacía todos los deportes que había, canotaje, natación, un poco de básquetbol, tenis".
Tenía seis años cuando agarró por primera vez una raqueta. No es que el tenis le gustara más que los otros deportes, pero cuando empezó a ser más grande y las competiciones de cada disciplina comenzaron a superponerse los fines de semana, tuvo que decidir. "No conocía a nadie que hiciera canotaje y viviera de hacerlo, al contrario, escuchaba a los más grandes que se quejaban porque era inviable vivir de eso, y lo mismo pasaba con la natación. Un poco por eso empecé a imaginarme que quizás el tenis podía ser mi futuro y mi trabajo, no era muy consciente en realidad porque tendría 12 o 13 años, pero me lo imaginaba. Entonces empecé como a ir dejando un poco los otros deportes".
Comenzó compitiendo en los circuitos nacionales a los 10 años, viajando de Salto a Montevideo, Paysandú y Punta del Este. A los 12 jugó su primer campeonato Sudamericano. Cuatro años después su entrenador se mudó para Santa Lucía del Este con su esposa y Pablo se fue a vivir con ellos para poder seguir perfeccionándose. Ese año participó de su primera Gira Cosat (Confederación Sudamericana de Tenis) y quedó entre los cinco primeros, por lo que fue a jugar a Europa. Después vino otro Sudamericano y la clasificación al mundial de equipos. Todo eso hasta que a los 17 años aflojó y dejó de jugar.
"Me había desmotivado un poco. Había estado con mi entrenador en Brasil tres veces intentando conseguir un grupo de espónsors de allá. En mi casa con lo que me podían ayudar económicamente no me daba para viajar mucho tiempo durante el año, y en ese momento de la carrera es casi inviable ser profesional si no tenés una cierta ayuda económica para poder jugar afuera. Cuando hacés el salto de (la categoría) Junior hasta poder meterte en el profesionalismo, tenés que viajar, estás casi obligado a ir a jugar a Europa, necesitás muchos torneos. Entonces no tenía mucho sentido entrenar para no poder competir".
Estuvo afuera de la cancha por seis meses, volvió a Salto, salió a bailar con sus amigos, empezó el liceo y supo que tenía que volver. "Me di cuenta de que otra cosa no me iba a llenar tanto como jugar al tenis, volví, conseguí un grupo de inversores argentino, me fui a vivir a Buenos Aires y nada, ahí empezaron los torneos profesionales".
La primera vez que fue a Francia por el Roland Garros (uno de los torneos más importantes del mundo), tenía 19 años. "En Roland Garros hay un vestuario para los jugadores del cuadro principal y otro para los demás. Y en ese torneo puntualmente, ese vestuario era como lo que me quería ganar, entonces mi objetivo de pasar al equipo principal, el plus de mi motivación, era que iba a poder ir al vestuario donde estaban todos los jugadores que veía por la tele. Cuando pasé, me pasaba horas en el vestuario mirando todo, cómo se ataban los championes, la cantidad de ropa que tenían, todo. Al principio en vez de encargarme de lo mío me encargaba de mirar a los otros, mismo cuando iba a entrenar, en la cancha de al lado se ponían a entrenar otros de los buenos y yo me distraía mirándolos".
A mediados de 2011, Pablo sufrió la lesión más grande de su carrera, una en la rodilla que lo tuvo dos años afuera de circuito.
—¿Cómo fueron esos dos años sin jugar?
—Al principio no estaba bien claro lo que tenía, entonces no sabía si faltaban dos semanas o tres años para volver a jugar. En todo ese tiempo no me desanimé nunca, porque cuando me lesioné estaba en el mejor momento de mi carrera, entonces fue como que me quedé con esa buena sensación y el día que entré a la cancha que empecé a disfrutarlo aún más de lo que lo disfrutaba antes, a valorar un montón de cosas.
En el medio se perdió los Juegos Olímpicos y varios torneos más. Pero Pablo nunca se desesperó. Sabía que iba a volver, solo era cuestión de esperar. En ese tiempo aprovechó a estar con su familia, fue papá de su primera hija (hoy tiene dos niñas) y leyó mucho, algo que no acostumbraba; entre sus lecturas estuvo la biografía de un esquiador europeo que salió campeón del mundo después de una lesión. "Él hablaba de que no solo se entrena en la pista, o en mi caso en la cancha, sino que se entrena mucho afuera, la parte mental, que en cualquier deporte individual es 90% del juego".
—¿El factor mental te puede hacer ganar un partido?
—Sí. O sea, obviamente en las condiciones en las que estoy ahora por más que esté cien por ciento enfocado no se puede, pero se supone que todos estamos preparados físicamente, obvio que hay algunos que son un poquito más rápidos, otros tienen mejores golpes, otros el saque y demás, pero en definitiva después se termina equiparando muchísimo a la hora del partido. Una de las personas que tuve adentro de mi equipo siempre me decía que uno juega contra uno mismo. Y es verdad, uno juega contra su cabeza. El tenis es un deporte muy mental, no te tenés que presionar por el ranking, por los puntos, por la plata, por la ronda en la que estás, por la copa, porque te esté viendo fulano, porque estés jugando de local o en un escenario muy grande, o por lo que sea que estés presionado. La presión siempre te genera dudas, y cuanto menos dudas tengas, seguramente mejor sea tu juego.
Pablo recuperó su rodilla. Volvió a jugar en 2013 y entre 2014 y 2017 se mantuvo en el ranking de los 30 mejores del mundo. Fue en ese tiempo que logró su mejor torneo, el ATP 500 de Río de Janeiro, en el que le ganó la semi a Rafael Nadal y en la final con Guido Pella demostró que su juego está más allá de cualquier lesión. Que puede volver, siempre puede volver.
El mejor partido
"Creo que el mejor triunfo, fue la final del torneo de Río, que fue mi primer torneo 500. No solo por ese partido en sí de la final, sino por cómo se habían dado las cosas hasta ahí", dice Pablo sobre el torneo de Río de Janeiro en 2016.
Es que a aquella final llegaba después de haberle ganado a Rafael Nadal (hoy primero en el ranking ATP). "Después de ganarle a un tipo de esos es como que tenés que revalidar un poco lo que hiciste y uno siente, también te lo hacen sentir un poco de afuera, que tenés que demostrar que el triunfo ante Nadal no fue casualidad y encima eso es para salir campeón".
El día de la final Pablo estaba cansado. Había terminado el partido contra Nadal a las tres de la mañana y sabía que su rival para la final, Guido Pella, estaba al tanto de que él llegaba en ese estado. "Me acuerdo que al principio del partido estaba como más lento, venía de hacer un esfuerzo grande y me di todo el tiempo mensajes positivos. Tenía que correr hasta las pelotas malas para demostrarle a él que yo no estaba cansado. Durante todo el partido estuve dándome esos mensajes a mí mismo, hasta que pude ganarlo, después de tres horas y una lluvia que hubo en el medio".
SUS COSAS
UN LUGAR. No sabe cuánto tiempo más va a jugar, pero cree que a su carrera todavía le quedan unos años. Cuando se retire, dice, le gustaría vivir en Uruguay, en especial en Punta del Este o algún balneario de la zona. Prefiere la tranquilidad y además planea seguir relacionado al tenis.
LOS HOBBIES. Cuando puede, Pablo va a Salto, su ciudad natal. Le gusta pescar con sus amigos y en su última visita fue al Club Remeros y compartió una tarde de remo con los niños y niñas del club. Además dice que disfruta de viaja y pretende continuar haciéndolo vinculado al tenis.
LOS MEJORES RIVALES. "Con el que he jugado dos o tres veces y, a no ser que juegue en polvo de ladrillo, me cuesta ver por dónde jugarle es Murray, que es un gran competidor, al igual que Rafa (Nadal). Si bien por su juego me siento un poco más cómodo, cuando lo veo en la tele y demás, veo que es un competidor nato y hasta el mejor competidor del circuito".