Pandemia interminable: el 26% de los niños y niñas en Uruguay es víctima de bullying

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El acoso escolar sucede entre los 9 y los 16 años y atraviesa todos niveles socioeconómicos.

INVESTIGACIÓN

El estudio Acoso escolar en Uruguay. Informe de estado de situación, publicado por Unicef, recopila datos sobre la temática en nuestro país. ¿Qué hacer para prevenir y combatir este flagelo?

El golpe de puño en el pecho que recibió Federico (12) -nombre ficticio para preservar la identidad de la víctima- en segundo de escuela lo dejó sin aire, con lágrimas en los ojos y mucha rabia. Apretó los dientes, contuvo la respiración y no dijo nada. Nunca decía nada. El dolor era intenso y acumulado. La agresión y la burla por su dislalia -trastorno del lenguaje que se manifiesta con un problema para pronunciar ciertos fonemas- se habían vuelto costumbre entre sus pares. Y su no reacción también.

Aguantó la rabia y la angustia por días, hasta que una tarde explotó y le contó todo a su abuela. Le rogó que no le dijera nada a su mamá Blanca -nombre ficticio-: temía que fuera a hablar a la escuela y sus compañeros tomaran represalias. La abuela no podía ser cómplice de algo así y se lo dijo a su hija. Apenas Blanca lo supo fue a la Dirección del colegio decidida a enviar una inspección. “Se juntó la directiva y como vieron que eran un par de niños conflictivos los expulsaron”, cuenta Blanca a Revista Domingo.

Tercer año lo pasó bien, en cuarto vino la pandemia y se refugió en los videojuegos. Lo invitaban a cumpleaños y no quería ir: Federico “prefería la virtualidad a estar en contacto con sus pares”, según su madre. En quinto se reintegró al aula y fue un calvario: le pegaban, incluso, en la camioneta que lo llevaba a la escuela. En el recreo se juntaban todos los varones, liderados por uno, para burlarse de él y le gritaban insultos espantosos.

La expulsión de un compañero en clase de catequesis por decir una mala palabra y el posterior recitado de Federico del Padre Nuestro en voz alta fue el acabose. Lo insultaron, se pusieron en su contra, él explotó y los acusó de “idiotas”. Cuando Blanca llegó al colegio lo encontró en una crisis de angustia: “No lo podíamos controlar. Me dijo: ‘Voy a agarrar una ametralladora y los voy a matar a todos porque los odio’. Vi que había algo profundo, podía lastimarse a él y a otros”, revela. Blanca envío una inspección de Primaria al colegio pero -dice- “fue en vano, porque la inspectora resultó ser amiga de la directora”.

Trasladó la situación de su hijo a la pediatra y le recomendó terapia EMDR (Desensibilización y Reprocesamiento mediante Movimientos Oculares). Empezó en octubre pasado y los cambios a nivel de relacionamiento son notorios. Este año, Blanca decidió cambiar a Federico a una escuela pública. “Es otro niño: era apocado, retraído, no hablaba y ahora interactúa, participa, se relaciona. Parece que no fuera mi hijo”, asegura.

Federico es uno de los tantos niños que sufrebullying -término anglosajón que refiere al acoso o abuso escolar- en Uruguay. El fenómeno no es nuevo ni local: existe desde siempre en el mundo entero, aunque no se le diera un nombre ni se lo estudiara. Los primeros en investigar el tema fueron los países escandinavos en la década de 1970: con 50 años de ventaja, su tasa de acoso escolar se reduce a 8%.

Los países de la OCDE tienen un promedio de 23%, mientras que en América Latina oscila entre 24% (Chile) y 29% (Brasil). En el sistema educativo uruguayo la incidencia de 26%, según el informe de PISA 2018.

Estos y otros datos fueron recopilados en Acoso escolar en Uruguay. Informe de estado de situación, publicación a cargo de Juan Carlos Noya y Santiago Brum, presentada por Unicef en Uruguay, que engloba y analiza las distintas investigaciones sobre el tema hechas en el país y ciertos paradigmas regionales y globales.

A partir del estudio, ambos investigadores entienden que Uruguay necesita una metodología única y construir indicadores uniformes que permitan medir la evolución del acoso escolar para luego poder comparar y sacar conclusiones.

¿La razón principal? El flagelo no desaparecerá pero en los países donde se investiga, se mide y los centros educativos trabajan en protocolos de convivencia, las cifras descienden.

“Llegamos a la conclusión de que erradicar el problema no debería ser la meta, sino no relativizarlo: que cada institución educativa sea responsable de tener un protocolo de prevención e intervención. Y sobre todo, no negar que el fenómeno existe y tiene consecuencias importantes para todos los actores -víctima, acosador, testigos, centros educativos y familia-”, apuntó Juan Carlos Noya, psicólogo y docente especializado en conflicto escolar.

Acción

Santiago Brum y Juan Carlos Noya, autores del informe de Unicef. Foto: M. Bonjour
Santiago Brum y Juan Carlos Noya, autores del informe de Unicef. Foto: Marcelo Bonjour.

El acoso escolar es la principal manifestación de violencia en las instituciones educativas. Pero no todas las agresiones o burlas entre compañeros configuran como tal. Para que la conducta se catalogue como bullying deben darse ciertas características a la vez: un alumno es agredido por uno o varios pares -el hostigador no sostiene la situación de acoso sin esos seguidores que festejan sus actos-, está expuesto a las agresiones de forma repetida y mantenida en el tiempo y existe un desequilibrio de fuerzas.

“Entre eso que todo es bullying y nada es bullying está el acoso escolar. Lo importante es que los docentes puedan tener las herramientas para poder identificar las características que lo configuran”, apunta Noya. Entonces es necesario aunar esfuerzos entre las autoridades educativas y las organizaciones civiles para generar una estrategia que brinde herramientas y planes de acción a los docentes y así puedan detectar situaciones de acoso e intervenir.

La capacidad de discernir es imprescindible para elegir una correcta pauta de acción. Frente a un conflicto X entre dos alumnos sería lógico que el docente procurara una mediación entre las partes, pero en una situación de bullying “es absolutamente contraproducente y revictimizante poner a la víctima frente al acosador porque se siente menos”, explica el psicólogo.

El objetivo, según Santiago Brum, docente especializado en acoso escolar, es “ordenar” los vínculos a través de reglas claras de convivencia en la interna de las instituciones “construidas por los actores educativos para que sean legítimas, todos las acepten y las tomen como suyas. Y si hay una transgresión a la norma se tienen que tomar medidas disciplinarias”.

El experto apunta a involucrar también a los estudiantes por ser los que viven y multiplican estos episodios que se reproducen en esquemas de silencio: un 28% de las víctimas no pidió ayuda a nadie y otro 20% recurrió a sus pares, según el informe de ANEP Convivencia y Discriminación en Educación Media 2019.

“El miedo actúa y hace que el que sufre no recurra a los adultos y cuando se anima a hablar es con los pares”, observa Brum. Y agrega que faltan “acciones protectoras” para que “los mismos estudiantes generen mecanismos de prevención”.

Bajar a tierra con protocolos y estrategias

En 2013 se aprobó la ley N°19098 que declara “de interés nacional la confección de un protocolo de prevención, detección e intervención respecto al maltrato físico, psicológico y social en los centros educativos del país” que derivó en la creación por parte de la ANEP del Mapa de ruta 2017. Si bien el documento aborda el tema de la convivencia y el acoso escolar, “la ley no se tradujo en un protocolo a nivel nacional”, según Noya. El docente entiende que se necesita “seguir investigando para bajar a tierra con estrategias concretas de intervención en los centros educativos”.

En el debe

La primera vez que el tema convivencia escolar sonó en la opinión pública uruguaya fue en 2002, con el estudio Enfrentando la violencia en las escuelas: un Informe de Uruguay, a cargo de Nilia Viscard. Desde entonces, se instaló como una preocupación para las autoridades educativas. Se hicieron distintos estudios e informes pero, “las investigaciones no dialogan entre ellas”, según Brum. Es necesario sistematizar esos datos, procesar y analizar la información para que redunde en políticas educativas efectivas y útiles. “Se ha producido un montón de material pero no termina de decantar en la realización de protocolos de acción en las instituciones”, agrega el entrevistado.

Si bien falta una política universal educativa, en el Marco Curricular de Referencia Nacional 2017 se planteó incorporar las habilidades socioemocionales -capacidad de escucha, empatía, resolución de conflictos a través del diálogo- a los programas educativos, ya sea como asignaturas específicas o como habilidades transversales a los contenidos ya existentes.

Trabajar en inteligencia emocional es, según ambos expertos, esencial para lograr mejores resultados académicos en el alumnado. Los números avalan la afirmación: un alumno que no sufre acoso escolar de ningún tipo rinde más de 25 puntos promedio, mientras que entre los que son víctimas pocas veces al mes el rendimiento baja a 20 puntos, según datos de Pisa 2015-2018.

HISTORIAS

Marcas que no borra el tiempo

José -nombre inventado-tiene 25 años y las secuelas del bullying que sufrió en el colegio religioso donde cursó escuela y liceo persisten. “Me afectó a nivel de autoestima e inseguridad”, confiesa. Es retraído, le cuesta hablar en reuniones y reconocer aspectos positivos de su personalidad. Lo trabaja en terapia pero la marca no se va. Odiaba el recreo porque en los tiempos muertos le escondían la mochila, le rompían los útiles, lo golpeaban y lo aislaban. En segundo de liceo lo encerraron en un salón y le pegaron sin cesar. “Cuando pasaba algo así, los adscriptos me pedían que dejara constancia por escrito. Me acuerdo de los episodios pero no de las cartas”, revela. A José le cuesta hablar del tema porque aún le duele. El único amigo que hizo abandonó la escuela por motivos personales. No hablaba con sus padres del tema porque “no tenían tiempo para escucharme”. Y si lo hacía, le decían que buscara la forma de defenderse. En cuarto de liceo la situación mejoró gracias a que “se trató de hablar en clase para concientizar”, dice. Se recibió de abogado y mantiene contacto con algunos ex compañeros, pero prefiere no hablar del pasado: “A veces te dicen ‘vos te lo buscabas’ y era porque estudiaba o porque estaba más cerca del mundo adulto que de mis pares”.

Bullying 3.0

Como casi todo en el siglo XXI, el acoso escolar dejó de ser exclusividad de los centros educativos y se trasladó a internet. Incluso se bautizó a esta práctica como ciberbullying. La impunidad es mayor por el anonimato que permite la agresión digital: no ver la reacción del otro lleva a perder la capacidad de empatía y todo se vuelve “mucho más hiriente y profundo”, según Noya.

Los actores educativos perciben que el ciberbullying aumentó en pandemia. Si bien Brum aclara que no hay estudios “serios y representativos a nivel internacional” que lo confirmen, la suposición tiene lógica: la vida educativa se mudó a la red, se multiplicó la angustia entre los niños y adolescentes y con ella el nivel de agresión entre pares.

Si el acoso sucede en internet, se aconseja ir por la vía de la denuncia. “El Mapa de ruta 2017 que crea la ANEP sugiere que si se dan ese tipo de situaciones se derive a Delitos Informáticos”, da cuenta Brum.

¿Qué actitud deberían tomar las instituciones educativas? Noya opina que, si bien no hay marco normativo general y específico, los centros educativos deben actuar porque “el elemento vinculante entre esos alumnos es la escuela o liceo. Y porque eso que pasa en la red tiene un impacto en el aula”.

Fabricio Chaves: "Gracias al libro me amigué con mi yo adolescente"
Testimonio del ex participante de Gran Hermano
Fabricio Chaves

En 2011 hubo representación charrúa en Gran Hermano: los gemelos Leonardo y Fabricio Chaves. Tenían 22 años y saltaron muy rápido a la fama. Fabricio quiso hacer algo productivo con la popularidad. Empezó a recibir un aluvión de mensajes de sus 50.000 seguidores de Twitter contándole historias sobre acoso escolar y pensó: “¿Cómo devuelvo a mi público el cariño recibido?” Y nació el libro B de Bullying (disponible para ser descargado gratis en la Biblioteca País del Plan Ceibal), con el ánimo de “ayudar a otros”. “Tenía llegada y quise hacer algo que valiera la pena. Y valió: en 2012 cerré la Feria del Libro con muy buena recepción”, cuenta Fabricio Chaves a Domingo, una década después. Fue pionero en abordar el tema y se rodeó de expertos para hacer la investigación. Recogió testimonios de víctimas y contó con voces calificadas: el psicólogo Roberto Balaguer, los periodistas Mauricio Rodríguez y Cecilia Custodio. Dio charlas en escuelas de todo el país para concientizar. “Dejaba un buzón para que escribieran lo que quisieran. Cuando abría esas cartitas me encontraba con cosas fatales que los docentes no tenían idea y lo compartía con ellos”, cuenta. Chaves también la había pasado mal en el liceo. “Tenía terror a las clases de gimnasia porque cada vez que iba me bajaban los pantalones adelante de todos”, relata. No le gustaba el fútbol, “tenía ganas de todo menos de ir” y se escondía en la casa de su mejor amigo durante la hora de gimnasia. Perdió primer año de liceo por inasistencias: solo por faltar a gimnasia. “Hoy se puede hablar de esos temas, antes era todo más primitivo y no se pensaba que esas cosas podían generarte un trauma. Te decían: ‘Hacete hombre’”, acusa. El libro fue para Fabricio Chaves una vuelta de página literal: “Me amigué con mi yo adolescente”.

Secuelas

El acoso escolar atraviesa a la población de 9 a 16 años, cualquiera sea su condición socioeconómica. El sexo es indistinto: afecta de igual manera a niños y niñas, aunque varía el modo. “En los varones es más común la agresión física y en las chicas se da más la exclusión social”, dice Noya.

Los episodios de bullying marcan a los involucrados de por vida. Las víctimas son proclives a sufrir trastornos alimenticios, depresión, ansiedad, problemas de autoestima y ser víctima de violencia doméstica. Los agresores tienden a tener problemas con el consumo de drogas y alcohol y ejercer violencia doméstica.

Si bien la causa del 19% de los suicidios o intentos de suicidio entre menores uruguayos es el bullying, según estadísticas del Ministerio de Salud Pública, Noya apunta que decir que hay una relación directa entre el acoso escolar y el suicidio “es una afirmación demasiado gruesa. Quizás fue la principal razón y el desencadenante, pero el suicidio es multicausal”.

Las familias son pieza clave para completar este puzzle y ayudar a combatir el flagelo. “Necesariamente deben ser parte de la solución porque son parte del problema”, dice Noya. La presencia o no de los padres en la vida de sus hijos marca su conducta. Un estudio de la Junta Nacional de Drogas incluido en la investigación de Unicef lo confirma: dos de cada 10 víctimas tienen padres poco involucrados, mientras 6 de cada 10 hostigadores tienen padres poco presentes en sus vidas.

Es fundamental que los padres colaboren con el centro educativo para resolver el problema, pero en los hechos no siempre sucede: “A la mayoría le cuesta asumir que su hijo puede haber tenido una acción agresiva hacia sus pares”, señala Noya. En cambio, tienden a relativizar la situación y alegan que en su casa no se comportan así.

La negación se explica, en buena medida, porque “implica cuestionar su propia calidad como padres, entonces actúan mecanismos inconscientes de rechazo. El desafío es involucrar a las familias en la prevención, que conozcan este tipo de situaciones para poder identificar tanto a las víctimas como a quienes pueden tener hijos agresores”, cierra Brum.

Cuando el destino juega sus fichas
El conmovedor relato de Fernando Montero
Fernando Montero

La de Fernando Montero es una historia de risiliencia y digna de admiración. El hoy médico de 39 años dio a conocer en su Instagram, el pasado 20 de febrero, un acto heroico que protagonizó. El video titulado “Cómo le salvé la vida a la persona que arruinó mi niñez” se viralizó muy rápido y días después el diario El País se hizo eco de la noticia. El Síndrome de Tourette que Fernando padece fue el disparador para que un niño de su clase lo atosigara en la etapa escolar. Los malabares del destino hicieron que la vida de ese hombre, que una vez le había hecho creer a Fernando que su madre se iba a morir de una enfermedad terminal y que se lo iba a contar el día de su cumpleaños, estuviera en manos de quien por años se sintió indefenso ante su sola presencia. Fernando volvió a estar cara a cara con su acosador mucho tiempo después de terminar la escuela. Coincidieron en un casamiento y el señor tuvo un cuadro etílico que casi le cuesta la vida. Volvió a nacer gracias a que Fernando estaba en esa fiesta y sabía intubar, a diferencia de la doctora que llegó para asistirlo. Si pudo salvarlo fue precisamente gracias a esos actos que preferiría no haber vivido. Fernando creía que no sería necesario saber intubar porque se dedicaría a la acupuntura. Aprendió a hacerlo porque un profesor le preguntó si alguna vez lo habían asfixiado. “La única vez en mi vida que me asfixiaron había sido él (quien le hacía bullying). Así me convenció”, reveló a El País.

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