Por: Carola Cinto / La Nación - GDA
500 kilómetros al norte de Neuquén capital, un piño de chivos baja por la montaña y aprovecha unos pastos verdes que están a orillas del río Varvarco para alimentarse. Detrás de ellos, un criancero a caballo cuida que no se escapen. La imagen se repetirá en verano cuando los guíe hacia las faldas de la cordillera. Es su forma de vida: van y vuelven. En verano arriba, en invierno abajo. “La mayoría de la gente de la zona vive de la cría de ganado de ovejas y de chivos. Los arreos tienen sus propias rutas y temporadas. Todo eso se llama trashumancia”, cuenta Soledad Vásquez, que coordina cuatro hosterías en la zona. Es una práctica ancestral que solo se mantiene en algunos lugares del mundo como en el sur de España y en el norte de África.
Varvarco está a 117 kilómetros de Chos Malal y es la puerta de ingreso para los que quieren conocer el volcán Domuyo, la montaña más alta de la Patagonia. Muchos excursionistas llegan para hacer trekkings o ascensos. En la zona también hay aguas termales y géiseres por la actividad volcánica y está el Parque Arqueológico Colomichicó, uno de los más importantes de Sudamérica.
Los Bolillos es otro de los paisajes que atrae a turistas: son como picos, agujas o monjes que fueron moldeados por la erosión del viento. Es un paisaje digno de “otro planeta”. En una de sus cavernas se esconde, según los testimonios de los locales, un cementerio que estuvo vinculado con la peste y la fiebre de 1930.
“El norte de Neuquén tiene paisajes muy vírgenes. No están para nada explotados. La gente del lugar también es muy cálida y le gusta compartir. La cultura es lo que nos diferencia”, explica Damián Hernández, guía turístico y creador de Rumbo Norte, uno de los pocos emprendimientos que ofrecen excursiones en la zona. Es de Varvarco pero hizo su carrera en Mendoza; trabajó en Santiago de Chile y decidió volver a su pueblo. “Siempre tuve claro que iba a ser guía de montaña”, cuenta.
El único restaurante que tiene Varvarco está dentro de la única hostería que fue construida por Nequéntur. Forma parte de un proyecto de cuatro hospedajes que buscan incentivar el turismo en la zona. Las otras tres están en Los Miches, Las Ovejas y Huinganco.
“Con las hosterías se busca incentivar el turismo en el norte, que no tiene tanta afluencia, y dar a conocer lo que hay acá”, dice Vásquez.
Del campo a la hotelería
Después de recorrer 59 kilómetros desde Varvarco se llega a Los Miches, el pueblo más chico de la zona. Está a los pies de la Cordillera del Viento, un cordón montañoso que empieza en Chacay Malehue y termina en el Domuyo. Es el lugar de residencia de Antiñir Pilquiñan, la única comunidad mapuche del norte provincial.
“Toda la gente que trabaja en las hosterías es de la zona. En este lugar, la mayoría de los chicos son de la comunidad, que están empezando a cambiar el campo por la hotelería”, agrega Vásquez, mientras hace un recorrido por las habitaciones con aire acondicionado y TV led. La hostería del pueblo abrió en noviembre y es la más nueva del proyecto. Tiene una construcción particular: se hizo con un sistema de ladrillos encastrables que se obtienen de pinos, como parte de un plan de forestación de la zona (sobre todo del pueblo Huinganco). Con ese material se construyen comisarías, escuelas y viviendas, entre otros.
Los que no trabajan en las hosterías muchas veces se acercan cuando hay turistas para ofrecer sus productos.
Dora Burgos es vecina de Los Chacayes -a unos 20 kilómetros de Los Miches- donde tiene su tambo llamado El Bajito. Desde allí produce quesos y dulces artesanales que vende por la zona. El año pasado fue elegida como la reina del pan del norte neuquino, y también se hizo famosa por sus tortillas. Llueva, nieve o haga los 40 grados del verano, Dora sale y ordeña sus vacas. También recibe visitas en su tambo, las agasaja con sus productos y les enseña tareas rurales.
En Huinganco, a 28 kilómetros de Los Miches, lo primero que ven los turistas cuando llegan son sus pinares y el cerro Corona. Hoy tiene el primer bosque comunal del país con casi 4.000 hectáreas. Tal es la importancia de sus pinos que crearon el Museo del Árbol y, cada octubre, celebran la Fiesta del Bosque.
Antes de la forestación, Huinganco creció gracias a la actividad minera: pirquineros chilenos se instalaron en este lugar para buscar oro. “Buscaban pepitas en los ríos. En ese momento se generó la explotación minera que sigue hasta hoy”, explica Vásquez. En la zona hay unas cuatro minas en funcionamiento.
También se destaca la producción de fruta fina, principalmente de guinda y rosa mosqueta. La Dulcería La Petty tiene más de 20 años en el pueblo, justo a orillas del río Huinganco.
“Tenemos ocho variedades de dulces. En el que solía ser mi quincho, empezamos haciendo pan. Después seguimos con los escabeches y, finalmente, los dulces. Mucha gente pasa por acá y se lleva algo”, cuenta Benito de la Vega. Su esposa sigue haciendo tres olladas por día para vender en la puerta de su casa o en comercios de la zona. Frutilla, frambuesa, mora, corinto, cassis, membrillo e higo son las especialidades.
El norte de Neuquén es una combinación de todo eso: de paisajes surreales, de sabores desconocidos, de cultura ancestral y de mucha gente que va y que vuelve.