El Personaje
Con un reciente emprendimiento, una línea de aceite de oliva, la empresaria sigue construyendo una trayectoria profesional que inició contra la opinión y consejos de todos.
Patricia Damiani trabaja rodeada de símbolos rurales y equinos. En su oficina, —coqueta pero no ostentosa— hay esculturas y adornos de herraduras, caballos, gauchos, cuadros con motivos campestres y otras señales típicas de dos de sus pasiones: la producción agrícola-ganadera, y los caballos de carrera, uno de los cuales lleva como nombre el apodo por el cual se conocía su padre, José Pedro Damiani: El Contador.
Mientras posa para las fotos, le pide al reportero gráfico: "Por favor, ¡elegí la foto más linda! La gente va a leer los contenidos, pero lo primero que va a ver es la foto. Y si es mujer, más. ¡Es más importante eso que lo que yo vaya a decir!", exclama entre risas.
Sus comentarios podrían interpretarse como los de una mujer insegura sobre su apariencia. Puede que haya algo de eso, claro. Pero el efecto es el opuesto: la cuota de carisma y encanto aumenta en la oficina tras esos dichos. En esos momentos, se vislumbra una partecita de la voluntad y capacidad de acción que la llevaron a ser conocida por sí misma, más allá de ser hija de uno de los presidentes más emblemáticos de Peñarol. O hermana de quien lo sucedió.
Aunque ya es abuela, irradia un aire juvenil y confiado. Sonríe mucho, y transmite optimismo, empuje, ganas. Aunque íntimamente es probable que sea consciente de su posición —dinero, contactos, influencia— dice que no se aprovecha de ello y que lo que más le gusta es poder sentirse cómoda en cualquier contexto social.
No llegó a ser quien es hoy sin haber pasado por períodos amargos. Cuando enviudó, aún no había cumplido 40 años. Con tres hijos y desoyendo los consejos hasta de su admirado padre —a quien cita mucho— se embarcó en la gestión del campo que su esposo le había legado en Río Negro.
Había estudiado secretariado en el Crandon, pero volvió al aula y se puso a estudiar gestión agropecuaria en la Universidad de la Empresa. Se licenció tras cuatro años de estudios y hoy, a más de 25 años de su comienzo como productora agropecuaria, ha erigido un importante emporio rural, diversificado en ganadería, stud, granos, aceite de oliva y riego, con campos en Río Negro, Soriano y Salto.
Lo más reciente de su actividad empresarial es el aceite de oliva Don Rodrigo —bautizado así en homenaje a Rodrigo Vejo, el padre de sus hijos— que por ahora no da ganancias. "No, no es rentable. Pero más allá de eso, me parece que tenemos que poner en la cultura del agro algo más que solo números. Obvio que los números son importantes, pero en parte este proyecto es para transmitir a las futuras generaciones que se queden en el campo, que hay un estilo de vida. Hay raíces, hay tradición. Porque también importan otras cosas que las commodities".
El vínculo hacia el pasado es importante para Damiani. Durante la charla, recuerda varias veces parte de su historia personal, como la que ya ha contado sobre el papagayo que un día le regaló a su padre y que se convirtió en el "Loro Quinquenio", un ave que se perdió cuando su hermano Juan Pedro dejó la puerta abierta de su casa. "Cuando falleció papá, Juan Pedro se lo llevó y como nunca tuvo la jaula cerrada, siempre abierta, un día se fue".
Su prioridad, subraya, es la familia: "Cuando soy más feliz es cuando almorzamos en familia los domingos, y comemos pascualina y pasta, como cuando vivía mamá. Todo el tiempo y el esfuerzo que se pueda invertir en la familia es todo ganancia, nunca pérdida. A diferencia de la actividad empresarial", afirma.
Desde la punta superior de la pirámide corporativa que fue construyendo, Damiani supervisa hasta el más nimio detalle. Comanda un grupo de aproximadamente 15 personas, todos hombres y muchos de ellos formados en disciplinas como ingeniería agrónoma y nutrición. Todos los domingos les envía un correo, con el pronóstico del clima adjunto, donde detalla lo que se tiene que hacer durante la semana. Y aunque se exprese en términos plurales ("vamos a hacer esto"), y se acuerde de muchos detalles personales de sus subalternos, es una jefa exigente. "Sí. Y también me exijo mucho a mí misma", dice.
En esa autoexigencia puede haber otra parte de la explicación para su éxito. "Nunca sentí que era una opción no hacerme cargo del campo del padre de mis hijos. Fue algo que sentí que tenía que hacer. Me preguntaban si me gustaba el campo y yo no entendía. Era algo que tenía que hacer, una responsabilidad", dice hoy.
Pero le tomó tanto el gusto que a veces se enfrenta a algunos de sus amigos citadinos, a quienes llama, con algo de sorna, "los montevideanos". "Hasta el día de hoy me dicen ¿Te vas para afuera?, les respondo con otra pregunta ¿Afuera? En todo caso, me voy para adentro. Que se hable así del lugar desde el cual provienen nuestros alimentos... a ver... (se irrita). Hay que marcar la cancha", dice y vuelve a sonreír.
—Como empresaria, hay muchos rubros para atender. ¿Nunca sentiste que el que mucho abarca poco aprieta?
—No, porque todo lo fui haciendo de a poco. Y sin endeudarme, que es lo más importante de todo. No soy de esos productores cuya actitud es... (hace un gesto de desprocupación). Soy más intensa.
El campo, con todo, no le hace olvidar que su apellido es sinónimo de Peñarol. Sigue yendo a ver jugar a su equipo, sigue recordando a su padre —que le decía que prefería ir con ella porque así lo insultaban menos— y sigue repitiendo que "El mejor amigo de Peñarol es Nacional. Cuando le va bien a uno, también le va bien al otro, como decía papá. Hay que tener gestos de unión entre los clubes. Y Peñarol los tuvo".
—¿Te ves como para presidenta de Peñarol?
—¡Dijiste presidenta! Estás con la onda nueva (se ríe). ¿A vos te parece que me votarían?
—No sé. Pero tenés historia y apellido. Tu padre lo fue. Tu hermano también. Y tenés experiencia en gestión empresarial
—No. Dejá. Estoy a la orden, siempre que me necesiten. Pero no me veo. Sé que si los resultados acompañaran, haría muy feliz a mucha gente. ¡A mucha más que a la mitad! (vuelve a reír).
Cuando le preguntan sobre política, el tono de la conversación no cambia, pero Damiani aclara que no quiere meterse a opinar sobre eso, ni en general ni en temas puntuales como el reciente conflicto entre algunos sectores productivos del agro y el gobierno. "Para mí es importante tratar de unir, tender puentes. Lo importante es Uruguay. Somos un país de tres millones de habitantes, con capacidad de producir alimentos para 30 millones. ¿Vamos a pelearnos con el sector que produce esos alimentos? ¿Vamos a pelearnos entre nosotros? Tenemos que valorar todo lo que tenemos".
Dice que se lleva bien con todas las tiendas políticas, algo que quizás aprendió de haber tenido un suegro blanco, un padre colorado y una pareja frenteamplista. Siendo una importante productora rural, tiene mucho contacto con las autoridades del Ministerio de Ganadería, Agricultura y Pesca. "Ningún problema, ni con las autoridades, ni con la gente que está atrás del mostrador. Hace años que estoy en esto, y los conozco a muchos. Hago todos los trámites que tengo que hacer, si tengo que hacer la cola, la hago. Si tengo que esperar, espero. Siempre fui así. No me valgo de mis contactos para una gestión. Me gusta ser una más. No quiero conseguir nada que no haya logrado por mi propio esfuerzo".
—No hace tanto se terminó tu relación con el canciller Rodolfo Nin Novoa. ¿Te sentís sola?
—No, sería ingrato decir que me siento sola. Tengo una familia a la que amo, hijos, nietos, amigos... Me sorprendió mucho, fueron muchos años. Pero lo bueno está por venir. Eso es lo que digo yo.
SUS COSAS
Un lugar
Punta Ballena. "Las puestas de sol más hermosas que hay. Además, es un lugar desde el cual puedo salir a andar en lancha, despreocuparme de esquinas, semáforos y otras cosas del tránsito. Soy la única mujer que llega en la lancha al puerto de Punta Ballena. Siempre soy la única mujer en todo", comenta entre risas.
Una película
La vida es bella, dirigida y protagonizada por Roberto Benigni, trata sobre un padre que, para aliviarle lo máximo posible la vida a su hija, estimula su imaginación para que el niño no tenga que enfrentar la realidad de un campo de concentración. "Me sentí identificada con esa película durante una parte de mi vida".
Un partido
La final de la Copa Libertadores de 1987, cuando Peñarol ganó en el último minuto contra América de Cali. "Estábamos en el campo, con mis hijos, que eran muy chiquitos. Cuando Diego Aguirre metió el gol, los subí a todos a la camioneta y salí como si estuviera en la rambla, tocando bocina a lo loco. No había nadie, éramos solo nosotros".