Era 1986 y Pedro Dalton tuvo una especie de revelación. Uno de esos momentos que no se olvidan más y marcan un rumbo. El docente del taller de artes que él frecuentaba en aquel momento, Clever Lara, había expuesto en la Bienal de Venecia. Cuando las obras regresaron a Uruguay y quedaron colgadas en el taller del artista, Pedro, que ya había aprendido de Nelson Ramos y escuchado buenos consejos del pintor Vicente Martín, se estremeció con la magnitud de las piezas.
“Se me caían las lágrimas cuando me acerqué a una de las obras, porque vi que eran todo pinceladas, casi expresionista, pero si me alejaba veía una cosa hiperrealista, que si no fuera por los chorretes de pintura creías que era una foto... era muy fuerte. Yo era un guacho y aquello me partió la cabeza, quedé deslumbrado de ver las telas colgadas ahí”, recuerda el frontman de Buenos Muchachos y Chillan las Bestias en charla con Domingo. “Fue como mi puntapié para entender la vida”, suma a pocos días de inaugurar su muestra de dibujos De costumbre animales, en el Centro Cultural de UTU.
Esta será su segunda exposición individual. La primera, Chikanas Boys, que presentó el año pasado en la Fundación Iturria, fue una serie de dibujos de figuras humanas animalizadas, o de animales humanizados —este juego, dice, es lo que quiere que el público explore y el orden lo deja a su criterio—, en la que se aprecian personajes como un señor tortuga vestido de traje, solemne, de mirada tranquila pero imponente. También orangutanes, rinocerontes, ciervos, cocodrilos y más. Ahora, para De costumbre animales, muestra que ya expuso en el Centro Cultural Miguel Ángel Pareja en Las Piedras, además de aquellas piezas, hay novedades.
“Chikanas Boys estaba muy metida en un mundo de personajes elegantes, medio poderosos. Cuando Darío Gómez (director del Centro Cultural Pareja) fue a hablar conmigo para proponerme hacer una muestra, empecé a investigar y a no utilizar tantos planos negros y fondos blancos. Utilicé fondos solo con línea y un dibujo más gris, como si fuera más homogéneo. Y, no sé por qué, el punto de partida fue un cuadro que se llama ‘Algo habrás hecho’, que es un personaje que está sentado en el costado de una ruta con una valija, como que viene escapando. Me gustó incorporar gente común, bajar el nivel de elegancia y trabajar más los fondos y los ambientes”, cuenta sobre las nuevas piezas de la exposición que tendrá 17 obras hechas con tinta china, pluma en papel de acuarela y base en el arte lineal y el rayismo. El nombre de la muestra habla por sí mismo.
“De costumbre todos somos animales. Es más, cuando los miro, lo que veo es un tipo de animal. Es decir, para mí son como nosotros, todos tienen su personalidad, su carácter y su mirada. Por ejemplo, los orangutanes siempre me dejan sorprendido. En sus expresiones veo pasión, miedo, tristeza, soberbia. Aunque sea todo casual, lo veo ahí, y lo incorporo a los cuerpos de estos personajes”, profundiza.
La muestra se inaugura este viernes y estará hasta el 13 de diciembre en la Sala de Exposiciones del Centro Cultural UTU. Se puede visitar de lunes a viernes de 09.00 a 17.00.
Los comienzos de Dalton con la ilustración
La pasión por el dibujo empezó desde muy chico, incentivado por su abuelo. Ya a los siete estaba obsesionado con lograr la mayor perfección posible. De aquellos años, recuerda que en 1975 Cacho Bochinche sacó un álbum de figuritas del Hombre Nuclear y él estuvo muchos días tratando de reproducirlo. “Quería que quedara la cara del tipo y no me quedaba y yo me daba cuenta que no. Me decían que estaba bien, que ya lo había logrado, pero desde mi visión de niño quería que me quedara perfecto”, rememora.
El punto de inflexión llegó a los 15 cuando conoció el artista Vicente Martín, al hacerse amigo de su hijo. Pedro comenzó a frecuentar aquella casa donde se respiraba el arte. Por un lado, por todo el trabajo del reconocido pintor uruguayo, y por otro, porque la esposa de Vicente era María Luisa Torrens, una de las críticas de arte más importantes del país.
“Yo ya había entrado a la UTU para hacerme arquitecto y había agarrado la tinta china. Eso fue el quiebre de mi vida. Dibujaba todos los bordes de las carpetas de dibujo técnico, que lo detestaba. En esa época justo había conocido a Pink Floyd y vi Scarface, y fue como un flash. Empecé a hacer dibujos muy oscuros y un día se lo mostré al padre de Vicente y me dijo ‘está demasiado oscuro esto, pero acá hay algo’”.
La música para mí es emocional, el dibujo espiritual
Impulsado por Martín, se anotó al taller de Nelson Ramos, pero aún le faltaba madurez y aceitar la mirada artística. “A Nelson no lo pude aprovechar bien porque todavía no entendía mucho. Él me mostraba, por ejemplo, a Paul Klee y para mí estaba mal dibujado”, rescata quien siguió puliéndose y al poco tiempo volvió a mostrar un trabajo suyo a Martín. El comentario sincero del padre de su amigo es algo que lo tiene agradecido hasta el día de hoy. “Le mostré unos cuadros que estaba haciendo y me dijo: ‘Esto está horrible, muy mal pintado y mal dibujado, y está sucio de color. Pero, tranqui, tenés que hacerlo todo bien primero para después poder hacerlo todo mal, vos tranquilo’. Fue la mejor clase de arte de mi vida. Después de eso me pasé al taller de Clever Lara y ahí empecé con la sensibilización. Nos hacían hacer texturas con lápiz, después con acuarela, después con yeso y entonces entendí el abstracto; se empezó a dar el clic. Y es rarísimo porque, en realidad, yo había entrado al taller de Clever para hacerme más académico, pero estaba más libre que nunca”, recuerda.
Música, pausa y retomada
Los años pasaron y Pedro siguió de manos dadas con el arte. Primero el dibujo, después la música, después la escritura, aunque nunca hubo una sola cosa. Casi siempre estuvo haciendo un poco de todo.
“La música siempre fue un sueño para mí, algo que me gustó, pero esperé unos años para empezar porque, en principio, yo era el artista plástico del rock, así me sentía en ese momento, era algo de ‘ellos tocan, yo dibujo’,” recuerda sobre la época en que hizo la portada del disco Tango que me hiciste mal, de Los Estómagos.
Hoy, con 57 años recién cumplidos, mira aquella tapa con reservas, pero con la calidez y el humor de quien ve en aquel dibujo un proceso de crecimiento artístico que recién arrancaba. “Hoy me genera una ternura increíble, porque tenía 16 años, todavía no estaba muy ducho en cuanto a la parte de figura humana. Por ejemplo, el instrumento que aparece allí no existe, porque tiene teclas de piano en lugar de teclas de bandoneón, error de pibe. Menos tango tenía yo... (se ríe)”.
A principios de la década de 1990, cuando arrancó con los Buenos Muchachos, una de las bandas con mayor prestigio artístico de la escena local, puso el dibujo en un segundo plano. Lo retomó con fuerza recién a mitad de los 2000, cuando vivía en Buenos Aires.
“Había visto una exposición de Carlos Alonso, que era mi artista preferido argentino. Era sobre la Campaña del Desierto, de Julio Roca, y estaba potente. Ya cuando salí de ahí pasé por una papelería y me compré un plumín, un frasquito de Pelikan y un bloque. Los gurises, mis hijastros, tenían una colección de una enciclopedia de animales que había sacado Clarín y estaban de puta madre las fotos, fue un viaje de ida. Retomé por ahí”.
—Son cosas diferentes, por supuesto, pero ¿qué encontrás en el dibujo que no te da la música?
—Siento que la música es absolutamente emocional y lo otro absolutamente espiritual, del momento. Con el dibujo aparecen cosas en el proceso que cuando mirás un poco de lejos lo que hiciste decís ‘guau, está ahí lo que yo estaba buscando’ y te eriza. Está buenísimo. La música tiene algo físico que la pintura para mí no tiene, es otro viaje.
Hace ya un tiempo que Pedro encontró el placer en una rutina más diurna y en programas culturales como ir al cine. Cuando no está ensayando, escribiendo, dibujando, está leyendo o mirando películas. Ahora, por ejemplo, está deslumbrado con Ripley, la serie de Netflix protagonizada por Andrew Scott, basada en la popular novela policial de Patricia Highsmith, que ya había sido adaptada al cine con los rostros de Alain Delon y Matt Damon.
“Voy por el tercer capítulo y no quiero seguir, quiero quedarme ahí, ir muy de a poco. No hay un momento en que no me pase algo internamente. Es tremenda la fotografía. Y como soy inquieto y mi cabeza está todo el tiempo pensando en crear, cuando veo esa serie siento que estoy trabajando, absorbiendo cosas”, comparte.
— ¿Y estás leyendo algo actualmente?
—Un libro de cuentos rusos de mi viejo y estoy intentando entrarle a Onetti, pero me cuesta muchísimo, me pierdo, me distraigo. Soy poco atento, poco de concentrarme, entonces me cuesta leerlo. Pero es tan genial, y evidentemente no puedo con él todavía, me falta quizás madurez para entenderlo, pero me parece que es brutal y me he anotado cosas que son un viaje increíble.
Vivir de lo que ama, es algo que este artista polifacético viene saboreando desde hace un tiempo, pero que en los últimos años pudo terminar de reconocer y celebrar también en la cotidianeidad. Por eso, en este momento de la vida, dice, se siente rico por poder disfrutar de todo eso a plena consciencia. Un lujo que él no deja de valorar y agradecer.