Por Europa y sus históricos jardines

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Los jardines europeos y un proyecto para ponerlos en el foco de los paquetes turísticos. Foto: El País España

VIAJES

De la Alhambra y el Generalife a la italiana Villa d’Este, una ruta cultural promovida por la Unión Europea pone en valor los vergeles del continente que pasaron de los nobles al pueblo.

Los jardines históricos están de moda. Dos acontecimientos culturales de peso los traen al foco de la actualidad: la serie que ha empezado a emitir semanalmente Televisión Española sobre jardines históricos de España y la certificación del Itinerario Europeo de Jardines Históricos por parte del Consejo de Europa, el pasado 28 de octubre. Y es que la creciente conciencia medioambiental y la sensibilidad por el legado ornamental vegetal son ya imparables. Aparte, claro está, de su relevancia histórica: además de haber sido creados por monarcas o personajes ilustres, son escenario de obras literarias —como los de Aranjuez, decorado para el Don Carlos de Schiller, texto convertido en ópera por Verdi— o han originado piezas maestras de la música: Los juegos de agua en la Villa d’Este, de Liszt; las Noches en los jardines de España, de Falla; el Concierto de Aranjuez, de Rodrigo… Por no hablar de complicidades con la pintura o la arquitectura.

La serie Jardines con historia, que empezó a emitirse en La 2 el pasado 9 de enero y constará de 13 capítulos servidos semanalmente, sigue la estela de la producción de la BBC Los jardines de Monty Don, que se ocupa de vergeles italianos, japoneses, americanos…, y que ha conquistado a la audiencia de varios países.

La serie española está también conducida por un arquitecto, Arturo Franco, que sigue un poco la pauta del presentador británico. El primer capítulo se dedicó íntegramente a los jardines de Aranjuez (Madrid), y el segundo, a dos de los pazos gallegos más significativos: el de Oca (Pontevedra) y el de Santa Cruz de Rivadulla (A Coruña).

Los Itinerarios Culturales son un programa lanzado por el Consejo de Europa para resaltar valores fundamentales como derechos humanos, diversidad e identidad cultural, diálogo e intercambios, democracia cultural.

Existen actualmente 40 itinerarios certificados, entre ellos algunos de gran repercusión y aceptación como son el Camino de Santiago, la Red de Art Nouveau, la Red de Juderías, la Vía Francígena o las ciudades termales.

El dedicado a los jardines históricos del continente se basa en la llamada Carta de Florencia, adoptada por el ICOMOS (Consejo Internacional de Monumentos y Sitios, ligado a la ONU) en 1982, y que define cada uno de estos espacios como “una composición arquitectónica y vegetal que desde el punto de vista de la historia o del arte tiene un interés público. Como tal, está considerado como un monumento”. Su origen suele estar asociado a personajes nobles, cuando no a los propios reyes, o a fortunas privadas de la alta burguesía, si bien la mayoría de estos parques han acabado convirtiéndose en bienes públicos, abiertos a actividades educativas y culturales.

Se cifra en 14 millones el número de visitas anuales a estos recintos, de las cuales casi dos millones participan en los eventos organizados o acciones educativas y de investigación.

Lloret de Mar, la buena muñidora

El proceso para que el Consejo de Europa otorgue su sello a un itinerario cultural se inicia presentando una propuesta en Estrasburgo, sede del Consejo. En el caso de los jardines, dicha iniciativa partió del municipio catalán de Lloret de Mar, que logró concertar para ello a una veintena de entidades públicas y privadas e instituciones académicas.

Se incluyen en este paquete un total de 31 parques de seis países, listado que se comprende solo como un inicio, un arranque, pues si ya de entrada sorprende que solo estén involucrados seis Estados del viejo continente, no menos desconcertante es la desproporción del reparto dentro incluso de estos afortunados miembros. Portugal acapara nada menos que 15 jardines, la mitad del total. Uno de ellos es el Jardín Botánico Tropical de Lisboa con una superficie total de unas siete hectáreas; otro es el parque romántico, da Pena en la ciudad de Sintra que comenzó a ser construido en 1838.

Italia tiene cinco jardines en la lista, entre ellos los de la ya citada Villa d’Este (realizada por deseo del cardinal Hipótito II d’Este, gobernador de Tívoli desde 1550), los Jardines de Boboli en Florencia (que permiten revivir la historia de los Médicis, familia que ocupó el Palazzo Pitti a mediados del siglo XVI) o el descomunal Parque Real de Caserta, uno de los últimos grandes jardines europeos.

Georgia aporta tres jardines: Jardín Botánico de Batumi, Jardín Botánico Nacional de Georgia y museo y jardín Tsinandali Alexander Chavchavadze; Polonia, dos: Jardines del Castillo Real de Varsovia y Museo del Palacio del Rey Jan II en Wilanów; y Alemania solo uno: Jardines Herrenhausen en Hannover.

España incluye cinco en la lista, los ya citados de Aranjuez, la Alhambra y el Generalife en Granada, los Jardines de Santa Clotilde de Lloret de Mar, el parque Samà de Cambrils y la Finca de Raixa de Palma de Mallorca.

El desequilibrio y las ausencias son más que evidentes. Para empezar, sorprende la de Francia, que es, precisamente, el país originario de tan oníricos espacios. Igual que sorprende la ausencia del Reino Unido, pionera y campeona en cuestiones florales; si bien en este caso cabría aducir que este país ya no forma parte de la UE, histórica y culturalmente nunca dejará de ser Europa.

O la ausencia de los jardines checos de Kromeriz, patrimonio mundial de la Unesco y vinculados al rodaje de la película Amadeus (Mozart).

En el caso de Italia, otro peso pesado en vergeles, el más profano echará en falta jardines como los de Villa Rúfolo, en Ravello (que inspiraron a Wagner su Parsifal); el “sacro” jardín de Bomarzo -protagonista de la novela homónima de Mujica Lainez, convertida en ópera por Alberto Ginastera-, el jardín creado en Ischia por el compositor británico Malcolm Arnold, los jardines de Nápoles, del Véneto y los lagos, la apoteosis barroca de Isola Bella…

Y de España, no digamos. Así, a bote pronto, se extrañan los jardines y fuentes de La Granja (Segovia), modesta copia del primer Borbón sobre los de su abuelo en Versalles. Por no hablar de otros parques regios como los Reales Alcázares de Sevilla o Córdoba, o el Campo del Moro y el Retiro de Madrid (cerrados hasta nuevo aviso por los efectos del temporal Filomena). O de jardines de origen señorial, como el sevillano parque de María Luisa, los jardines de Narváez en Loja (Granada) y los de muchos otros pazos en Galicia.

O también, por qué no, algunos jardines botánicos como el de Madrid (tan activo culturalmente en los últimos tiempos); o el de Sóller, en Mallorca, o La Concepción en Málaga.

Y, ya puestos, también los más modernos del parque Güell de Barcelona, esencial en el catálogo de Joan Miró, o el Chillida Leku de San Sebastián.

Aunque cabe pensar que este proyecto es susceptible de ser pulido y aumentado, denota una sana corriente en cascada que de los reyes pasó a los nobles, de estos a la burguesía y ahora, al pueblo llano. Jardines históricos y, al fin, democráticos. 

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