Durante casi 150 años (desde 1606 a 1739), se celebraron en Portobelo (en el actual Panamá) ferias en las que convergían mercaderes y clientes de todas las posesiones de España, el reino en el que “nunca se ponía el sol”, por la vastedad de su extensión territorial. Esto se debe a que la ciudad fue un enclave estratégico de la colonización española, por el que salió buena parte del oro y la plata (sobre todo de Perú) que terminó en Europa. Hoy, Portobelo es un pequeño poblado de menos de 2.800 habitantes, ubicado en la provincia de Colón, a unos 100 kilómetros de la ciudad de Panamá y a 33 de la desordenada localidad de Sabanitas. Y pese a ser Patrimonio de la Humanidad, es notorio que se trata de un destino mal explotado turísticamente. Allí no puede comprarse un libro con la historia de la ciudad, apenas si hay lugares para comer (se puede degustar un plato de pescado por US$ 7) y sus antiguas fortificaciones están bastante descuidadas.La ciudad vive sin apuros el ritmo de un pequeño pueblo costero, en el que llama la atención la cantidad de jóvenes que concurren cada día a las instituciones de enseñanza pública, impecablemente acicalados con sus uniformes escolares. Portobelo fue bautizada con ese nombre por Cristóbal Colón en su cuarto viaje a América (1502), por las bellezas que ofrecía y la seguridad de su bahía para resguardo de los barcos, algo muy notorio al visitar el sitio. Desde entonces, siempre fue codiciada. Y un imán para piratas y bucaneros. De hecho, en Portobelo murió el más famoso corsario del siglo XVI, Sir Francis Drake, quien casi 20 años antes estuvo en el Río de la Plata, visitó Punta del Este y ancló su famosa Golden Hind en la Isla de las Ratas, frente al Cerro de Montevideo.Oficialmente, San Felipe de Portobelo fue fundada el 20 de marzo de 1597 por Francisco Valverde y Mercado, luego nombrado gobernador vitalicio de la plaza.
Imagen del Cristo Negro
Desde hace siglos, la ciudad guarda un tesoro del catolicismo: el Cristo Negro de la Iglesia San Felipe. La imagen del nazareno cuenta con una enorme cantidad de seguidores (muchos de ellos famosos cantantes de salsa y merengue), y de joyas y prendas que han sido donadas por sus fieles. Según la tradición, el 21 de octubre de 1658 un esclavo que estaba pescando recogió un objeto envuelto del agua. Lo descubrió a la vista de varios espectadores, que quedaron absortos ante la talla del Cristo Negro. Pero la historia es difusa en este punto: otras versiones dicen que el nazareno llegó flotando en una caja, que fue arrojada al mar por un barco que necesitaba aligerar su carga y que se dirigía a otro destino.Uno de los más grandes devotos del Cristo Negro de Portobelo fue el “sonero mayor” de Puerto Rico, Ismael Rivera. La suya es una historia de fe y devoción. Y la de un milagro que trajo consigo la internacionalización de las procesiones en su nombre. Hacia 1975, Rivera se encontraba en el pináculo de la fama, pero sus canciones y letras trasuntaban la tristeza de su alma. Por entonces, las adicciones hacían peligrar su carrera y su propia vida. Hasta que alguien le comentó sobre la existencia de un “santo milagroso” en Portobelo. Y a él se encomendó. Fue tal el impacto causado por el Cristo Negro en el salsero boricua que, en su álbum de 1974, Traigo de todo, grabó “El Nazareno”, un verdadero himno para los seguidores del Cristo Negro. Tres años después lanzó el disco De todas maneras rosas, en el que incluyó el tema “El Mesías”, un testimonio de las peregrinaciones que hizo religiosamente -valga la redundancia- durante diez años a Portobelo, hasta 1985, cuando su salud comenzó a deteriorarse.
Huellas del pasado colonial
Como construcción militar de la época española en Portobelo destaca el Fuerte batería de Santiago de la Gloria, al ingreso a la ciudad y junto a la ruta, con una cámara bajo tierra y dos túneles que seguramente se encuentran cortados y que con seguridad conducían a la bahía. Y el Fuerte San Gerónimo, mucho más grande que el primero y cercano al edificio de la Aduana (actualmente en restauración), la construcción más importante de la ciudad y en la que se guardaban los caudales. La propiedad también fue vivienda del gobernador.Ambos bastiones de defensa tienen sus cañones tirados en el suelo o simplemente apoyados en las almenas, sin sus bases o cureñas, deteriorándose inexorablemente con el paso del tiempo por no contar con un debido recubrimiento.
El corsario más famoso
En su paso por el Río de la Plata, la expedición de Francis Drake (el hombre que se hizo mundialmente famoso por chamuscarle las barbas a Felipe II), dejó interesantes registros. Por ejemplo, respecto a la exploración de la isla de las Focas -luego llamada de Lobos- y del cabo Alegría (Punta del Este), bautizado así porque allí halló un barco de su flota que había dado por perdido. Drake hizo provisión de carne en la isla y sus hombres esbozaron los primeros dibujos de la flora y fauna autóctonas: un lobo de mar y un higo de tuna, “planta muy rara y diferente” a todas las que había visto, según anotaciones del diario de viaje.Catorce días permaneció Drake en el Río de la Plata, al que podría decirse que conocía bastante bien, pues tenía en su poder copias de las notas de navegación de Fernando de Magallanes, que le habían sido facilitadas por espías. En esas dos semanas llevó su nave capitana, la Golden Hind, hasta la bahía de Montevideo. Las leyendas aseguran que en la desembocadura del río el corsario escondió un tesoro, con la idea de rescatarlo después.En 1580, con 37 años, Francis Drake regresó a Inglaterra luego de haber culminado exitosamente una vuelta al mundo, la primera luego del viaje de Magallanes, donde exhibió un extraordinario botín cercano a las 250 mil libras, suma superior al presupuesto anual que tenía el Parlamento británico. A raíz de esa hazaña, se transformó en héroe nacional y a bordo de su barco fue nombrado Caballero por la reina Isabel I. Desde entonces, Inglaterra perdió el respeto por España y se dispuso a la conquista de los mares. En 1596, estando al frente de una flota de 27 barcos y 5.000 hombres, Drake atacó las ciudades españolas del Caribe. Lo hizo con más pena que gloria y en su avanzada decidió dirigirse hacia la actual Panamá, con la intención de anexar esas tierras a las posesiones inglesas. Pero lo hizo por el lugar más difícil: Portobelo. Allí murió, el 28 de enero, no por las balas enemigas, sino víctima de la disentería (inflamación de los intestinos y diarrea). Sus marinos arrojaron el cuerpo al mar, vestido con su armadura, en un ataúd de plomo. Hoy, 426 años después de ese hecho, todavía hay quienes creen que los restos del más famoso de los corsarios pueden ser recuperados del fondo marino.