Por Andrés López Reilly
La migraciónen busca de oportunidades es un fenómeno que lleva muchas décadas en Uruguay, pero en los últimos años se ha formalizado en cierta medida gracias a las visas de trabajo que ofrecen varios países y que, por lo general, tienen validez por un año. Quienes logran calificar, cumpliendo ciertos requisitos, pueden acceder a empleos con toda la protección legal, como ocurre con las becas de estudio. Y aunque muchas de estas personas repiten después la experiencia en otro destino, por lo general regresan a su tierra natal. Lo hacen con un conjunto de experiencias laborales —y vitales— que enriquecen su currículum.
Los uruguayos pueden trabajar legalmente en el exterior utilizando tres tipos de visas: working holiday (vacaciones y trabajo), disponible para Alemania, Andorra, Australia, Francia, Holanda, Nueva Zelanda y Suecia; work & study (trabajo y estudio), y sponsorship (con el patrocinio de una empresa extranjera que solicita al trabajador).
La más solicitada en Uruguay por los jóvenes de 18 a 30 años es la working holiday: una visa de residencia de un año —prorrogable— para la que hay que hacer un trámite bastante sencillo y cumplir requisitos como tener un buen manejo del inglés o disponer de un fondo de reserva para hacer frente a los gastos del primer mes de estadía. El costo del trámite oscila entre los US$ 200 y los US$ 400.
Entre los países que permiten a los uruguayos acceder a esta visa destacan dos: Australia y Nueva Zelanda, con un cupo de 200 por año. La cantidad varía de acuerdo a cada país, siendo por ejemplo para los europeos mucho mayor. También a los uruguayos con pasaporte del Viejo Continente les es más fácil acceder a una visa de trabajo. Si bien la working holiday permite hacer labores profesionales, por lo general es utilizada dentro del área de los servicios, por ejemplo para trabajos de niñera, mozo o en el campo (un caso conocido es el de los que van a Nueva Zelanda a recoger kiwis).
Sofía es uruguaya, ha trabajado en empresas de comunicación y tiene un emprendimiento propio de diseño. Acaba de ser mamá y su marido es extranjero. Estuvo un año trabajando en el Reino Unido con una visa de turista extendida, pero cuando regresó a Uruguay la contactó una firma a través de Linkedin. “Me ofrecieron una muy buena posición, empezamos con las entrevistas y quedé seleccionada”, comenta a Revista Domingo. En este caso sería con visa sponsorship o “de patrocinio”, que es difícil de conseguir y aplica para el caso en el que las compañías solicitan al trabajador. “Todo el trámite con los abogados era pagado por la empresa. Arrancó el 15 de abril de 2022 y la visa fue aprobada el 15 de diciembre. Llevó más meses de lo que la empresa estaba esperando. El Brexit, la guerra de Ucrania y los problemas que tuvo Inglaterra el año pasado con Home Office (departamento responsable de la inmigración) dilataron la cosa”, agrega.
Si bien el 15 de diciembre se emitió el documento, en ese momento ella estaba embarazada y debía tramitar la visa de su hijo, lo cual le demandaría más tiempo, por lo que la empresa que la había contratado decidió rever su decisión. “Mi pareja ya estaba con una visa allá. Entonces, lo que hicimos fue reaplicar para una visa que comprendiera a mi hijo y a mí. Y la obtuvimos a través de abogados, fue muy rápido todo. El beneficio principal de tener una visa familiar frente a una de trabajo es que la sponsorship se puede caer si se cae el sponsor. Y si estás en el Reino Unido, tenés uno o dos meses para conseguir un trabajo. A su vez tenés que conseguir a otro que admita la visa sponsorship, no podés emplearte con cualquiera. La visa familiar se nos otorgó hasta diciembre de 2025”, comenta.
A fines de mayo partirá nuevamente hacia el Reino Unido “Uno tiene que hacer cierta adaptación cultural, asistí a muchos eventos online y me traté de conectar con grupos del rubro, hablar con otros diseñadores, tratando de meterme más en lo que yo quería. Otra cosa que tiene el Reino Unido es que es un país bastante cosmopolita. Hay gente de todas partes. Por eso no importa que seas extranjero”.
Tan lejos como Oceanía.
Carina Fossati es periodista, licenciada en Comunicación egresada de la Universidad Católica y creadora del portal Hills To Heels, especializado en viajes, turismo y estilo de vida.
Hace 10 años gestionó una visa de trabajo para Nueva Zelanda que literalmente cambió su vida. “Las ganas de pasar uno o dos años en el exterior las tenía pendientes, aunque el plan original era un posgrado y en otro país. Por distintas razones no se dio y justo en esos momentos de la vida en que sentís que necesitás ‘un cambio’ me encontré con un colega recién llegado de allá y me contó sobre su experiencia. Nunca antes se me había cruzado por la cabeza vivir en Nueva Zelanda, pero tan solo dos meses después ya estaba en una agencia de viajes inscribiéndome”, comenta a Revista Domingo.
“El cometido de la visa de trabajo era lógico: pagar mis gastos de vida durante ese año y ahorrar un poquitito. Hay personas que eligen vivir muy austeras y luego tomarse varios meses para recorrer destinos más económicos de Asia, pero no fue mi caso. Para mi Nueva Zelanda era ‘la’ experiencia, no un medio para otro fin. De todas formas a Asia la fui conociendo durante los años siguientes, en varios viajes de un mes, ida y vuelta desde Uruguay. Mientras viví en Nueva Zelanda el único país extra que conocí fue Australia: me tomé unas vacaciones de 15 días, en Sydney me encontré con mi hermana y recorrimos también Melbourne y Camberra”, agrega.
—¿Cómo fue ese proceso para obtener la visa de trabajo?
—En aquel tiempo —no sé si sigue siendo igual ahora 10 años después— había una agencia de viajes muy especializada en el tema que se ocupó de casi todo, lo que me resultó ideal porque yo estaba trabajando muchísimas horas y no hubiese tenido tiempo para el tramiterío. El proceso más difícil tuvo que ver con mi trabajo uruguayo: fui redactora de la revista Galería por 10 años y este “año sabático” fue justo en la mitad. Adoraba ese lugar, fue una de las décadas más felices de mi vida, y nada me aseguraba 100% que un año después iba a seguir teniendo mi escritorio. Como tampoco estaba segura yo de si luego de un año iba a querer volver o decidir instalarme allá. ¡Nadie tiene la bola de cristal! Recién los últimos dos o tres meses empecé a extrañar un poquito y a darme cuenta de que esa etapa estaba terminando su ciclo.
La experiencia laboral de Fossati en el suroeste del océano Pacífico le permitió combinar trabajos relacionados con su profesión de licenciada en comunicación: fue community manager de una empresa de intercambios estudiantiles entre India y Nueva Zelanda, también fotógrafa, escribió artículos turísticos para varios medios y empezó con su propio portal de viajes y turismo. Pero tuvo que pagar derecho de piso: trabajó de bartender, moza y vendedora en una tienda de zapatos. “También fui por tres meses au-pair (niñera viviendo con una familia) porque quería conocer la cultura kiwi por dentro, vivir sus rutinas, absorber costumbres y adaptarme a su tipo de inglés que es súper distinto del que aprendemos en los colegios e institutos. De martes a jueves me pasaba el día entero con un nene de 3 años y una niña de uno y medio, mientras la madre trabajaba. Los llevaba al parque, a museos, al shopping, jugábamos en su casa, les enseñaba español… Allá el rol de la niñera es muy importante en la educación, no está pensado para que sea alguien que simplemente ‘les echa un ojo’ mientras limpia”, comenta.
Lo único que no quiso hacer fue trabajo en el campo (se confiesa “bastante citadina”): “Elegí vivir nueve meses en Auckland, la ciudad más grande de Nueva Zelanda, que tiene más o menos el mismo tamaño y población que Montevideo. Me tomé tres semanas de vacaciones en invierno para recorrer la isla sur, que tiene montañas con nieve para esquiar, fiordos y glaciares, pero eso lo hice como turista. El verano lo pasé en Paihia, un balneario del tamaño de La Pedrera ubicado bien en el norte. Allí conseguí por tres meses uno de mis trabajos favoritos: el de fotógrafa de turistas que realizaban paseos en barco con delfines”.
La visa más requerida por los jóvenes uruguayos es la working holiday. Se puede acceder a ella teniendo entre 18 y 30 años.
Para tramitarla es necesario contar con un pasaporte que tenga una vigencia de al menos seis meses.
No se puede viajar con hijos a cargo, la visa es individual. Y hay que contar con un nivel de conocimiento de inglés evaluado al menos como funcional.
También poseer estudios terciarios, o haber completado exitosamente al menos dos años de estudios universitarios de grado. Y contar con fondos suficientes para solventar la primera parte de la estadía, además del dinero para el pasaje de regreso.
Del mismo modo, hay que tener y mantener un seguro de salud adecuado durante toda la estadía.
La necesidad del cambio.
Jimena Inciarte también trabajó en Nueva Zelanda, en 2012, con una visa working holiday. “Yo soy maestra jardinera, licenciada en Educación Inicial, y aunque en Uruguay hacía muchos años que estaba trabajando, buscaba un cambio general en mi vida. Necesitaba salir un poco y buscar nuevos horizontes”, dice a Revista Domingo.
El viaje lo hizo con una amiga, quien escuchó en la radio que existía la posibilidad de conseguir visas laborales para Nueva Zelanda. “La idea me voló la cabeza. Y en medio año, o menos, nos fuimos”, recuerda.
La visa working holiday le dio prácticamente los mismos derechos que un neozelandés en el plano laboral, aunque solo se le permitía trabajar 20 horas por semana. “Lo hice siempre de niñera. Me encantó el país, como funciona y que sea tan cosmopolita. Hay gente de todo tipo. Me abrió muchísimo la cabeza, te enseña que todos somos iguales, que todos valemos lo mismo y que hay un montón de gente en la misa situación que vos”, anota.
Estuvo un año, lo que le permitía la visa, la cual no tuvo mayores inconvenientes en conseguir por tener pasaporte italiano. “La cantidad para los europeos es ilimitada, no asípara los uruguayos. En ese entonces creo que había 300 visas. Y hoy habrá unas 500. Hacía pocos años que había empezado esto de las working holiday y había una empresa uruguaya que se encargaba de los trámites (Bestway). A mi amiga, con el pasaporte uruguayo, le demoró un poco más, pero como era por agencia fue fácil”, anota. Luego regresó a Uruguay, donde permaneció por algo más de un año, hasta que decidió apuntar a nuevos horizontes.
Repetir la experiencia.
Inciarte quedó tan impactada por su experiencia laboral en Nueva Zelanda que en enero de 2015 volvió a marchar al exterior con una visa de trabajo, esta vez hacia la tierra de los canguros.
“Cuando estuve en Nueva Zelanda me quedé con muchas ganas de conocer Australia, lo que pude hacer después con una working holiday. Y pasó lo mismo: conocí a un montón de gente. Aunque siempre viví en Sídney, viajé mucho. Y trabajé casi siempre de niñera, un empleo que es súper valorado. La gente confía en vos enseguida, te dan la llave de la casa y la custodia de los hijos”, dice. Y agrega: “Tengo un buen manejo del inglés y se cobra muy bien, la verdad es que me encantó”.
En este caso fue sola y estuvo 12 meses. Luego regresó a Uruguay, donde se quedó un año más, y se volvió a ir a Australia, en este caso con una visa de estudiante, porque la working holiday solo se entrega una vez para cada país. Obtuvo un diploma de servicios, trabajando de niñera y “viviendo una buena vida”.
Hoy admite que “el bichito viajero siempre está pendiente”, aunque en este momento trabaja y vive cómoda en Montevideo. “Nunca digo nunca”, sentencia Inciarte.
Fossati, en tanto, confiesa que también repetiría la experiencia, aunque no al mismo destino y tampoco por tanto tiempo.
“Me iría tres o cuatro meses y de hecho estoy pensando en Italia, para conocer mejor el país de mis ancestros y mejorar el idioma. Pero no va a ser este año. Además de las visas working holiday, hay otras opciones que permiten viajar gastando menos y teniendo experiencias más originales, como por ejemplo el house sitting, que consiste en cuidar una casa vacía, en la que generalmente hay mascotas, mientras sus dueños se van de vacaciones. O el work for accomodation, que se puede dar en una granja (woofing) o en un hostel trabajando en la recepción o como guía para los huéspedes”, concluye.
El encanto australiano.
Desde mediados de siglo XX, Australia se ha consolidado como uno de los destinos más elegidos por los uruguayos para emigrar. Y durante la dictadura el fenómeno tuvo uno de sus picos más altos. Según datos de 2019, un total de 11.246 uruguayos residen en Australia, a los que hay que sumarles unos 7.000 con ascendencia uruguaya, ya sea parcial o completa.
Rosina González fue una de las compatriotas que obtuvo una visa para trabajar en este destino, al cual viajó acompañando a su esposo, quien ganó una beca de la Agencia Nacional de Investigación e Innovación (ANII) para estudiar en Melbourne. “Como proyecto de pareja teníamos ganas de ir a Australia y Pablo aplicó para esa beca de la ANII para estudiar en Deakin, una universidad de la ciudad. Yo quería ir con una visa working holiday y apliqué. Una agencia que está frente a Montevideo Shopping nos asesoró a los dos, aunque mi visa era súper intuitiva, la podés gestionar desde la página sin mucho asesoramiento. Para mí era más fácil porque tengo pasaporte italiano”, dice González a Revista Domingo.
“Nos fuimos con 26 y 28 años. Los dos estábamos trabajando, él en una empresa de insumos agropecuarios (porque es ingeniero agrónomo) y yo en un estudio contable. Yo había hecho el viaje de Ciencias Económicas y a los seis meses de volver nos fuimos para Australia”, recuerda.
Una vez instalada en Melbourne, trabajó en varios oficios, entre ellos de niñera y de moza en un restaurante durante seis meses. Fue el máximo tiempo que le permitió la visa para un mismo sitio. “Cuando Pablo inició sus vacaciones en la Facultad nos compramos un auto e hicimos un road trip por toda la costa Este. Lo compramos a 3.000 dólares australianos y lo vendimos a 3.300, no se desvalorizó ni un dólar”, recuerda y se ríe. “Lo hicimos por momentos acampando y por momentos con Airbnb, allá está todo súper armado para viajar de esa manera. La experiencia estuvo increíble”, valora.
González asegura que “ganaba lo mismo de moza allá que de contadora acá”, aunque admite que el costo de vida era caro. La pandemia la encontró en Australia, lo cual puso fin a sus empleos en el sector hospitality.
“Ahí empecé a trabajar en una suerte de inmobiliaria en la que alquilábamos habitaciones de casas, algo que se estila mucho. También trabajamos de jardineros y en un viñedo orgánico”, recuerda.
En cuanto a la vida social, los dos se integraron muy bien. Incluso llegaron a jugar en equipos de fútbol amateur: “Fue una experiencia increíble, que en mi caso compartí con chicas de Argentina, Canadá, Italia, Estados Unidos y otras nacionalidades. Pero con quienes tenía más contacto era con uruguayos, por las raíces en común”.
Al regresar a Uruguay, ella no quiso volver a trabajar en un estudio contable. Se contactó con diferentes empresas y dio con Abito, dedicada al reciclaje. Para ambos, la reincorporación a la vida en Uruguay fue sin sobresaltos: “Una de las directoras de Abito vivió en Australia y estaban necesitando alguien para la parte administrativa. Después me tuve que abrir porque necesitaba trabajar más horas. A mi marido lo tomaron en el trabajo que tenía antes, así que no nos fue mal cuando volvimos”.