Puma Goity: el papel que le cedió Francella, su etapa como mozo y la pelea con sus padres por querer actuar

Salió de ver Cyrano queriendo ser ese papel con 16 años, estudió actuación con esa meta y lo concretó este año. También es el villano Zambrano en "El Encargado 2", estrenada el 29 de noviembre.

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Gabriel "Puma" Goity
Gabriel "Puma" Goity

Se crio colgándose de los árboles y en los potreros de Palomar (Gran Buenos Aires), pero entre la vida callejera de Gabriel “Puma” Goity (63) se coló su abuelo materno para inculcarle el gusto por la lectura, la buena música y las salidas culturales. La primera vez que lo llevó al teatro fue a ver Cyrano de Bergerac en la versión de Ernesto Bianco y marcó a fuego su historia. Tenía 16 años y quiso que su nieto viera cómo se lucía aquel gran artista que le robaba carcajadas junto a Olmedo en televisión. El Puma disfrutó las cuatro horas que duró la obra, y en su inconsciente se empezó a delinear la trama de su vida, que también es digna de un guión de cine. En la vereda del San Martín le dijo a su abuelo ‘quiero ser Cyrano’ y este le contestó sincero: ‘Para eso tenés que ser actor’. Y así fue.

“Quedé fascinado con la actuación de Bianco, con el personaje y lo que representa. Me acuerdo de la sensación de éxtasis. Fue un antes y un después. Entré al conservatorio para ser Cyrano, después me encantó el oficio y la profesión”, relató el Puma Goity a Pronto, muy seguro de que en esa mágica noche se definió su vida.

Mucha agua pasó debajo de su puente -más adelante ahondaremos- para que pudiera cumplir ese sueño que lanzó al universo con inocencia. Décadas después, logró protagonizar este clásico en el San Martín y las hijas de Bianco tuvieron mucho que ver. Goity tiene un don para contar anécdotas y ellas habían oído el relato antes mencionado, así que lo convocaron para que lo contara en un libro en homenaje a su padre, y luego para hacer un material audiovisual en el San Martín. Esa tarde de julio de 2022, después de improvisar la escena final de Cyrano con las hijas de Bianco en el escenario, subió al octavo piso a buscar a la directora del teatro, Gabriela Ricardes. Goity no la conocía ni tenía cita, y su asistente le dijo que no estaba. A la semana insistió: llamó a su despacho, atendió ella y le dijo: “Te estábamos por llamar porque estuvo tu amigo Guillermo Francella y le ofrecimos Cyrano, ¿no te contó?” Enseguida se comunicó con su querido Francella, con quien protagoniza la exitosa serie El Encargado por Star+ (ver recuadro): “Lo llamé y él me dijo que Cyrano era mía. Es un divino, como gran amigo que es”, contó en CNN Radio.

Es que este clásico de Edmond Rostand es mucho más que una obra para Goity: “Es la excusa para que cuente mi historia a partir de ese verso alejandrino. Es un homenaje a Bianco, a mi abuelo, a mis amigos”, resumió a Pronto.

Dupla infalible

Define a Francella como uno de los mejores actores de habla hispana y está feliz con el reencuentro laboral (20 años atrás compartieron staff en el recordado Poné a Francella) en El Encargado, que estrenó segunda temporada el pasado 29 y están filmando una tercera. “Él me convocó para esta serie. Me llamó para mi cumpleaños y me dijo ‘hay un proyecto y me gustaría que estés’. Le dije ‘decime a qué hora y vamos’”, contó en Urbana Play. Fluyó desde el primer encuentro de los actores y los directores (Mariano Cohn y Gastón Duprat), y sucedió la magia entre Eliseo (Francella) y Zambrano (Goity).

Gabriel "Puma" Goity y Guillermo Francella.
Gabriel "Puma" Goity y Guillermo Francella.

“Empezamos a leer los libros con Guillermo, nos miramos y dijimos ‘vamos a meter el cuerpo. No la leamos, actuémosla’. Imaginate las ganas que teníamos y lo bueno del libro. Guillermo, además, sabe lo que estoy pensando”, explicó el Puma. Ser villano le encanta y Zambrano, en particular, le parece “alucinante”, aunque está convencido de que con un guión tan bueno y preciso “es difícil errarle”.

Caminos de la vida

Supo ser fundamentalista de Boca (no tenía amigos de River Plate), luego colegas del teatro lo acercaron a Huracán y hoy sufre por ambos clubes. El fútbol es su religión y el rugby, el deporte de su vida, el que amó y practicó 15 años, y además le dejó el apodo de Puma.

Tiene muy frescos los recuerdos de su infancia en Lomas del Palomar: su abuelo haciendo el asado del domingo, su padre cortando el pasto, el olor a las milanesas de su madre; los altos árboles convertidos en castillos o barcos piratas. “No hacíamos parodias, nos creíamos los personajes”, relató en una charla con Daniel Araoz. Sin embargo, jamás imaginó que podía llegar a ganarse la vida como actor.

Es hijo de un militar y una maestra, y su padre repetía al Puma y sus hermanos ‘van a trabajar o estudiar’. Bajo cierta presión, coqueteó con hacer Ciencias Agrarias, Derecho, Medicina, y hasta intentó ser marino mercante pero se interpuso la matemática y no pasó la prueba de ingreso.

“En mi caso, gracias a Dios apareció la colimba (servicio militar obligatorio) y me dio un año para decir ‘no me jodan, estoy sirviendo a la Patria’”, contó entre risas a Clarín. Fue en esas interminables horas que reapareció el recuerdo de Bianco en la piel de Cyrano y se ilusionó con actuar. Pero le costó agarrar coraje.

“Como no venía nunca la baja, nos dieron la posibilidad de tener un día franco a los que estudiábamos y me anoté en profesorado de geografía. ¿Cómo le decía al cabo que iba a estudiar teatro? Me la había llevado tantas veces que me terminó gustando. Eran 74 compañeras y yo, entonces estaba feliz”, contó en Los Mammones. El entusiasmo le duró poco, se animó a confesarle a uno de sus hermanos que le gustaba la idea de ser actor y fue el primero en darle para adelante.

Tuvo varios empleos antes de triunfar como actor: fue cadete, mozo, trabajó en una funeraria, vendió rulemanes. Pero el puesto de archivista en la obra social del Ejército fue crucial en su vida, aunque jamás imaginó que en esa pequeña oficina donde funcionaba el departamento de operaciones financieras se toparía con un ángel que guiaría su camino.

El Puma era un pésimo archivista, pero su jefe, un tal Osvaldo Santoro, fue un santo con él en todo sentido. A Santoro lo llamaba seguido un tal Jorge (nada menos que Marrale) de Gas del Estado y en una oportunidad los escuchó hablar de un ensayo, y paró la oreja. “Osvaldo vivía en Casero, yo en Palomar y volvíamos juntos en tren, así que le dije ‘perdón, ¿ensayo? ¿Usted es actor?’ ‘Claro, soy actor’, me dijo. ‘Con Jorge egresamos del conservatorio, tenemos cada uno su trabajo y a la noche ensayamos’, recreó la escena en Urbana Play. Le pidió para ir a ver un ensayo, luego se tomó un café con ellos, les contó su inquietud y lo mandaron a ver a su maestro en el conservatorio de Arte Dramático. Entró en el 81 y su vida dio un giro: “Fue la primera vez que sentí que cuajaba en un lugar”, confesó.

Contárselo a sus padres fue lo más duro pero juntó valor y los enfrentó en una cena: “Mi padre me preguntó cómo iba con los exámenes de geografía y ahí le dije que no lo iba a hacer más. Se hizo un silencio difícil y dije ‘puedo entender que no te guste pero voy a ser actor’. Se levantó y se fue a su cuarto. Mamá intentó decirme que lo podía hacer como hobby”, reveló en entrevista con Clarín.

Pasó la gorra muchas veces en bares y plazas antes de poder vivir del arte. Trabajaba de mozo todo el día en Villa Gesell con su amigo Ricardo Talesnik y a la noche pedían permiso en los boliches para montar su espectáculo. Su meta nunca fue ser famoso, le vino de rebote: “Mi ambición era tener un laburito para poder hacer teatro, así que imagínate lo agradecido que estoy”, dijo en Tomate la tarde.

Con los años, y cuando vieron que era feliz, sus padres aceptaron que el arte era su vocación. “Siempre vinieron a verme y me siguieron”, aseguró Goity.

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