“Todo el mundo se enamora de ellas”. Es la verdad tácita que expresa Pablo Rubens, miembro de la Red Nacional de Asistencia a Cetáceos del Uruguay (RENACE), sobre la ballena franca austral(Eubalaena australis), la “vedette” de los cetáceos que habitan en el mar uruguayo. Pero esa seducción no solo la provoca aquella que regala los mejores shows de saltos acrobáticos durante su temporada de reproducción frente a nuestras costas, sino que es un atributo de toda la familia de ballenas, esos grandes animales que no son peces porque tienen sangre caliente, respiran aire a través de pulmones, dan a luz a crías que se alimentan de leche materna y nadan ágilmente a pesar de su tamaño. El pasado 23 de julio fue su día internacional, el que comparten con otros cetáceos carismáticos: los delfines. Para celebrarlo, investigadores relatan a Domingo lo poco que se sabe de la treintena (¡sí!, hay más de 30) de especies de cetáceos registrados para el país y, en particular, de las ballenas, y explican por qué se deben proteger.
La ballena franca austral no es la única que habita en el mar uruguayo; sí es la más conocida y, por eso, es la emblemática. “Es la que, si tenés suerte de verla, te regala el show del gran salto. Ese es un momento mágico”, expresa el fotógrafo Leandro Borba. Hasta el momento hay cerca de 35 especies de cetáceos registrados para el país y la lista sigue en crecimiento. Pero hay que diferenciar entre los misticetos y los odontocetos. Los primeros son los que Virginia Juele, miembro de RENACE, llama las “francamente ballenas”. Son las ballenas barbadas, es decir, aquellas que filtran su alimento con su barba y no tienen dientes. De ellas, Uruguay tiene registrada a nueve especies, entre ellas, la franca austral, la jorobada o yubarta y Minke enana y Minke antártica y otras menos conocidas como la ballena sei y la ballena fin (el segundo animal más grande del planeta). Mar adentro también habita la ballena azul (el animal más grande del planeta). Los odontocetos son los cetáceos con dientes y son los más numerosos: incluyen varias especies de delfines, orcas (no son técnicamente ballenas), cachalotes y marsopas. El último en sumarse a la lista fue el zifio de Ramari que, aunque le digan “ballena picuda”, tiene dientes y, por lo tanto, tampoco “es fracamente una ballena”. Algunas especies de cetáceos solo se registraron por variamientos.
Sonidos bajo el agua.
Durante la noche o si la niebla no permitía ver el horizonte, los balleneros apoyaban su oído en el casco interior de los buques para detectar si había ballenas cerca para preparar el arpón. Ante la falta de tecnología, también aprendieron a interpretar sus cantos o sonidos para reconocer quién iba a ser la presa. Cien años después, en tiempos de la Guerra Fría, biólogos ayudaban a identificar estas vocalizaciones para que no se confundieran con un submarino enemigo.
Estas historias atraparon tanto a Javier Sánchez Tellechea que ha dedicado su vida profesional a estudiar la acústica submarina. Se recibió con una investigación sobre el sonido de la corvina blanca o roncadera, ha estudiado la voz de dos de nuestros delfines emblemáticos -franciscana y tonina- y reconoce cómo hablan las ballenas franca austral, minke y jorobada.
“Los machos de la jorobada (Megaptera novaeangliae) son los que cantan por excelencia; emiten canciones que pueden llegar a durar 20 minutos que sirven para el cortejo”, explica el investigador del Laboratorio de Acústica Ultrasonora del Instituto de Física de la Facultad de Ciencias de la Universidad de la República (Udelar). Las hembras emiten otros sonidos pero menos complejos. Sucede igual que con las aves: son los machos los que entonan más para conquistar a las hembras.
Las ballenas franca austral y minke no cantan de esa misma manera: emiten sonidos puntuales. Vamos por la primera. Esta emite pulsos de ecolocalización -como lo hacen los delfines- de baja frecuencia, de mayor o menor complejidad, para encontrar congéneres y alimento. Durante la migración anual, los pulsos les sirven para sondear el fondo marino para ubicarse.
Sánchez Tellechea fue el primero en captar el repertorio que utiliza esta especie a la hora de reproducirse en nuestras aguas, las que se consideran una “zona de socialización”. Tiene pendiente saber cuáles son los sonidos más predominantes en la costa -lo hace con una red de estaciones de grabación y software especial-, pero, hasta que no consiga fondos, no puede avanzar en ello.
El biólogo también fue el primero en grabar los pulsos que emiten las minke antártica (Balaenoptera bonaerensis) para comunicarse entre sí. Lo consiguió al detectarlos en repetidas ocasiones en isla de Lobos (Maldonado), cerca de Colonia del Sacramento y luego en un varamiento de un ejemplar vivo en la localidad de Juan Lacaze (Colonia), en el marco de un proyecto financiado por la CSIC I+D de la Udelar, junto a Walter Norbis y Sebastián Izquierdo. Y sobre esto relata dos hechos novedosos. El primero es la ubicación: dos de esos puntos están en el Río de la Plata, siendo esta la primera vez que se grabaron sonidos de esta especie en un río. “Concluimos que es una zona de descanso o de protección para ellas”, dice a Domingo. Y agrega: “Se pueden estar protegiendo de la orca (Orcinus orca) que predan a sus cachorros. Las hemos visto en la bahía de Montevideo cerca del Cerro”.
La otra particularidad es que los pulsos grabados son diferentes a los registrados en otras partes del mundo. Solo aquí y en Brasil carecen de un barrido lateral al final. Todavía se desconoce el porqué pero el biólogo tiene una hipótesis: “El ejemplar que varó en Juan Lacaze era un juvenil; posiblemente la madre lo estaría esperando mar adentro y que ese sonido sea representativo a esa filiación”.
Respecto a la comunicación entre madres y crías, Sánchez Tellechea también grabó el canto agónico de una ballena jorobada joven que varó en el puerto del Buceo y murió tres días después por neumonía. Un sonido similar había sido grabado en Hawái. Al compararlos, se encontraron más elementos para pensar que estaban vinculados a ese tipo de relación familiar.
El experto recuerda: “El mundo de los cetáceos es un mundo acústico. Las ballenas y los delfines pueden perder la vista y sobrevivir con el uso del sonar. Pero si le afectás el oído, no sobrevive”.
El fotógrafo Leandro Borba tiene sus propios catálogos de ballenas franca austral, orcas, delfines y más. Cada especie tiene marcas especiales que permiten su identificación y seguir sus movimientos. Por ejemplo, las franca austral tienen callos en la cabeza que sirven como “huella digital”. Otras pueden tener marcas en las aletas o en la cola. La jorobada, en cambio, tiene su “huella digital” en la cola y, por lo tanto, debe mostrarla para ser fotografiada. Lo explica Pablo Rubens, integrante de RENACE: “Tienen patrones de diseño diferentes de blanco y negro”.
Tinder marino.
¿Qué significa eso de que el mar uruguayo es la “zona de socialización” para las ballenas? Es un término técnico para lo que los portales de noticias del espectáculo podrían titular como “picante”. Aquí buscan pareja y copulan. Por ejemplo, en el caso de la franca austral, se conoce que durante el verano se alimentan en las islas Georgias del Sur y, a medida que se acerca el invierno, navegan hacia el norte para iniciar el ciclo de la reproducción. Luego se desplazan a otras áreas para parir y amamantar, en particular, a Santa Catarina (Brasil) y la Península Valdés (Argentina). “En Uruguay tenés las zonas de cópula o cortejo, por eso ves grupos de cuatro a seis machos tratando de copular con la hembra”, explica Federico Riet Sapriza, biólogo marino e investigador independiente.
La ruta de migración es extensa. Riet participó en el seguimiento satelital (una técnica costosa pero efectiva para conocer los movimientos de estos animales y que el biólogo espera que se pueda implementar en Uruguay) de un ejemplar bautizado como Braveheart que completó 9.885 kilómetros en 238 días, la franca austral que hizo el viaje más largo registrado hasta el momento.
Al alimentarse durante el verano, las ballenas refuerzan su organismo con grasa que le proporcionará la energía necesaria para sostener el trayecto sin necesidad de probar nueva comida. En ese momento del año, estas deberían verse “gorditas”. Riet estudia su condición corporal cuando están en aguas uruguayas. Si al iniciar la temporada de reproducción están flacas, en particular las hembras que requieren más energía para luego gestar, parir y amamantar a sus crías, es que algo sucedió meses antes que está afectando su salud. Al tener una esperanza de vida longeva, esto debe ser estudiado a lo largo de los años para conocer posibles efectos del cambio climático.
Por ejemplo, se tiene información de que eventos severos de El Niño pueden aumentar la mortalidad de las hembras al disminuir la disponibilidad del krill antártico. “Se sabe que anomalías en la temperatura del agua en el sur puede afectar seriamente el ciclo de vida del krill”, comenta. A largo plazo esto podría afectar la recuperación de la población de la franca austral que, a pesar de que ya pasaron varias décadas de la prohibición de su caza, todavía está por debajo a los valores registrados antes de su explotación comercial (un dato extra: su nombre en inglés es southern right whale porque era “la correcta” para cazar dado que no es evasiva).
Regresando al tema de la cópula, la hembra elige aguas someras para evitar que los machos la den vuelta. No es que se resista, sino que es parte del cortejo. Lo que ocurre con la franca austral es interesante porque la competencia entre los machos es colaborativa: se ayudan entre sí, no para copular, sino para fecundar. El proceso se conoce como “competencia espermática” por el cual la hembra quedará preñada del macho con la mayor calidad de esperma luego del apareamiento. “Cuando termina la temporada, a finales de octubre y principios de noviembre, las hembras empiezan a bajar hacia el sur para volver a alimentarse”, enseña Riet.
Federico Riet Sapriza tiene la ballesta lista. Este biólogo marino e investigador independiente ya tiene experiencia en una tarea difícil: realizar biopsias a ballenas en varias partes del mundo (ha trabajado con ballenas jorobadas en la costa colombiana en el Pacífico y en la Antártida), pero todavía no lo ha hecho en aguas uruguayas. Habla del procedimiento para una toma compleja, aquella que se hace con una ballena en movimiento y con el disparador de un dardo especial desde una embarcación a menos de 10 metros de un animal que, según la especie, puede ser dócil (el biólogo prefiere decir “tímido”) o puede ser agresivo. “Funciona básicamente igual que para los humanos”, dice a Domingo. “Como un sacapuntas”, ilustra. El dardo tiene una punta redonda con un borde filoso que penetra unos pocos milímetros en el cuerpo de la ballena (o delfín) y, al rebotar, retira un pedacito de piel y grasa. Riet Sapriza usa una ballesta pero hay unos rifles especialmente diseñados para este tipo de dardos. El dispositivo cae al agua y es recuperado por los científicos. La muestra brinda información sobre la salud de estos animales y los impactos potenciales del cambio climático y las actividades humanas.
“Necesitás gente experta para disparar en el momento preciso y en el lugar indicado. También necesitás un capitán que navegue la embarcación de forma adecuada. No puede pasar por encima de la ballena ni ponerse por delante; debe navegar en paralelo y tener cuidado de que no haya crías cerca”, explica el biólogo. Por otra parte, la persona con el arma debe estar siempre colocada en la proa (la parte de adelante del barco). No tener en cuenta estas condiciones de seguridad puede transformar el acto científico en una situación totalmente peligrosa. Hay otros métodos para tomar muestras menos invasivo que este. Por ejemplo, tomar un poco de la piel que queda flotando en el mar tras el paso de una ballena (quizás después de un salto); en animales muertos puede usarse un bisturí para tomar una muestra de piel y grasa.
Llegar a la orilla.
No todo es reproducción y saltos en el agua para que se maravillen los observadores. La lista de cetáceos para Uruguay se engrosa, a menudo, por los varamientos, es decir, cuando un animal muerto, herido o moribundo llega a la costa. Las causas pueden ir desde una infección hasta una desorientación o por lesiones provocadas por una embarcación o porque ya llegó su hora de morir.
Para esta familia, el número ha oscilado entre 125 a 137 casos al año desde 2019 a la fecha, según datos proporcionados a Domingo por la Red de Varamientos de Fauna Marina de Uruguay. La cifra es diferente entre misticetos (sin dientes) y odontocetos (con dientes), es decir, entre ballenas y otros cetáceos como delfines, siendo mucho más frecuentes los varamientos de los últimos.
Diana Szteren, docente e investigadora del Departamento de Ecología y Evolución de la Facultad de Ciencias e integrante de la red, cuenta que este año se han contabilizados cuatro varamientos de ballenas de los 62 de todos los cetáceos: una franca austral, dos jorobadas y una que no se ha podido identificar “por el estado de descomposición”. El año pasado fueron seis; pero el número fue más alto en 2021 y 2022, con 17 y 18 casos, respectivamente. Ese 2021 sucedió algo llamativo: 11 varamientos correspondieron a jorobadas. Lo mismo sucedió en Argentina.
En un país donde la investigación de mamíferos marinos avanza lento porque es muy costosa, un varamiento vale oro. “Es la oportunidad para tomar muestras”, dice Szteren. Ella usa el registro para estudiar tendencias en la diversidad y abundancia de especies y cómo fluctúa con las temporadas. Además, es tutora de varias tesis que investigan, por ejemplo, la ingesta de plásticos y otros materiales humanos, la presencia de contaminantes en los organismos, las heridas de origen antropogénico y la ecología de la alimentación; son trabajos inéditos en Uruguay.
También es una oportunidad para recabar cráneos, que es lo que más abunda en la colección de mil piezas de mamíferos marinos del Museo Nacional de Historia Natural que tiene a Meica Valdivia como curadora. Estos proporcionan información sustancial sobre las especies y su evolución. Ella custodia material osteológico de casi todas las especies de cetáceos registradas en el país. La última en ingresar fue el zifio de Ramari -que aunque le digan “ballena picuda” es un tipo de delfín- a cuyo varamiento acudieron ella, Szteren y otros colegas. Era la primera vez que se veía un ejemplar en el país. El estudio del cráneo y un análisis genético fueron fundamentales para confirmar la especie. Si bien ella es especialista en odontocetos, participó de una investigación sobre los varamientos de dos especies de ballenas minke, que sumaban unos 30 casos, en particular de recién nacidos o crías en costas del Río de la Plata, lo que dio sustento al mencionado trabajo de Sánchez Tellechea.
Virginia Juele, miembro de RENACE, agrega: “No hay mejor manera de honrar al animal que muere que obteniendo la mayor cantidad de información posible para ayudar a sus congéneres”.
En los siglos XVIII y XIX las poblaciones de ballenas francas australes se vieron severamente presionadas debido a la caza comercial. Para mediados de 1840, la especie ya se consideraba “comercialmente extinta”. De ahí su nombre “triste” en inglés: southern right whale. “Como su comportamiento era tan amistoso y tranquilo y es más flotona que nadadora, se la cazaba muchísimo. Por eso es ‘right’, porque era la ballena correcta y más fácil de cazar”, explica Virgina Juele, miembro de RENACE. Después de décadas de protección, las poblaciones aumentaron a una tasa anual del 7%-8%. En cambio, las poblaciones de la jorobada se han recuperado a mejor ritmo.
¿Qué hacer?
Cómo actuar ante un varamiento es un tema aparte. Diversas autoridades nacionales y departamentales, científicos y técnicos están armando en conjunto un protocolo nacional para dejar en claro cuáles son los roles y las responsabilidades, entre otros aspectos. En caso de muerte, por ejemplo, Szteren señala que algunas intendencias proceden al enterramiento in situ del animal y otras se lo llevan a un sitio de disposición final; en otros casos, sobre todo fuera de la temporada estival, la respuesta llega tarde y no se toman los recaudos necesarios para que no haya transmisión de enfermedades. Hoy no está estipulado que participe un veterinario u otros especialistas, por lo que estos deben correr (si pueden) hacia el lugar por sus propios medios.
Eso fue lo que hizo Natasha Eliopulos el día de su cumpleaños 19. Ese día lo recuerda como “un antes y un después” en su vocación. Le dijeron que había un varamiento masivo de falsas orcas (Pseudorca crassidens; es un odontoceto y, por lo tanto, es pertenece a la familia de los delfines) en Jaureguiberry. Fue la primera en llegar a la playa. “Era de madrugada. Empecé a ver las sombras dibujada de los animales. El primero que vi estaba muerto y a lo lejos veo uno que levanta la cola como diciendo ‘ayudame a mí, por favor’”, cuenta a Domingo sin ocultar la emoción aunque hayan pasado 25 años. Corrió a su lado y comenzó a escarbar la arena para liberarlo. Ese día vararon alrededor de 40 ejemplares; solo dos murieron. El rescate fue señalado como un éxito a nivel internacional y a ella la impulsó a especializarse en cetáceos.
Aunque actualmente está viviendo en Canadá (antes de irse era la responsable de la Policlínica de Animales Silvestres y Mascotas No Tradicionalesde la Facultad de Veterinaria de la Udelar), participa de las reuniones de RENACE, que impulsa la capacitación de veterinarios en el área (no está incluida en la carrera de grado), y colabora con la elaboración del protocolo de actuación.
En esta clase de operativos, el veterinario debe ser aquel que evalúa el estado de salud del animal y las posibilidades de sobrevivencia. A su juicio, es quien debe hacer un examen clínico previo a cualquier maniobra y evitar cualquiera que pueda aumentarle el estrés; además, debe vigilar que no haya contacto entre el animal herido o muerto con otros animales y con los seres humanos para prevenir la transmisión de posibles enfermedades. Juele ilustra así algo que se debe impedir: “Hay gente que se quiere subir a caballo de una ballena moribunda para sacarse una selfie”.
Pablo Rubens, integrante de RENACE y especialista en ballenas jorobadas, puso en estos términos la necesidad de contar con un protocolo de actuación ante varamientos: “Ayudar a un animal es ayudar a una especie. Y ayudarlas es ayudar a la salud de los océanos”.
Para observar ballenas no es preciso tener una embarcación, solo hay que tener suerte. Entre julio y diciembre, desde las costas de Maldonado y Rocha se pueden avistar ballenas a simple vista y mejor aún con algunas herramientas básicas como prismáticos. Algunas de las zonas con las mejores vistas son: el Cerro San Antonio, Punta Colorada, Punta Negra, Punta Ballena, Punta el Este, el faro de José Ignacio, el faro de Cabo Santa María, Cerro de la Virgen, La Pedrera, Cabo Polonio, Aguas Dulces y cerro de la Buena Vista. Se recomiendan las primeras horas de la mañana y las últimas de la tarde, especialmente aquellos días de poco viento. Existen algunas claves para detectarlas a distancia, como la presencia de aves y otros animales agitados en el mar, pero el resoplido alto (de cuatro metros) y en forma de “v” (no es un chorro de agua sino una nube de vapor que surge al vaciar los pulmones) es lo más distinguible de la ballena franca austral. El fotógrafo Leandro Borba sale en la mañana y en la tarde y recorre toda La Paloma. Su principal recomendación es: “Hay que tener paciencia y pasión”. Y también estar atentos al resoplido en “v”: “Luego muestran sus aletas pectorales, muestran su cola y, si tenés suerte, te llevás un show de un gran salto. Ese momento es mágico”.