¿Qué hizo Charles Darwin en Uruguay? La huella de un científico que cambió la historia de la ciencia

Hace 190 años, el naturista británico estuvo dos veces en estas tierras, en 1832 y 1833. Conoció Montevideo, Maldonado, Colonia, Lavalleja Soriano y San José.

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La evolución de las especies. Parador Nativa de Maldonado, al pie de las sierras. Foto: Ricardo Figueredo.

Quizás pocos jóvenes uruguayos sepan que Charles Darwin es el padre de la biología moderna y que cambió para siempre la historia de la ciencia. O que estuvo dos veces en nuestro territorio. Pero no tienen la culpa: la figura del naturista ha sido una gran ausente en la enseñanza primaria y secundaria durante mucho tiempo. De alguna manera viene sido reivindicada al estarse cumpliendo (entre 2022 y 2023) los 190 años de su visita al Río de la Plata.

El nombre Charles Darwin generalmente se asocia a la fotografía en la que se lo ve como un anciano de larga barba blanca, ya consagrado en el mundo científico. Pero cuando estuvo de visita en nuestro país, en medio de su vuelta al mundo a bordo del Beagle, era apenas un veinteañero que empezaba a garrapatear su currículum. Y hay más yerros en el universo de la información en torno a su figura, como la afirmación -que él nunca hizo- de que el hombre proviene del mono en la escala evolutiva (aunque ambos hayan tenido un ancestro en común).

Casi cinco años duró el viaje de Darwin a bordo de aquel pequeño bergantín de la Marina Real británica de 27,5 metros de largo. Un lustro durante el cual el joven de clase acomodada pudo recolectar cientos de especímenes, describir numerosas formaciones geológicas y esbozar las ideas que acabarían formando, décadas más tarde, su gran teoría: la evolución biológica por selección natural. Una hipótesis revolucionaria para una época en la que la Iglesia tenía una mayor influencia en la sociedad y las instituciones, y no podía admitir que el hombre, “hecho a imagen y semejanza de Dios”, pudiera tener otro origen que no fuera divino.

“Como investigador fue ejemplo de muchas cosas. Entre otras, de coraje, porque se subió a un barco a los veintipocos años, quedando desconectado de su familia y país durante mucho tiempo. Estuvo enfermo durante todo el viaje, no le iba bien en ese barco. Se animó a salir a explorar e incluso a ponerse en contra de su propia familia y fue uno de los científicos que inició los estudios de etología, de comportamiento animal”, comentó a Domingo la bióloga Anita Aisenberg. La científica del Instituto de Investigaciones Biológicas Clemente Estable agregó: “Fue un investigador muy meticuloso, exhaustivo, que demostró también que la ciencia lleva trabajo y tiempo. Él cuenta en su autobiografía que ni siquiera era buen alumno en la escuela. Es un ejemplo muy inspirador de que todos nos construimos, de que no surgen los genios de la nada”.

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Los dos viajes de Darwin a Uruguay.

El viaje que nadie dimensionó

Aquel 27 de diciembre de 1831, cuando el Beagle zarpó del puerto de Plymouth, en el suroeste de Inglaterra, nadie pensaba que la expedición duraría lo que duró y tendría tanta importancia para la vida de Darwin y la ciencia. El joven naturista, de 22 años, ni siquiera era el protagonista de una travesía cuya misión era cartografiar las costas de América del Sur. El capitán del Beagle era Robert Fitzroy, con quien Darwin tenía varias discrepancias, entre ellas respecto a la esclavitud, que el marino -como muchos hombres de su época- reivindicaba.

Llegados a Rio de Janeiro a principios de abril de 1832, Darwin reunió en territorio brasileño una impresionante colección de especímenes vegetales y animales. Mientras Fitzroy se abocaba a sus mediciones, el joven investigador hacía lo que había hecho de niño (actividad que su padre nunca apoyó): recolectar especímenes, formularse preguntas, buscar respuestas y hacer anotaciones.

En agosto, ya desde Montevideo, envió de vuelta a Inglaterra su primera remesa de rocas, plantas y animales terrestres y marinos perfectamente numerados y catalogados. Eran otros los científicos “famosos” que se dedicarían a estudiar lo que aquel joven inquieto iba descubriendo.

“Todos los elementos que él encontraba los enviaba al Reino Unido. Y ahí se distribuían entre los científicos del momento que trabajan en cada temática. Todavía quedan muchos de los ejemplares que fueron colectados en nuestro país”, anota Aisenberg.

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Anita Aisenberg, científica del Instituto de Investigaciones Biológicas Clemente Estable.

Uno de esos ejemplares, que por esas cosas del marketing y de la vida se hizo muy famoso, fue el llamado “Sapito de Darwin” (Melanophryniscus montevidensis), un pequeño anfibio que halló de casualidad en nuestro territorio. Su hábitat natural incluye zonas templadas de arbustos, marismas intermitentes de agua dulce y playas de arena. En cuanto a su coloración, para quien quiera reconocerlo -si tiene la oportunidad de cruzárselo-, es negro azabache, con manchas amarillas en el dorso y en los costados del cuerpo, en los miembros anteriores y también ventralmente. Cuenta con una mancha roja en la cara ventral del muslo y en parte del abdomen. Las palmas y las plantas son rojas.

“Él lo describe en su diario como parte de las tantísimas especies que eran muy abundantes en ese momento en Uruguay y que lamentablemente al día de hoy están muy amenazadas. Lo halló caminando en las dunas a pleno día, algo que es muy raro en esta especie que en general no anda de día ni por las dunas. Su nombre científico hace referencia a Montevideo, donde al día de hoy no se encuentra; sus poblaciones están reducidas a Maldonado y Rocha. Está críticamente amenazado, por eso es importante conocerlo, para poder cuidarlo también”, dice la científica del IIBCE.

Luego de pasar por el Río de la Plata, el Beagle visitó un par de veces las Islas Malvinas. Allí, Darwin percibió que había ciertas diferencias entre las especies del continente y las isleñas. Estas cuestiones influenciarían más tarde su visión sobre la distribución de plantas y animales por el mundo y su adaptación a su entorno.

Y reforzarían el encono de la Iglesia en su contra. Pero el científico pensaba así: si Dios hizo una especie, ¿por qué la haría con distintas características de acuerdo al lugar que habitaba? La respuesta era sencilla: las especies se habían adaptado al medio para asegurar su supervivencia. Otro motivo que separó a Darwin de la fe cristiana fue que tres de sus diez hijos murieron antes de los 10 años. Pensaba que ningún dios podía tomar una “decisión” de tal envergadura.

Hace algunos años, un equipo de investigadores de la Universidad de Ohio (EE.UU.) y de la de Santiago de Compostela (España) logró constatar genéticamente que el alto índice de enfermedades y mortalidad entre los hijos de Charles Darwin se debió a la consanguinidad, ya que este se casó con su prima Emma Wedgwood.

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Charles Darwin de joven.

De las ciudades al campo.

Charles Darwin conoció Montevideo, Maldonado, Colonia, Lavalleja, Soriano y San José y tuvo “la oportunidad incomparable de realizar observaciones, coleccionar animales y plantas y explorar algunos de los más hermosos, desolados y aislados parajes del mundo”, según escribió en su diario del viaje.

Entre sus descripciones más notorias está la del ya citado sapito polícromo, las de los “cairnes” (como bautizó a las estructuras de piedras en forma de montículo o anillo realizadas por indígenas en lo alto de la Sierra de las Ánimas), el venado de campo y el carpincho, consagrado como el roedor más grande del mundo.

Darwin también halló en Uruguay innumerables fósiles de vertebrados e invertebrados que lo ayudaron a continuar reflexionando sobre la historia de la vida en nuestro planeta y por qué algunas especies persisten y otras se extinguen.

“El viaje en el Beagle ha sido el acontecimiento más importante de mi vida y ha determinado toda mi carrera”, dijo en sus escritos.

“Apropiarse” de su figura y legado

Con motivo de comenzar a celebrarse el año pasado los 190 años de su visita a Uruguay, se han organizado una serie de actividades (publicaciones, una muestra itinerante y charlas), la última de las cuales tuvo lugar la semana pasada en el parador Nativa de Maldonado, al pie de las sierras, donde se descubrió una placa en homenaje al naturista (foto de primera página). También se exhibió el audiovisual de ficción El regreso de Darwin, realizado el año pasado por De la Raíz Films, productora que dirigen Guillermo Kloetzer y Marcelo Casacuberta. La película, de 20 minutos de duración, está disponible en YouTubey fue pensada para público escolar y liceal.

“Nuestra idea fue dar a conocer algo de información, contar cosas que pasaron, divulgar hechos. Pero como siempre decimos: los hechos también están en Google. Nosotros mostramos investigaciones y cosas que él nombró, como por ejemplo el Sapito de Darwin, un anfibio muy conocido que a partir de su visita obtuvo su nombre, los cairnes o el venado de campo que él describió. Pero más allá de la información o el dato que puede estar en Internet o en algún libro, queremos transmitir también el estímulo, la motivación al niño y al joven, para que salgan a investigar. Son materiales que también sirven para que en clase se trabaje junto a un profesor o una maestra”, explicó Casacuberta a Domingo.

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Marcelo Casacuberta.

“Se realizaron reuniones de realizadores, científicos y escritores, para hacer una serie de proyectos que sirvieran para divulgar la visita de Darwin a Uruguay. Y hubo exposiciones que todavía están girando por todo el país, así como conferencias y charlas. También hicimos esta ficción en la que Darwin vuelve como una especie de fantasma. Recorre nuestro territorio y se encuentra con científicos que están investigando temas que él conoció o mencionó en sus escritos. Tuvo chances de viajar por el interior, conocer a los gauchos, entrevistarse con otras personas. Además de su trabajo como naturalista, pudo tener una visión de la sociedad de la época”, agregó el realizador.

Las celebraciones por el 190° aniversario comenzaron en septiembre pasado y cuentan con el apoyo del Ministerio de Educación y Cultura. En tanto, la muestra itinerante, que ya recorrió Maldonado, Canelones, Colonia, Soriano y Montevideo, fue el resultado del trabajo conjunto de técnicos e investigadores del Museo Nacional de Historia Natural, el Instituto de Investigaciones Biológicas Clemente Estable, el Museo Nacional de Antropología, el Museo Histórico Nacional, el Espacio de Arte Contemporáneo y el Sistema Nacional de Museos.

“Esto fue una idea que impulsó el Ministerio a fines del año pasado. Darwin vino dos veces, la primera de ellas en julio de 1832. Luego fue a Argentina y volvió en la primavera de 1833. Entonces, entre ambas fechas, se están cumpliendo 190 años de su venida a estas tierras”, comentó Alberto Majó, director de la Dirección Nacional de Innovación, Ciencia y Tecnología (Dicyt).

El funcionario agregó que “una de las cosas más importantes es valorizar el hecho de que Darwin empezó a construir su teoría de la evolución de las especies por selección natural a partir de observaciones que hizo especialmente en nuestras tierras” y que Maldonado y Lavalleja fueron recorridas con especial interés en la primera etapa de su visita a suelo uruguayo. “Para nosotros es muy importante apropiarnos de un personaje importante para la historia universal y la ciencia”, concluyó Majó.

Hace 15 años, el pequeño poblado Sacachispas, ubicado en el departamento de Soriano, le dio la espalda a Darwin.

Al parecer, el nombre de esta localidad obedece a “las maneras con las que los pobladores iniciales, gauchos y prófugos de la Justicia, resolvían sus diferencias: sacándose chispas con los facones”, consignó un informe publicado por El País en aquellos años. La villa había cambiado su nombre en 1977, cuando la Junta Vecinal decidió rebautizarla como Charles Darwin. Esto se debió a que el naturista recorrió en 1832 la zona del Cerro de los Claveles, ubicada cerca de la actual urbanización. A esa elevación hoy se la conoce como “Cerro Darwin”. Allí se erige un monolito que recuerda su visita.

En el centro poblado de poco más de 400 habitantes se realizó, en septiembre de 2008, un peculiar plebiscito, con el que finalmente los lugareños resolvieron cambiar el nombre de Villa Darwin por el de Sacachispas. Cinco años después, el 16 de mayo de 2012, el Parlamento estableció (por ley 18.908) designar Sacachispas a “la población ubicada en la 10a. Sección Judicial del departamento de Soriano”.

Su nariz casi lo dejó en tierra

Aquella mañana lluviosa del 27 de diciembre de 1831 en la que el HMS Beagle partió con 75 hombres desde Plymouth, Darwin se mareó y pensó en abandonar la travesía. Recién licenciado en la Universidad de Cambridge, pasó los primeros días encerrado en su cabina, de donde no salió cuando el buque se aproximó a las Islas Azores. En la siguiente escala, en Tenerife, tampoco pudo desembarcar para visitar a un amigo, pues se había declarado una epidemia de cólera en Inglaterra y el pequeño Beagle debió permanecer en cuarentena.

Aunque se calculó que el buque regresaría a los dos años, no volvió a tocar la costa de Inglaterra hasta el 2 de octubre de 1836, casi un lustro después. Darwin pasó la mayor parte de ese tiempo explorando la tierra firme, un total de tres años y tres meses. Los 21 meses restantes los vivió en el mar, adaptándose a la durísima convivencia que se daba en esas épocas a bordo.

Darwin no fue la primera opción del capitán FitzRoy para la travesía, que había ofrecido el viaje a otras dos personas. Incluso la primera impresión del marino respecto al joven naturista no fue muy favorable.

Según se cuenta, Fitzroy tenía varias dudas sobre su pasajero. Y una de ellas tenía que ver con el tamaño de su nariz.

El capitán era un ferviente seguidor de las teorías de Johann Kaspar Lavater, un teólogo que creía que la personalidad de un individuo se puede medir a través de su fisionomía, sosteniendo, por ejemplo, que una nariz prominente es un indicador de debilidad.

Afortunadamente todo quedó en un pequeño atisbo de superstición y Darwin y su nariz pudieron subir al barco. Con buen olfato, el joven hizo muchos hallazgos que marcaron su vida como científico.

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El barco expedicionario HMS Beagle.

Apreciaciones sobre el puerto capitalino y la vida en la campaña

Según el trabajo El viaje de Charles Darwin por Uruguay, de Carina Erchini, el primer contacto del naturista con este territorio tuvo lugar en julio de 1832, cuando desde su pequeño barco y en medio de una gran tormenta invernal, avistó toda la costa atlántica hasta llegar al estuario del Plata. Desembarcó finalmente el 26 de ese mes en el puerto de Montevideo.

El dibujante de la expedición del Beagle en ese entonces, Augustus Earle, realizó un grabado de Montevideo en el que retrató la zona portuaria con una importante actividad comercial. Este fondeadero natural, en la antigua línea de costa, aún no había sido modificado por la urbanización (que con el tiempo le ganó espacio al río). Se ubicaba en lo que hoy es el límite norte de la plaza Manuel Herrera y Obes, conocida popularmente como plaza Garibaldi, en la rambla portuaria.

Durante 1832 y 1833, el Beagle con toda su tripulación (incluido Darwin) frecuentó intermitentemente los puertos de Montevideo, Maldonado, Buenos Aires y algunos en la Patagonia.

Si bien en su diario de viaje no hay demasiadas menciones sobre la capital del país, sabemos que la conoció bien, así como sus alrededores, porque hizo importantes anotaciones geológicas sobre el cerro de Montevideo, el cerrito de la Victoria, la isla de las Ratas y sectores de la costa hasta las barrancas de San Gregorio, en el departamento de San José.

Una de las primeras impresiones que ofrece sobre el territorio de campaña, que de una manera u otra repetirá cada vez que se refiera al país, es que se trataba de “un terreno abierto, con ligeras ondulaciones, tapizado de una capa uniforme de menudo y verde césped, en que pastan incontables cabezas de ganado vacuno, lanar y caballar. Hay muy poca tierra cultivada, incluso en las cercanías de la ciudad”.

El trabajo de Erchini, disponible en la web del Museo Nacional de Antropología, dice que esta afirmación sobre la escasa agricultura en relación con la cuantía del ganado no dejó de sorprenderlo en casi todo su recorrido. También llamaron su atención tres aspectos estrechamente relacionados con lo anterior: la propiedad de la tierra, la austeridad o sobriedad de los propietarios de grandes extensiones y el cercado de los campos. En cuanto a la primera, dice, es notoria la concentración en manos de unos pocos y, sobre todo, la cantidad de ganado que poseen.

“Por otro lado, la austeridad, simplicidad y escasez de bienes materiales con que viven estos grandes hacendados o estancieros contrastaba notoriamente con el consumo de bienes suntuarios propio de la clase acomodada inglesa”, dice el informe.

En este sentido, cuando Darwin se aloja en la casa de la familia Fuentes, en la zona minuana, o en la vivienda rústica del dueño de una estancia en el arroyo San Juan, en Colonia, no deja de mencionar estos aspectos, describe las habitaciones, el mobiliario y los enseres, así como las toscas costumbres y la ignorancia de los dueños de “millares de vacas y estancias de considerable extensión”.

Darwin recorrió el territorio uruguayo durante los años 1832 y 1833, período lo suficientemente extenso como para permitirle no solo conocer en profundidad diversos lugares, sino también recabar experiencias, tradiciones y saberes de la población local. Su andadura por la Banda Oriental, como la denomina, comprende fundamentalmente tres regiones: Montevideo y sus alrededores, la zona atlántica y de serranías entre Maldonado y Minas, y el litoral uruguayo entre Montevideo y Mercedes.

Por último, el naturista resalta en sus apuntes la ausencia de cercos o similares que delimiten la propiedad privada.

Paradójicamente, mientras manifiesta que la idea de “un territorio dividido totalmente en fincas cercadas” causa asombro entre los orientales, refleja su propio asombro de que estas no marquen sus límites. Solo lo hacen los escasos sectores dedicados a huertas o chacras, mediante taludes cubiertos con cercos vivos de pitas, cactus e hinojo, recurso que, según el sacerdote y político José Manuel Pérez Castellano, fue utilizado desde los primeros años de la colonia.

Continuando con sus apreciaciones botánicas, si bien reconoce arbustos y matorrales en las zonas de serranías y en las riberas de los cursos de agua, lo que asombra a Darwin es “la general y casi absoluta ausencia de árboles en la Banda Oriental”, excepto los sauces y aquellos plantados por los españoles.

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