El Palacio Legislativo es un elegante edificio enclavado en el corazón de Montevideo, que luce sobrio y arrogante desde las grandes avenidas. Hacia allí se dirigen, hasta sin querer, todas las miradas. Pero hay detalles difíciles de apreciar a simple vista. A pocos meses de cumplir 100 años de vida, este símbolo de la democracia por antonomasia guarda mucha simbología. Un libro del matemático Eduardo Cuitiño, que se presentará el próximo viernes 13, la pone al descubierto.
“En el Palacio de las Leyes hay muchos guiños a la masonería y muchos juegos numéricos que tienen que ver con los números de la patria, como por ejemplo el 18 (por 18 de julio), el 25 (por 25 de agosto) y el 33 (por los Treinta y Tres Orientales), que está muy ligado a la tradición masónica porque el rito más popular de esta es el Escocés Antiguo y Aceptado, que tiene 33 grados. Pero antes no era así, antes eran 25 grados y poco más atrás en el tiempo eran 18. Todos esos números aparecen como juegos numéricos rodeando los mármoles y dibujos en el centro del Salón de los Pasos Perdidos”, comenta Cuitiño a Domingo. En el mismo sentido, el escritor observa que hay 33 calles que cortan o forman cruce con la avenida 18 de Julio.
Si bien en el año 2025 se conmemorarán los 100 años de la apertura del edificio, lo que realmente se inauguró el 25 de agosto de 1925 fue una edificación sin terminar. “Fue una apertura a las apuradas, totalmente a la uruguaya. A la que 48 legisladores, de un total de 142, faltaron sin aviso”, dice el autor.
Muchos edificios públicos de Uruguay fueron inaugurados un 25 de agosto. Uno de los más célebres es el Teatro Solís, abierto en 1856. También en esa fecha, en diferentes años, se inauguraron la escollera Sarandí, el dique del puerto de Montevideo (1909), el parque Rodó de San José (1903), el Obelisco (1938), el estadio Tróccoli (1964), la Unidad Centro de la Asociación Cristiana de Jóvenes (1962), el puente internacional de Salto Grande (1982) y la Torre Ejecutiva (2009), entre muchos otros.
Un símbolo en sí mismo
Para el historiador Leonardo Borges, el Palacio Legislativo es un símbolo en sí mismo: el símbolo de la democracia uruguaya, que se refleja en la solidez y en la característica monumental de la edificación. Pero que a su vez se caracteriza por la cercanía de los legisladores a los ciudadanos, algo que no ocurre en todos los países.
“La democracia uruguaya es de las únicas plenas que hay en América. Y el Palacio Legislativo termina convirtiéndose en un símbolo de eso. Es la democracia misma, porque el Uruguay tiene de alguna manera una fortaleza muy fuerte y el Palacio es como la representación de esa fortaleza”, comenta Borges a Domingo. Y agrega: “Nuestros senadores y diputados están en un lugar magnificente, pero no son magnificentes. El sitio donde están, lo edilicio, lo simbólico, todo eso sí lo es, pero nuestros políticos están muy cercanos a nosotros. Uno podría traer a un extranjero y mostrarle el Palacio Legislativo y tal vez esa persona pensaría que nuestros políticos están alejados de la gente. Y eso no es así, no ocurre con ningún partido”.
Borges sostiene que el Palacio de las Leyes es el símbolo per se de la democracia y que los uruguayos lo han transformado en eso, algo que no ocurre con las principales fechas patrias que fueron decididas de acuerdo a conveniencias de la historia y que son anteriores al Uruguay como país. Una de esas fechas es la de la inauguración del Palacio, el 25 de agosto de 1925, en conmemoración del centenario de la Declaratoria de la Independencia.
“Parece claro que el 25 de agosto de 1825 no representó en ningún caso la independencia, lejos estaba de ejecutarse tal secesión -real como simbólica- de las Provincias Unidas, ni del imperio de Brasil, poseedor de hecho del territorio en aquellas estaciones. Una falacia necesaria en su momento, en medio de un debate partidario-parlamentario que se dio entre 1922 y 1923 sobre la fecha a enaltecer, y blancos y colorados se aferraron fuerte a sus fechas y sus relatos”, sostiene.
Y añade: “Como en un empate técnico, 1930 (18 de julio) tuvo su Estadio Centenario y su feriado; y 1925 (25 de agosto) -a 100 años de esa Asamblea de la Florida forzosamente devenida en declaratoria de independencia-, tuvo su Libro del Centenario, su feriado y sobre todo su Palacio Legislativo”.
Desde las entrañas
La arquitecta Gisella Carlomagno conoce el edificio hasta sus últimos recovecos. Trabaja allí desde hace 30 años (su padre también fue funcionario) y es la directora de Arquitectura y Patrimonio. Además, es autora del libro El Palacio de la Aguada camino a sus cien años, una completa investigación histórica sobre este emblema de la democracia.
“Acá están representadas en mosaico las artes y las ciencias. Pero en los laterales, en las entradas a las antesalas de las dos cámaras, están los vitrales que refieren al trabajo y la justicia. También están los bajorrelieves del escultor italiano Gianino Castiglioni, con la representación artística que hace de los símbolos del escudo nacional (balanza, cerro de Montevideo, caballo y buey)”, comenta Carlomagno a Domingo en una recorrida por el Salón de los Pasos Perdidos, que actualmente se encuentra en obras de mantenimiento. Y agrega: “Después hay fechas de hechos históricos, como 18 de julio (jura de la primera Constitución) o 25 de agosto (declaratoria de la independencia)”.
Las otras fechas históricas son 25 de mayo (por el proceso revolucionario que tuvo lugar en Buenos Aires en 1810), 18 de mayo (por la Batalla de las Piedras) y -tal vez la menos conocida- 25 de noviembre (por el plebiscito de 1917 con el que se aprobó la segunda Constitución).
En las puertas de las antesalas de Diputados y Senadores, sobresale un pequeño frontón griego y una riqueza de esculturas y bajorrelieves, obras del escultor uruguayo Edmundo Prati. Más arriba, destacan hermosos vitrales del artista italiano Giovanni Buffa en forma de media circunferencia, que complementan la iluminación que proviene fundamentalmente del lucernario que corona la nave central.
“Hay un homenaje también en bajorrelieves de Buffa sobre el Éxodo y la Declaratoria de la Independencia en el ingreso a la antesala de la Cámara Alta y otros dos sobre la Batalla de las Piedras y el Grito de Asencio yendo hacia la antesala de Diputados. En cuanto a los vitrales, uno representa el trabajo y el otro la justicia”, agrega la experta. En este espacio emblemático del Palacio Legislativo se han congregado multitudes para despedir a grandes personalidades de la vida política y cultural del país, como José Batlle y Ordóñez, Luis Alberto de Herrera, Juana de Ibarbourou, Wilson Ferreira Aldunate, Líber Seregni, Mario Benedetti, China Zorrilla, Eduardo Galeano, Jorge Batlle y Carlos Julio Pereyra.
Siguiendo con el recorrido, Carlomagno se detiene en uno de los patios interiores, cuyas paredes se encuentran decoradas con un esgrafiado de estilo pompeyano. “Es el mismo estilo utilizado en el salón central de la biblioteca. Recuerda toda la simbología grecorromana, con imágenes aladas, muchas cosas vegetales y algo de Art Nouveau. Es un edificio ecléctico, que mezcla varios estilos sobre todo en su interior, reflejando a las personas que intervinieron en los 17 años que duró su construcción”, anota.
Luego, Carlomagno hace una pausa en la cámara del Senado, que fue reparada durante el último receso (incorporándole tecnología sin modificar lo patrimonial) y que justo en ese momento era visitada por un grupo de turistas angloparlantes.
“Aquí se repite la imagen del Escudo Nacional y, por encima, al medio del tímpano, está Palas Atenea, diosa de la sabiduría. Después se ven imágenes aladas que son típicas del grecorromano. Las esfinges tienen garras de león como símbolo de fuerza, mezcladas con las alas de libertad. Las mismas imágenes se repiten en el vitral”, explica. Con respecto a la cámara de Diputados, que también fue reparada en el último receso, aparecen cisnes y otras aves como águilas. Una de ellas sostiene la famosa frase de Artigas “Mi autoridad emana de vosotros y ella cesa por vuestra presencia soberana”, pronunciada durante el Congreso de abril de 1813.
Coqueteos con la masonería
Cuitiño sostiene que en el Salón de los Pasos Perdidos y en el exterior del edificio hay una serie de círculos que pueden vincularse a la masonería.
“En total, en lo alto del Palacio podemos contar 24 cariátides (columnas con forma de mujer) asociadas a un círculo. Sorprendentemente, cuando se agrega el ingreso de luz solar que apuntala y cae directamente sobre la primera Constitución y las actas de la Declaratoria de la Independencia, sobre otro círculo marcado en granito negro en el Salón de los Pasos Perdidos, suman 25”, señala con la pasión de un matemático que ha llevado los números más allá que otros autores.
Y añade: “Gracias a la luz forman 25 pilares que sostienen al Palacio Legislativo y, simbólicamente, sostienen y son el baluarte de nuestra patria. Tal como lo diseñó el arquitecto Gaetano Moretti, pues en el proyecto original no estaba pensado el lucernario. De hecho, en el Salón de los Pasos Perdidos podemos contar 24 columnas, pero sumada a la columna que genera la luz que ilumina la primera Constitución, pilar de nuestra patria, son 25”.
Pero los rastros de un pasado masónico, en épocas en que las logias tenían mucho más peso en la política y la sociedad en general, no son tan visibles en el Palacio de las Leyes como lo pueden ser en otros edificios y espacios públicos.
Álvaro Zunino, integrante de la Comisión de Patrimonio Histórico Masónico del Uruguay, comentó Domingo que no existen referencias concretas de que alguno de los constructores o arquitectos del Palacio fuera masón. “Lo que ocurre es que la simbología es compatible con la masonería uruguaya, descendiente de una cultura francesa republicana, democrática y representativa”, destaca.
“Por ejemplo, Carlo Zucchi, que fue el que hizo el Teatro Solis, sí era masón. El ingeniero Luis Andreoni (quien construyó el Club Uruguay y la Estación Central de trenes, entre otras cosas) también era masón. Y podría hablar de muchísimos otros que marcaron la ciudad con simbología muy discreta, pero realmente concordante con la masonería. Pero con respecto al Palacio Legislativo, no hay referencias de que alguno de sus constructores fuera masón”, destacó.
No obstante, Zunino coincide con Cuitiño, Borges y Carlomagno en cuanto a que el Palacio de las Leyes es “una joya simbólica”.
“Tenés las águilas de la República Romana en la cúspide del frontón; tenés la espada de la justicia encima del libro de la ley, que inclusive puede ser considerada como la espada de Damocles. Tenés la gorgona en la parte de adelante, algo que la mayoría ignora (y tenés que tener un fotógrafo con una muy buena cámara para sacarla), que es símbolo de la fidelidad absoluta y que también la tenemos en el Palacio Masónico. También tenés la patria en el frontón central representada como una diosa (Niké). Pasos Perdidos es un nombre que se le da a todos los lugares frente a los templos, que viene de la época de los tribunales franceses en los que se regulaban las leyes”, detalla. Y concluye: “El Palacio Legislativo condensó en simbología el ideal de nacionalidad e identidad soberana de la nación (como la llamaban los colorados) o de la patria (como la llamaban los blancos). Todo esto obviamente con unas connotaciones grecolatinas muy importantes, al haber sido tanto Grecia como Roma, cimientes de lo que a futuro sería conocido como la democracia universal”.
Pero el escritor Eduardo Cuitiño tiene una mirada crítica sobre lo que representa hoy el Palacio Legislativo. Y así la deja asentada sobre el final de su libro: “El diario El Día del 25 de agosto de 1925 decía que se estaba inaugurando la ‘casa del pueblo’. En cambio, el tiempo demostró que eso no fue tan así. La gente siente al Legislativo como un palacio, no como su casa. El uruguayo común no lo siente como propio. Por el contrario, lo siente distante y como un lugar de privilegios y privilegiados”.
Una vieja plaza y las calles con otros nombres
Donde hoy se encuentra el Palacio Legislativo se hallaba la plaza Flores, sitio de encuentro para los vecinos de la Aguada los fines de semana. Bordeando el espacio público, por el este, se hallaba la calle de Sierra, actual avenida Fernández Crespo. Agraciada hacía una curva y nacía en lo que hoy es Miguelete. Aún no existía la gran avenida del Libertador Brigadier General Antonio Lavalleja, que permitiría contemplar el Palacio desde 18 de Julio.
La calle del Pastor es la actual Doctor Ángel Costa, Rondeau era Ibicuy y llegaba hasta Agraciada, al igual que Yaguarón, que continuaba por lo que hoy es Francisco Acuña de Figueroa, detrás del edificio José Artigas, anexo del Palacio Legislativo.
“Los viejos mapas reflejan también la calle del Yí, calle del Cuareim y la calle del Ibicuy, y nos muestran que en el barrio Aguada nacían las calles con referencia a ríos y continuaban hasta cruzar 18 de Julio”, dice Eduardo Cuitiño.
Las fuentes de agua dulce más cercanas a la antigua ciudad amurallada se encontraban en la zona de esa antigua plaza, en el pozo Los Manantiales, abierto en 1740 por Luis de Sosa Mascareñas en lo que es hoy la calle La Paz entre Cuareim y Yí, cercano a la actual Pozos del Rey, llamada así porque todo era propiedad del monarca, incluso los manantiales. El agua era transportada a lo que hoy es la Ciudad Vieja en toneles o pipas de madera mediante caballos o carretas tiradas por bueyes.
“Al finalizar la Guerra Grande, el comercio se normalizó y se habilitó la plaza pública de las Carretas, próxima al predio que ocupa hoy el Palacio y donde están las facultades de Química y Medicina. En ese lugar comenzó a funcionar entonces un mercado de frutas que llegaban a la capital desde la campaña por el camino Goes, actual avenida General Flores”, anota Cuitiño.
Mudanza del Cabildo a La Aguada
En 1828 se firma la Convención Preliminar de Paz, estableciendo el fin a las dominaciones extranjeras, y luego se constituye la Asamblea General Legislativa. La Asamblea de Representantes de la Nación se reúne por primera vez en San José, el 22 de noviembre de 1828, por encontrarse Montevideo todavía bajo la dominación de las tropas brasileñas. El lugar de reunión fue la casa de Esteban Durán, constituyéndose en la primera sede del Poder Legislativo.
Gisella Carlomagno señala en su libro El Palacio de La Aguada que, a partir del 17 de diciembre, la Asamblea se trasladó a la ciudad de Canelones, donde funcionó hasta los primeros días de febrero de 1829. Allí se creó el Pabellón Nacional.
La tercera sede estuvo en Montevideo, justamente en La Aguada, específicamente en la Capilla del Carmen, donde hoy se encuentra la iglesia de Nuestra Señora del Carmen. La primera sesión en esta sede fue el 16 de febrero de 1829, y allí se creó el Escudo Nacional.
El 1º de mayo de 1829, la Asamblea se reunió en la Sala Capitular del antiguo Cabildo, en la planta alta del edificio, sobre la actual Juan Carlos Gómez, por entonces calle San Fernando. Ambas cámaras (Senadores y Diputados) se alternaban en sus reuniones por compartir la misma sala, hasta que se inauguró el sector izquierdo de la antigua edificación, sobre la calle Sarandí, destinándose a la Cámara de Representantes.
Costó más de US$ 350 millones de la actualidad
Eduardo Cuitiño señala que el costo de construcción del Palacio Legislativo puede estimarse en más de US$ 350 millones de la actualidad, “una cifra razonable para la magnitud de la obra”.
El diario El Día publicó el 25 de agosto de 1925 que podría estimarse en 2.500 la cantidad de obreros contratados. “Durante el período más intenso de construcción, trabajaban en el Palacio unos 600 obreros. Pero, contando los que tenía en obra la Compañía de Materiales, ocupados exclusivamente en la provisión de mármoles para aquél, la cantidad de operarios a que aludíamos debe estimarse en la respetable suma de 2.500”, detalló el periódico del Partido Colorado.
“Es muy curioso ir a los archivos históricos, confrontar los datos y ver cómo el discurso político carece de memoria. Aunque en realidad debió ser más de ocho veces lo proyectado inicialmente en 1908, ya que los costos mostrados por el diario oficialista El Día están muy lejos de ser los costos totales. Posteriormente, se financió el proyecto edilicio en base a diferentes leyes: de 1902, 1903, 1909, 1915, 1918 y 1923”, anota el autor de Una historia por desvelar.
“En los hechos, se trata del edificio más caro llevado a cabo por el Estado uruguayo en la capital o zona metropolitana, superando a la reforma del Aeropuerto Internacional de Carrasco -US$ 165 millones-, al Antel Arena - US$ 120 millones o US$ 88 millones, según las diferentes posturas-, el viaducto del puerto de Montevideo -US$ 135 millones- y la Torre de las Telecomunicaciones -US$ 100 millones-”, anota Cuitiño.