VIAJES
Arte, cultura, religión y belleza natural es lo que ofrece este destino que enamora a los visitantes. La capital de Ecuador es, además, conocida por ser la más cercana al Sol.
Quito se ubica en el largo y estrecho valle andino. El estar entre las montañas hace que sea un lugar privilgiado por su espectacular entorno natural. La ciudad, a unos 2.800 metros de altura, está envuelta por las montañas, brota de ellas. Es una fuerte raíz que nace en la altura y trepa por las laderas.
La capital ecuatoriana presenta una hermosa e interesante mezcla de arquitectura colonial y moderna entre verdes colinas y poderosos volcanes. Hay hermosos edificios coloniales (como el Arco de la Reina construido en 1727) e iglesias para visitar. Tiene un estilo barroco con suntuosas decoraciones en su interior. Una que se destaca sobre el resto es la de la Compañía de Jesús con su baño de oro de siete toneladas. Esta iglesia jesuita empezó a construirse en 1605 y su edificación tomó 163 años. Otras dos obligadas son la iglesia de San Francisco que es señalada como la más grande de América Latina y la Basílica del Voto Nacional que, aunque su construcción llevó 100 años, todavía no ha sido terminada del todo.
El centro histórico de Quito es de gran tamaño y se conserva en muy buen estado. Esta es la razón por la que en 1978 fue declarado Patrimonio de la Humanidad por la Unesco.
Mientras caminamos, encontramos fascinante la disposición que tienen los locales para no tapar las construcciones con anuncios ni grandes marquesinas. Cuentan con un espectacular trabajo de herrería pegado en la fachada para señalar la función del comercio. De esta manera brilla y se destaca la arquitectura y la historia de la ciudad.
Quito tiene una intensa vida en sus plazas. Allí apreciamos a las mujeres andinas que cargan con sus hijos y telas coloridas, así también como con sus rostros de sacrifico y de lucha. También vemos a los señores mayores que se sientan en los bancos para mirar puntos fijos y a los que lustran zapatos que siempre están buscando clientes. Los artistas callejeros copan las plazas al igual que los predicadores fatalistas que hablan de lo mal que nos portamos y del infierno inminente.
Mitad del mundo
Decidimos ir a la ciudad Mitad del Mundo para cruzar la línea imaginaria del Ecuador. A 14 kilómetros de Quito se puede pisar y transitar por esa tan famosa marca equinoccial. Allí se tiene un pie en el hemisferio norte y otro en el hemisferio sur.
En la Mitad del Mundo encontramos un gran monumento que señala y homenajea la línea imaginaria que divide la Tierra en dos hemisferios. Es una especie de pirámide truncada de unos 30 metros de altura (sin contar el globo terráqueo) y en donde en cada pared se señala cada punto cardinal.
En su interior existe un espectacular museo etnográfico y todo aquel que se anime a subir hasta la parte superior podrá admirar el panorama de la zona. Todo esto está enmarcado por una hermosa avenida con pequeños bustos que recuerdan a la primera misión geodésica francesa que comenzó a hacer las mediciones en 1736.
Un momento divertido es realizar los experimentos físicos que te dejarán sorprendido. Uno de ellos, por ejemplo, consiste en parar un huevo sobre un clavo.
La capital
La mejor forma de empezar la visita de Quito es, sin duda, subir al mirador del Panecillo, donde se encuentra uno de los símbolos de la ciudad: la estatua plateada de la Virgen Alada.
Otro hermoso rincón es la calle de La Ronda. Ver los objetos que los artesanos elaboran siguiendo la práctica de antiguos oficios es uno de los atractivos del viaje a Quito.
Esta es una ciudad con hermosos parques. Entre los más bellos para el visitante está el de Cumandá y el de Itchimbia. Este último es un precioso balcón verde. Cumandá es un espectacular centro cultural para jóvenes. Justo cuando llegamos había una muestra de carnaval y de tambores uruguayos.
Quito tiene un hermoso museo que es de visita obligada: el Museo Capilla del Hombre del artista Guayasamín. La Capilla del Hombre es una obra-tributo emblemática concebida por el famoso pintor ecuatoriano Oswaldo Guayasamín, que también fue su residencia en sus últimos años de vida. Se la puede describir y entender como una obra arquitectónica-artística dedicada al hombre latinoamericano a través del tiempo. Con los años se fue convirtiendo en un gran complejo cultural con colecciones y trabajos arqueológicos y artísticos del Ecuador.
El paseo despierta reflexiones, emociones y arrebatos. La obra de Guayasamín muestra la violencia, la explotación y la dolorosa vida de los pueblos de América Latina, sobre todo las poblaciones indígenas. También muestra sus grandezas. Guayasamín tiene una paleta fuerte e intensa con la que marca el gesto desgarrado de sus protagonistas. Muestra, pinta y critica el dolor, el hambre y el conflicto del hombre. Es un representante de la lucha de los pueblos indígenas y es por eso que señalaba: “Vengo pintando desde hace tres o cinco mil años, más o menos”.
En el patio del museo se encuentra un gran árbol y a sus pies se encuentran los restos del maestro Guayasamín. Descansa a la sombra del árbol que él mismo plantó hace mucho tiempo.
El icono
Como un fanático y alguien que se siente muy atraído por las montañas es que decido visitar al guardián de Quito: el Cotopaxi, icono de la capital y de todo Ecuador.
Cotopaxi es una palabra en quechua que significa “cuello de luna”. Es un cono perfecto poseedor de una gran belleza y majestuosidad. Es un poderoso volcán activo y subirlo es un sueño para todos los amantes de las montañas. Sus nieves eternas son un imán para los ojos.
Los precios para hacer la travesía son sumamente excesivos, pero igualmente es disfrutable llegar a él y visitar su refugio y estar entre sus piedras y nieve.
Tomamos un ómnibus desde Quito con dirección al sur y nos bajamos en la entrada al Parque Nacional Cotopaxi. El guía, Jaime, es muy claro y divertido durante el recorrido.
El cielo despejado va quedando tapado por espesas nubes a medida que ascendemos. Tras unas horas de viaje y de algunas paradas es que llegamos al estacionamiento. Es el fin para el auto y aquí comienzan las piernas.
La nieve y el frío ya están presentes y en poco tiempo aparece una fuerte neblina. El panorama es todo blanco. Son 45 minutos de caminata ascendente hasta llegar al refugio.
Entre tanta nieve uno pierde la referencia de las piedras y por momentos tuvimos un poco de miedo. La vista llega hasta unos cinco metros para adelante; después, todo era blanco.
Llegamos al refugio en el momento que empezaba una fuerte nevada. Al entrar vemos un panorama semejante al paraíso: madera, calor, chocolate, viajeros y montañistas que están preparándose para el ascenso que van a hacer en la próxima madrugada.