Religión, platos típicos, cultura y personalidades de la colectividad libanesa en Uruguay

Son unas 60.000 personas. Este 2024, la misión católica maronita está cumpliendo 100 años en el país. ¿Sabías, por ejemplo, que los Abdala son descendientes de libaneses?

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La Parroquia Nuestra Señora del Líbano está en Molinos De Raffo 926 (Sayago) y tiene un enorme cedro al frente.
Francisco Flores/Archivo El Pais

La colectividad libanesa en Uruguay se compone de unas 60.000 personas, la mayoría de ellas descendientes de migrantes que llegaron en los albores del siglo XX, huyendo de la guerra y de la crisis. La diáspora se integró perfectamente a la sociedad, sin perder sus costumbres, introduciendo su gastronomía tradicional y marcando presencia con figuras relevantes en distintos ámbitos. Este año, la misión católica maronita está cumpliendo 100 años en el país.

El país de los cedros”, como se conoce al Líbano (el árbol es su emblema nacional y se encuentra en el centro de su bandera) es una pequeñísima nación que se prolonga a lo largo de 250 kilómetros sobre la costa mediterránea y que tiene tan solo 50 kilómetros de ancho, con un paisaje caracterizado por montañas y un valle muy fértil en el medio. Es del tamaño del departamento de Florida y a lo largo de su historia ha sufrido una importante sangría migratoria, producto de hambrunas y conflictos armados propios y ajenos.

En Montevideo hay varias representaciones sociales de la colectividad libanesa, la tercera en importancia en el país luego de la española y la italiana. En Sayago se encuentran la Parroquia Nuestra Señora del Líbano (Molinos De Raffo 926, con su enorme cedro al frente) y la Sociedad Libanesa (Avenida Millán 4419); en tanto en el Centro se ubica el Club Libanés del Uruguay (Paysandú y Convención). También existe la sociedad Los hijos de Darbeshtar, que desarrolla distintas actividades socioculturales. La mayoría de sus miembros son descendientes de personas que vinieron de esa urbe ubicada al norte de Beirut y residen en Pando. Ambas ciudades están hermanadas por un acuerdo que firmaron hace unos 10 años sus alcaldes.

En el interior hay otras representaciones, tomando en cuenta que los primeros migrantes se afincaron en varios departamentos, en los que muchos trabajaron al principio como “mercachifles”, vendiendo con un bolso primero y un carro después todo artículo que pudiera ser de utilidad para el hogar. Muchos de ellos supieron salir adelante y terminaron como prósperos comerciantes y empresarios en Uruguay.

También en Montevideo, en el barrio Lavalleja, están la Escuela N° 125 República Libanesa y la N° 302 Khalil Gibran (Camino Silva e Instrucciones). Esta última lleva su nombre en homenaje al llamado “poeta del exilio”. Y junto a la parroquia de Sayago funciona un centro educativo privado que antes perteneció a la iglesia.

“En el Club Libanés, que preside Pedro Abuchalja, desarrollamos actividades en distintos aniversarios, homenajes a personalidades que llegan al país y otras cosas más internas. En la Asociación Libanesa Femenina nos hemos dedicado en los últimos tres años a abarcar más la actividad social. En esencia, desarrollamos la beneficencia, tanto a nivel de instituciones públicas como privadas. Últimamente estamos haciendo también actividades culturales y tenemos un desarrollo muy amplio de la gastronomía”, comenta a Domingo Raquel Coaik, presidenta de la Asociación Libanesa Femenina e integrante de la comisión del centenario de la llegada de los padres maronitas a Uruguay.

“La Asociación Libanesa Femenina fue creada en 1915 y tenemos personería jurídica desde 1920. Se formó a raíz de la familia Safi, que vino en los albores del siglo XX a Uruguay. El matrimonio tenía cuatro hijas mujeres que hacían distintas actividades. Fue así que el padre de ellas, Alejandro Safi, quien fue un gran caudillo, les propuso que ayudaran a las familias que llegaban al país. Así se fue formando la Asociación Libanesa Femenina, con un nombre un poco ampuloso al principio, que era El paraíso de los pobres. Desde entonces, hemos tenido una actividad ininterrumpida. Ayudamos a hospitales, merenderos y otros”, repasa Coaik.

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Raquel Coaik, presidenta de la Asociación Libanesa Femenina.
Francisco Flores/Archivo El Pais

País de brazos abiertos

Uruguay reconoció la independencia del Líbano el 22 de noviembre de 1943 (las provincias que lo constituyen actualmente estuvieron antes bajo el mandato francés) y estableció relaciones diplomáticas a partir del 25 de octubre de 1945. Pero la relación entre ambos pueblos es muy anterior.

Entre 1860 y 1870 comenzó la migración por una crisis económica en el Líbano, que afectó sobre todo la industria de la seda. Hacia 1915 hubo una hambruna importante en el pequeño país asiático, producto de una sequía y de una plaga de langostas que causó una mortandad importante. Todo esto, junto con los conflictos armados (que incluyen una guerra civil que se prolongó de 1975 a 1990) hizo que comenzaran a arribar al Uruguay los primeros inmigrantes procedentes del Líbano y Siria.

Dice la escritora Sylvia Acerenza en un proyecto educativo sobre la colectividad sirio-libanesa de Montevideo: “Llegaron a nuestro territorio en las últimas décadas del siglo XIX, instalándose en la zona de la Ciudad Vieja. La mayoría eran católicos maronitas y no contaban en el Uruguay con ningún templo que realizara la misa según el rito practicado en su país de origen. Por esta razón, la Sagrada Congregación de la Iglesia Oriental envió a dos sacerdotes, los hermanos Shallita, a atender las necesidades espirituales de la colectividad libanesa en Uruguay, en 1924. Al año siguiente, los misioneros fundan el Colegio Nuestra Señora del Líbano, que comienza a funcionar en la Ciudad Vieja. Esta experiencia educacional permitió, en sus inicios, tanto el aprendizaje del idioma español a aquellos que aún no lo hablaban como el mantenimiento del idioma de origen (el árabe) y del francés; así como de la religión y de la cultura natal”.

El ingeniero agrónomo Roberto Matta es un conocido comunicador (hoy en Radio Universal) y descendiente de migrantes libaneses. “Mi abuela vino con mi mamá y mi tía, que tenían 3 y 4 años, huyendo de una situación que siempre fue embromada. Mi abuela habló árabe prácticamente toda la vida, por eso nadie se explica mucho cómo hizo para subsistir”, comenta Matta a Domingo. Y agrega: “Muchos vinieron hacia el Río de la Plata, pero hay colectividades grandes en Cuba, Colombia, Venezuela, México y Brasil”.

Coaik anota que algunos tocaban puerto incluso sin saber a qué país llegaban. De esa época quedan otras anécdotas amargas, como el hecho de que varios descendientes de libaneses tienen hoy sus apellidos cambiados porque, al bajar de los barcos, los funcionarios de migraciones los anotaban mal. “Por ejemplo, el apellido Haddad quiere decir ‘herrero’, por lo que los anotaban como Herrero. También se hacían cambios por asociaciones: ‘Moreira’ significa ‘Más valiente’ en árabe”, señala la presidenta de la Asociación Libanesa Femenina.

Según Coaik, los libaneses se extendieron por todo el país: “Llegaron hasta Rivera siguiendo las vías del ferrocarril. Donde había una parada, bajaban, vendían y a veces formaban su familia, porque estuvieron muy integrados a los paisanos del Uruguay”.

Con respecto a este último punto, Matta señala que la tradicional bombacha de gaucho es una prenda tradicional del Líbano. En Oriente se llama sherwel y su origen es otomano, siendo muy utilizada como ropa diaria en algunas aldeas y en la montaña.

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El ingeniero agrónomo Roberto Matta con uno de los baúles que traían los antiguos inmigrantes.
Francisco Flores/Archivo El Pais

Figuras destacadas

A muchos libaneses les molesta que los llamen “turcos”, porque, efectivamente, no lo son. Pero no a todos los descendientes de “el país de los cedros” les pasa lo mismo. Una excepción es el “Turco” Washington Abdala, columnista de estas páginas, siendo su apellido uno de los más conocidos de la colectividad libanesa uruguaya. El político colorado Alberto Eduardo Abdala fue vicepresidente de Uruguay entre 1967 y 1972. También destacan con este apellido el presidente del PIT-CNT, Marcelo Abdala y el expresidente del INAU, Pablo Abdala.

El primer libanés que llegó al Uruguay en 1890 fue Emilio Neffa, originario de la ciudad de Beit Shabeb, cuyos descendientes tuvieron una conocida fábrica de hilados en Sayago. En sus primeros años en el país, Don Emilio manejó un comercio en la calle Patagones (hoy Juan Lindolfo Cuestas) de la Ciudad Vieja, “transformada en un rincón del Líbano en Montevideo, un gran bazar en el recorrido de dos cuadras”. Muy cerca de allí, en la calle Washington, estuvo la primera iglesia de la colectividad. Esto se debe a que la Ciudad Vieja siempre estuvo vinculada a los inmigrantes, que muchas veces llegaban al puerto y se quedaban en las cercanías.

La historia de los libaneses en Uruguay recuerda que Neffa era un verdadero líder de la comunidad, que al igual que su connacional Alejandro Safi, le daba cobijo a los recién llegados en casas especialmente acondicionadas para ello.

Con respecto a Safi, dice Acerenza que fue conocido como el “patriarca de los libaneses” por su apoyo incondicional a sus compatriotas: “Transformó su casa en un lugar de recibo de numerosos inmigrantes que arribados al puerto buscaban una mano amiga que los ayudara a insertarse en la nueva sociedad. La búsqueda de soluciones a los problemas de los recién llegados, un trabajo, un lugar donde vivir hasta la instalación definitiva eran cosa de todos los días en una casa que estaba siempre de puertas abiertas”.

En 1908, Neffa compró una quinta en Millán y Molinos de Raffo, que poco después fraccionó en parcelas que vendió a sus compatriotas. Donó al Municipio dos calles que actualmente figuran en el Nomenclátor con los nombres de Benito Álvarez y Rosalía de Castro. Esta última arteria, hacia la parte sur, lleva su nombre: Emilio Julián Neffa. Otras personalidades de la colectividad libanesa uruguaya son el dibujante Eduardo Vernazza (1910-1991), la actriz y cantante Dahd Sfeir (1932- 2015), el exministro de la Suprema Corte de Justicia, Jorge Chediak, el político nacionalista Alem García y el exintegrante del Grupo Asesor Científico Honorario (GACH) de la Presidencia, Rafael Radi.

La actriz Dahd Sfeir
La actriz Dahd Sfeir.
Archivo El Pais

En Durazno, donde existe una sociedad sirio-libanesa muy fuerte, destacó el empresario Pablo Nossar (fallecido el año pasado), fundador de la compañía de ómnibus que lleva su nombre. Hay otra sociedad muy importante en Minas, que ha sido un lugar histórico para los libaneses porque les recuerda las montañas de su país.

Gastronomía y baile

Algunos platos típicos han tenido una fuerte penetración en la mesa de los uruguayos, como el kibbe, una fritura rellena que se compone de carne picada, bulgur (trigo molido) y especias. Más conocidos son el lehmeyun (muy difundido también por la cocina armenia) y el tradicional pan árabe. “A los libaneses nos une mucho el tema religioso, sin dudas. Casi todos somos cristianos maronitas, aunque en nuestro país de origen conviven todas las religiones. También la gastronomía y el baile se mantienen generación tras generación”, dice Matta, quien hace muchos años tuvo un programa en Canal 5 llamado Líbano de Fiesta.

María Rosa Neme, comunicadora de vasta experiencia en Uruguay, explica que el kibbe en el Líbano se elabora tradicionalmente con cordero (macerándolo con un mortero), pero que en Uruguay se lo hace con otros tipos de carne picada y especias. “A mí me encanta el tabulé, que es una ensalada fría preparada con perejil, cebolla, tomate y bulgur”, comenta Neme a Domingo.

“Es fundamental mantener el espíritu de la danza, de la gastronomía. El hecho de que seamos la tercera colectividad de migrantes en Uruguay también es una responsabilidad. El Líbano le ha aportado mucho desde el punto de vista cultural a este país”, destaca la periodista.

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La comunicadora María Rosa Neme sirve un tradicional café libanés.
Francisco Flores/Archivo El Pais

A propósito de la gastronomía, la hija de Raquel Coaik, Suraia Abud, es antropóloga de la alimentación y escribió el libro Mezze Errante, 36 recetas de cocina criollo-libanesa. Además de la explicación de cómo hacer estos platos, el libro contiene historias de sus viajes por Europa (donde vivió 20 años), el Líbano y América. Actualmente Abud se encuentra en San Pablo, donde también publicará su trabajo.

Con respecto al baile típico, la actividad del Grupo Al Arz de Danzas Folclóricas Libanesas está acéfala desde que Luisa Ramia, una docente multipremiada, dejó su dirección.

Como en otros países de Oriente Medio, el dabke (en árabe, “zapateo”) forma parte del folclore libanés. La bailan hombres y mujeres en todo el país asiático, especialmente en las zonas montañosas (donde viven muchísimas personas), aunque adquiere en cada región o pueblo pasos característicos.

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El kibbe es una fritura rellena que se compone de carne picada, bulgur (trigo molido) y especias.

Nuestra Señora del Líbano: una parroquia comprometida con los vecinos

En los archivos del Arzobispado de Montevideo se encuentra una carta con fecha 5 de julio de 1888 firmada por algunos inmigrantes libaneses, que pedían a monseñor Inocencio María Yéregui (1881-1890), segundo obispo de Montevideo, que otorgara un permiso para celebrar los sacramentos en Montevideo a un sacerdote maronita y atender “las necesidades espirituales” de la diáspora. Yéregui respondió que debían solicitar permiso al Vaticano.

Luego de un tiempo, se comenzaron a celebrar sacramentos esporádicamente cuando venía algún sacerdote del rito maronita desde Buenos Aires. “El tema del idioma era complicado y a la comunidad libanesa en Montevideo se le dificultaba participar de los sacramentos en español”, comentó el padre Joseph Saad, exvicario de la parroquia Nuestra Señora del Líbano, al portal de la Iglesia Católica. Con la llegada de monseñor Jorge Shallita, el 10 de marzo de 1924, culminó un largo proceso preparatorio y comenzó en Uruguay la obra de la Misión Maronita. Al comienzo y hasta 1925 se instalaron en la Iglesia de los Padres Capuchinos. Luego alquilaron una casa en la Ciudad Vieja. Y finalmente adquirieron el terreno en Molinos de Raffo, donde se encuentra la parroquia que tiene una virgen giratoria en el techo bendiciendo a todo el barrio.

Kamal Semaan es el actual vicario de la parroquia, un edificio construido por Eladio Dieste e inaugurado en 1968. El padre es un misionero de origen libanés y ha estado varias veces en Uruguay (la primera vez en 1998), donde aprendió a hablar el castellano. “Antes teníamos una escuela y liceo que actualmente funcionan de forma privada junto a la iglesia. También teníamos el Taller de Nazaret, en el que se enseñaban manualidades, cocina, música, etcétera. Hoy, contamos con un grupo de Alcohólicos Anónimos y tenemos a los scouts. También está el grupo Vicentinos, que ayuda mucho a nivel social repartiendo canastas mensualmente a familias del barrio de bajos recursos”, comenta Semaan a Domingo.

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La parroquia de Sayago, con arquitectura de Eladio Dieste.
Francisco Flores/Archivo El Pais

La Virgen de los 33 presente en el Líbano

El padre Cesar Lahoud es el actual responsable de la parroquia de Sayago. Y fue uno de los oradores durante la ceremonia de entronización que se hizo el pasado 27 de junio de una imagen de la Virgen de los 33 en el Líbano, la cual se encuentra en el Santuario de Harissa. “Hoy nuestros padres fundadores de la misión están muy felices. Ellos llevaron su patria en el corazón y lo plantaron en Montevideo”, destacó el sacerdote.

También hizo uso de la palabra la exembajadora de Uruguay en el Líbano, Martha Pizzanelli, impulsora de la idea de llevar la imagen de la patrona del Uruguay al país asiático. “La virgen decide cuándo quiere viajar, a dónde desea ir. Y va marcando los caminos a través de las personas que intervienen. No era nada fácil, esto empezó a fines de 2019 y se corona hoy. Uruguay es un país maravilloso, pero también es pequeño”, reflexionó.

El Santuario de Harissa se encuentra a 25 kilómetros de la capital Beirut y es querido por todos los libaneses, ya sean cristianos o musulmanes, pues todos se dirigen hacia María como su madre. Los constructores eligieron este sitio de peregrinación, ubicado a 550 metros sobre el nivel del mar, como símbolo del esplendor y santidad de la Virgen María.

Los fenicios, el cedro y el templo de Salomón

Los libaneses son descendientes de los fenicios, quienes utilizaron el cedro para construir sus barcos. Según la tradición, los muros del templo de Salomón estaban revestidos en su interior, desde el suelo hasta el techo, con planchas de este árbol que se encuentra en el centro de la bandera del Líbano.

Existe también una corriente nacionalista libanesa llamada “fenicismo”, que se basa en la reivindicación del origen fenicio de la población de este pequeño país de Oriente Próximo.

Es, por tanto, una ideología opuesta al nacionalismo árabe, y la sostienen sobre todo sectores cristianos. Esta corriente fue especialmente popular entre 1920 y mediados de la década de 1950.

Actitud solidaria con los refugiados sirios

Hace casi 10 años (el 9 de octubre de 2014), el entonces presidente José Mujica recibió a cinco familias sirias que solicitaron refugio en Uruguay, conformadas en su totalidad por 42 personas. Huían de la guerra civil y habían cruzado la frontera hacia el Líbano, donde permanecieron en campamentos de refugiados de la ONU.

Representantes de organizaciones libaneses uruguayas se reunieron entonces con ellos para expresarles apoyo y facilitarles su inserción en la sociedad. “Vine para que se sientan atendidos y sientan que tienen hermanos del Líbano y de Medio Oriente en general con los que pueden contar”, dijo el sacerdote Elias Tarabay, entonces representante de la Iglesia Maronita uruguaya.

Por su parte, el vicepresidente de la Unión Libanesa Cultural Mundial, Alberto Cheker Juri, señaló que la idea de la visita era divulgar la actitud solidaria para que se pudiera replicar en otros países.

“Uruguay es un ejemplo para poder copiarlo de la mejor manera posible”, apuntó.

A su turno, el presidente de la Sociedad Hijos de Darbeshtar, Juan José Reyes, recordó que a principios del siglo XX vinieron a Uruguay unas 150 familias libanesas, entre las que se encontraba su propio abuelo, escapando de la hambruna y del oprobio que significaba el dominio del Imperio Turco Otomano.

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