Para los lobos marinos es una especie de rugido; para los pingüinos, un graznido. Fuerte. Corto. Repetido. Parece que los animales le entienden y le responden. “La gente piensa que los tengo entrenados”, bromea Richard Tesore, aunque reconoce que tiene cierta capacidad de comunicación. La clave, según se descubrió en unos sonogramas, es que su voz está en la misma frecuencia. “Los sonidos no tienen un significado tan profundo como pensamos. Un cachorro quiere saber si estás. Y, si no estás, quiere saber si estás cerca. A un niño le pasa lo mismo. Quiere sentirse seguro y saber si el referente de comida y protección está cerca”, explica.
No entrena ni le interesa. Tampoco comparte que para complacer al turismo se deba caer en “el show”. SOS Rescate Fauna Marina se dedica exclusivamente al rescate, rehabilitación y liberación de los ejemplares; además de tareas de sensibilización y educación ambiental. Si tiene que decir un número, Tesore cree que “fácilmente” han pasado más de 15.000 animales (entre 400 y 500 llegan cada año aunque cree que la creciente contaminación de los océanos y la sobrepesca empujan la cifra).
Aunque no los adiestra, a veces los animales le han dado sorpresas. Un día, por ejemplo, Cacho, un pingüino rey (Aptenodytes patagonicus), hizo gala de la extrema sociabilidad vista en su especie. Tesore lo había llevado a él y a dos pingüinosmás (un saltarrocas y uno de Magallanes) a un acto en el Ministerio de Turismo a solicitud del titular de ese entonces, Pedro Bordaberry. El gobierno quería lanzar una campaña de turismo antártico y se le dio una orden al activista: que Cacho recorriera un pasillo. Tesore pensó que estaban confundiendo a Cacho con un perro, pero de todas formas lo sacó de su contenedor y le dijo para acabar con el tema: “Andá”. Lo que siguió fue increíble: “Cacho salió, caminó por el medio, saludó al ministro, se le metió abajo del escritorio, se metió en todas las cámaras de televisión y hasta cantó. Se mandó un cornetazo tremendo. Después de eso, ¿qué les iba a decir si me preguntaban si lo entreno?”
Sí considera que hay animales que responden al pedido de que tengan ciertos cuidados, pero lo hacen desde su sensibilidad. El lobo marino más grande que actualmente está en el centro, por ejemplo, no es simpático con los visitantes pero se dejó reconocer por una chica ciega. Recuerda que un elefante marino se le quería sentar en la falda cada vez que veía que le daba la mamadera a su nieto (hoy un adulto que lo ayuda a diario). “Hay animales que identifican cuando hay menos razonamiento y más contacto emocional”, cuenta Tesore.
Y un claro ejemplo se dio durante esta entrevista. “Ella es la loca tóxica. Me persigue hasta el baño”, se ríe. Es una de las crías de lobo fino (Arctocephalus australis) que llegó este invierno a SOS Rescate Fauna Marina -lo hizo todavía con el cordón umbilical- que no se separó ni un minuto de Tesore. No solo eso. Buscaba de forma constante su abrazo. Y una vez que se puso cómoda -aunque en el intento tiró un termo y otros objetos de la mesa- se puso a mamar de una teta invisible. Para ella, su rescatista es su madre. “Como cualquier mamífero, todos necesitamos del contacto a una edad. No somos tan distintos a ellos”, comenta a Domingo.
Un hombre con vocación.
Tesore está en vigilia las 24 horas. “Hace cinco o seis meses que esa es mi cama”, dice señalando un sillón del centro de Punta Colorada. Apenas duerme. Debe alimentar a sus exigentes pacientes cada tres horas. Este invierno, él y sus voluntarios han rescatado a más de 30 lobos marinos. No todos han sobrevivido. Algunos aparecen casi ahorcadospor redes, tanzas o residuos plásticos. Otros llegan con sus aletas sangrando porque se lastiman con los clavos que colocan los barcos pesqueros para que no se trepen. En el hospital del centro permanece un lobo antártico (Arctophoca gazella) que perdió un ojo por una pedrada. Tesore lo cuenta y se le nota la rabia. Los más pequeños llegan con pocas semanas de vida, con muy bajo peso, con hipotermia, con síntomas respiratorios severos. “Son huérfanos, con estrés, con ansiedad. Muchos no sobreviven por neumonías terribles”, cuenta a Domingo.
A los más pequeños les da la mamadera. La fórmula la prepara de memoria: una solución espesa sin lactosa, alta en grasas y calorías, pescado y vitaminas. A medida que crecen, las crías pueden tomar hasta medio litro de un saque. A veces incluye dosis de Multi-milk, un suplemento nutricional animal; si falta, fermenta la crema de leche con lactasa por 24 horas y lo agrega a la mezcla. Esta rutina lo mantiene fuera de la cama. Cuando empiezan a comer pescado, Tesore pega más horas de sueño. “Con la edad y con un trasplante hepático arriba, la verdad que se siente, pero no hay otra forma en esta etapa”, asegura.
Luego del trasplante, Tesore se dedica únicamente a su labor en SOS Rescate Fauna Marina. Antes se ocupaba de alguna empresa -se reconoce como “un uruguayo busca” dado que en Uruguay o en Argentina tuvo varios emprendimientos: restaurantes, rotiserías, gimnasios y otros; tiene la anécdota que su primer trabajo, a los 18, fue de detective privado- pero la rehabilitación le hizo quedarse con su verdadera vocación, la que descubrió mientras vivía en Buenos Aires y era voluntario de Fundación Vida Silvestre.
“Estuve mucho tiempo enfermo. El trabajo lo hacía entre cuadro y cuadro de encefalopatía (hepática) y retomaba luego de las internaciones. Se suponía que no iba a poder trabajar más con animales por las bajas defensas. Pero no le encontré otro sentido a la vida que este”, dice. En la recuperación lo ayudó Joaquín, su “primer lobo marino” luego de la operación. “Fue muy especial. Me permitió volver al ruedo a pesar de todos los miedos”, afirma.
Los médicos le dijeron que su enfermedad pudo haber sido causada por la exposición al petróleo de animales contaminados sin la debida protección. Sabe que puede ser una razón. “No teníamos ni botas ni máscaras cuando ocurrió el derrame del San Jorge”, recuerda sobre el incidente de 1997.
El futuro.
Muy pocos de aquellos 15.000 animales han tenido nombre. Además de Cacho y Joaquín, su rescatista recuerda al elefante marino Papo y al pingüino Piky. Este último llegó empetrolado y luego volvió herido. “Se generan conexiones fabulosas”, dice. Por supuesto que los animales pertenecen al mar; así que, una vez sanos, son liberados. Con los lobos marinos, por ejemplo, esto ocurre luego de cumplir el primer año. Antes de eso son llevados a la playa para que vuelvan a conectarse con su hábitat. Muchas veces los acompañan los niños que visitan el centro. Aquí participan del programa de guardiamarina junior o como rescatista.
Tesore, hoy de 62 años, ve con orgullo lo que ha hecho desde que fundó SOS Rescate Fauna Marina, pero ve con preocupación el futuro. No solo por las amenazas planetarias -“la naturaleza se va a encargar de obligarnos a cambiar la crisis que generamos”- sino por lo que ocurrirá a partir del 30 de diciembre de 2023. Es la fecha prevista para el traslado del centro a un terreno mucho más pequeño. Tesore desconoce el avance de los trabajos de la Intendencia de Maldonado y no ha visto los planos definitivos. Le preocupa cómo podrán desarrollarse las tareas de rehabilitación y cuarentena en un predio de un poco más de 100 metros cuadrados. “En 32 años hemos pasado por todos los gobiernos y siempre ha pasado lo mismo: todos nos han felicitado y todos nos han querido sacar del lugar. Hay muchísima gente frustrada porque no trabaja en lo que le gusta y cuando alguien hace lo que le gusta no lo entienden. Yo tuve a mi hijo a los 19 años. Recién a los 30 comencé a hacer lo que me gustaba. Era un momento muy duro porque nadie le daba importancia al mar. No cambiaría mi vida pero ya estoy tratando de cerrar un ciclo y espero que alguien lo continúe”, relata.