TENDENCIA
El boom del patinaje trascendió el deporte como tal y se convirtió en un estilo de vida sin importar la edad.
La primera vez que Pedro Herrero (70) compró patines lo hizo por inercia. Estaba de vacaciones en Brasil con sus mellizos (Pedro y Pablo) y los niños querían a toda costa traerse un par. Como el precio era accesible, el padre les hizo el gusto y llevaron tres. A la vuelta desarmaron las valijas y quedaron archivados en el fondo del placard durante mucho tiempo. Se tiraron en alguna limpieza con muy poco uso. A Pedro le volvió a “picar el bichito” cinco años atrás y se compró un par nuevos. Estaba decidido a aprender a usarlos. Este señor que nada una hora por día se subió por primera vez a los rollers con 65 años y no se bajó más. El patinaje se convirtió en su deporte favorito.
Tomó diez clases en Roller Club, la academia de Maxi Rivero, y enseguida le agarro la mano. “Apenas supe andar me tiré por las mías”, dice, quien aprendió casi todas las piruetas mirando tutoriales de YouTube. Armó un circuito con subidas y bajadas en el garaje de su casa para practicar “las gambetas” que despliega cada domingo en las salidas grupales de Ciudad de la Costa. “Tengo un grupito lindo de patín con los que hacemos algo a fin de año y me invitan a los cumpleaños”, cuenta Pedro a Revista Domingo.
Este hombre de 70 años es uno de los tantos que encontró en el universo del roller un espacio para divertirse y socializar. Un lugar donde forjar vínculos sin importar la edad. Y la posibilidad de compartir con otros al aire libre, un bien muy preciado en tiempos de pandemia.
“Se arman grupos que terminan siendo amigos de años. Me ha pasado de ir a bodas de alumnos que se conocieron en mi academia de patín. El sentido de pertenencia de cada escuela es muy grande”, revela Maxi Rivero, instructor de Roller Club.
Muchos no abandonan las clases aunque ya dominen la técnica porque se entusiasman con el ambiente. O dejan de ir a la academia pero se reencuentran con sus compañeros en las salidas semanales que se arman para rollear la ciudad y que crecen al mismo ritmo que esta movida.
Los viernes a la noche son de Mov Roller: se sale del Obelisco de Montevideo a las 22:00 y es ideal para principiantes. La gente de Chicana Experience invita cada martes a descubrir las calles capitalinas en rollers: va dirigida a patinadores experientes fanáticos de la adrenalina. MVD sobre ruedas sale los miércoles, mientras que I Love Rollers se reúne los domingos al caer el sol para recorrer Ciudad de la Costa. Vale aclarar que las actividades de Chicana y MVD sobre ruedas están suspendidas por el verano.
A su vez, cada escuela organiza sus propias movidas para que los alumnos aprendan a manejarse en la calle.
“Todos los meses metemos gente en el sistema. Somos el embudo: captamos a la gente, le generamos el hábito y después se insertan en el ambiente del patín”, asegura Luis Moleda, integrante de R&R Escuela de Rollers.
Luis patina hace diez años y ha sido testigo del avance de la movida roller en Uruguay: “Cada vez que entra alguien nuevo a la academia se escucha la misma expresión: ‘El patín es un boom’. Todos los años crece un montón. En mi época, el grupo fijo que nos veíamos siempre éramos cerca de 30, hoy aumentó a 300”.
Las escuelas se multiplican y hay más gente con ganas de aprender producto del efecto contagio. Las siete academias presentes en Montevideo mueven un flujo de 1.400 personas: cada una tiene un promedio de 200 alumnos por mes.
La moda se descentraliza y el patín se expande con fuerza en el interior del país. Al Firulete Roller y Travesías en Rollers, nacidos en Punta del Este, se sumaron grupos creados en Colonia, Durazno, Minas y Rocha.
El estilo de vida roller se potenció con la pandemia por ser un deporte al aire libre con bajo costo económico y alto beneficio físico, social y recreativo. A continuación, cifras, historias, datos y anécdotas sobre una tendencia en auge.
Números
El 80% del alumnado de Luis llega a su escuela buscando una actividad tras una desilusión amorosa. Otro motor importante para decidirse a tomar clases es cumplir con un debe en la vida: “Mucha gente me dice: ‘De niña siempre quise patinar’, ‘cuando era chica hacía patín artístico, quiero aprender a andar en rollers’”, afirma Juan Camilo Mejía, fundador de Academia The Rollers.
Y comparte el caso de una señora de 65 años que le pagó 12 clases y dejó de ir a la octava cita porque su misión estaba cumplida: “Me dijo: ‘Ya aprendí, muchas gracias. Toda la vida fue mi sueño, no voy a volver’. Y se fue contenta”.
Juan Camilo es colombiano y profesor de patinaje hace 23 años. Daba clases gratuitas entre grupos de rolleros locales hasta que la pandemia lo encontró en aprietos: con las fronteras cerradas y sin ahorros. El 14 de julio de 2020 creó la cuenta en Instagram, puso a andar la escuela The Rollers y la docencia volvió a ser su medio de vida.
Hoy suma 12.000 seguidores y 250 alumnos de 17 a 53 años. Enfoca la publicidad en redes sociales a mujeres porque las estadísticas le marcan que son el 95% de sus seguidores. Si bien el 90% del público de The Rollers es femenino, asegura que los hombres son más constantes: “Entran 20 mujeres y permanecen la mitad; entran diez hombres y siguen ocho”.
En Roller Club y R&R la brecha por sexo es más corta: 60% a 40% y 70% versus 30%, respectivamente. Maxi dice que empezó a recibir más alumnos varones este último tiempo: “Se están animando y venciendo el tabú de que es un deporte de mujeres”.
Luis, fundador de R&R, maneja una teoría al respecto: “Me da la sensación de que el hombre es un poquito más lanzado y tiende a aprender más por su cuenta en vez de ir a una escuela”.
El costo por clase varía según la academia pero oscila entre $200 y $350 las grupales y $ 500 la particular. Algunas dan la opción del pase libre a $1.200, con la posibilidad de asistir todos los días.
Lo primero que desean saber los alumnos es cuánto tiempo van a demorar en aprender a patinar. No se sabe a ciencia cierta, depende de cada persona pero, en general, lleva de uno a tres meses.
El éxito está en las horas de práctica así que lo ideal, según Luis, es que el primer mes se suban a los patines todos los días. Alcanza con que lo hagan 15 minutos: “Lo fundamental es que el cuerpo se acostumbre a estar en una línea de ruedas”, explica. Incluso se puede probar con pararse y sentarse para trabajar el equilibrio.
Se aconseja que los principiantes tomen dos o tres clases por semana para “no perder el estímulo neuronal”, según Juan Camilo. Los expertos coinciden en que es clave que la memoria física del movimiento esté aceitada.
Patricia Wolf: “Al principio me daba un poco de vergüenza”
El invierno de 2021 encontró a Patricia Wolf levantándose bien temprano para ir hasta El Cuadrado, la pista de patinaje ubicada en Parque Rodó. Sarna con gusto no pica, dicen. Se ponía campera abrigada, guantes, gorro y bufanda para poder hacer frente a las gélidas mañanas de julio con el anhelo de aprender a andar en rollers. La modelo y comunicadora se metió en este universo gracias al efecto contagio que provoca cruzarse con cientos de personas subidas a los patines por la calle. “Solo de verlos pensaba, ‘qué divino lo que se debe de sentir estar ahí. Cuánta libertad. Quiero probar’”. Y así fue que contactó a Maxi Rivero y empezó a asistir a clases en la academia Roller Club tres veces por semana.
Traía una base de la niñez porque había hecho patín artístico así que no le resultó tan difícil: “Aprendí rapidísimo”. Reconoce que “al principio te da un poquito de vergüenza pero se te va porque todo el mundo pasó por eso. Y una vez que empezás a andar, aflojás. El miedo te limita porque vas con la cabeza pensando que te va a salir mal. Pero este deporte es mucho cabeza”.
Patricia bancó como una campeona los meses más fríos del año y tuvo mucha constancia durante un tiempo largo, pero optó por hacer un impás en las vacaciones de verano. Aunque no descarta retomar las clases más adelante.
“Andaba bien, correcta, no me caía, hacía distintos tipos de frenos, slalom, pero todavía me faltaba pila”, comenta. En esa época en que estaba más entrenada pedía que la filmaran patinando, veía sus videos sobre ruedas “y tenía bastantes críticas en cuanto al estilo”.
Está convencida de que el patín puede convertirse en un gran medio de transporte por ser sustentable, económico y saludable. “Es un win win por todos lados”. Eso sí, Montevideo demanda mejoras a nivel de infraestructura: “Se necesitan más ciclovías adaptadas a los patinadores”, reclama. “La bicisenda de Av. Italia está divina pero están los cortes para el retorno de los autos. Hay que frenar, tiene subidas y bajadas y no es para un patinador amateur”.
Furor
El boom se nota en las calles con la cantidad de patinadores que circulan y se traslada a los puntos de venta. La tienda virtual Rock and Roller, de Luis Moleda, hoy no tiene productos en stock y aguarda que llegue la próxima importación.
El precio de un patín va desde los US$ 150 a los US$ 900 y se hace muy difícil conseguir los más accesibles. “Hay que apurarse cuando la tienda avisa que llegaron porque los más baratos suelen agotarse a la semana”, dice Luis.
Doce años atrás, Yoanna Donate y Gustavo García fundaron Rollerblade, la única tienda de rollers ubicada en Punta del Este, y aseguran que la pandemia provocó un cambio en su público objetivo.
“Potenció el ingreso de usuarios jóvenes al patinaje, que tiempo atrás no se veían”, según Gustavo.
La moda también hizo que muchos reflotaran patines viejos. Atentos: si se hace el mantenimiento debido (cambio de ruedas, frenos y correas), los rollers “te pueden durar toda la vida”, confirma Gustavo.
Espíritu
Luis empezó a patinar hace diez años y se tomó tan en serio la actividad que sentía que marcaba tarjeta. Salía del trabajo, se iba a la pista, practicaba sin cesar y volvía a su casa. Repetía esa rutina cada día, sin tregua ni cansancio. Lo último que se quita al llegar al hogar son sus rollers. Y se estresa al pensar que tiene que trasladarse de un lugar a otro caminando o en ómnibus si ese mismo trayecto lo puede hacer en patines. “Te va a gustar más patinar que caminar”, asegura.
Maxi tomó la decisión de mudarse al Parque Rodó porque su vida gira en torno a los rollers y no quería perderse nada de la movida.
“Se transformó en un estilo de vida para mí y para mucha gente que conozco: van a trabajar en patines, su pasatiempo es patinar, van todos los días a la pista y se cuelgan con las salidas semanales”.
Facundo Cabral tiene 23 años y patina hace un lustro. Se mueve a todos lados en rollers, aunque siempre lleva un par de championes en la mochila porque, según dice, hay sitios donde no te dejan entrar con ellos puestos. Hoy siente que los patines son sus pies. El patinaje también le funciona como terapia y sin desembolsar un centavo: se enchufa auriculares, elige un punto apartado, sin ruidos, donde pasen pocos autos y chau estrés.
“Te olvidás de los problemas; son dos o tres horas que no pensás en nada”, confiesa quien se ausentó 18 horas de su casa por patinar. “Fui a la pista, me quedé con gente, salió el sol, seguía ahí, me compré comida y cuando sentí que no aguantaba más el sueño, volví. Vicio total”.
Mariana Ruiz procura encontrar la veta sustentable en cada acción. Moverse en rollers es una forma de perseguir esa meta. Fue tal su afán por el patinaje que en 2020, cuando se fundó El Firulete, hacía 260 kilómetros cada lunes o miércoles para ir a practicar con el grupo fernandino. “Nos juntábamos cuatro en un auto para ir por el día a entrenar con la gente de Punta del Este. Y ellos venían los viernes a Montevideo para patinar con la Chicana”, relata.
También coorganiza la actividad bimensual Travesías en Rollers que reúne a patinadores de todo el país para recorrer 60 kilómetros. Salen de la Parada 2 de la Mansa (Punta del Este) y escalan el Cerro Egusquiza, con parada obligada en el almacén de Cristina, el punto de hidratación. La consigna es integrar patinadores de distintos niveles, así que cada uno hace el trayecto a su ritmo.
“No exigimos. Salimos todos juntos, sacamos fotos, ponemos música, disfrutamos del aire libre y cada uno hace los kilómetros que quiere y puede”.
Fiestas sobre ruedas
Es viernes de noche y el Obelisco de Montevideo activa su chip pachanguero ayudado por el Musimóvil, una bici con parlantes y consola que musicaliza cada acción de movilidad sostenible. Suena A Dios le pido, de Juanes, a todo volumen, y más clásicos del 2000 mientras se espera el arribo de ciclistas y rolleros a la tercera Mov Roller del 2022.
Este clásico de viernes suele reunir a más de 70 rodados y la presencia del Musimóvil ayuda mucho para arrimar gente. “La comunidad de las ruedas se ha unido gracias al Musimóvil”, comenta Pedro Brito del Pino, propulsor de esta idea original que reparte alegría por las calles.
La Mov Roller celebrará un año de vida este marzo con un éxito inesperado. En la segunda rolleada eran apenas dos: Mayte Martínez, una de las fundadoras, y un amigo suyo. De ese número saltaron a más de 200 en jornadas especiales como el Día Mundial Sin Auto. “La premisa al inicio, en plena pandemia en la que no se podía ir al baile, era juntar gente y disfrutar con música al aire libre”, cuenta Daiana Bravo, también fundadora.
El modo farra creció tanto en el ambiente que hoy hay cinco rolleadas fijas anuales: Halloween, Navidad, Noche de la Nostalgia, Fiesta de Gala y el Mega Patín Day. El evento de Halloween va por su quinta edición en 2022 y pegó un salto tremendo de convocatoria: de 100 personas en sus orígenes a 800 rolleros disfrazados el 31 de octubre pasado.
“Fue la salida más grande hasta ahora y hubo mucha producción. Conseguimos patrocionadores, dimos premios a los mejores disfraces y la gente le puso mucha más ganas”, cuenta Maxi Rivero, coorganizador de esta salida anual.
Y relata una anécdota muy divertida sobre la imborrable Noche de Brujas del 2020: “Había restricciones por la pandemia pero salimos igual. La Policía nos hizo una barricada. Había helicópteros por 18 de Julio y nos mandaron a los 500 rolleros disfrazados para nuestras casas”.
Maxi recuerda que en ese momento de la emergencia sanitaria también había responsabilidad legal para quienes organizaban aglomeraciones, así que cuando empezaron a ver a los oficiales, no les daban los dedos para borrar las invitaciones publicadas en redes: “Nos podían caer”.
¿Dónde patinar en Montevideo?
El clásico Cuadrado, en Parque Rodó, dejó de ser solo una pista de patín para devenir en una plaza y a veces entorpecer a los patinadores. Pero los sitios públicos para andar en rollers se multiplican en la capital. Está Trouville, la pista del Buceo, la plaza de Deporte N°1 y Plaza España, en Ciudad Vieja, y la plaza Pepe D’Elia ubicada en José Amézaga, detrás del MAM. Se inauguraron, además, distintos espacios para descentralizar el patín de la rambla: Las Pioneras (Av. Agraciada y Gral. Luna), una pista en el Parque de la Amistad (Rivera y Rossell y Rius) y otra en el Parque Idea Vilariño, en Malvín Norte).