Fue un niño curioso, hiperactivo -era muy difícil verlo sentado- y muy histriónico. Gastón “Rusito” González dedicó muchas horas de su infancia a crear personajes frente al espejo: armaba su propia murga, bailaba, montaba obras e interpretaba todos los roles. Su público eran su madre y su abuela, con quienes vivía. Trae el amor por el arte en los genes -es hijo del “Bananita” González-, tuvo la suerte de saber cuál era su meta desde siempre y nunca se desvió del camino: “Lo mío siempre era carnaval y teatro: quería estar en un escenario, sea el mejor del mundo o el peor, y hasta el día de hoy agradezco a la vida y al público poder estar en estos ambientes”, confiesa a Domingo.
Era tal su fanatismo que en tiempos de crisis económica juntaba las monedas que encontraba en los abrigos de su madre y las usaba para pagar la entrada al tablado del club Malvín. O caminaba esas siete cuadras que separaban su casa del escenario popular, se paraba en la puerta y esperaba a que alguien que hubiera sido compañero de su padre en algún conjunto lo reconociera y lo dejara entrar. “Siempre fui muy enfermo”, reconoce. Y agradece aquella vez que el Pájaro García, animador del Malvín, le dijo ‘¿te animás a suplantarme?’ Y con 14 años se tiró al agua sin dudar.
Era imposible que en esas mágicas noches de febrero, mientras disfrutaba viendo desde la platea cómo Ariel “Pinocho” Sosa hechizaba al público, pudiera imaginar que terminaría interpretando a su ídolo. Ese día llegó. Y la idea de hacer la parodia del director y alma de Zíngaros (fallecido en 2021) nació del propio Rusito.
“Surgió de mí, lo sentí y dije ‘quiero hacerlo’. Uno de los letristas me llamó y me dijo ‘tenemos que tener una parodia que llegue a la gente, creo que la tenemos al alcance de la mano’. Sí, le dije, pero creo que la familia no quiere, vamos a la reunión y vemos. Y ahí, la mejor manera que tuve de demostrar que lo quería hacer fue interpretándolo. ‘Es un honor, con todo el respeto del mundo, poder hacer la vida de tu viejo, y me parece que es el momento’, le dije a Gastón (Sosa)”, recrea la escena.
El hijo de Pinocho y actual director de Zíngarosdudó. El Rusito aprovechó que había varios familiares y amigos en la reunión y propuso someterlo a votación. “Ahí empezaron a levantar todos la mano y él fue el último. Hizo una pausa y dijo, ‘hacemos la vida de mi viejo’. Y me explotó el alma”, rememora. Y prosigue: “La responsabilidad de hacer de Pinocho todos los días con la familia adelante tiene el doble de peso”.
Es por eso que desde el 9 de mayo (un día después de esa reunión) se armó una rutina y mira 30 minutos diarios de videos de Pinocho Sosa: en el escenario, actuando, en entrevistas y hasta escucha mensajes de voz que envió en el tramo final de su vida. Su objetivo es trascender la imitación y que cuando se abra el telón el público diga ‘estoy viendo a Pinocho’.
Gastón no le marcó nada especial y el Rusito asegura que vive el proceso con la misma intensidad que él: “Nos mandamos mensajes todos los días, nos hablamos a veces hasta como padre e hijo, le digo como le decía el viejo. Encontramos esa comunión divina y se genera un clima que va a servir para plasmarlo en el escenario”.
Zíngaros es el conjunto donde debutó en la categoría parodistas 14 años atrás yla vuelta es redonda: “Hay mucha expectativa, que te puede jugar a favor o en contra. Ahora que pienso digo ‘en la que nos metimos’, pero como carnavalero me gusta homenajear a esos grandes que marcaron la historia y los desafíos también te hacen fuerte a vos”, reflexiona.
Los retos lo entusiasman y a sus 32 años anhela hacer ficción: “Me encantaría grabar una serie o una película, es mi sueño meterme en un personaje, estar todo el día mirándolo y sacarlo. Me fascina ese proceso. El desafío de transformar el físico me encanta”, revela quien se anotó en varias agencias, aunque aún no se enteró de ningún casting.
Amargas
Su madre pensó un nombre para él pero la inventiva de su padre pudo más: “Me vio bien rubio y blanco, de ojos claros y dijo ‘Rusito’”, cuenta. El apodo desplazó por completo al nombre y hasta los profesores le decían Ruso. Hoy solo su esposa y su madre lo llaman Gastón.
Es el único hijo de su madre y tiene dos hermanos del lado paterno. Sus padres se separaron cuando él tenía 4 años y recuerda el día que se tomó la decisión: “Fue en buenos términos y no me marcó porque mi padre siempre estuvo muy presente y me pusieron por delante”, asegura.
El hecho que sí le dejó secuelas traumáticas e identificó años después con terapia mediante fue la crisis económica que atravesó su familia durante su adolescencia: acarreó que perdieran la casa y tuviera que salir a trabajar. “Este es un laburo divino pero informal, a veces estás arriba, otras abajo. Mi viejo bancaba la historia y en un momento no pudo bancarla más y tuvimos que manejarlo de otra manera. Con 18 años me tuve que rebuscar haciendo diferentes changas para salir adelante, y apoyando a mi vieja, que en ese momento tampoco laburaba. Fue un momento económico y psicológico complicado”, confiesa.
Mientras sus amigos se divertían, él animaba fiestas, repartía volantes, ponía pancartas en semáforos o se disfrazaba de Tatito. Se preguntó varias veces por qué a él pero nunca bajó los brazos: el entorno y su vocación le salvaron la cabeza. “Podría haber tenido la excusa perfecta de entregarme a otro tipo de cosas por la edad, y gracias a mi familia y amigos pude estar bien y salir adelante. En la vida uno se tiene que aferrar a algo para poder subsistir, en mi caso fue querer llegar a lo que hago hoy”, dice.
Con otra realidad económica, confiesa, le hubiese gustado estudiar profesorado de Historia, por eso a sus hijas les repite que tienen que hacer una carrera: “La libertad de elegir es impagable y eso te lo da el estudio porque aunque te vaya mal tenés el respaldo de ese título”, opina.
En pandemia decidió ir al psicólogo y descubrió que esa situación vivida le generó traumas que manifiesta sobreexigiéndose en su profesión: “Tengo una obsesión con el laburo y tratar de generar porque sé cómo es esto: un día se corta y tengo dos hijas que dependen de mí. Para mí es fundamental dejarles un techo y viene de esa pérdida que tuve que fue lo que más me marcó en la vida”, se sincera.
Dulces
Su amor por el arte fue un flechazo orgánico por acompañar a su padre a tablados y canales. Aquel debut con 7 años en El tercer tiempo fue soñado: Jorge Denevi precisaba un niño para esta obra protagonizada por Marcel Keoroglian, lo invitó y se dio el lujo de actuar en el Teatro de Verano con Contrafarsa detrás. “Para mí era tocar el cielo con las manos”, recuerda quien consiguió ese rol por ser ‘el hijo de’ pero nunca cargó con ese peso.
“Hay gente que hoy me dice ‘no sabía que eras el hijo del Bananita’, y eso es buenísimo. Mi viejo fue muy crack, nunca se metió, no me puso la mochila del apellido y eso me hizo llevarla de otra manera”, comenta. Y defiende que ‘los hijo de’ que se mantienen es porque “algo tienen”.
El carnaval es su pasión y, si bien no niega que en el ambiente te pueden relegar por venir de esta fiesta popular, él nunca se sintió discriminado: “No me siento menos, me siento más de poder amar algo. Tener algo que te haga vibrar es divino y no se consigue siempre. El carnaval me hace vibrar y estoy tan orgulloso de ser parte que no voy a renegar nunca en mi vida”.
Hoy, que hasta manager tiene -aunque le da vergüenza usar esa palabra- no abandona el carnaval, por más sacrificado que sea: “Una vez estuve a punto de bajarme de un conjunto por tema de tiempos y laburo y esa noche me fui de casa caminando al Teatro de Verano para reflexionar, y me moría. Me hace sentir vivo”, dice.
Imitó a Lacalle Pou dos veces en parodistas Los Muchachos y el presidente lo elogió -‘me río de los demás, me tengo que reír de mí’, le dijo- pero mucha gente se lo tomó a mal, lo hostigaron en redes sociales, y decidió irse de Twitter porque no podía permitir que un mensaje le marcara la historia. “Lo hice con respeto, sé que atrás hay una familia. Hay más papistas que el Papa, ellos la tienen clara. Si no lo ve con respeto, no te saluda o no te dice nada. El tipo fue muy correcto y que me dijera eso me dejó contento”, asegura.
Otro que entendió el juego fue Juan Sartori: el senador nacionalista estuvo en la platea en 2019 y 2020 y luego le mandó un mensaje para decirle que se había reído mucho.
El Rusito González observa a Yamandú Orsi y Fernando Pereira, dos políticos con potencial para imitar. “Tenés que buscar y encontrar uno para explotar”, afirma. Esos personajes, sin embargo, tendrán que esperar porque este febrero toda su energía está puesta en honrar a su queridoPinocho Sosa.