PATRIMONiO

Salvado de la ruina: el Palacio Acosta y Lara, una "casa filosofal" de Ciudad Vieja, revela sus amores y excentricidades

Gabriel Rodríguez Arnabal, de 33 años, restauró un palacio abandonado y descubrió que fue construido como "casa filosofal"

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Entrada al Palacio Acosta y Lara
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Por María de los Ángeles Orfila

La casa solo tuvo cuatro habitantes en 99 años de historia: el escritor Manuel Acosta y Lara, el neurólogo Víctor Soriano, un australiano cuyo nombre parece que es mejor olvidar y el desarrollador inmobiliario Gabriel Rodríguez Arnabal. El primero la mandó a construir, el segundo la protegió y la amplió, el tercero casi la hace desaparecer y el cuarto la salvó de la ruina.

“Yo no sé si creés en la magia pero dicen que este tipo de casas elige a sus dueños. Al australiano lo escupió. Yo me fui a vivir a Punta del Este por motivos personales y vengo cada 10 días porque me reclama”, cuenta Gabriel a Revista Domingo.

La mística a la que se refiere es real. El Palacio Acosta y Lara es un edificio notable de la ciudad, tan misterioso como desconocido en la calle Buenos Aires. Es una pieza arquitectónica del pasado aristocrático de la Ciudad Vieja que ha estado al borde de la destrucción y que hoy ha sido restaurado casi por completo y está listo para revelar algunos de los secretos de su excéntrico constructor quien hizo a medida una “casa filosofal”.

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Palacio Acosta y Lara a mediados del siglo XX
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Gabriel Rodríguez Arnabal
Familia comprometida

Gabriel Rodrígez Arnabal, criado en San José, heredó de su familia el amor por la arquitectura y el patrimonio. Es bisnieto de Numa Pesquera, “mecenas del Estadio Centenario y quien donó un cheque en blanco para que la selección uruguaya de fútbol pudiera viajar en 1924 a los Juegos Olímpicos”. También donó para el desarrollo urbanístico de la ciudad de Montevideo. A su juicio, su bisabuelo era parte de una generación que “quería construir un mundo mejor” y se sentía obligada a hacerlo por tener los medios económicos. “Él lo hacía para ver resultados, no para conseguir glorias”, afirma. Además, él, sus padres y sus cuatro hermanos están involucrados en distintas causas filantrópicas (que van desde la protección del patrimonio arquitectónico hasta el cuidado del medioambiente) a través de su fundación la que tiene ahora la sede, justamente, en el Palacio Acosta y Lara. “Esto llevo muchas desilusiones pero lo logramos . Ojalá que esta historia sirva para que otros se animen a cuidar lo que es de todos”, dice a Revista Domingo.

Solo amor.

Afortunadamente, el amor entre Gabriel y la casa es uno correspondido. Su actual habitante no encuentra un sentimiento más adecuado para hablar sobre este palacio que decir que está enamorado. Relata con entusiasmo cómo la encontró, cómo se sintió atraído, cómo la conoció por primera vez y cómo ha trabajado para devolverle el merecido esplendor desde entonces. Al recorrer cada habitación, al subir cada peldaño y al visitar cada piso, expresa lo que sintió al ver cada detalle en estado ruinoso que él ya se imaginaba salvado. “Fue una cosa magnética. Le dije a la chica (de la inmobiliaria) que estaba interesado y no tenía ni el dinero en el banco”, se ríe.

En ese entonces, Gabriel tenía 26 años; ahora tiene 33. La primera parte del tiempo la dedicó a conformar un fondo de inversión que le permitiera comprar la casa. Luego solicitó anteproyectos y presupuestos a distintas empresas para restaurarla. Le llegaron a pedir US$ 3 millones; eso sí, aquellos que creían que iba a ser posible porque muchos le dijeron que se olvidara de esta locura. No veían nada de valor.

“Cuando vine la primera vez no existía el piso. Pasé por tablones que estaban arriba de pozos de más de un metro y llenos de agua”, recuerda.

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Jardín de invierno en el Palacio Acosta y Lara antes de la restauración
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El living del Palacio Acosta y Lara antes de la restauración
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La casa había estado abandonada por más de una década sufriendo la desatención del australiano, los robos y las filtraciones de agua. Este palacio, que tiene todos los elementos para ser declarado Monumento Histórico Nacional (MHN), se vendía “como terreno” y muchos le dijeron a Gabriel que lo que necesitaba era un tiro de gracia. “Entonces decidí montar la empresa constructora bajo mi dirección. Armé el equipo de trabajo con 25 personas —ebanistas, herreros, molduristas, vitralistas, entre otros artesanos de oficios casi extinguidos— y logré finiquitarlo en un monto completamente distinto”, dice Gabriel. No quiere revelar la cifra pero asegura que la restauración costó “mucho menos” de aquellos millones. Compró el inmueble que casi se mantenía en pie en US$ 450.000.

El objetivo era que el Palacio Acosta y Lara recuperara la imagen de 1924. Así buscó desde piezas de roble de Eslovenia para cubrir los pisos hasta las molduras exactas de las paredes. Hay materiales y objetos que buscó durante años y hay otros que todavía espera encontrar. Levantó paredes, colocó techos, cambió escaleras. Rearmó los jardines, colocó telares, lustró columnas.

“Todo lo que está hecho es muy fidedigno a la obra original; volvió al momento en el que Acosta y Lara tuvo las llaves de su casa”, apunta.

Y no ha terminado. Hace unos días estaba reparando unos drenajes que se taparon e hicieron que se inundara el jardín de invierno. Y sigue armando las habitaciones de los pisos superiores —cinco cuartos en cuatro niveles— donde planea exhibir obras de artistas contemporáneos nacionales e internacionales a partir del mes que viene. “Nunca quise hacer un palacio de puertas cerradas”, afirma.

Por eso le hace especial ilusión que se conozca “la excentricidad máxima” de la casa: un observatorio en la azotea (una instalación inédita para una casa particular en Montevideo). Este fue un agregado de Víctor Soriano, quien vivió allí con su esposa por medio siglo.

Aquí Gabriel quiere hacer un memorial con lo poco que conserva del antiguo propietario: sus títulos, algunas fotos y libros (otros objetos los donó a la Comunidad Israelita Sefaradí). Una vez que acondicione el espacio —“todavía no me he atrevido a hacer nada, pero es una idea hacer frescos o murales”— colocará el telescopio para recibir a escuelas y a apasionados por la astronomía.

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Palacio Acosta y Lara antes de la restauración
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Restauración del jardín de invierno en Palacio Acosta y Lara
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Los secretos.

La casa en sí misma es una rareza. Salió de la mente del escritor Manuel Acosta y Lara (1880-1946) y fue ejecutada por las manos de su hermano arquitecto, Armando.

Formalmente es un edificio con una fachada neocolonial que por dentro presenta distintos estilos: francés, barroco español, barroco burgués o italiano.

“Es un inmueble de importantísimo valor; es una arquitectura que presenta un gusto de corte renacentista, con acento en lo que tiene que ver el renacimiento español”, explica a Revista Domingo William Rey, director general de laComisión del Patrimonio Cultural de la Nación.

Pero Manuel quiso que la casa representara algo más y le pidió a Armando que dejara algunos símbolos ocultos y otros a la vista. Gabriel no sabía esta parte de la historia al comprarla pero asegura que sintió una energía diferente. “Es como si estuviese viva”, dice.

Álvaro Zunino, integrante de la Comisión de Patrimonio Histórico Masónico, acudió al llamado de Gabriel en plena restauración. No pudo creer lo que veía. Algunos de los detalles puestos por Manuel y Armando le llevaron meses de investigación. Incluso, recién hace unos pocos días encontró el número de registro de masón de Manuel, quien presumiblemente integró una de las primeras logias de Montevideo.

“Me quedé en silencio intentando comprender”, relata sobre su visita al palacio Acosta y Lara.

La casa —que adoptó a Manuel, a Víctor y a Gabriel pero rechazó al australiano— no es, a juicio de Álvaro, una “mansión alquímica” por la simple razón que se perdió mucho durante los años de abandono y no se puede ver la película completa. No obstante, se puede afirmar que sí es “una casa filosofal”. Comenta: “Es una casa que se resiste a la simple interpretación de cualquier mortal”. Cuatro ejemplos de “mansiones alquímicas” conocidos son el Palacio Piria (hoy Suprema Corte de Justicia), el Castillo de Piria, elCastillo Pittamiglio de Pocitos y el Palacio Legislativo.

El Palacio Acosta y Lara, como “casa filosofal”, representa y transmite valores y pensamientos de su propietario que van mucho más allá del gusto estético o lo que le permitía tener su posición económica. Por ejemplo, algunas de las referencias que intrigaron al simbolista son las que esconden algunas figuras talladas en madera de “seres” o “actores” que pueden ser identificados con ciertos vicios y figuras de otros que parecen atrapar a un hombre con cornamenta de ciervo en un paisaje con un castillo que representa al Clero.

“Me recuerda a la Noche de Walpurgis”, explica a Revista Domingo. Esta es una fiesta tradicional del norte y centro de Europa en donde brujas y brujos desafiaban a Dios (justo se celebraba en la noche del 30 de abril). “Puede ser leído como la cacería del dogma imperante de la Iglesia en Occidente frente a las tradiciones de las tribus paganas”, cuenta. En el Castillo de Piria también hay referencias al dios ciervo.

Un símbolo visible es la estrella de Ishtar (diosa babilónica del amor y la belleza, de la vida y de la fertilidad), de ocho puntas, que está en el piso en la entrada de la casa. Según Gabriel, es el punto para dejar las energías que se traen de la calle y así entrar purificado al resto de las habitaciones. El piso aquí y hasta la sala es un damero, es decir, un camino entre la luz y la sombra al igual que un templo masónico.

Más adelante hay dos columnas de mármol torneadas (hechas con una sola pieza) que recuerdan a los pilares que franqueaban el acceso al mítico templo de Salomón y que son similares a las que se colocan en las entradas de los templos masónicos. Estas representan la fuerza y la estabilidad y fueron un elemento muy utilizado en la arquitectura barroca.

“También hay barcos (en los vitrales); eso quiere decir que se navega entre los símbolos de la casa”, suma Álvaro al relato.

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Fuente del jardín de invierno del Palacio Acosta y Lara

En el jardín de invierno, que luce unos hermosos azulejos de Talavera de la Reina, hay referencias griegas. Lo más llamativo es la fuente: es una Venus de Lely, similar a una estatua del siglo II a.C. que se exhibe en el Museo Británico y que representa a Afrodita sorprendida mientras se baña y, como tal, es un símbolo de la belleza. Este elemento también fue incorporado por Piria.

Como “casa filosofal”, Manuel también incorporó los cuatro elementos de la Naturaleza que para muchas doctrinas antiguas eran los constituyentes básicos de la materia y explicaban el comportamiento del mundo físico. La fuente de la Venus de Lely es una obvia asociación con el agua. La gran estufa de la sala es la referencia al fuego. Y aquí debemos detenernos. La estufa es una imponente pieza de unos cuatro metros de alto totalmente labrada al estilo del barroco español y se presume que es una pieza única en el país. “Se trajo de Europa; seguramente estuvo en un castillo. Es mucho más antigua que la casa”, apunta Gabriel.

Cualquier adjetivo relativo a la magnificencia sirve para describir a la estufa. Es tal su presencia que el director general de la Comisión del Patrimonio Cultural de la Nación la recordaba a la perfección cuando visitó las obras de restauración. “De chico acompañé alguna vez a mi padre a visitar al doctor Soriano y era el recuerdo que tenía de la casa”, evoca.

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Palacio Acosta y Lara
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Los elementos de tierra y aire son más difíciles de encontrar puesto que podrían haberse perdido con los derrumbes o saqueos. Pero, en un sentido general y teniendo en cuenta lo que hoy existe, William Rey explica que se puede entender que la tierra es el lugar donde se asienta el edificio y el aire es el observatorio (no incluido en la casa original) con el argumento que “puede atravesar la atmósfera”. Álvaro considera que el aire también puede ser la sala de música.

En comparación con el fundador de Piriápolis, Álvaro señala: “El Palacio Acosta y Lara tiene el mismo estilo de pensamiento que el que manejaba Piria pero se aleja más de lo alquímico para llegar a una revolución intelectual del individuo frente a los dogmas y las limitaciones. Queda claro que el propietario (original) tenía una posición contra las tradiciones clásicas religiosas. Es una casa con una intención”.

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Palacio Acosta y Lara
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Palacio Acosta y Lara
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Necesidad de protección.

Este palacio de la calle Buenos Aires, ahora recuperado, tiene un grado de protección patrimonial 3. A juicio de William, por la obra en general, por las piezas excepcionales como el observatorio astronómico, la estufa y las columnas torneadas, por la fachada neocolonial y por un finísimo trabajo de herrería y carpintería debería tener el máximo: un grado 4. Es más, “bien podría tener la declaratoria de MHN”.

Dice: “Es un inmueble de importantísimo valor como arquitectura residencial en el área de la Ciudad Vieja como parte de un tiempo en el que todavía había un sector con capacidad económica que la elegía para vivir y que ponía la calidad de la arquitectura en juego”.

No obstante, ese es un paso que Gabriel todavía no quiere dar, por lo menos, hasta que se arme una nueva ley que haga que “tener un inmueble patrimonial no sea una carga”. Se refiere concretamente a línea de créditos especiales o beneficios impositivos para su mantenimiento como existen en otros países. “No estoy pidiendo un regalo; sí facilidades. La reducción tributaria que te ofrecen es irrisoria en función de lo que es el valor de la casa. Así que imagínate que tener una casa así es por cariño”, declara.

Una nueva ley de protección del patrimonio arquitectónico contribuiría, a juicio de Gabriel, en la detención del “demolicidio” que ocurre en todo el país y que arrasa con un “patrimonio que es de todos”. “Estamos viendo los vestigios de lo último que queda”, sentencia.

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Palacio Acosta y Lara
De ruina a espacio de arte

Al morir su segundo propietario, el neurólogo Víctor Soriano, quien había vivido allí por medio siglo con su esposa, el palacio fue comprado por un australiano que pretendía derribarlo y construir un edificio. Ese plan no se concretó y quedó la vivienda abandonada por más de 10 años. En ese tiempo, se cayeron paredes y techos, se inundó y fue víctima de saqueos. Tal era el estado ruinoso que el aviso de venta que vio Gabriel Rodríguez Arnabal correspondía a “un terreno” y no a una casa con valor patrimonial.

Al comprarla, este desarrollador inmobiliario nacido en San José inició un cuidadoso proceso de restauración que dirigió él mismo: contrató a 25 trabajadores, muchos de oficios que hoy casi están extinguidos. Luego de seis años, el Palacio Acosta y Lara está casi totalmente recuperado y listo para ser visitado. Gabriel abrirá el mes que viene una exposición de arte contemporáneo (con obras de su hermano Juan Manuel, Gonzalo Delgado, Margaret Whyte, entre otros) y, en años anteriores, ya había organizado eventos. “Nunca quise hacer un palacio de puertas cerradas”, afirma a Revista Domingo.

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