La capilla San Benito de Garzón copó la escena pública semanas atrás, cuando Carlos Perciavalle y Jimmy Castilhos anunciaron que era el templo elegido por ellos para recibir la bendición papal -autorizada por el Vaticano a parejas en “situación irregular” o del mismo sexo el 18 de diciembre de 2023- el 20 de febrero, luego de celebrarse el matrimonio civil. Sonó más fuerte y ganó fama internacional cuando la Iglesia Católica expresó en un comunicado firmado por el Obispado de Maldonado-Punta del Este-Minas y Rocha: “La diócesis no posee ninguna parroquia o capilla con el nombre San Benito y por tanto tampoco existe ningún sacerdote responsable del lugar que oficie celebraciones litúrguicas allí”.
Sin embargo, hay pruebas de que el 23 de diciembre de 2013 la capilla ubicada en Garzón fue bendecida por el Monseñor Rodolfo Wirz, Obispo de Maldonado en esa fecha, ante 100 fieles y que él mismo repartió un folleto del Obispado invitando a la primera misa oficial el 6 de enero de 2014.
La historia de San Benito trasciende esta polémica puntual por su carácter espiritual e inspirador, pero sobre todo porque el argentino Nelson Durante (55), quien la mandó a construir 12 años atrás, lo hizo para honrar la vida tras sufrir un accidente que pudo haber sido fatal, y agradecerle a Dios que le había dado una nueva oportunidad.
Todo comenzó un 11 de setiembre de 2011. La escribana Alejandra Malán Custodio y Nelson se dirigían desde Piriápolis a las canteras de Garzón por un camino vecinal de tierra en un auto nuevo. El objetivo era hacer unas diligencias y luego llegar a San Carlos, donde firmarían la escritura de una propiedad que Nelson pretendía comprar. El viaje no se pudo completar. La escribana perdió el control del coche en una curva, dieron siete vuelcos, y se salvaron de milagro.
Todo lo que tenían en el vehículo voló por los aires, incluso un bolso lleno de billetes con los que Nelson iba a pagar un porcentaje de la promesa de compra del inmueble. En ese momento, solo le interesó resguardar una máquina de fotos donde atesoraba el último registro de su padre con vida. Felizmente y gracias a la ayuda de los bomberos, la cámara apareció a 20 metros del sitio donde había ocurrido el siniestro.
El auto recién estrenado sufrió destrucción total. Lo único que no se rompió fue una botella de vino que llevaban en la valija para regalar al vendedor de la finca. Hoy Nelson siente que es un símbolo, por la sangre de Cristo.
El cuerpo de la escribana se clavó contra el volante y le llevó un tiempo recuperarse. Nelson, sin embargo, salió despedido y no sufrió lesiones. Esa tarde volvieron a nacer y pasaron a ser inseparables. “Cuando pude levantarme me di cuenta de que el accidente había sido gravísimo. La escribana aún estaba en el interior y dije ‘en este lugar pasó algo milagroso, Dios me dio una nueva oportunidad’. Y ese mismo día decidí construir la capilla”, relata Nelson a Domingo.
No era católico practicante pero sintió un llamado: “A partir de ese momento creí que la presencia de Dios era inevitable porque había estado en ese momento para salvarme”, asegura quien decidió desprenderse de su casa en Buenos Aires para poder comprar un predio en colinas de Garzón, a 20 kilómetros del Faro de José Ignacio, y levantar esta capilla rural con la ilusión de que los fieles del pueblo tuvieran un nuevo espacio de fe donde refugiarse y rezar.
“Hoy, sin ese departamento pero con la capilla soy totalmente feliz. Me cambió la vida. Cada vez que voy por ese camino (Paso de los Negros) y la veo blanquita y chiquitita a lo lejos me emociono mucho. Me acuerdo del accidente, de ese instante, de la primera misa y de la última. Me acuerdo de los siete vuelcos del auto, uno tras otro, de lo que le decía a la escribana mientras rodábamos (“Alejandra, nos vamos a matar”), y de los primeros que vinieron a socorrerme. Ese día volví a nacer”, repasa conmovido.
Y cuenta que la llamó San Benito porque fue el patrono que lo protegió: “Nunca tengo nada colgado al cuello pero el día antes de venir de Buenos Aires mi mamá me dio una cadena con una medallita de San Benito y la llevaba colgada en el momento del accidente. Me salvó, le debo mi vida”.
11S
A Nelson lo esperaba Alex Infante, amigo y dueño de una inmobiliaria, aquel 11 de setiembre de 2011 en San Carlos para concretar un negocio. Alex había armado esa reunión con el fin de firmar el título de una finca y le extrañó que Nelson se retrasara. Intentó comunicarse con él varias veces, aunque sin suerte. Resulta que Nelson había dado siete vueltas en un auto y apenas logró recuperarse del shock, agarró su celular y llamó a Alex. Le contó lo que había pasado sin mucho detalle -el simple hecho de escuchar su voz era buena señal-, le indicó la ubicación exacta y rápidamente Alex y su esposa hicieron esos siete kilómetros hasta el lugar del accidente para proveer movilidad a su amigo.
“Yo había armado esa reunión y como venían retrasados lo había estado llamando, y me sentí culpable. También sentía esa mezcla de congoja y alegría porque sabía que estaba bien”, confiesa Alex a Domingo. Y recuerda que apenas arribó a Camino del Medellín a socorrerlo, Nelson le contó algo que lo dejó boquiabierto: “Él percibió que el auto no iba a entrar en la curva y se sacó el cinturón de seguridad. ‘¿Por qué hiciste eso?’, le pregunté. ‘Porque sentí que si no lo hacía me mataba’, me respondió. Fue un mensaje que recibió e increíblemente lo salvó: salió despedido y eso evitó que quedara en el lugar del acompañante, que estaba destrozado, con la puerta hundida. Seguramente si hubiese estado sentado las consecuencias hubiesen sido otras”, reflexiona Alex.
En esa charla breve pero intensa, Nelson también le confesó su deseo de construir una capilla, y rápidamente Alex le facilitó el contacto de un señor de Garzón que estaba interesado en vender un terreno rural de cinco hectáreas, a unos 20 kilómetros del lugar del siniestro, para así poder empezar a plasmar su sueño. “Era un momento donde Garzón se estaba desarrollando mucho con los olivos y Francis Mallmanny le dije ‘tenés que comprar esto’. No es fácil negociar con los parroquianos siendo extranjero, muchos se niegan a vender sus tierras, por más dinero que se les ofrezca, por su apego sentimental. Pero todo se alineó para que Nelson se hiciera de esta tierra donde quería levantar la capilla”, cuenta Alex.
Retornó a Buenos Aires ese mismo 11 de setiembre y una semana más tarde ya estaba de vuelta en Maldonado decidido a efectuar la compra del terreno. Poco después, su hermana Cristina Durante (ingeniera civil) y su cuñado Guillermo Robledo (constructor) se mudaron a ese padrón de cinco hectáreas en medio del campo en busca de un cambio de vida. Primero levantaron una cabaña para vivir y en 2012 empezaron a construir la capilla a pedido de Nelson. Lo hicieron a pulmón, sin luz ni agua (ver recuadro).
Nelson es historiador y aún residía en Buenos Aires cuando el sueño de edificar la iglesia empezó a tomar forma. Fue al estallar la pandemia que decidió mudarse a Uruguay y quedarse para siempre. “Estoy feliz de estar en un país donde prima la libertad”, asegura quien se dedica al área de cultura y patrimonio, y alterna proyectos aquí y en su país vía Zoom.
Cuando en 2012 Nelson encomendó a su hermana Cristina y su cuñado Guillermo la construcción de la capilla, ambos se miraron asombrados y pensaron: ‘¿Cómo hacemos?’ No era simple pero aceptaron el reto. Ellos vivían en una cabaña en ese mismo terreno y usaban paneles solares porque no había luz ni agua. “Nos manejamos con serrucho, yendo a buscar agua al arroyo y cargando los tachos en la camioneta”, describe Cristina. Era palear y palear a pulmón; hacer 60 km por caminos sinuosos para ir a buscar los materiales. En diciembre de 2012 viajaron a Argentina a pasar las fiestas y al volver encontraron en el piso la construcción que habían hecho en hormigón: la había derrumbado un tornado. “Volvimos a levantarla pero la hicimos en ladrillos”, dice. Y añade que hubo resistencia energética (el tornado, el accidente de unos obreros cerca) durante el proceso: “Sentía que había mucha rebeldía a que se hiciera la capilla, y más nos poníamos en que teníamos que terminarla. Sucedió y está ahí”. Este mágico templo construido desde el amor fue el escenario para bautizar a su hija Alma en mayo de 2014: “Fue el primer bautismo que se hizo en la capilla que nosotros construimos, eso la hace más especial”, asegura.
Es oficial
San Benito fue bendecida por el Monseñor Wirz el 23 de diciembre de 2013 y Cristina Durante recuerda ese día con gran emoción: “Vino un micro de Buenos Aires con amigos, estaban los vecinos de la zona. Es un pueblo chico, donde todos nos conocemos y no hay casi nada, la capilla llamaba la atención. La gente se puso contenta y se enganchaban, concurrían”.
El último gran encuentro en este templo fue el 23 de diciembre pasado: más de 80 amigos (incluido Alex) acompañaron a Nelson para conmemorar los 10 años de aquella bendición de Wirz, pero no se pudo dar misa. “Invité al Padre que debería oficiar ahí la misa durante un mes, lo llamé siete veces, le mandé mensajes pero nunca respondió. Hace tiempo que tenemos algunas diferencias con los párrocos”, comenta Nelson. Y añade con ilusión: “Mi voluntad es volver a realizar las misas mensuales que solíamos hacer, que la diócesis vuelva a acoger con amor y corazón cristiano a la capilla para que los fieles vuelvan sin que un caso mediático los convoque”.
Era frecuente ver a los lugareños llegar a caballo a los primeros bautismos (dos o tres por año) que se hicieron en San Benito. Esa escena inviable en las iglesias citadinas pero típica del medio rural le daba un romanticismo único a las ceremonias.
Nelson se encarga de trasladar a los sacerdotes cada vez que hay un bautismo o una misa, y no cobra por los sacramentos. Es más, regala diploma, torta y vela en los bautismos. “Nunca cobramos por una misa para un enfermo, un servicio religioso especial o un bautismo. Y tampoco se hubiera hecho con la bendición a Perciavalle y Jimmy, porque muchos creen que por ser mediáticos y con cierto poder adquisitivo uno podría sacar provecho”, aclara.
Hasta el momento no se han celebrado casamientos: la ubicación en medio del campo dificulta la logística ya que no hay salones de fiestas cerca.
Fortuna emocional
Nadie puso un peso para la construcción de San Benito. Todo salió del bolsillo de Nelson. La mayoría del mobiliario y las piezas fueron traídas de Argentina: el altar, las tres cruces, los bancos, los adornos. La campana del exterior fue labrada por Horacio Zorrilla, un excelso joyero de Tiffany. Y el cuenco bautismal fue un regalo de Carlos Páez Vilaró que llegó a manos del responsable de la capilla ocho años después de la muerte del artista.
Nelson recuerda que convocó a Páez Vilaró por teléfono un sábado de 2012 a las nueve de la noche: “Me pidió que le hiciera un dibujo de lo que quería y se lo mandé por fax. Al sábado siguiente fui a Casapueblo a conocerlo y me dijo que lo iba a hacer con mucho gusto y gratis para el pueblo. Me anticipó que le iba a llevar un par de meses porque tenía compromisos anteriores. Le dije que no había problema y que cuando avanzara me enviara un correo”, relata.
El cuenco no llegó a tiempo para la bendición de la capilla aquel 23 de diciembre de 2012, y Páez Vilaró murió dos meses después. “Había perdido la clave de la casilla de correo y la pude recuperar ocho años después. Llamé a Casapueblo, lo comenté y me dijeron que si había pruebas harían entrega de la pieza. Al día siguiente me llamó Florencio Páez, su hijo, para que fuera a buscar el cuenco”, relata.
Conservar esta iglesia en pie supone un desembolso de US$ 160 por mes: “Hay que mantener cinco hectáreas cortadas, el alambrado, dotar de luz a la capilla, que hace un año decidí cortar el servicio porque era muy caro”, afirma Nelson.
Asegura que a lo largo de esta década recibió un total de US$ 3.300 en donaciones para la capilla: figuran con nombre y apellido en un libro de actas. Y revela que el principal benefactor ha sido un empresario católico de origen judío, de iniciales D.R: “Tiene un corazón divino y donó el 95% de esos U$S 3.300”.
Nelson se despojó de un bien material (su casa en Argentina) para ganar en espiritualidad: su deseo era ofrecer una iglesia al pueblo de Garzón y a la comunidad de Maldonado. “Es una casa de Dios, cualquiera puede ingresar, está abierta siempre la portera”, dice. Y se defiende: “La diócesis dice que es privada, y está en un predio privado pero los sacramentos son oficiales. Los bautismos se vuelcan a las actas del Obispado”.
Hogar
Nelson tiene un ritual: cada vez que llega a su capilla debe dar tres campanadas y así inicia su mini retiro espiritual. La lejanía, la inmensidad del campo, el verde alrededor, el viento y el silencio hacen de esta iglesia un lugar mágico, único e irrepetible en el mundo. La sensación allí es de profunda calma y protección: “Es un ambiente ideal, no hace ni frío ni calor. Siento mucha felicidad y paz”, atestigua.
La capilla es su verdadero hogar, por eso cuando Perciavalle y Jimmy le dijeron que querían hacer su bendición en su templo se le infló el pecho: “Fue un orgullo, es como que te digan ‘quiero hacer un festejo en tu casa’. Para mí es un día de celebración y es mi casa, la casa de todos. Cuando invito a mi casa, invito a la capilla”, argumenta.
Y aunque la Iglesia Católica decidió que la bendición no se hará allí sino en la chacra de Perciavalle con un evento privado, desde que salió la primera nota en la prensa sobre el tema, el teléfono de Nelson no ha parado de sonar y San Benito ganó fama mundial: “Es increíble la cantidad de gente que quiere acercarse y ser bendecida en la capilla. Llamaron parejas de Estados Unidos, de Chile, una pareja de chicas de México, parejas de innumerables ciudades de Argentina. Son nuevos fieles”.
Por estos días la capilla está en proceso de refacción ya que había sufrido algunos daños internos, pero una vez que quede pronta y se zanjen las diferencias con la Iglesia Católica, el plan de Nelson es retomar las misas mensuales y recibir a los vecinos.
Su mayor anhelo es que este templo que construyó desde el amor se perpetúe en el tiempo más allá de su existencia: “Mi voluntad es que alguien la mantenga, quizás mis herederos, los fieles que quieran o que quede bajo la administración del Obispado”, expresa.
Y concluye: “El día que yo no esté más quisiera que mis restos descansen fuera de la capilla. No puede ser demolida ni destruida. Seguirá siendo testigo de la fe de los hombres y mujeres de Maldonado, y del mundo que están deseosos de recibir su bendición en ella”.