Por Mariel Varela
Son pocas las veces que concede entrevistas; es que Santiago Del Moro prefiere estar del otro lado del mostrador y ser él quien pregunte e interpele. Es curioso, pero al conductor de Gran Hermano, el programa que bate récords de audiencia -la final midió 31 puntos en Argentina y 18 en Uruguay- porque hay un público sediento de mirar 24 horas qué hacen otras personas y regocijarse en la intimidad ajena, no le entusiasma en absoluto hablar de su vida privada.
Este hombre nacido 45 años atrás en Tres Algarrobos, un pueblito de tres mil habitantes a 500 kilómetros de la provincia de Buenos Aires, supo desde que era adolescente, cuando jugaba con su primo a ser una estrella del dial en Corsario FM -la radio de sus pagos que funcionaba en el altillo de una casa- que tenía el don de la comunicación. Y corroboró su vocación pocos años después: apenas puso un pie en un estudio de televisión sintió que ese era su lugar en el mundo. La magia de las cámaras, las luces y el ruido le inyectaron tal adrenalina que fue imposible moverlo de esa panacea.
Mamó la independencia desde que era un gurí. Su padre lo mandaba a trabajar todos los veranos desde que tenía 14 años: fue mozo, cortó el pasto, limpió autos, hizo tareas en el campo. “De pibe me encantaba salir con amigos, me acostaba a las 8 de la mañana y 8:30 mi padre me tocaba la puerta y me decía ‘dale que te comen los piojos, hay que ir a trabajar’. Para mí el peor defecto es ser vago. Recuerdo a mi viejo siempre laburando y copio ese modelo”, contó a Clarín.
Quizás sea por ese mandato heredado, transmitido y enseñado que no queda quieto y da la impresión de que le huye al descanso.
Así es su rutina desde hace una década: se levanta a las 05:00 AM, hace El club Del Moro, por la 100 FM de 06:00 a 10:00, entrena, vuelve a su casa, almuerza, duerme un par de horas de siesta y de nuevo al trabajo. Tiene el día partido en dos. Lleva una vida sana, alejada del glamour y milimétricamente ordenada.
Jugar entre ataúdes
Durmió un par de años en un cuarto que daba a una funeraria y no lo sabía. Es que su padre había montado ese negocio dentro de la casa de su abuela, lindera con la suya, y como buen niño, Del Moro era inocente. Cada vez que entraba a lo de su abuela escuchaba gente llorar y no entendía qué pasaba. Recuerda que jugaba con sus primos y amigos a las escondidas entre los ataúdes que había en uno de los cuartos sin tener noción de la muerte. Le quedó grabado el olor intenso a café y cayó en la cuenta de que el lugar era una funeraria -y no solo el dulce hogar de su abuela-, el día que falleció su bisabuela. “Ese día fui a la parte de adelante de la casa, que era donde funcionaba la sala velatoria, vi a mi bisabuela adentro del cajón y a todos tomando café, y entendí por qué lloraba la gente y de qué iba todo”, contó cuando fue invitado a PH.
En la época de Infama llegó a dormir cuatro horas por noche. Mantuvo ese ritmo durante dos años: era el primero en irse de las fiestas y ansiaba que llegara el fin de semana solo para poder dormir sin poner alarma en el celular. “Nunca me gustó sacar patente de cansado. Soy feliz y consciente de lo que elijo todos los días”, dijo a Clarín.
Esa dedicación que le pone a todas sus actividades es pasión pura y la hubiera aplicado de haber sido jardinero, pintor o agente inmobiliario, un rubro que le cuajaba perfecto porque le fascina vender casas.
Del Moro está en la cresta de la ola: lideró la batuta en Intratables, con 40 micrófonos abiertos, entrevistas a políticos, y fue para él lo más parecido a “jugar en la selección”; se consagró como conductor en ¿Quién quiere ser millonario? y luego como anfitrión de Gran Hermano, en una edición que logró picos históricos de rating.
Ante todo, está donde siempre quiso estar. “Yo de entrada sabía que esto iba a ser mi pan. No soñaba con esto por salir en televisión, yo quería ser conductor”, le confesó a Alejandro Fantino en Animales Sueltos.
Y es todo fruto del tesón y el sacrificio. No se cansa de repetir en las notas que concede que nadie le regaló nada, y que si llegó fue gracias insistir y perseverar.
“Lo poco o mucho que tengo me lo gané siempre por derecha, trabajando, sin deberle nada a nadie, así me enseñaron y así lo hice. Haciendo un programa como Intratables nunca hice pauta política, no fui al carnaval de ninguno y no aplaudí a ninguno, siempre hacía mi trabajo”, subrayó en PH.
E insistió en este concepto en Animales Sueltos: “Soy un laburante de esto, he vivido para esto, he estado noches sin dormir esperando mi posibilidad. Nunca nadie me regaló nada. La suerte me la he ganado a sangre”.
Cumplió un sueño al ser convocado para hacer Gran Hermano: estaba convencido de que iba a ser un éxito después de tantos años sin este formato al aire y no se equivocó: batió récord de rating. Pidió consejos a dos de los conductores anteriores (Mariano Peluffo y Jorge Rial) y ambos coincidieron: ‘El juego es adentro y afuera, tené cuidado cómo los contenés’. Luego Rial, desde su ciclo Argenzuela, lo catalogó de “chico raro” y Del Moro hizo caso omiso: “No estoy acá, después de tanto tiempo, para explicar quién soy. Hace mucho que no me importa la mirada del otro ”, dijo en LAM. Añadió que Gran Hermano “es gigante por todo lo que te pasa como conductor, te atraviesa, te lleva puesto, te interpela todo tiempo”.
Vanguardista
Elisa, la madre de Santiago, era una mujer de avanzada. Antes de dar a luz a sus tres hijos manejó una boutique de ropa y fue la responsable de que la minifalda desembarcara en Argentina. Más tarde, se casó con Santiago Del Moro (padre), vendió la tienda y se dedicó a otros quehaceres.
El padre de Santiago era un “buscavidas”. A los 19 años se mudó a Buenos Aires, se instaló en un cabaret y vendía enciclopedias puerta por puerta. Por ese entonces también era jugador de póker.
“Mi vieja era hija única, de clase media acomodada y cuando se estaba por casar con mi viejo mi abuela lloraba. Mi vieja lo enderezó. La primera semana lo esperó con las valijas en la calle y de ahí en más empezó a laburar”, contó Del Moro en Animales Sueltos. Y fue de las únicas veces que habló sin pelos en la lengua de su historia familiar.
Del Moro se mudó a la capital para estudiar Comercio Internacional. Le quedaron cinco materias y un seminario para recibirse. Cuando empezó a ver que sus amigos iban de traje a trabajar dijo ‘esto no es para mí, me abro’. Llamó a su hermana y le pidió que lo acompañara a MuchMusic a probar suerte. Pasó cinco días sentado en la puerta del canal esperando que lo atendieran.
Finalmente lo vieron, lo dejaron pasar, le dieron un programa de ranking musical, hasta que una orden de arriba casi arruinó sus planes: no se podían pasar más videoclips porque había que pagar derechos a las discográficas. “¿Qué se te ocurre?”, lo apuró la directora del canal. Y lejos de intimidarlo, lo instó a sacar el as que tenía bajo la manga: “Esa tarde me habían llegado dos videos de quinceañeras para que los pusiera al aire, así empezamos a hacer competencias de fiestas de 15 y fue un éxito el programa. Y nació de la necesidad absoluta”, contó.
Este hombre, que tiene más de tres millones de seguidores en Instagram pero no sigue a nadie porque evita engancharse con las redes sociales, y que ha pasado fines de semana tirado en la cama sufriendo por los números de rating, asegura que Jugate Conmigo fue su gran motor de inspiración.
“A Cris Morena le debo toda mi carrera. Cuando vi toda esa gente saltar, le pedí a mi hermana que me acompañara a la capital, me compré en el Patio Bullrich, con mis ahorros de la radio, el calzoncillo y la gorra, me disfracé de Jugate Conmigo para ir al boliche y la gente se reía”, reveló entre risas.
En 2017 y con motivo del 30° aniversario de este programa emblema, Cris Morena dijo que si Jugate Conmigo se hiciera en el presente, el único capaz de conducirlo sería Del Moro. Y le devolvió la gentileza.
Santiago y María José se conocieron en su pueblo natal, Tres Algarrobos, cuando eran niños y en la adolescencia nació el amor. Cuando él decidió partir a la capital para expandir sus horizontes, ella lo acompañó. Llevan casi tres décadas juntos y para Santiago la opinión de su compañera es clave en las decisiones que toma. “En casa tengo la contención y el amor que necesito”, confesó a La Nación. Está convencido de que la fórmula del éxito es que María está a años luz de los medios: “Nunca le importó la fama y eso me ayudó mucho. No suele mirar TV ni leer las noticias que me involucran. Tiene las prioridades claras”, contó. Tienen tres hijas (Catalina, Amanda y Santa) pero nunca pasaron por el Registro Civil: “No creo en el casamiento y nunca me vi en esa foto. Quizás se relacione con que no me gusta ser ‘el de la fiesta’, el centro de atención”, justificó.