el personaje
MERCEDES MENAFRA. Fue empresaria y recorrió medio mundo, le tocó ser primera dama en los momentos más difíciles del país y se mantiene activa apoyando a emprendedores.
"Yo no elegí ser primera dama, pero me gustó enormemente esa etapa de mi vida”. Lo dice con sencillez, pero resume el momento que marcó su vida junto al hombre que amó y que, ahora en la memoria, continúa amando y echando de menos cada día.
Mercedes Menafra (75) es una mujer que se ha reinventado en forma constante. Labró su independencia cuando las condiciones eran más bien adversas para casi cualquier mujer. Se convirtió en empresaria, dio vuelta al mundo vendiendo sus productos, creó una familia, ayudó a cientos de mujeres a cimentar su posición. Y cuando se vio obligada a cerrar su empresa se dedicó de lleno a lo que había aprendido: apoyar a pequeños emprendedores y echar a andar proyectos que hoy, un par de décadas más tarde, continúan en pie. De hecho, esa fue su impronta como primera dama.
Y en medio de todo eso, el hombre que cambió su vida para siempre: Jorge Batlle (1927-2016), que la llevó a ocupar un lugar con el que nunca había siquiera llegado a soñar. Estuvo con él “hombro con hombro” en uno de los momentos más duros de la historia del país y lo acompañó hasta el final, tan inesperado como casi todo en la trayectoria de este político de estirpe.
Mercedes vive su retiro de la vida pública en el mismo lugar donde crió a su hija, se templó como empresaria y conoció a su segundo esposo. Los ventanales del apartamento muestran un hermoso cuadro de la bahía montevideana que, aunque siempre permanece fiel a sí mismo, cambia sutilmente con la tormenta o el sol a pleno.
APRENDIZAJE. Sus padres eran químicos farmacéuticos, el padre derivó a empresario al frente de una cadena de farmacias, la madre más abocada al trabajo de laboratorio. Mercedes tiene una hermana, con la que desarrolló su empresa por años, y un hermano.
“Lo importante de mi infancia no fueron solamente mis padres, sino el colegio al que fui, el José Pedro Varela. El Varela nos marcó a muchas generaciones, creo, a la mía absolutamente”, asegura.
“El Varela” mantenía una tradición liberal y laica, valores caros al batllismo que había moldeado al país durante todo el siglo XX.
Mercedes recuerda que en el patio de recreo había varios pizarrones donde cada día escribían frases de célebres personajes. “Y esas frases eran importantísimas, yo las leía con tanto apasionamiento, iba corriendo cada día a verlas”, rememora con una sonrisa.
Y así, prácticamente sin saberlo, se fue forjando su gusto por las letras y el humanismo. Pero eso no le resultaba suficiente. “Tuve la iniciativa y le pedí a mis padres de ir a un colegio religioso, porque quería saber cómo era la vida en un colegio religioso. Y entonces fui a las Domínicas, la vida allí era completamente diferente”, cuenta.
En el ambiente de las Domínicas la figura de Mercedes no pasó inadvertida. Sus ideas, los planteos que hacía en cualquier discusión pronto le valieron un apodo entre las alumnas: “la republicana”. Ello la llevó a pensar que tenía un futuro en la abogacía pero cuando hizo el primer año en Facultad de Derecho advirtió que aquello no era lo suyo.
Y un buen día, mientras leía el diario, vio un aviso que capturó su interés de inmediato. “Esto es para mí, soy yo la persona que buscan”, se dijo. Y se presentó en las oficinas de Sudamtex, una de las mayores fábricas textiles en una época de enormes establecimientos industriales del ramo. El gigante textil empleaba a unas 1.600 personas y la joven Mercedes fue contratada para trabajar en el área de relaciones humanas. “Yo creo que Sudamtex preparó a mucha gente en todo lo que fuera empresarial”, asegura.
En la empresa también conoció a su primer esposo. Al poco tiempo de casarse tuvo a su hija, María Paula.
Su carrera dentro de Sudamtex fue clave para la que sería su vocación. Mercedes hablaba con fluidez inglés, francés e italiano, sin saberlo se estaba preparando para su futuro como empresaria.
Y a eso se dedicó pocos años después. En 1977 le propuso la idea a su hermana y crearon una empresa exportadora de tejidos a mano, contrataron un pequeño ejército de tejedoras y se lanzaron a las aguas del comercio internacional. “Recuerdo el gran entusiasmo de esa época, era como proponerse dar la vuelta al mundo y en verdad dábamos la vuelta al mundo, porque había que ir por las ferias textiles a ofrecer nuestros tejidos”, dice.
La empresa llegó a tener 600 empleadas, el único varón era el chofer del camión que levantaba los embarques de tejidos para exportar.
Mercedes había conseguido organizar su vida de tal manera que, cuando le tocaba viajar, el padre de su hija quedaba al cuidado. “No viajaba todo el año, pero a veces tenía que ausentarme un mes y medio”, recuerda.
La empresa funcionó hasta 1994, cuando el ingreso de la manufactura textil china resultó catastrófico para la industria nacional. Los gigantes como Sudamtex, Campomar, Ildu, Manufactura Uruguaya que habían conocido su apogeo durante la Segunda Guerra Mundial y habían sorteado la convulsa década de 1960 no lograron sortear este nuevo escollo y se desplomaron.
“Nosotros, como todos nuestros colegas, tuvimos que cerrar ya que no tuvimos otra alternativa. El cierre nos llevó bastante tiempo, porque queríamos que cada persona de esas 600 encontraran su forma de vida”, recuerda Mercedes.
“¡DEFIÉNDASE!”. Aquel 15 de julio es imborrable para Mercedes. Hacía mucho frío, era mediodía y había cortado para almorzar en su casa. Pero al llegar encontró el sitio donde solía estacionar ocupado por un automóvil desconocido. El hombre que se encontraba junto al coche, en cambio, no le resultaba para nada desconocido. Era el líder de la Lista 15, una de las corrientes históricas del Partido Colorado a la que Mercedes adhería desde siempre, ya que el batllismo era tradición en su casa.
-¿Cómo está, señora, cómo le va?, la saludó el senador Jorge Batlle.
-¿Cómo está, senador, puedo ayudarlo en algo?
-Se me rompió el coche, ¿me permitiría hacer una llamada?
Subieron al apartamento y luego que Batlle consiguiera el auxilio mecánico Mercedes lo invitó a tomar un café. Batlle se sentó en una de las sillas del comedor, su natural elocuencia multiplicó el “cafecito” por tres. “Cuando me dijo que tenía que ir al Senado yo me levanté, fui al baño y le traje un cepillo de dientes y dentrífico, porque, dije, si tiene que ir al Senado tiene que ir con los dientes blanquísimos”, recuerda Mercedes. Y el gesto tan cotidiano hizo sucumbir al político.
Se despidieron, Mercedes le entregó su tarjeta profesional. Un par de días después la llamó para invitarla a cenar.
-Señora, defiéndase.
-¿Por qué?
-Porque si no, se casa conmigo.
Mercedes no supo qué decir. “Me dejó helada, imagínese, que una persona de un día para el otro ya le dice que se quiere casar”, cuenta.
Pero lo cierto es que en poco tiempo más acordaron casarse. Esperaron a que la hija de Batlle se casara y unos meses después tuvo lugar la boda, era 1989. “Y no fue nada terrible, pasamos casi treinta años juntos, fue maravilloso”, resume.
“Jorge tenía, además, muy buen humor, una muy linda relación con los hijos, una muy linda relación con mi hija, se extraña terriblemente”, agrega con los ojos brillantes.
Toda una vida. Y en ese lapso Mercedes Menafra obtuvo varias distinciones como “Mujer del Año” y “Mujer Emprendedora”, así como en Japón la distinción Soka Gakkai International.
Sueña con volver a la actividad: “Soy empresaria de alma”. Pero no ve condiciones para hacerlo.
Tiempos de crisis
“Era el mejor de los tiempos, era el peor de los tiempos, la edad de la sabiduría, y también de la locura; la época de las creencias y de la incredulidad; la era de la luz y de las tinieblas”. Así empieza Historia en dos ciudades, de Charles Dickens, pero bien podría aplicar a los años de la crisis (2002-2003). “Eso fue tremendo”, recuerda Mercedes Menafra. Tiene patente aún el día que el entonces vicedirector del FMI, el chileno Eduardo Aninat, lo llamó a Jorge Batlle y le pidió que declarara el default. “Yo veía la cara de Jorge y decía: ¿Pero qué le está pasando?”, rememora. Las imágenes de la catástrofe argentina en 2001, con violencia en las calles estaban muy frescas. Pero mientras caían los principales bancos privados y el Ejecutivo intentaba el salvataje, los problemas seguían sumándose. Batlle viajó a EE.UU. para tener un encuentro con el presidente George W. Bush. En ese momento se enteró del foco de fiebre aftosa cuando intentaba ampliar el cupo de venta de carnes en el gigante del norte. “Se vivía con dolor por la gente que estaba sufriendo, pero a la vez con fuerza, ese dolor no le quitaba la fuerza a Jorge, era verdaderamente un guerrero”, lo recuerda Mercedes.