Aunque cueste creerlo, el carnaval este año representa una experiencia nueva para Eduardo "Pitufo" Lombardo. Es que por primera vez integra el jurado del Concurso del Carnaval de las Promesas evaluando la parte musical.
"Estoy pasando bárbaro, mirando, observando, anotando cosas y aprendiendo. Siempre se puede aprender de los gurises. Se ven cosas bárbaras y se aprende", afirma el reconocido músico.
Para él, más allá de la obligación de puntuar, la competencia está en segundo plano. "Yo anoto cosas con la idea de (darles a los conjuntos) una devolución". Sobre la actuación y el espíritu que debería imperar sobre las tablas, Lombardo es tajante: "Más allá de que haya un adulto responsable que imponga una dinámica de trabajo, a los chicos hay que dejarlos ser".
Este será el sexto año en que Eloy Calvo presidirá el organismo evaluador. Para él, además de la cuestión de la edad, y de la presencia de las escuelas de samba, la actitud del jurado también es otro aspecto que diferencia a las Promesas del carnaval mayor.
"Tenemos que cuidar a los chicos. De ahí que hacemos una prueba evaluatoria para saber qué conjuntos pueden participar o no. Pero no tanto desde la calidad artística sino desde la perspectiva que los chiquilines puedan disfrutar. Es muy difícil subirse al Teatro de Verano. Hemos tenido malas experiencias en el sentido de que los gurises se han puesto a llorar porque se encuentran perdidos o muy presionados. Y además, lo que hay que premiar es lo que tiene que ver con la actuación de los propios chiquilines. Es que hay mucho técnico, mucho coreógrafo y mucho escenógrafo, ¡pero son mayores! Todo se evalúa, pero se da una prevalencia especial a lo que hacen los chicos. Por ejemplo, vale más un baile que una coreografía. Hay que premiar a los chicos, no a quienes les rodean".
Calvo señala que, al igual que ocurre en el baby fútbol, algunos padres, así como ponen el hombro para que la cosa salga adelante, también suelen ser quienes dan la nota negativa. "Ah, los padres..., siempre los que pudrimos las cosas somos los mayores. Van a ver a los nenes, nos gritan y nos recriminan. La presión real que tienen los botijas viene más que nada de sus familiares", relata.