Organismos como la ANII supusieron un impulso para el desarrollo científico en Uruguay. Pero se requiere más inversión y masa crítica.
LEONEL GARCÍA
Hoy, justo el Día Mundial de la Ciencia y la Tecnología, la bióloga Natalia Bou cumple 30 años. Se licenció en la Facultad de Ciencias y ahora tiene un una beca y un proyecto de maestría en el Instituto de Investigaciones Biológicas Clemente Estable (Iibce). La fauna y el medio ambiente le interesaron desde chica. Está estudiando a nivel genético al gato montés, depredador tope en el ecosistema local. Está condenada al multiempleo, incluyendo consultorías u otros trabajos particulares. Está acostumbrada a que alguien profano le pregunte para qué sirve lo que hace. Está decidida a cumplir su sueño: desarrollarse como científica en Uruguay.
"Acá hay posibilidades de desarrollo, pero no son fáciles. Hay que moverse siempre, no esperar que te llamen, ver qué proyectos hay en la vuelta, contactarse, vender tu trabajo... aunque está difícil vender a los gatos", se ríe. El techo en Uruguay a veces parece demasiado bajo y eso frustra. "Todo el tiempo te cuestionás todo... Es difícil planear una estabilidad personal a largo plazo, formar una familia o pedir plata para una casa". Ella vive en un apartamento que era de sus padres con su pareja. Ahorrar está difícil y sacar un préstamo es complicado. Es que su novio también tiene un contrato laboral a término: es biólogo como ella.
En el último lustro, entre 500 y 550 estudiantes ingresaron a la Facultad de Ciencias por año. En ese mismo período se otorgaron entre 120 y 130 títulos de grado anuales. Para el segundo año de estudios, lamenta su decano, Juan Cristina, se perderá el 35% de cada generación. Es una carrera de alta inserción laboral: según el Censo de Egresados 2012, de cada diez encuestados en un universo de 1.105, nueve (90%) estaban empleados; pero —de acuerdo con el sitio web de la Universidad de la República— también tres (31%) buscaban otro trabajo, sustituto o complementario del que tienen, cuatro (42%) estaban empleados por contrato temporal y casi la mitad (47%) ganaba menos de 20 mil pesos en su principal fuente laboral (ajustado por inflación, serían hoy $ 28.100). Poco remunerado (sobre todo en el caso de las mujeres y de los menores a 31 años) y muy exigente: el 39% trabajaba entre 31 y 40 horas a la semana; el 44%, 41 horas o más.
Buen nivel académico y baja remuneración sobre todo al inicio de la carrera, aumento de oportunidades para desarrollarse en los últimos años pero aún insuficiente inversión. Así puede resumirse el ser científico en Uruguay, según sus principales actores. Y, por esas cosas donde la emoción nubla la razón, el país tira pese a los obstáculos existentes.
Los recursos humanos, la apuesta a una mejor formación y el surgimiento en los últimos diez años de entidades promotoras e impulsoras de las ciencias, como la Agencia Nacional de Investigación e Innovación (ANII, 2007) y la Academia Nacional de Ciencias del Uruguay (Anciu, 2009) son las fortalezas señaladas por Susana González, presidenta del Consejo Directivo del Iibce, donde trabajan unas 300 personas, entre científicos presupuestados, con contrato a términos y becarios. Aún así, matiza: "Esto no se hace por el salario. El que decide ser científico, es porque lo ama". En esa institución tanto se clasifica al venado de campo como se estudia la semilla de raigrás que produce más biomasa o se busca alguna molécula útil para el tratamiento contra el cáncer, el parkinson o el alzheimer. "Y, a veces, hay que poner plata de nuestro bolsillo para nuestras propias investigaciones", añade Adriana Mimbacas, también consejera de este centro de investigación.
Recientemente, obtuvieron por vía parlamentaria una partida extra de 25 millones de pesos para contratar investigadores jóvenes. Un grado 1, primer eslabón de la cadena científica, gana ahí unos 18 mil pesos nominales. "Somos ahora el centro de investigación que más paga a los jóvenes", dice González, sin disimular el orgullo.
Claudio Martínez Debat fue de lo molecular a lo sistémico. Se recibió de químico farmacéutico y luego se doctoró en biología. Es profesor grado 3 de Bioquímica y Biología Molecular en la Facultad de Ciencias, docente del Programa de Desarrollo de las Ciencias Básicas (Pedeciba), investigador de la ANII y guitarrista de la banda Supernova, junto a Popo Romano. Comenzó su carrera como honorario, estudiando segundo año, en el Iibce. "Siempre accedí a mis cargos por concurso. No fue difícil pero sí muy trabajoso, porque este es un mundo muy competitivo". A los 55 años, es una de las voces más autorizadas del país a la hora de hablar de transgénicos; pero recién hace tres pudo comprarse su primer auto. No le importa, dice: en el medio hizo cosas que le llenaron la vida.
"Yo estoy en régimen de dedicación total, lo que me permite trabajar en un solo lado y acceder a un salario digno. Ahora, no es el caso de la gente más joven. Con la ANII se ha abierto más campo para la profesionalización científica, el país no expulsa a los científicos como hace quince años, pero aún no es suficiente. Que tu sueldo de arranque sea de diez mil pesos no es muy estimulante, no te permite pagar ni un alquiler y te obliga a tener otro trabajo". ¿Cómo alentar, entonces, a un alumno? "La mejor herramienta pedagógica es el ejemplo. Si a uno lo ven satisfecho y motivado, mejor. Si lo ven con cara larga, no ayuda. Es verdad que este es un país complicado. Pero esto es algo completamente vocacional. Yo he trabajado en México y allá hay más oportunidades". Sin embargo, Martínez ha preferido pelearla acá. "Y... como Uruguay no hay", remata.
Según el Censo, el 23% de los egresados trabaja en la propia Facultad de Ciencias; un 22% en otras facultades de la Universidad de la República (Udelar); otro 22% en organismos públicos, un 17% en la actividad privada y un 12% en el extranjero. "Si pensamos que las empresas públicas son el motor de la economía nacional, la inserción es baja", dice Juan Cristina. No es lo único que lo desvela. Luego de Agronomía, Ciencias es la segunda carrera más cara: de acuerdo con un informe de la Dirección General de Planeamiento de la Udelar de fines de 2013, la formación de cada estudiante cuesta, laboratorios, reactivos, textos e infraestructura mediante, 11.415 pesos por mes. La educación del científico, que además precisa formarse constantemente con maestrías, doctorados y postdoctorados, es costosa en todo el mundo. "Nosotros tenemos la responsabilidad de formar a los mejores científicos para el país. Pero si no los aprovecha el Estado que invirtió, los va a aprovechar otro", afirma el decano.
Hace falta más masa crítica, sostiene todo aquel que tenga algo para decir en este mundo. El Sistema Nacional de Investigadores (SNI), en la órbita de la ANII, tiene 1.688 profesionales categorizados. De acuerdo con Gustavo Folle, vicepresidente del Clemente Estable, hace falta multiplicar "por cinco o por seis" la cantidad actual. "Y para eso hace falta más financiación".
En los países desarrollados, la inversión del Estado en investigación científica es del 2% del Producto Interno Bruto (PIB). En Uruguay ronda el 0,4%. "En comparación, el país tiene un grado de desarrollo mínimo", dice Luis Barbeito, director del Instituto Pasteur de Montevideo. Allí hoy trabajan 170 investigadores, incluyendo 70 estudiantes; la mitad tiene un vínculo contractual y la otra trabaja a través de convenios. Los salarios de dedicación total, asegura, son competitivos a nivel regional. Fue en una recorrida por ese lugar, en noviembre de 2014, que el entonces candidato a presidente Tabaré Vázquez anunció que esa inversión crecería al 1% al terminar su período, lo que repitió en su discurso de asunción.
Desde muy joven, Luis Barbeito (60) estuvo interesado en "comprender las bases celulares y moleculares de las enfermedades neuropsiquiatricas". Se recibió de médico en una época en que no había maestrías ni doctorados en el área científica. Como tal, tuvo una "formación informal" en el Clemente Estable. En la dictadura había un oscurantismo total, los grandes referentes ya estaban fuera del sistema, pero la vocación todo lo podía: desde golpear puertas para conseguir ayuda de la OEA o Suecia hasta viajar a Brasil solo para conseguir fotocopias. Es que no había literatura ni revistas científicas. Era un sistema muy techado que alentaba a irse y eso fue lo que hizo. Lo neuronal lo llevó a Francia, becado, al Collège de France, donde hizo un postdoctorado entre 1985 y 1989. Lo neuronal (más concretamente la muerte de las células cerebrales) también lo trajo de vuelta al país, otra vez al Clemente Estable, en un proyecto de investigación financiado por la Unión Europea. Ahí aportó su grano de arena para la creación del Riluzol, un fármaco empleado en el tratamiento de la Esclerosis Lateral Amiotrófica (ELA, la misma enfermedad de la campaña del balde de agua helada). Las vueltas de la vida lo hicieron estar al frente del Iibce primero y, desde sus inicios en 2006 a hoy, del Instituto Pasteur después. Y si bien la situación es otra y hay más apoyo a la formación académica, su lucha actual es tratar de retener en el país a los nuevos científicos.
"Conozco muy pocos uruguayos destacados en la actividad científica en el exterior que no quisieran repatriarse. Pero las condiciones de trabajo que ellos buscan con sana ambición, no solo en la remuneración sino en su realización personal, les ponen un freno. No solo en el sector público no aumentan las posibilidades, se crece poco a nivel académico y privado", afirma. "Uruguay es un país pensado por producir materias primas, la innovación ha tenido históricamente poco peso en su sistema productivo". La materia prima es buena, asegura. Barbeito cuenta que el Pasteur invita cada año a 140 profesores de todo el mundo que quedan impresionados por el nivel de los estudiantes. Bien formados, pero escasos: "Uruguay tiene que ponerse como meta triplicar o cuadruplicar su número de investigadores en los próximos diez años".
Los países del primer mundo tienen el 2% de su población económicamente activa destinada a la investigación y al desarrollo, dice el decano Juan Cristina; acá es el dos por mil. Lo cierto es que en 2015 se inscribió en Ciencias el 56,4% de estudiantes que en 2007, según datos de la Udelar. Pese a eso, los docentes ven un mayor interés popular por las ciencias, lo que no se ha traducido en la matrícula. "Aunque haya un cambio civilizatorio, con más interés en lo ambiental, todavía en esta sociedad prima eso de mhijo el dotor", afirma.
Hay que apelar a la vocación, dicen; pero a la vocación hay que alentarla. Un científico no puede ser visto como alguien encerrado en su laboratorio, entre ratones y tubos de ensayo. "La gente debe entender que no estamos aislados de la sociedad. Quizá en algún momento se vio así", reconoce Susana González, del Clemente Estable. En el muro de ese instituto, donde se promueven actividades como el "Iibce abierto" y recorridas de escuelas y liceos, con hasta 700 visitantes por tarde, reza negro sobre blanco una frase de su fundador, el mismo que le dio nombre: "Con ciencia grande no hay país pequeño".
"Cuando me preguntan para qué es útil lo que hago pienso en lo antropocentrista que es este mundo. Nadie pregunta para qué es útil el ser humano", dice con convicción militante Natalia Manisse (31), bióloga, estudiante de doctorado del Pedeciba, investigadora grado 2 del Iibce, cuyo proyecto son los roles y conflictos de los zorros en Uruguay. Por las dudas, contesta: la mortalidad de corderos, la dispersión del hantavirus y el daño a los cultivos por la cacería de roedores pueden estar relacionados a estos animales. Ella creció en una familia de muchos estudiosos. "Y a mí siempre me encantó estudiar, soy muy nerd". Pensó en estudiar Medicina, pero no le daba el corazón para decirle a alguien que estaba enfermo. En Ciencias encontró docentes cercanos y de entusiasmo desbordante. "Vos ves a un tipo de 50 años que de repente no gana lo que debería pero que es un apasionado total. Y eso te contagia". Hoy también es docente honoraria de esa Facultad. Tiene 30 horas semanales por su beca y 30 por su grado 2. Pero también supo dar clases a estudiantes de escuela y liceo con dificultades, hacer encuestas y vender guías telefónicas. Cuando hizo su maestría, en base al aguará-guazú (un zorro de crin), conoció el Instituto Smithsonian de Washington, Estados Unidos, y también estuvo en Brasil. Ahí vio que la ciencia y la plata (mucha plata) no tenían por qué estar reñidas. Tuvo oportunidades de quedarse allá, pero no.
"Hubiera ganado más plata, pero los grupos humanos que tengo acá no los tendría allá. Extrañás trabajar con gente que son más compañeros que competidores. Extrañás algo como nuestro proyecto, nuestra idea. No sé si me tira el aire de acá, pero sí me tira dejar algo acá".
3.200 PROYECTOS Y US$ 86 MILLONES
La Agencia Nacional de Investigación e Innovación (ANII), creada en 2007, es considerada un antes y un después en el estímulo del desarrollo de las ciencias en Uruguay. Desde su formación hasta fines de 2015, se aprobaron 3.195 proyectos de investigación (36% del total de presentados ya evaluados), financiados por un total de 86 millones de dólares.
En su órbita se encuentra el Sistema Nacional de Investigadores (SNI), compuesto a fines de 2015 por 1.688 científicos en las distintas áreas; el 32% de ellos tiene entre 31 y 40 años, mientras que el 31% tiene entre 41 y 50. En 2014, de las 650 solicitudes de becas se aprobó el 80%.
EL ESTADO NO ACUDE A LOS CIENTÍFICOS
"Es un buen momento para los científicos en Uruguay porque el país tendrá que encarar cambios profundos. Para mantener el desarrollo de los últimos años será necesario incorporar ciencia a la producción. En ese sentido, esta es una buena época", afirma Rodolfo Gambini, presidente de la Academia Nacional de Ciencias (Anciu).
En tal sentido, señala que con el prometido 1% del PIB para la inversión en ciencias "en los próximos diez años perfectamente podríamos lograr transformaciones importantes". Sin embargo, destacó que la necesidad de invertir en ciencias suele ser postergada "en función de lo urgente".
Más allá de las buenas intenciones del gobierno, los científicos se quejan de que el Estado no suele recurrir a ellos. "Las instituciones públicas, que necesitan de ciencia, no recurren a científicos", dice Gambini, uno de los primeros licenciados en Física que tuvo el país. No se refiere solo a cargos laborales —solo el 22% de los egresados en Ciencias trabaja en organismos públicos— sino a posibilidades de aplicar sus conocimientos. "Así como es impensable que un abogado no participe de una audiencia de divorcio, debería ser impensable que un biólogo no intervenga en la gestión de un terreno. Y acá eso no pasa", dice la bióloga Natalia Manisse.
CUATRO APORTES URUGUAYOS AL MUNDO CIENTÍFICO
- El médico perinatólogo Roberto Caldeyro Barcia, impulsor y exdirector del Pedeciba, programa creado en 1986 para la repatriación de científicos y realización de postgrados en ciencias, fallecido en 1996, fue pionero en el mundo junto a su colega Hermógenes Álvarez en la medicina perinatal. De hecho, por su trabajo la actividad uterina se mide en "unidades Montevideo".
- La propuesta y la argumentación de Gonzalo Tancredi, licenciado en la entonces Facultad de Humanidades y Ciencias, durante la asamblea general de la Unión Astronómica Internacional del 24 de agosto de 2006, fue fundamental para que Plutón (descubierto en 1930) fuera degradado a "planeta enano". Desde entonces, son ocho los planetas del Sistema Solar.
- El Padre de la Patria le dio su nombre al mayor roedor que jamás vivió en la Tierra. El Josephoartigasia monesi fue descubierto en Kiyú en 1987 y el paleontólogo Andrés Rinderknetch, del Museo de Historia Natural, concluyó en 2006 que era una especie nueva, que vivió por estos lares hace dos millones de años y medía 2,5 metros de largo.
- También en ese campo, un grupo de paleontólogos liderados por la investigadora Graciela Piñeiro descubrió en excavaciones en Mangrullo (Cerro Largo), en 2012, los restos fósiles de embriones de reptiles más antiguos jamás hallados. Se trata de mesosaurios y podrían llegar a tener 280 millones de años. Como en los otros casos, la noticia tuvo impacto mundial.
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