Holocausto

Sobrevivió a la barbarie de un campo de exterminio, rehizo su vida en Uruguay y dejó un libro que se distribuye gratis

Chil Rajchman pasó 10 tétricos meses en Treblinka, deseó estar muerto para acabar con el martirio. Se fugó, rearmó su vida en Uruguay y escribió "Un grito por la vida" para evitar que la historia se vuelva a repetir. Su hijo José y su nieta Camila hablan de su legado.

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José y Camila Rajchman, hijo y nieta de Chil Rajchman, autor de "Un grito por la v ida".
José y Camila Rajchman, hijo y nieta de Chil Rajchman, autor de "Un grito por la v ida".<br/>
Foto: Leonardo Mainé.

Chil Rajchman tenía la marca de un latigazo en la espalda y sus tres hijos siempre supieron que era una huella de sus 10 sórdidos meses en Treblinka, uno de los más terribles campos de exterminio ubicado en Polonia. Sabían que su padre no llevaba un número en la muñeca, como otros tantos judíos, porque en Treblinka las víctimas iban directo a morir a las cámaras de gas. Sabían que el hambre y la sed lo habían atormentado y por eso no les permitía dejar comida en el plato o decir ‘esto no me gusta’.

Sabían que había dormido hacinado en barracas sucias, que había llevado la misma camisa ensangrentada por meses, que los insectos paseaban por su cuerpo, que había contraído tifus y sarna y que cada vez que veía pasar cadáveres por delante suyo pensaba ‘cómo me gustaría que me lleven a mí también y terminar con este martirio’.

Sus hijos recuerdan que se culpó toda la vida por no haberle dado a Rebeca, su hermana menor, el trozo de pan que le pidió mientras viajaban en el vagón que los conducía al infierno. Él quería racionar los víveres, pero ignoraba que sería la última vez que vería a Rebeca con vida : ‘¿Cómo no le di de comer a mi hermana antes de que muriera?’, se preguntó hasta el último día. Por eso, en su mesa nunca faltó el pan.

Chil, que cada vez que veía un cuerpo ahorcado en Treblinka envidiaba la paz alcanzada y a quien una joven que iba hacia la cámara de gas le deseó que se salvara para vengarse por tanta sangre derramada, siempre fue un hombre cálido y optimista.

“Todo el mundo lo quería y lo respetaba mucho. Siempre, a pesar de todo, miraba el futuro con optimismo. Él nos dejó la manera de ver la vida desde otro punto de vista: todo se puede”, resume a Domingo su hijo menor, José Rajchman, que creció escuchando esas crudas historias de la guerra que su padre Chil plasmó en el libro Un grito por la vida , que se distribuye gratis (ver recuadro).

“Mi abuelo nunca quiso que estuviera a la venta porque la idea no era hacer plata sino dar a conocer la historia”, apunta la cantante e influencer Camila Rajchman, nieta de Chil. Y añade orgullosa: “Es la historia de resiliencia más gigante que escuché en mi vida y le pasó a mi abuelo”.

Revancha

Chil Rajchman junto a Camila Rajchman, una de las 11 nietas de este sobreviviente del Holocausto judío.
Chil Rajchman junto a Camila Rajchman, una de las 11 nietas de este sobreviviente del Holocausto judío.

Chil fingió ser “peluquero” -lo obligaban a arrancar el cabello a otros judíos antes de entrar a la cámara de gas- y “dentista” -buscaba piezas de oro y plata entre los cadáveres- para salvarse de la muerte. Armó una rebelión y logró fugarse del infierno de Treblinka. Nunca pudo volver a abrazar a esos compañeros: “Los fueron encontrando y matando a todos. Él fue el único que quedó vivo de esa revuelta”, apunta José. Tampoco volvió a ver a los campesinos que tras deambular 14 días por los bosques lo cobijaron en su casa salvándole la vida.

Volvió a Lodz, su ciudad natal, y se enamoró: vio a una mujer tocar el piano en una casa y el flechazo fue mutuo e inmediato. Ella era Lila Kleiman, y había pasado toda la guerra escondida en casa de unos polacos. “Mi madre siempre estuvo en contacto con ellos, inclusive se reencontraron en algún lugar de Europa porque ella no quería volver a Polonia y ellos vinieron a Uruguay y los conocimos”, relata José sobre esta historia digna de un guion de película.

Chil y Lila se casaron y llegaron a Uruguay por accidente. El tío abuelo de José se había ido a Argentina antes de la guerra y era el único pariente vivo que le quedaba a Chil (además de su hermano menor) y quería unir a la familia. En esa época gobernaba Perón y no otorgaba visas, así que los recién casados consiguieron papeles para ingresar a Paraguay en barco. Llegaron a Uruguay el 25 de agosto de 1947. Estaban recluidos en un hotel para pasajeros en tránsito y se suponía que no podían salir de ahí. “Mis padres eran jóvenes, había fiesta en la calle por el Día de la Independencia y se escaparon por una ventana del hotel. Los arrestó un policía y se los llevó a la seccional décima. Ellos no hablaban una palabra de español. El comisario pidió un traductor y les dijo ‘¿por qué se tienen que ir a Argentina? ¿Por qué no se quedan en Uruguay?’ Mis padres venían de un país donde se sentían gente de segunda por ser judíos y dijeron ‘nos queremos quedar acá’”, cuenta José.

Chil montó una fábrica textil con máquinas que había comprado baratas en Alemania. Tuvieron tres hijos (Andrés, Daniel y José), 11 nietos y 15 bisnietos (Chil llegó a conocer a dos).

Retornó a Treblinka con sus hijos, sus nueras y algunos nietos y dos años después lo llamó Lacalle Herrera y le dijo: ‘Quiero ir a visitar los campos de concentración y quiero que vaya conmigo’. José recuerda que su padre le contó orgulloso: ‘Yo era un ciudadano de cuarta y ahora el presidente de mi país (para él Uruguay era su país) quiere que lo acompañe a Polonia... ¿Cómo le voy a decir que no?’

Hay más. Chil fue clave en la condena a Iván ‘El Terrible’, uno de los capos más temibles de Treblinka. Primero fue gente de la Embajada de EE.UU. a la casa de Chil para que reconociera al torturador en fotos y, tras ser deportado a Israel, participó del juicio en su contra que paralizó al país. “El testimonio de mi papá duró tres días en Jerusalén. Después de muchos años lo liberaron porque seguían faltando pruebas. Mi papá siempre decía: ‘Hay dos personas que estamos seguros de que sabemos quién es él, uno es él y otro soy yo’”, revela José.

Lila falleció en un accidente automovilístico en 1991 y su esposo, que siempre creyó que se iría antes por ser 12 años mayor, vivió hasta 2004 (murió con 89). Y nunca dejó de contar su historia convencido de que era el camino para luchar contra el racismo, la violencia y la discriminación.

Para que no se repita
Portada del libro "Un grito por la vida", de Chil Rajchman, sobreviviente del Holocausto judío.
Portada del libro "Un grito por la vida", de Chil Rajchman, sobreviviente del Holocausto judío.
Foto: Leonardo Mainé.

Chil Rajchman escribió Un grito por la vida mientras estaba escondido en el búnker de los campesinos polacos apenas se fugó de Treblinka. “Quería tener la memoria fresca para narrar los detalles. No sabía si iba a sobrevivir o no pero quería escribirlo”, dice José. Estas memorias quizás hayan sido la forma que este hombre encontró de sanar, ya que según su hijo, no creía en la terapia. Fue escrito originalmente en idish y su esposa Lila lo mandó a traducir al español. Se publicó hace 30 años y se han hecho copias en inglés, francés, alemán y hebreo.

El objetivo de Chil con el libro y con las charlas que daba era que la historia no se volviera a repetir: “Siempre decía ‘esto lo hago para que no se olvide y no pase nunca más’. Estaba empecinado en que se supiera”, apunta José. Hay ejemplares en escuelas y liceos y mucho stock disponible en la librería Oklo, ubicada en Luis de la Torre y Scoseria (Pocitos). Es ir, pedirlo y te lo dan gratis. “Lo único que pedimos es que lo leas y lo compartas para que siga circulando o lo devuelvas a Oklo”, explica Camila sobre la distribución de este libro escrito por un sobreviviente del Holocausto judío.

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